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Capítulo 10. Detalles.

la canción arriba es un cover de Pomme a la canción de 1968 de Francoise Hardy, Tous les garçons et les filles.
***

—Suéltalo todo, no te preocupes —repitió Lily, y acarició la espalda de Priscilla con suavidad. A su lado, Alice le recogía el cabello con firmeza. Priscilla, agachada en el suelo y demasiado ocupada para contestar, siguió devolviendo todo su desayuno en uno de los inodoros del segundo piso.

     En otro cubículo, Marlene sostenía el cabello de Mary, que también vomitaba. Las dos chicas eran las mas nerviosas del grupo y por ende, cuando ese jueves McGonagall les recordó que dentro de una semana y media comenzarían los TIMOs, ambas se volvieron de un feo color verdoso del que sólo pudieron deshacerse soltando toda su frustración y preocupaciones en el váter.

—Creo que me iré del colegio —balbuceó Mary, dejando caer la espalda contra la pared del cubículo.

— ¿Y eso por qué? —Marlene se inclinó para tapar el inodoro, bajarlo, y extender un trozo de servilleta a la chica.

—Si no presento la prueba, no podrán reprobarme, ¿cierto? —farfulló con voz débil.

     Marlene alzó una ceja rubia, burlona.

—No puedes irte del colegio, Mary —le notificó—. Pero empezaré a darte más líquidos que otra cosa a ver si dejas de vomitar.

     Del otro lado, Priscilla echó la última arcada e inspiró hondo. Alice le había recogido el cabello en un fuerte moño, por lo que se puso en pie (algo tambaleante) y aceptó el papel que Lily le ofrecía. Medio embobada, bajó la cadena y se dirigió a los lavamanos, donde se enjugó la boca y el rostro.

—No he estudiado lo suficiente —anunció, apoyando las manos en el lavabo. Eran finales de mayo y le corrían unas gotas de sudor por la sien.

— ¿Qué dices? —dijo Alice sentandose sobre la cerámica del lavabo. Con otro trozo de servilleta, Lily comenzó a limpiarle la frente—. Si te pasas el día con un libro en las manos.

—Y no me sirve de nada —continuó Priscilla sin prestar atención—. He estudiado tanto que no se me graba ya nada en el cerebro.

—Porque ya no hay nada más que te puedas aprender —insinuó Lily con una sonrisa.

—Mary ya no se va del colegio —anunció Marlene con falsa emoción, llevando a Mary hacia el lavamanos para que se limpiase.

—Pero puede que lo haga cuando entreguen las notas —murmuró Mary.

—Vamos, chicas, nadie que se preocupe tanto puede irle mal —sonrió Alice. Por recomendación de Priscilla había probado una poción para el cabello y ahora una coquetas ondas le enmarcaban el rostro—. Tenéis que relajaros. Hoy no tendremos deberes, así que nos sentaremos a la orilla del lago a descansar.

—Podemos ver la última práctica de Quidditch —sugirió Marlene, pero como nadie le miraba, no notaron los colores en sus mejillas.

—Exacto —se entusiasmó Alice—. Había olvidado deciros que Frank hará de suplente... ¿Qué? No porque hayamos terminado significa que no me alegré por él...

***

     El partido final de la temporada escolar de Quidditch se celebró aquel último sábado de Mayo. Gryffindor llevaba ganando la copa cuatro años consecutivos (desde que James Potter era parte del equipo, holgaba decir) y las expectativas de aquel partido contra Ravenclaw eran tan altas como tensas. El chico con el que Marlene había estado saliendo rompió con ella tras una acalorada discusión sobre los equipos de cada casa y la exnovia de James inventó unas porras muy creativas que todo Ravenclaw cantaba por doquier.

     En la casa de Gryffindor nadie se quedaba atrás. Las bromas estaban a la orden del día. Los estudiantes de Ravenclaw quedaban suspendidos en el aire, aparecían arañas en su mesa a la hora de la comida y alguien puso un traslador frente a la Torre de Ravenclaw que llevó a Roger Fawcett a salir pataleando de las profundidades del lago (o más bien, a ser envuelto por un tentáculo y depositado en la orilla por el calamar gigante). James y Sirius estaban en el equipo, por lo que si los hubiesen atrapado haciendo alguna de estas cosas, les habría ido muy mal. Sin embargo, aunque ellos eran los más obvios autores, nunca hubo pruebas que los incriminasen (sobre todo porque cualquiera estaba encantado con llevar a cabo las fechorías planeadas por los Merodeadores). McGonagall y Flitwick, por otro lado, se habían jurado sana competencia, pero no hicieron mucho esfuerzo en parar la guerra entre los estudiantes.

