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Capítulo 12. Fin de quinto año.

     Priscilla, con las rodillas apoyadas en el suelo, tenía la cabeza metida bajo su cama en la Torre de Gryffindor y buscaba cualquier cosa que pudiera haber caído ahí. Cada que se terminaba un año escolar hacia lo mismo, para evitar dejarse cualquier cosa.

     Consiguió el envoltorio de unos chocolates que Mary le había dado por su cumpleaños, un lápiz sin punta y el par verde de un calcetín. Acababa de poner cada cosa en el lugar correspondiente cuando su estómago rugió, anunciando que deseaba ya la llegada del almuerzo. Priscilla se sentó sobre la cama y comenzó a cepillarse el cabello, cuyas puntas ya debía cortar cuando volviera a casa.

     Después de la charla con Sirius, se sentía ligera. Era como por fin haber cortado las ataduras de su amistad con Severus, Cómo haberse lavado las manos y admitido que en aquella situación ella no tenía ya ningún tipo de control. Y no solo eso.

      Darse cuenta de que la confianza en sí misma había crecido a lo largo de los meses era alentador, y el que aún titubease en ciertas situaciones solo era la prueba de que quedaba trabajo. No necesitaba que Sirius o cualquier persona se lo asegurasen (la confianza solo podía provenir de sí misma), pero también sabía que ahora estaba más consciente de las personas maravillosas que le rodeaban y de lo afortunada que era por tenerles.

     Los resultados de los exámenes llegarían el viernes, y el sábado mañana habrían de partir en el expreso de regreso a sus casas. Esa semana, aunque no había para lo que estudiar, los profesores estaban empeñados en llenarlos de trabajo para el verano. Suerte que Priscilla no dejaba nada para último minuto.

      La chica se pasó una cinta azul alrededor del cabello para sostenerlo, justo en el momento en que Marlene entró dando saltitos. Priscilla le sonrió al tiempo que terminaba de anudarse la cinta en la nuca.

— ¿Estás feliz? —preguntó, pero Marlene le ignoró. Se había detenido frente a Priscilla y le examinaba con el ceño fruncido.

— ¿Te delineaste los ojos? —cuestionó con un tono de voz extraño.

     Priscilla se sonrojó.

—Hmm... ¿Sí?

—Y te arreglas el cabello —agregó Marlene, tomando un mechón liso entre los dedos—. Te ves distinta. Bonita. En serio.

     Priscilla sonrió con sinceridad— Pues gracias. Temí quedar como un payaso.

—En lo absoluto —negó Marlene, y fue hasta su baúl, donde comenzó a buscar algo.

— ¿Y tú por qué venías tan feliz?

—Es un día soleado, los exámenes ya terminaron y puedo atiborrarme de helado en el almuerzo —soñó Marlene—. Hoy tengo una cita con Louis Byrne —se echó hacia atrás, sosteniendo triunfante una barra de pintalabios.

— ¿En serio?

—Sí —Marlene frunció el ceño— ¿Te sorprende tanto?

—No exactamente —sopesó Priscilla, y se balanceó en su lugar—. Bueno, es que todas creíamos que te gustaba Remus.

—Oh —se sonrojó, y entonces desvió la mirada de Priscilla—. Bueno, es verdad que me llamaba la atención y se lo dije...

— ¿Qué le dijiste?

—Que me gustaba desde aquella vez que bailó conmigo en el cumpleaños de Potter —refunfuñó Marlene—. Y luego tonteamos un poco, pero ahora resulta que no está interesado.

— ¿Cómo lo sabes?

—Lo noté —Marlene se encogió de hombros.

—Len...

     La rubia soltó un suspiro. Era obvio que no quería admitir aquello.

—Basicamente me plantó la otra noche y me ha estado ignorando desde entonces —Marlene se cruzó de brazos y apoyó la espalda en el baúl—. Y ni siquiera evitándome. Él solo finge que no estoy ahí cuando me pasa por un lado —bufó con molestia.

