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Capítulo 1.

1975.

     Eran principios de noviembre y el aire ya se había vuelto frío en todo Hogwarts, cuando en medio de una clase de Pociones en que el profesor Slughorn recibía las pociones hechas en pareja durante la clase del día, Priscilla Floyd se halló echando un vistazo a la ventana que tenía al lado y exhalando un suspiro distraído.

     La caldera se había descompuesto ese día –o más bien, fue hechizada por un par de alumnos revoltosos– y en lo que esperaban al profesor Flitwick (que era experto en encantamientos bromistas) puesto que nadie podía soportar el frío de las mazmorras sin ayuda, la clase de pociones se cambió a un salón vacío y soleado del tercer piso con ventanas amplias.

     Caían las hojas a lo largo de los jardines de Hogwarts y las ramas de los árboles se movían al compás de las fuertes brisas, consecuencia del otoño que pronto habría de acabar para dar paso al magnífico invierno. A diferencia de su amiga Marlene, quien detestaba las lluvias y prefería el cálido sol de primavera y verano que hacía brillar su cabello, a Priscilla todas las estaciones le traían un gusto distinto. Desde estudiar en los jardines, ocultándose del sol a la sombra de un árbol y disfrutando las quejas de Severus sobre las mariposas, hasta recostarse frente a la chimenea de la Sala Común con los dedos congelados y una taza de chocolate caliente que Alice robaba de las cocinas.

—Vale, pues ya la entregué —dijo una voz muy altiva, y Mary se dejó caer en la silla junto a Priscilla, exhalando un hondo suspiro—. Que sea lo que Merlín quiera.

     Priscilla se volvió hacia ella, apartándose el cabello, negro y muy largo, del rostro.

—No sé porqué estás preocupada —murmuró con una sonrisita—. Aunque no confíes en mí, Lily dijo que nos quedó muy bien. Y ella nunca se equivoca.

     Pero Mary se mordisqueaba el labio con indecisión. En la mesa del al lado, Alice y Lily estaban muy ocupadas examinando sus resultados como para fijarse en sus nerviosas amigas.

—Esto nunca me había sucedido —confesó Mary por fin, apoyando el mentón en la palma de la mano. A diferencia de las otras chicas, siempre llevaba su cabello color castaño recogido en una cola de caballo—. Es que desde que empezó quinto año, y la profesora McGonagall dio toda esa charla sobre los TIMOs... no sé, dudo de cada tarea que entrego. Si no aprendo lo que debo ¿Cómo me enfrentaré a los exámenes?

     La sonrisa de Priscilla se borró. La idea de Mary no era tan descabellada, después de todo. Ella había hecho la poción como de costumbre, siguiendo sus cuatro años de aprendizaje... y siendo algo descuidada. Las raíces estaban demasiado gruesas y la poción no pudo espesarse lo suficiente debido a que era momento de entregarla. Tal vez la llama estaba demasiado alta. Mary tenía razón. Ese año no podía conformarse con su experiencia. Debía dar más. El quinto curso era el momento de definir su futuro, y para ello... Necesitaba perfección.

     Mary se enderezó al ver la expresión sombría de su amiga.

— ¿Qué pasa? ¿Crees que falto algo? —Preguntó escandalizada.

—No —balbuceó Priscilla, porque tenía suficiente con sus propias angustias—. Hay que mantener la calma. La próxima vez lo haremos mejor.

    Mary asintió. Aunque era delgada, tenía infladas mejillas y la nariz cubierta de pálidas pecas marrones. Lucía tan simpática , amable y tímida como verdaderamente era. En palabras de la abuela de Priscilla, era todo un libro abierto. Y en él se podía leer que sabía lo que estaba pensando Priscilla, pero prefería no decirlo en voz alta.

— ¡Ajá! —Exclamó el profesor Slughorn, triunfante, a la vez que extendía un pergamino—. Aquí tengo todo, así es... A ver. El último trabajo antes de iros de vacaciones será en grupos. Quiero diez páginas sobre las cinco mejores plantas curativas, con todas sus propiedades y desventajas, claro está. Espero un buen informe, ¿vale? Así os dejaré sin tarea por diciembre.

— ¿Pueden elegirse las parejas, profesor? —Cuestionó Lily después de alzar la mano. Con disimulo, Alice le quitó un taco de papel que tenía enredado en la melena roja; James Potter llevaba toda la clase lanzando ésos e intentando hacerla molestar.