     Lily tuvo que desistir de sus obligaciones como prefecta un par de días, a sabiendas de que no podía castigar a nadie de los dos equipo o una horda con antorchas la perseguiría; no le molestó mucho, porque incluso ella era una silenciosa hincha del Quidditch (pero no de James Potter).

     El sábado por la mañana Priscilla le deseó buena suerte a Sirius en el desayuno. Él se veía muy confiado, aún así le agradeció con una sonrisa. A las nueve todo el mundo bajó al campo de Quidditch. Marlene y Alice se abrieron a codazos entre los estudiantes para buscar unos buenos lugares y las cinco chicas enarbolaron sus banderines y bufandas doradas y rojas.

     Ambos equipos eran muy buenos, y Roger Fawcett era el mejor cazador de todo el juego, tuvo que admitir Priscilla. Aunque con ninguno de sus compañeros compartía la comunicación tácita que había entre Wood, Potter y Black, él lograba pasar zumbando y atinó varios puntos. O al menos fue así hasta que, enardecido, Potter comenzó a jugar aún más bien que antes, y ambos cazadores disputaron la quaffle para sus equipos.

     Los golpeadores de Ravenclaw lanzaron la bludger hacia el menudo buscador de Gryffindor que sobrevolaba el campo buscando la snitch y nada más, así que Sirius tuvo que atravesarse en su camino y perdió la quaffle que James le lanzaba. Esta salió volando hacia las gradas, donde las chicas alzaron la varita para frenar el golpe, pero no hizo falta, porque Fawcett se lanzó hacia allá y la recogió frente a las narices de Priscilla. Luego, muy descaradamente, le guiñó un ojo y regresó al juego.

— ¿Has visto eso? —la sacudió Lily.

—Roger Fawcett te guiñó, nada menos —Alice le dio un codazo juguetón.

—Qué va, seguro que miraba a alguna de ustedes —se desentendió la pelinegra, mas no pudo quitar el rubor que se le subió al rostro.

     Ravenclaw le sacaba la delantera a Gryffindor por pocos puntos, y por ello todo se definía entre los buscadores. Potter le acababa de hacer un pase impresionante a Wood cuando, sin que nadie lo notase, la buscadora de Ravenclaw se lanzó al campo y fue seguida de inmediato por Colin, el chico de Gryffindor. Pero el portero de Ravenclaw acababa de frenar la anotación de Wood con tanta destreza que nadie veía otra cosa, y cuando Audrey Abbott, la comentarista, anunció que Gryffindor acababa de ganar el partido y Tim se alzó en lo alto con la snitch entre los dedos, todo el estadio se quedó en conmoción por un momento.

     Los vítores no se hicieron esperar y la bulla fue avasallante. El equipo se precipitó a alzar a Tim en el aire y los hinchas de Gryffindor bajaron como hormigas por las escaleras para reunirse con su equipo. A Priscilla y a las chicas las aplatasban y cada tanto tenían que repartir o recibir un buen codazo en las costillas, pero a nadie le importaba. Los estudiantes salieron al campo, lanzaron las bufandas al aire y soltaron vítores por todos lados.

     A Priscilla alguien la cogió del cabello y la jaló hacia atrás con tanta fuerza que tropezó y estuvo a punto de caer y ser arrollada por la multitud, pero una mano fuerte la sostuvo por el brazo y tiró de ella hacía arriba. Aquello dolió también, pero pudo volver a respirar. Sus amigas habían desaparecido entre la marea de gente y su salvador era nada menos que Roger Fawcett.

— ¿Estás bien? —preguntó el chico. Alguien lo empujó por la espalda y se adelantó un poco.

     Priscilla parpadeó. Roger tenía el cabello castaño y rizado, la mandíbula cuadrada y definida y una sonrisa encantadora, de esas que te aseguran que no han hecho nada malo. Le sacaba varios centímetros y tenía una complexión musculosa, muy guapo, sin duda alguna; era prefecto de sexto año de Ravenclaw y un alumno excelente.

—Sí —atinó a decir Priscilla, y esbozó una sonrisa avergonzada—. Me jalaron muy fuerte del cabello... Gracias por ayudar.