     Priscilla frunció el ceño. La imagen de ellos dos juntos en la Sala Común habría bastado para confundir a cualquiera, porque lucían como si compartieran una auténtica conexión. Y Priscilla no concebía a Remus, aquel prefecto amable, dedicado, del que Lily hablaba tantas maravillas, como un chico que pudiera desentenderse de Marlene así sin más.

— ¿Y tú estás bien con eso?

—Por supuesto —Marlene volvió a sonreír, pero Priscilla no terminaba de creérselo. Se veía algo frenética, como si llevara tiempo preparando sus palabras—. Después de todo, estas cosas no las puedes forzar. Tienen que fluir con naturalidad, como pasa contigo y Black. 

     Priscilla se mojó los labios— No es así.

      Marlene ladeó la cabeza. Parecía muy cómoda sentada sobre la alfombra y apunto de escuchar todas las dudas de Priscilla.

—Vale, pues es muy guapo, no te lo voy a negar. Pero no me gusta —Priscilla se encogió de hombros.

—Está bien, pero hay cierto aire de pareja entre ustedes —refutó Marlene—. Es la verdad.

—Bueno, sólo somos amigos —continuó Priscilla, y se mordió el labio. Ya que Marlene había sido sincera con ella, y estaban en la confidencia de su habitación, pensó que podía soltarlo todo de una vez—. Aunque, hace unos días... Verás, me lanzó un levicorpus, y cuando fui a caer me sostuvo. Con fuerza. Y desde entonces, he pensado en sus brazos. Sobre cómo luciría sin camisa —Priscilla se tapó la boca con ambas manos—. Es rarísimo.

     Pero Marlene largó una carcajada, divertidísima.

—Es súper normal —concordó la rubia— ¿Recuerdas aquella vez cuando Wood casi se cae de la escoba y tuvo que sostenerse con un solo brazo? ¿Y cómo luego volvió a subir? Merlín, pensé en eso por semanas.

— ¿Te gustaba Wood?

—No. Lo llamo "disfrutar de la vista", y es inevitable para ambos sexos. Cuando un chico es atractivo, no puede no gustarte —Marlene se puso en pie—. No tiene porqué afectar tu amistad con Black. A menos, claro, que él también quiera disfrutar...

—Ya te dije que no es así —sonrió Priscilla, más calmada. De Sirius le atraía solo lo físico. Le parecía guapo, más nada, y aquello era completamente manejable.

—Vamos a almorzar entonces. Tengo ganas de lucir esta nueva Priscilla por todo el castillo —bromeó Marlene, y le ayudó a poner en pie—. Que los chicos también disfruten "de la vista".

***

     Priscilla estaba regresando sus últimos libros prestados a las estanterías de la biblioteca, cuando vio a Severus cruzar el pasillo. Iba con la cabeza agachada, como siempre, y el cabello negro le cubría el rostro, pero ella podía reconocerlo en cualquier lado y con cualquier condición. Él no la notó. Le pasó por un lado con rapidez, como si quisiera evitar ser visto, y en el proceso se le cayó de los brazos uno de los libros que llevaba.

     La chica retrocedió unos pasos inconscientemente. Si Severus tenía que agacharse a recoger lo que había notado, no quería que la rozara ni con la punta de la túnica. Priscilla se sintió culpable nada más pensar eso, y avergonzada ante su propio pensamiento; pero ahí estaba. Eso era lo que él había causado en ella y entre su relación.

     Pero Severus no le vio sino hasta que hubo recogido el libro y se puso en pie. Ahí, sus ojos negros cuál carbón repararon en la chica. Unas ojeras azules le surcaban el rostro y tenía las mejillas hundidas, como si no hubiese comido en días. Se veía más demacrado que nunca.

     Priscilla frunció el ceño en su dirección, impactada por su aspecto. No quería hacer suposiciones, pero lo más obvio era que su pelea con Lily estaba afectando su forma de vida y hasta su apetito.

     Ella ladeó la cabeza en su dirección, decepcionada. No reconocía al chico frente a ella, no podía relacionarlo con el niño tímido que ella conoció su primer día en el tren y en el que luego descubrió una ternura infinita, que con los años él se había encargado de sepultar.