—No, querida —Slughorn sonrió—. Pero los Gryffindor y Hufflepuff os lleváis muy bien, no tendréis ningún inconveniente. Así quedará todo, entonces. Ceyntoth y Max. McKinnon y Petrie. Hopkirk y Fortescue. Evans y Lupin...

      Remus esbozó una sonrisa amable y Lily suspiró con alivio antes de devolverle el gesto. Ambos eran prefectos y mantenían una relación cordial; si bien a Lily le hubiese caído mil veces mejor si él no fuera amigo de los chicos que atormentaban a Severus.

— ¡Eh! —James se inclinó sobre la mesa que compartía con Sirius y le dio un manotazo en la cabeza a Remus—. Nada de moviditas raras.

— ¿Que ahora Remus no puede ligar tranquilamente? —saltó Sirius con malicia—. Tienes el resto del castillo para ti solito.

— ¡Yo no quiero ligar con Lily! —reclamó Remus muy acalorado, y dirigiéndose a la pelirroja, añadió—. No es que seas fea, ni nada así...

     Priscilla y Mary soltaron una risita, y su amiga pelirroja les envió una mirada mortal.

      Por su parte, Slughorn proseguía enumerando grupos sin que los demás escuchase hasta que mencionó al resto de los Gryffindor.

—Horan y Pettigrew. Black y McDonald. Y por último, Potter y Floyd —el profesor comenzó a recoger su pergamino, muy satisfecho.

     Priscilla se mordisqueó el labio, a la vez que al igual que sus compañeros, comenzó a recoger sus pertenencias. Había estado deseando la llegada del almuerzo, pero su estómago se cerró con decisión y algo de revuelo ¿Por qué, de tantas personas en la clase, tenía que quedar con Potter? Incluso el nervioso Peter Pettigrew era mejor. Pero James obraba con alevosía y mala intención, robando equipaje del Quidditch, en el que era todo un campeón, encantando a los profesores con sus inigualable ingenio y proezas con la varita... Tenía de donde presumir. Pero también hechizaba gente a diestra y siniestra, y era especialmente cruel con el mejor amigo de Priscilla.

     Solo que, a diferencia de Lily, ella jamás había podido frenarle sus ataques con valentía o fortaleza. Se limitaba a recoger los libros de Severus cuando los tiraban, a sacudir la tierra de su túnica y a fingir que no veía las lágrimas de rabia que brotaban de los ojos del muchacho.

      Se puso en pie para colgarse la mochila en los hombros cuando James se detuvo junto a su mesa. Era un chico de despeinado cabello negro y sonrisa arrebatadora. La picardía era uno de sus mayores atractivos, razón por la que Mary fingió que seguía guardando sus libros, para no tener que verle. Ninguna tenía experiencia con los muchachos. Por el contrario, Priscilla no veía en él más que a un bravucón.

— ¿Qué te parece, Floyd? —el chico ladeó la cabeza— ¿Nos vemos en la Sala Común en la tarde para preparar todo?

     Pero por encima de cualquier rencilla, estaban sus estudios. Priscilla inhaló hondamente.

—Sí. Pasaré por la biblioteca antes para tomar notas —añadió, solo para engrosar la conversación

     James asintió muy satisfecho, ignorante de la antipatía que inspiraba en la chica, y siguió su camino. A su espalda iba su mejor amigo y compañero, Sirius Black, que les dedicó un corto saludo con la cabeza antes de seguir su camino. Era muy guapo, con su mirada gris reservada y elegante, y el cabello oscuro al que no tenía que ponerle mucho empeño para que se viera bien. Era mucho más cruel, también. A Mary se le cayó el bolso, y Priscilla, poniendo los ojos en blanco, le ayudó a recogerlo.

***

   Priscilla, con el plato vacío frente a ella, escuchaba atentamente el parloteo de Alice, que siempre estaba bien dispuesta a llenar las conversaciones.

—Creo que tendré que recortarlo cuando vaya a casa por vacaciones —sopesó, mirando su cabello castaño, que había recortado sin miramientos antes del inicio de clases, tan drástico que ni siquiera dejó que le tocará las orejas—. La cara se me pone redonda cuando empieza a crecer ¿Ves? Claro que algún día tendré que aguantarlo si quiero volver a tenerlo largo.