—No hay de qué —el muchacho se encogió de hombros, y la examinó con la mirada. Tenía los ojos de un castaño muy claro y extraño cuando se movía soltaban destellos de color naranja y ámbar—. Deberías ir a celebrar con tu casa.

— ¿Qué? ¡Ah, sí! —atinó Priscilla, y reparó en la postura derrotada del chico—. Aunque jugásteis muy bien, por cierto. Creo que fuiste el mejor cazador del partido.

     No sabía porqué acababa de soltar ese halago, pero la cuestión fue que Priscilla se dió la vuelta y empezó a buscar a sus amigos entre la multitud. En el camino la alcanzó James, que desbordaba chispas de felicidad, y junto a Jesse Collins le abrazaron y la hicieron dar vuelta con entusiasmo. El pequeño Tim aún seguía suspendido en el aire por todos los alumnos, con la copa entre las manos. Cuando James y Jesse la soltaron, Lily se había acercado hasta ella batiendo los banderines, y no se salvó de ser aplastada por el dúo. James incluso dejó un beso sobre su mejilla que Lily, si bien le echó una mirada mortífera, no se limpió.

— ¿Dónde está Sirius? —le preguntó a James por encima de la multitud.

— ¡Pasándosela en grande, seguro! —rio James. Debía de haberse hecho algún conjuro sobre las gafas que, con todo el revuelto, no se le habían movido de lugar— ¡Ah, por allá!

     Priscilla se volteó sintiendo que el corazón le latía con fuerza contra el pecho, pero descubrió algo que hizo a su pulso flaquear, y fue a Marlene y Sirius hablando muy cerca, como si fueran íntimos. Al separarse, ella le susurró algo al oído y el chico rio encantado, mientras Marlene se echaba hacia atrás y batía su cabellera rubia. Priscilla frunció el ceño, desconcertada. Le había visto hacer ese gesto mil veces, frente a cada chico cuya atención deseaba obtener; pero no entendía porqué iba ella a querer la de Sirius.

     Sirius la divisó a lo lejos y se acercó hacia ella, sus ojos grises brillando encantados. Priscilla tardó uno segundos en recomponerse y ofrecerle una inmensa sonrisa, y cuando lo hizo, fue sincera. Le echó los brazos al cuello para envolverle en un fuerte abrazo  En verdad estaba feliz y sus dudas sobre Marlene quedaron echas a un lado.

***

     En Gryffindor se organizó una tremenda fiesta que, aprovechando que era sábado, no hubo que suspender muy temprano porque al día siguiente no había clase. Alguien (seguramente James y Sirius) coló un montón de botellas de hidromiel y cerveza de mantequilla que los prefectos repartieron entre los estudiantes de quinto curso para arriba, y el resto tuvo que conformarse con zumo de calabaza. Priscilla podría haber jurado que vio una petaca pasándose con disimulo que desprendía olor a whisky de fuego.

     Elizabeth Moore trajo su reproductor mágico, último modelo, que pusieron en lo alto de la repisa de la chimenea e inundó la sala con música. Las butacas se arrimaron hacia las paredes, junto a las mesas llenas de de comida (desde papas fritas, hasta bizcochos, vasos con helado que no se derretía y tartaletas rellenas de fresa), y el centro se llenó de estudiantes alegres. En Gryffindor sí que sabían como celebrar.

      Después de haber bailado con Mary un rato, Priscilla se dejó caer en una butaca y cogió un vaso con helado de chocolate. Tenía las mejillas ruborizadas por el hidromiel y no faltó mucho para que Marlene se dejara caer a su lado sosteniendo una jarra de cerveza de mantequilla. En otros lugares de la Sala, Alice bailaba con Frank, que sonreía sin dejar de verle; Lily y Remus charlaban tranquilamente junto a la ventana, y James y Sirius hacían reír a unas chicas de cuarto año.

—No sé si pueda bailar mucho tiempo más —suspiró Marlene, pero ocultaba una sonrisa— ¿Ves a ese chico de ojos azules?

— ¿Te refieres a Thomas Bell?

—Ése mismo —Marlene lucía satisfecha—. Me ha invitado a pasar las vacaciones con su familia en Estambul.

— ¿Qué? —Priscilla casi se atragantó con su helado— ¿Y qué le has dicho?