      Ambos se dieron la espalda al mismo tiempo, y se alejaron con pasos temblorosos.

***

     Una muchacha pelinegra pasaba zumbando entre los pasillos de Hogwarts, en búsqueda de un chico de cabellos un poco más claros que los suyos. Llevaba el cabello suelto y le volaba como una bandera tras la cabeza, alborotado por el viento y la velocidad con que corría. Incluso tenía la túnica mal puesta y la corbata a medio anudar. En la mano, sostenía un largo pergamino que una de sus amigas le había entregado veinte minutos antes, cuando aún se encontraba tirada en la cama, pensando si valía la pena ir a desayunar y recibir por fin los resultados de sus TIMOs.

      Encontró al chico que buscaba en la orilla del lago, lanzando piedras sobre la superficie del agua junto a un muchacho de cabello claro y cicatrices que deslucían bajo la luz del sol.

— ¡Sirius! —le llamó ella, y el sonido tan familiar de su voz hizo al chico voltearse de inmediato. Priscilla bajó apresurada por los jardines, agitando sobre su cabeza el pergamino con las notas— ¡Aprobé todo! ¡Hola, Remus!

      Sirius la esperaba con una sonrisa; y sin ningún tipo de pudor o disimulo, Priscilla le tiró los brazos al cuello y dejó que él la envolviera en un abrazo tan fuerte que los hizo tropezar un poco. Ella elevó los pies y Sirius la sostuvo con firmeza, pero la chica llevaba las mejillas tan sonrojadas por la emoción que no se delató en lo más mínimo. Cuando echó el rostro hacia atrás y volvió a poner los pies sobre la tierra, Sirius aún la sostuvo por la cintura.

—Seis extraordinarios y tres supera las expectativas —Priscilla le mostró el pergamino, y Sirius la soltó para cogerlo entre las manos.

—Felicidades, Priscilla —sonrió Remus mientras su amigo examinaba la hoja. La mencionada le dirigió una amplia sonrisa.

— ¡Muchas gracias! ¡Es asombroso! —no cabía en sí de la alegría, y fue hasta Remus para proninarle un abrazo, aunque no tan efusivo como el anterior. Remus no la alzó del suelo.

— ¡Te lo dije! —Sirius batió el papel con alegría, y al mirar a Priscilla, sus ojos grises brillaban— ¿Y bien? ¿Ahora...?

— ¡Voy a ser sanadora! —le interrumpió Priscilla, y se tapó la boca con ambas manos. Parecía haber caído en cuenta de la verdad, de lo que sus notas significaban— ¡Oh, por Merlín! ¡Seré sanadora!

     Priscilla le cogió la mano a ambos muchachos y les hizo saltar con ella, demasiado contenta para detenerse a pensar si estaría haciendo el ridículo frente a los otros estudiantes que también estaban en los jardines; pero a ellos no les importó, sino que rieron y le siguieron el ritmo.

— ¡Qué maleducada he sido! —rio Priscilla cuando se detuvo a tomar aire— ¿Cómo os ha ido a vosotros?

—Lunático consiguió puros extraordinarios —presumió Sirius—. Creo que si hubieran notas más altas, pues esas también las habría conseguido.

—No fue nada —negó Remus sonrojándose.

—A mí me fue bien en todas —Sirius se encogió de hombros—. Pero suspendí Historia de la Magia. No me interesan en lo más mínimos las guerras Troll, después de todo.

—Que feliz me siento por vosotros —sonrió Priscilla, sabiendo que ellos y James iban a convertirse en aurores. La alegría le hacía verse más guapa que nunca, pensó Sirius— ¡Ahora somos estudiantes de éxtasis! Vaya, eso se oye más complicado.

—Sí —terció Remus—. Estuve pensando en hablar con todos los profesores para que me recomienden ciertos libros que puedan ayudarme para el año siguiente...

—Es una excelente idea —notó Priscilla.

— ¡Eh, que las vacaciones ni han empezado! —saltó Sirius—. Par de cerebritos que sois. Ni que os fuera necesario estudiar.

— ¿Y tú qué vas a saber?