      Siempre había sido una chica común, pero el cambio de look añadió algo a su estilo que la hizo verdaderamente guapa. Seguía teniendo el mismo rostro redondo y encantador de siempre, la misma actitud afable y solidaria, con un extra de algo que llamaba la atención.

—Ojalá existiera alguna poción para hacer crecer el cabello de inmediato —suspiró Marlene, que veía una galleta de chispas sin verdadero interés—. Entonces me haría verdaderos cambios en el cabello todos los días.

—Te gusta demasiado tu melena rubia —negó Lily con una sonrisa dulce—. Igual que a Priscilla.

     La mencionada se encogió de hombros.

—Me encanta así —accedió. Y a Severus le gustaba hacerle trenzas en él, pensó, pero no lo dijo en voz alta.

      Alice frunció el ceño.

— ¿Por qué Justin Goldstein te mira con ojos de cachorro? —preguntó, con un dejé extraño en la voz. Las tres chicas se giraron hacia la mesa de Hufflepuff en busca del muchacho, y éste, al verse descubierto, bajó la mirada con las mejillas sonrojadas. Al cabo de unos segundos, volvió a husmear y las chicas fruncieron el ceño.

— ¿A quién está viendo? —Lily ladeó la cabeza, y Alice la señaló con un movimiento de cabeza.

     Las chicas se volvieron hacia Priscilla, quién ahora revisaba muy entretenida sus restos de tarta de frambuesa. Pero aquella fingida tranquilidad no duró mucho, sobre todo porque sabía que sus amigas no iban a desistir hasta averiguar la verdad. Profirió un hondo suspiro y se mordisqueó el labio rosado antes de confesar.

—Puede que me haya invitado a salir la semana pasada. Y que me diera una flor, también —masculló al cabo de unos segundos—. Y puede que lo rechazara y él fuera muy educado al respecto, pero que también se fuera muy decepcionado.

      Marlene esbozó una de sus sonrisas características. En realidad, su picardía se asemejaba mucho a la de James Potter. Con su cabello dorado y brillante, los pómulos altos, labios carnosos y unos brillantes ojos ámbar –que con unos cuantos parpadeos podían conseguir cualquier cosa–, era la muchacha más guapa de todo el curso. Provenía de una antigua y respetada familia mágica, desprovista de cualquier prejuicio. Sabía sacar provecho de cualquier situación, así como poseía un considerable talento mágico.

— ¿Un chico te invitó a salir por primera vez? —dijo en voz baja, y entonces emitió un gemido enternecido, cómo si viera a un bebé—. Chicas, creo que Priscilla está creciendo.

—Habrá que hacer una despedida —añadió Alice, y fingió limpiarse una lágrima.

— ¿Por qué le dijiste que no? —notó Lily.

—Bueno, tú tampoco aceptas a cada chico que te invita —replicó Priscilla, muy ruborizada.

—Como Potter —se mofó Marlene con una sonrisa.

—Potter es una bestia —restó Lily sin prestar mucha atención. Seguía enfocada en Priscilla—. Pero el año pasado dijiste que te parecía lindo Justin. Creo que no pierdes nada con pasear un rato con él.

     Priscilla renegó de la implacable mirada que las tres muchachas le dedicaban, y éstas notaron sus dudas.

—Vamos, Priscilla, ¿por qué no hablas? —pidió Marlene con un puchero—. Yo os cuento todo. Hasta de la vez que Amos Diggory me agarró un pecho.

—Y ustedes calmaron mis dudas la primera vez que salí con Frank, ¿recordáis? —añadió Alice con una sonrisa.

     Priscilla se sintió bastante culpable. No estaba siendo justas con sus amigas, y además, era ilógico. Si cuando las muchachas tenían un problema, ella las aconsejaba con dulzura y las ayudaba a solventarlo, ¿por qué habrían de ser distintas las reacciones de sus amigas?

—Vale. Tenéis razón —aceptó, y algo de color le volvió al rostro—. No es qué Justin me parezca desagradable, ni mucho menos... En realidad me sentí mal por tener que rechazarle. Pero es que a mí me gusta alguien más —confesó por fin—. Y no me pidáis que os diga quién es —añadió con rapidez—. Quisiera callarlo hasta estar segura de qué sucede entre nosotros.