—Bueno, las ganas no me faltan. La ciudad es una completa convergencia cultural e histórica —suspiró Marlene—. Pero no puedo alejarme mucho de casa ahora. Con todo lo que sucede, no. Además, volveré a pasar las vaciones en Gales con mi familia ¡Lo que me hace recordar algo! —pegó un brinco, y por segunda vez Priscilla tuvo que evitar ahogarse.

— ¿Qué?

—Mis padres me han dicho que os invitase a todas a pasar las vaciones con nosotros. Donde mis abuelos —anunció Marlene.

      Priscilla miró a su alrededor un segundo antes de susurrar— ¿Donde practicas duelo?

—Pues claro —Marlene tomó un sorbo de su jarra—. Sabes que prohibieron los campos de entrenamiento hace siglos... Pero el verano junto a mis abuelos es una locura. Ambos son magníficos duelistas y quieren enseñarnos todo lo que saben. Las cosas afuera se están poniendo mal, y Quien-tú-sabes toma mucho poder... Mis padres creen que sería muy bueno para todas vosotras. Podéis pasar julio con vuestras familias y venir en agosto ¿Qué te parece?

      Priscilla no pudo disimular el brillo que le iluminó los ojos. Aquello era más de lo que podría soñar. Siempre había sentido una admiración por las antiguas familias mágicas, por sus tradiciones generacionales y toda la historia que aun muggle se le pasaban desapercibidas. Quería aprender de ellos, estudiar, volverse una mejor bruja. Incluso había hablando con Lily un par de veces sobre hacer un viaje alrededor del mundo mágico cuando estuvieran graduadas de Hogwarts y hambrientas de aprendizaje.

—Lo tendré que hablar con mis padres cuando vuelva... Pero me encantaría —admitió en voz baja.

—Será inolvidable —le prometió Marlene—. El entrenamiento te pone en forma y eso les encanta a los chicos.

—Creí que era para aprender a defendernos —bromeó Priscilla.

—Puedes sacarle otras ventajas.

—De todos modos, no estoy buscando atraer a ninguno —continuó la pelinegra, y puso el vaso vacío en la mesa a su lado— ¿Tú sí?

     Marlene consideró un momento su respuesta, y Priscilla esperó con atención. Había esperado durante toda la noche algún acercamiento extraño entre la rubia y Sirius, pero esto no sucedió, y ahora quería averiguar a qué se debía la escena contemplada en el campo ¿Algo espontáneo? ¿O la premisa de una nueva relación? No es como si alguna vez le hubiese importado qué hacía Sirius con su vida sentimental... Pero eso era distinto. Se trataba de Marlene, una de sus mejores amigas, y Priscilla no podía concebir una relación entre los dos.

—Es muy pronto para decir que quiero "atraerlo"... —dijo por fin ella. Se pasó los dedos por la larga melena dorada, pensativa—. Sí. Hay un chico que me llama la atención —declaró—, y esperaba que tú me ayudaras con él.

— ¿Yo? —bufó Priscilla, como si unas tenazas gigantes le arrancasen las palabras del pecho.

—Pero le conoces —insistió Marlene y Priscilla sintió que no podía respirar—. O, bueno, conoces a alguien que...

— ¡Por Merlín, Floyd! ¿Qué haces sentada?

     La llegada de Sirius hizo a la chica pegar un respingo en su lugar, y Marlene se quedó callada. Priscilla casi hubiera querido llevársela a otro lugar y mantener a los dos adolescentes lo más apartados el uno del otro.

—Venga, que hoy celebramos hasta que Minnie tenga que hacernos dormir con un maleficio —declaró Sirius, cogió a Priscilla del codo y la hizo poner en pie. Llevaba el cabello oscuro revuelto, los labios y las mejillas sonrosados por el alcohol y sus ojos grises brillaban como dos estrellas. Vaya que era guapo. Priscilla no podía culpar a su amiga por interesarse en él, después de todo.

—Ya estuve bailando un rato —notó Priscilla, sin dejar de echar vistazos a Marlene.

— ¿Y conmigo qué? —Sirius no se enteraba de nada—. Ah, que desde que coqueteas con los chicos mayores ya no tienes tiempo para mí.

—Eres un dramático —Priscilla no pudo evitar sonreír, y él aprovechó su descuido para tirar de ella hacía la pista de baile.