—De todos modos, no vayáis diciendo vuestras notas por ahí —les aconsejó Priscilla—. Hace rato Slughorn se apoderó de Alice y ya no la soltó. Debe llevar una hora hablándole de su Club y de todas las personas que conoce.

—Me gustaría unirme el año siguiente —suspiró Remus.

— ¡Qué dices!

—Bueno, he oído que se hacen buenas conexiones —el castaño se encogió de hombros—. No me vendrían mal.

—Pues si alguien tiene un puesto asegurado, sois tú y Lily —le aseguró Priscilla—. Os destacáis en todas las clases.

     Con aquellas palabras, Remus se sonrojó y Sirius frunció el ceño.

—Y Lily, bueno, no hay quien no la adore —continuó Priscilla, y de repente abrió los ojos como platos—. Merlín, tengo que contarle al resto de las chicas ¡Os veré en el almuerzo! —sin derecho a réplica, Priscilla recuperó su pergamino y salió corriendo de regreso al castillo.

      Ambos chicos le observaron irse con una mueca entre divertida y enternecida. Aunque más uno que otro. Sirius se pasó una mano por el cabello, tal vez demasiado sonrojado y con la vista aún fija en donde Priscilla había desaparecido. Remus le observó en silencio, a ver si su amigo se daba cuenta de lo que estaba sucediendo.

—No sé porqué no la conocí antes —confesó Sirius, esbozando una sonrisa—. Priscilla es increíble, ¿verdad?

     Se giró hacia Remus, pero este le respondió alzando las cejas con sorpresa.

— ¿Qué?

—Nada, Canuto —respondió el rubio ceniza, encogiéndose de hombros.

—No me mires así; es extraño —Sirius se cruzó de brazos— ¿Acaso se acerca la luna llena?

—Si quieres desviar la atención de ti hablando de mí, está bien... —Lupin sonrió—. Espera a que le cuente a James.

— ¿Qué dices? ¡No hay nada que contar!

      Pero Sirius se había puesto rojo hasta las orejas, y Remus largó una carcajada. 

***

—Así que, básicamente lo que hicieron durante lo que duró su amorío, fue quererse, odiarse y hacer las cosas más contradictorias posibles —enumeró Sirius—. Ah, y Heathcliff enloqueció un poco después de que ella murió.

—Sí, así es —aceptó Priscilla con una sonrisita.

— ¿Y de eso van todas las novelas románticas muggles?

—Si hemos de ser justos, en torno a eso gira las novelas, la historia y el mundo en general —replicó Priscilla.

     Sirius puso los ojos en blanco con diversión y se acomodó mejor sobre su lugar. Estaba tirado sobre el césped del jardín, con la mochila apoyada en el árbol tras de él para servirle como almohadón improvisado. A su lado, con un libro sobre las piernas cruzadas, Priscilla se había recogido el largo cabello en un moño y permitía una pausa para debatir opiniones antes de iniciar el siguiente capítulo de Cumbres Borrascosas.

—Pero eso no es amor. De serlo, Catherine le habría escogido primero —bufó Sirius.

—Bueno, él no le dio tiempo de aclararle nada. Hizo todo un berrinche —terció Priscilla—. Sin embargo, si lo que quieres es algo donde los personajes sean algo decente, comenzamos con Jane Eyre en septiembre.

—Soportaría a un par más de personajes tóxicos —se mofó Sirius—. Siempre y cuando sigas leyéndome.

—Es que mi voz es embelesante.

—Yo diría que tu entonación. Hablas con la suficiente paciencia para que los demás sepan que pueden pedirte ayuda —terció Sirius—, pero no tan lento como para creer que los tomas por tontos.

—Tenía una profesora que hablaba así. Era lo más exasperante —bufó Priscilla, intentando no sonrojarse.

— ¿Fue extraño cuando tuviste que dejar la escuela muggle y a tus amigos para venir aquí?

     Priscilla ladeó la cabeza, algo intrigada ante la pregunta. Sólo tenía dieciséis, pero había cambiado tanto desde el día en que se enteró que era una bruja, que desde esos cinco años parecía haber transcurrido una eternidad.