     Las chicas los aceptaron sin problema, sobre todo porque la confesión de Priscilla les había dejado muy sorprendidas, y ni Lily se imaginaba quién podría ser el chico afortunado.

***

      Afuera se desató un verdadero vendaval, y el cielo fue ocupado por los típicos nubarrones que precedían una buena tormenta. Así pues, Severus y Priscilla suspendieron su usual salida a los jardines o a las orillas del lago y se refugiaron en el Gran Salón, junto a los otros jóvenes que de vez en cuando estudiaban ahí por las tardes. Era cálido y aunque faltaba para la cena, ambos tenían varias ranas de chocolate.

—No puedo creer que aún no consiga a Merlín —bufó Severus, dando un mordisco decepcionado a su rana.

     Priscilla esbozó una sonrisa, al tiempo que hojeaba su libro de Herbología.

—Sabes que puedes coger cualquiera de mis cromos —resolvió con tranquilidad—. A mí no me interesan.

—Sí, pero le quitaría toda la diversión —nego el muchacho. Era pálido, con una nariz aguileña y un cabello largo y negro que se negaba a recortar. Y no tenía muchos amigos, claro, a excepción de los magos perversos que en su Casa no faltaban. Pero ellos solo buscaban sacar provecho de Severus, pensó Priscilla, ceñuda— ¿Que te ha dicho la profesora Sprout?

—Me dejará tomar clases especiales —contestó Priscilla alzando la mirada—. Seis semanas, no más. En enero intentaré con Slughorn.

—No tendrás tiempo ni para respirar —notó Severus—. Además, ¿no eres ya lo bastante buena?

     Priscilla se ruborizó. Aunque sabía que no era cierto, que habían mil brujos mejor que ella, le halagaba que Severus pensara así de ella, pues estimaba mucho su opinión.

—Lo dices porque crees que a todo el mundo se le dan tan bien las pociones como a ti —negó ella—. Ya ves que no.

—Jamás he creído eso. Hay verdaderos zopencos —se jactó Severus—. Nada más hay que ver los desastres que hacía Macdonald el año pasado.

—Siempre se ha esforzado al máximo —replicó Priscilla. Severus le dedicó una mirada condescendiente.

—Sé que sois amigas, pero esto es innegable —se encogió de hombros.

     Que las chicas no se llevaban bien con Severus era decir poco. A ninguna de las tres les hacía gracias ese chico perverso, y menos que Priscilla y Lily demostraran genuina preocupación por él. El que estuviera en la casa de las serpientes era lo de menos, para comenzar. Era íntimo compinche de personajes tan feos como Avery y Mulciber, dos chicos empeñados en fastidiar a los hijos de muggles y cuyas familias tenían fama de estar envueltas en la magia oscura y ser fieles seguidores del Señor Tenebroso.

     Priscilla se estremeció. No le gustaba ni pensar en ese hombre terrorífico que comenzaba a desatar una verdadera guerra fuera de los pacíficos pasillos de Hogwarts; así que apartó esas ideas de su mente.

—De todos modos, Mary es talentosa en otras áreas. Nadie la supera en los Encantamientos —declaró, plenamente convencida—. Y si lo piensas, en nuestro año escolar todos son muy prodigiosos. Será una buena promoción de alumnos.

     Severus le dirigió una mirada divertida.

—Hablas como una profesora, Pri —señaló con ternura—. Ni siquiera nos hemos graduado.

—No falta mucho.

—Sí, es cierto —repuso Severus con tristeza, y tras meditarlo, añadió:—. Ojalá pudiera irme de mi casa al cumplir los diecisiete, pero la verdad es que no tengo ni un centavo.

—Si vendieran tus pociones te procurarías una fortuna —le alentó su amiga, tomando su mano por encima de la mesa.

—Tendré que conseguir el TIMO primero —declaró el pelinegro, sin confesar que ya tenía un trabajo anhelado para cuando saliera de Hogwarts: uno que venía acompañado de un tatuaje negro en el brazo izquierdo y la entrega de una vida de servicio.

*

      Sentado en el extremo de la mesa de Ravenclaw, mientras James coqueteaba con un par de chicas risueñas de cuarto año, Sirius Black le dirigió una mirada a dos amigos que estudiaban y se sonreían.