—Peter no dejaba de verte, creo que te iba a invitar —comentó Sirius, que tenía cogida a Priscilla de las muñecas y la hacia mover con diversión—. Menos mal que me adelante, no vaya a ser que termina enamorándose de ti.

     Priscilla ladeó la cabeza, viendo las coincidencias en sus intenciones.

— ¿Y quieres impedir que eso pase a toda costa?  —dijo, sacudiendo el cabello al ritmo de la música.

— ¿Sabes? No tengo que darte una lista con cada uno de mis planes e intenciones —y dio una vuelta muy graciosa bajo el brazo extendido de su amiga.

—Debe ser extraño que dos amigos tuyos se enamoren —comentó Priscilla— ¿Eso en dónde te deja?

     La música cambió y una balada más suave hizo a chicos y chicas conectar miradas a través de la habitación. Mary aceptó por pena un baile con Peter, y James, a sabiendas de que no tenía chance con Lily, invitó a una de las chicas de cuarto. Priscilla no esperaba que Sirius la despachara, y afortunadamente eso no sucedió. La voz tranquila y francesa de Francoise Hardy estableció una dulce melodía en el salón mientras las parejas se movían allí, siguiendo las palabras de la canción.

     Sirius le pasó una mano alrededor de la cintura con cuidado, y ella, intentando no pensar en lo caliente que se sentía la palma del chico sobre la tela de su jersey, le puso los dedos alrededor del brazo, más abajo del hombro. Lo extraño vino después, cuando él la cogió de la mano, y así, de repente, Priscilla estaba bailando con su mejor amigo como si fuera...

     ¿Como si fuera qué? Se sentía extraño. No se sentía como haber bailado con Mary, o con Peter incluso. Extrañamente estaba consciente de todo lo que sucedía. De que el aliento de Sirius le movía el cabello sobre la frente, y de su propio corazón latiendo como un tambor. Priscilla pensaba en su mano sobre el brazo de Sirius, y como la sangre le corría en ese instante bajo los dedos y las dos capas de piel. Era lo más cerca que habían estado nunca. Se dió cuenta que, si alzaba el rostro en ese momento, su boca quedaría muy cerca de la de Sirius, de esos atractivos labios sonrojados por el alcohol...

     Priscilla desvió la mirada, más confundida que nunca. Y a través del salón vio a Remus y a Marlene, charlando en dos butacas muy juntas, con la cabeza inclinada hacia el otro. Él parecía avergonzado, se imaginó Priscilla, de que una chica tan deslumbrante estuviera tan embelesada con lo que fuera que él estaba diciendo. Y Marlene le miraba con dulzura y atención.

     Priscilla los comprendió al instante, y al instante se sintió más tranquila. Así que Marlene tenía su ojo puesto sobre Remus, después de todo. La pelinegra srelajó contra los brazos de Sirius, provocando una sonrisa en su compañero, y siguió disfrutando la canción con serenidad. Pero no pudo dejar de preguntarse, porqué se había preocupado tanto en primer lugar.

***

     El domingo por la noche, después de la cena, Priscilla no podía quedarse en la Sala Común. Todos los estudiantes de quinto y séptimo corrían de aquí para allá, estresados por los exámenes que comenzaban al día siguiente. Ella llevaba estudiando un mes entero y no podía procesar más información; en realidad, lo que necesitaba era una buena bocanada de aire fresco. Tenía algo de tiempo antes de que cerrasen las puertas del castillo y cada quien tuviera que quedarse en su Sala Común.

      Priscilla caminó por el borde del lago negro un buen rato. Había pasado mucho tiempo desde el inicio del quinto curso, y cómo habían cambiado las cosas. Severus era quien venía a su mente, aún sin quererlo. Recordaba haberlo abrazado con fuerza aquel primero de septiembre, en el tren, y cómo habían fantaseado con los TIMOs de ése año. Y se habían quedado juntos cuando Lily tuvo que ir a hacer sus deberes de prefecta. En aquel entonces, ella ponía a Severus por delante de cualquiera de sus amigas; nunca le hubiera dejado de lado ¡Quién hubiera imginado lo mucho que las cosas estaban por cambiar!

      Ahora era más egoísta, aunque no podía decir que fuese algo malo. Severus le había destrozado el corazón, era cierto, pero aquello enseñó a Priscilla que debía ser más cuidadosa. Especialmente porque era ilógico esperar que los otros tuvieran más consideración con ella de lo que Priscilla se tenía a si misma. Debía empezar a ponerse a sí misma en primer lugar, y luego dar prioridad a los demás. 