—Bueno, al principio fue extraño, pero no me dio tiempo de poner triste, cuando ya estaba maravillada con Hogwarts, con mis poderes y todo el mundo mágico —Priscilla cerró el libro sobre su regazo—. Tenía un par de amigos, es cierto, y unos vecinos con quienes jugaba, pero perdimos el contacto. Fue mi culpa, en realidad. Tenemos un secreto que mantener, los magos y brujas, pero no puedo ir por ahí mintiendo a mis amigos.

—Así que no puedes tener amigos muggles. 

—Sí —concluyó Priscilla con una sonrisa tirante—. Aunque tampoco es como si hubiera formado lazos fuertes antes de los once años. Y amo mi vida aquí.

—Y tienes buenos amigos aquí —añadió Sirius con galantería.

—Sí, es cierto —rio la chica.

—James y yo nos conocimos en el tren —comentó Sirius—. Nuestra amistad fue algo instantáneo.

—Le lanzaste un poco de puré de zanahoria cuando llegó a la mesa —añadió Priscilla—. No habían pasado ni dos semanas y ya érais los alborotadores de todo el colegio.

—Qué años tan lejanos —comentó Sirius, pasándose una mano por el cabello oscuro— ¿Sabes? Parece increíble creer que solo nos quedan dos cursos aquí. Y ver qué todos hemos cambiado mucho.

—Al menos en esencia, creo que siempre somos los mismos —terció Priscilla, y se llevó una mano al moño para empezar a deshacerlo y soltar su cabello.

     Sirius la observó en silencio un par de segundos. Por supuesto que ella había cambiado en esos cinco años, pensó. Ahora tenía una barbilla suave y fina, y sus mejillas redondeadas habían desaparecido; le afilaban un poco los ojos y aquella mirada azul violeta. Siempre había llevado el cabello largo, y era tan oscuro que le enmarcaba el rostro tostado por el sol, y escondía los lunares dispersos por su cuello y que de seguro continuaban su camino bajo las capas de ropa, por sus hombros y tal vez en el inicio de su pecho...

— ¿Se te perdió algo? —preguntó Priscilla con una sonrisa. Ah, que ese era otro factor extraño. Tenía unos labios delgados y delineados con suavidad, con un perfecto inicio en forma de corazón y que Sirius había estudiado mucho más de lo que uno pensaría.

—Nada que te interese, Floyd —repuso el chico con burla, y se repatingó sobre el árbol con soltura—. Anda, sigue leyendo. Quiero ver qué hará Heathcliff para vengarse de todos.

*** 

—Mierda, Floyd, ¿acaso te traes toda tu casa en el baúl? —bufó James despues que, con un poco de ayuda de Sirius, terminó de meter el equipaje de la chica en la maleta del auto de sus padres.

     Priscilla puso los ojos en blanco y esbozó una sonrisa burlona cuando Euphemia, la madre de James, le dio un pequeño pescozón por culpa de la palabrota.

—Honestamente, tienes que aligerar el equipaje el curso que viene —le recomendó Sirius.

—Ja, ja. En cuanto cumpla los diecisiete no será necesario porque con un hechizo levitatorio basta y sobra —se mofó Priscilla. Divisó a los Evans saliendo de la estación; Lily le dijo algo a sus padres antes de acercarse a donde se encontraban los Potter, Priscilla y Sirius.

— ¿Ya te vas? —preguntó una vez hubo llegado a donde su amiga.

—Es lamentable, Evans, pero sí —intervino James dando un paso al frente y esbozando una sonrisa galante. Sus padres ya se habían subido a los asientos delanteros—. Sin embargo, la invitación a pasar por mi casa en el verano sigue disponible.

—Preferiría dormir al pie de una montaña —negó Lily entrecerrando los ojos.

—Es curioso, porque a James le encanta estar al aire libre —agregó Sirius y James le propinó un puñetazo en el hombro.

     Priscilla soltó una carcajada y se acercó a la pelirroja.

—Los padres de James me dejarán en mi casa —explicó en voz baja—. Nos veremos en agosto, ¿recuerdas? Ni te dará tiempo de extrañarme.