     Eran un chico y una chica, Severus Snape y Priscilla Floyd. Estaban sentados en la mesa de Hufflepuff, la única casa que veía con buenos ojos con su amistad y les permitía tranquilidad. Los Slytherin jamás hubieran permitido a una nacida muggle tomar asiento en su mesa, y los Gryffindor rechazaban sin dudar a cualquier persona que viniera de una Casa con valores tan arcaicos y prejuicios. Así pues, Floyd y Snape procuraban esconderse bajo la sombra de un árbol o en algún rincón oscuro de la biblioteca, donde nadie pudiera molestarlos. Ambos eran personajes que preferían pasar desapercibidos, había notado Sirius, a diferencia de la prefecta Lily Evans, defensora acérrima de Quejicus y de cualquier alumno que sufriera un a
injusticia.

      Y vaya que ocurrían injusticias en aquellos tiempos contra alumnos, y perpetradas por otros alumnos. Las mayores víctimas eran los nacidos muggles, pero solo porque sus atacantes, en su mayoría Slytherin, eran magos familiarizados con la magia oscura y capaces de hacer daño sin dejar muchas pruebas. Y los profesores no podían hacer mucho más que impartir castigos; si no había consecuencias graves en las víctimas, el Ministerio y el Consejo lo tomaba como un "juego de niños". Por eso no faltaban las represalias, las bromas escurridizas e inesperadas que recibían cada cierto tiempo los miembros de la pandilla de Slytherin, como Rookwood o Avery. De ellas se encargaban los valientes, los que no planeaban quedarse sentados a esperar ser pisoteados.

     O al menos, ése era el motivo noble que le pondría Sirius a sus bromas y travesuras, si alguien preguntaba. Si no, él sabía muy bien –y jamás se mentía a sí mismo– que la diversión era el verdadero motor de sus acciones. O lo fue en un principio. Se iba haciendo mayor y ahora quería más malicia, el peligro de ser descubierto, la adrenalina. Más que todo, quería ser cruel con aquellos que se atrevieron a actuar con tanta maldad como lo habían hecho sus propios padres con él.

     Y Quejicus era un gran objetivo. Al chico de cabello grasiento le encantaba reírse de los alumnos menores, y contribuir a las fechorías de Mulciber, pero no era capaz de hacerle frente ni a Sirius ni a James. Eso demostraba lo poco de su valía, pensó Sirius.

      Lo que el primogénito de los Black no podía comprender, sin embargo, era que una chica como Priscilla Floyd –y también Lily Evans– pudiera ser amiga de ese tipo. Eran completamente opuestos. Sirius le había visto a ella llevándose con chicas de su Casa, cómo la guapa Marlene McKinnon y la novia de Frank Longbottom. Era una chica impecable y muy buena estudiante y bruja, si Lily no fuera tan... Lily, ella habría terminado siendo la prefecta. Incluso se sentaba con Macdonald a explicarle temas complicados en clase y Sirius podía jurar que no se había visto metida en un castigo ni una sola vez. Era una chica sencilla, reservada y  ¿Qué podía haber visto, entonces, ella en un tipo como Quejicus?

     No que Sirius estuviera particularmente interesado en saber, pero aún así... Le causaba curiosidad.

     Sintió que alguien le tocaba el hombro, y el chico giró el rostro para descubrir que James estaba poniéndose en pie. El movimiento le sacudió el oscuro cabello sobre la frente y las chicas de Ravenclaw contuvieron un suspiro. Sirius no lo notó.

—Ya empieza el castigo de Minnie —bufó James, señalando el reloj de muñeca que Sirius le había regalado en su cumpleaños. Era todo un récord que aún lo conservase—. Adiós, señoritas.

     James se inclinó para susurrar algo en el oído de su próxima conquista, una linda chica de cabellos cobrizos. Ella rio, pero no respondió nada. Sirius, por el contrario, solo les dirigió un guiño al resto de las muchachas antes de irse con James. Ellas confundieron su reserva durante la conversación con algo de altivez y aires de misterio. Después de todo, así parecía más interesante. Y no era como si Sirius tuviera que esforzarse en gustarles.

***
hola!!! En este primer capítulo podemos echar un vistazo a la vida de Priscilla y las cavilaciones de Sirius, je. Me tiene muy emocionada esta historia porque es algo que planeado con mucho cariño, para ponerle todo mi esfuerzo y hacerle justicia a este Fanfic que lleva años rondando mi mente.

Besos, no leemos pronto.

04/04/2021; 23:13

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