      Priscilla se dio vuelta cuando un chico bajaba los jardines hacia ella. Lo reconoció al instante, y no pudo dejar de mirarle. En realidad, ella se preguntó si Sirius se daba cuenta de las cosas que a él le resultaban naturalez. Caminaba con soltura, casi despreocupado, y de todos modos se veía bien; con el cabello revuelto y la camisa arrugaba bajo la corbata. En cada paso desprendía una elegancia natural, era casi envidiable verle.

— ¿Me viste salir por el retrato? —preguntó la chica como saludo.

—Así fue —respondió el chico con una sonrisa coqueta—. Pero caminas bastante rápido y no tenía ganas de correr, así que te dejé adelantar.

—La Sala Común es asfixiante —dijo Priscilla en cambio—. No pensé que pudiera haber alguien más nervioso que yo, pero... —ella se mordió el labio—. Por el contrario, tú debes estar muy confiado.

     Sirius sonrió. 

—No mentiré. Apenas tengo que repasar el libro para aprenderlo todo —se encogió de hombros—. Pero tú eres una bruja extraordinaria; estoy seguro que saldrás bien. 

—Gracias —suspiró la pelinegra. Miro a Sirius a través de sus pestañas—. Me pongo nerviosa cuando se acercan estas pruebas... Es un alivio que las chicas y tú estéis ahí para levantarme los animos.

      Una sonrisa se deslizó por los labios del chico.

—Eres demasiado adorable para tu propio bien, Floyd —alzó un dedo y le picó la nariz a Priscilla, que se hundió como un botón.

—Debe ser por eso que eres mi acosador —ironizó ella.

—Ja, ja. Mira, en realidad he buscado un momento a solas contigo...

—Estamos a solas mucho rato —notó ella.

—En la biblioteca o en los jardines —replicó él—. Aquí no hay nadie por el contrario. Y yo tengo algo para ti.

     Las cejas de Priscilla se alzaron.

— ¿Un regalo?

     Sirius no contestó, sino que se metió la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo una pulsera.

      La chica dio un paso al frente, No podía ver solo con el reflejo de la luna, así que cogió la pulsera y se puso frente a la luz del castillo para poder ver mejor. Era simple y bonita, con una delgada tira de cuero ajustable que sostenía un ámbar del tamaño de la uña meñique de Priscilla. Ella deslizó un dedo sobre la piedra, embelesada. 

— ¿Te gusta? —preguntó Sirius detrás de ella, y Priscilla tuvo que contenerse para no dar un respingo. El chico se había acercado a su espalda, y aprovechando los centímetros crecidos durante esos meses, miraba sobre el hombro de Priscilla y su aliento le desordenaba el cabello a la chica.

—Es precioso —murmuró entonces, conteniendo las ganas de temblar— ¿Para mí?

—Así es —confirmó Sirius, y soltó una risa aliviada—. Mi tío Alphard me mandó la piedra... Viaja mucho con el montón de galeones que tiene. En fin, le robé a James un collar que no usaba para hacerme con el cuero...

—Sirius, por Merlín —dijo Priscilla con una sonrisita.

— ¿Qué? —se hizo el desentendido—. Tuve que batallar un poco para descifrar cómo afianzar la piedra y hacer el cierre, pero aquí esta. Hecha por mí, para ti.

     Priscilla ya no contuvo la sonrisa en sus labios. Se extendió, larga y extasiada por su cara, en lo que seguía admirando la joya entre sus manos. El ámbar era lo de menos. Que Sirius hubiese tomado tiempo armándola para ella, viendo cómo entregarla de una forma íntima; eso era lo que a Priscilla le importaba.

      Aquello tuvo que haber sido algún tipo de señal para los dos. O el baile que habían compartido la noche anterior. El caso es que, a partir de ese momento en el que Priscilla se dio vuelta y le echó los brazos al cuello para abrazarle, ese detalle había cambiado algo para ambos. Y ambos dejaron pasar ése y un montón de detalles que vinieron después.

*****

como que las cosas comienzan a alterarse, uf...

esta semana estuve dividida entre las clases y mi nuevo vicio; boku no hero. por suerte me armé una especie de horario y si se cumplé podré traerles dos capítulos esta semana.

nos leemos el próximo domingo tkm

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