    Lily esbozó una sonrisa temblorosa.

—Lo dudo, pasar de estar con ustedes a compartir habitación con Tooney no me ayudará mucho —recordó Lily y Priscilla soltó una carcajada. En verdad, Petunia era todo menos agradable—. Pero estoy tan emocionada Gales... Intentaré pensar en eso.

—No olvides escribirme —le dijo Priscilla, y ambas se envolvieron en un firme abrazo.

***

     Priscilla indicó a los Potter como llegar hasta su casa, y Fleamont condujo muy bien. A ella le impresionó lo familiarizados que parecían los padres de James con el mundo muggle, pero, después de todo, eran magos muy inteligentes y algo viejos, para ser honestos. Tenían cierto renombre en la comunidad mágica. Llegaron en poco tiempo, aprovechando el poco tráfico. Priscilla vivía en una calle de casas adosadas, la suya era una con la puerta azul y m

     Ella se despidió de toda la familia y bajó del auto acompañada por Sirius. Él sacó el baúl de la cajuela con una facilidad que hizo a Priscilla preguntase si él y James solo estaban tomándole el pelo con sus quejas, y luego ambos fueron hasta la puerta de la casa de Priscilla. Vivía en un lugar tranquilo de Londres, aunque cercano al centro, en una calle cuyas casas eran todas muy parecidas, de dos pisos, angostas y con ventanas de balconcitos llenos de flores y plantas -excepto la del viejo Jenkins, que había dejado tierra y más nada en sus balcones-. Priscilla abrió la puerta para Sirius, que dejó el baúl en el interior de la casa y luego volvió a salir, sabiendo que los Potter lo esperaban.

—No es tan pesado —comentó Priscilla, con una sonrisa—. Pude haberlo llevado yo. Gracias, de todos modos.

     Sirius se llevó una mano al cabello, que ya de por sí estaba revuelto. Era algo curioso, pensó Priscilla, que no importase cómo quedaba, ya que de todos modos, Sirius siempre se veía bien. Elegante. Atractivo. Como una especie de príncipe encantado.

—Bueno, quería despedirme de ti sin nadie más alrededor... No es que fuera necesario claro —agregó el chico rápidamente.

— ¿Tienes un secreto que decirme? —se interesó Priscilla.

— ¿Qué? No. Es que...  Bueno, es que eres mi amiga, y me acostumbré a verte todos los días. Te extrañaré —explicó por fin. Era como si le costase admitirlo.

     Priscilla cogió una de las manos de Sirius entre las suyas, sintiéndose más confiada que de costumbre. Tal vez porque estaba en su zona de confort, en la comodidad de su casa, y podía refugiarse en ella si lo necesitaba.

—Solo serán un par de semanas, Sirius. Además, puedes visitarme cuando tú quieras —propuso la chica, sus ojos azules oscurecidos bajo el cielo nublado de Londres—. Incluso quedarte a dormir unos días. Digo, si existiera alguna forma de que tus padres te dejasen... —añadió, cayendo en cuenta de lo irreal de su deseo.

—Siempre paso unos días con James durante las vacaciones. Echaré una pequeña mentira y vendré —declaró Sirius rápidamente—. Intentaré hacerte una rápida visita cualquiera de estos días; te envío la fecha con mi lechuza.

     Priscilla esbozó una amplia sonrisa y soltó la mano de Sirius, asintiendo. El chico se sintió decepcionado un segundo, y luego extrañado ante ese sentimiento. No debería preocuparle que Priscilla lo soltara. Después de todo, él no andaba todo el día tocando a sus amigos o buscando una excusa para hacerlo. Metió las manos en el bolsillo del pantalón, algo turbado.

     Se despedió de forma rápida pero amable de la chica y se dio vuelta para volver al auto, desde donde James había observado toda la escena con interés.

***

hooola!! paso a decir que ayer subí la playlist y que me ayuden pq la uni me está consumiendo JAJAJA, no olvidéis comentar y dejar vuestra estrellita, os mando un beso

20/06/2021, 14:43

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