Capítulo 08. Mal pronóstico.
principios de abril.
Al cabo de un tiempo las cosas con Lily volvieron a su cause, y puesto que ella era la única que se mostraba renuente a la amistad entre Severus y Priscilla, en la vida de esta última todo volvió a la normalidad. O casi. Mucha gente siguió creyendo que ella y Sirius eran pareja algo así, y se sorprendieron que, cuando éste empezó a salir con una chica de Hufflepuff durante un tiempo, la amistad entre Priscilla y Sirius no se rompiese y siguieran tratándose. Incluso a las chicas les pareció algo extraño, porque muy en el fondo habían creído que Priscilla mentía y había algo más entre ella y Sirius.
A Priscilla no le resultó nada extraño. No le incomodaba con quién saliera Sirius ni lo que hiciera en su tiempo libre, mientras tuviera tiempo para ella. Sí, se oía bastante egoísta, y jamás lo admitiría en voz alta. Pero le gustaba pasar el tiempo con Sirius. La hacia reír, era carismático y un excelente conversador. Priscilla no recordaba haberse llevado tan bien con algún chico jamás. La mayoría del tiempo ella tenía que arrancarles las palabras o ellos la invitaban a salir una vez y ella comenzaba a evitarlos para ahorrarse el tener que rechazarlos.
Pasó febrero y la nieve comenzó a derretirse. Sirius le regaló una cesta con un montón de dulces por el día de la amistad y luego se fue con su nueva novia a Hogsmeade, mientras que Lily, Priscilla y Mary disfrutaron un buen hidromiel de la señora Rosmerta. Marlene tenía novio y con Alice había organizado una cita doble. James Potter había intentado conseguir su anhelada cita con Lily, pero está demás decir que eso no sucedió.
A finales de marzo James cumplió los dieciséis y los chicos no dejaron pasar la oportunidad de montar una pequeña fiesta en la Sala Común. Incluso Lily asistió, con la placa de prefecta en el pecho, guiada por las insistencias de sus amigas. Priscilla bebió cerveza de mantequilla toda la noche y bailó un poco con Peter, quién no dejaba de pisarla y se sonrojó cuando Priscilla le aseguró que no había ningún problema en ello. Y, verdaderamente, la situación le había parecido más cómica que otra cosa.
—Aquí tus raíces recién cortadas —anunció Sirius y le extendió la tabla. Priscilla las cogió después de agradecerle y las dejó caer en su caldero, que burbujeaba a baja llama.
Estaban compartiendo asiento en casi todas las clases de Pociones. Ahora que Priscilla se había quedado sin compañero,y ya que a Sirius le gustaba verla impresionada cuando demostraba lo inteligente que era, hacían una buena dupla. Sirius seguía sentándose con James durante las otras clases y este se quejaba dramáticamente de como, por culpa de la chica, su mejor amigo lo dejaba de lado.
—Me parece que el año que viene tendrás un lugar asegurado en el Club de Eminencias —bromeó Priscilla, y Sirius negó con la cabeza.
—Diría que no pero sería falsa modestia —contestó—. Igual creo que también estarás tú, y Evans, y Max y un montón de gente de nuestro año.
—Somos todos unas promesas —Priscilla se inclinó para oler el contenido en su caldero. Llevaba el cabello recogido en una larga trenza negra—. Pero eso no me quita los nervios. Cada día despierto y veo que falta un poco más para los TIMOs.
Sirius sonrió— ¿Te preocupa eso?
—Bueno, no creo que debamos confiarnos —explicó Priscilla.
— ¿Ya decidiste qué quieres estudiar? —Sirius apoyó los codos sobre la mesa—. Si lo sabes será más sencillo ver en qué te tienes que esforzar y que no. Como haré yo —explicó Sirius, que había decidido convertirse en auror, al igual que James y otras diez personas más en su curso. Todos querían formarse y salir a combatir en la guerra, a defender sus familias y su hogar de Quién-tú-sabes.
Ella se mordió el labio, decidida a no mirarle y delatar los nervios en su mirada. Por Merlín, si con solo mencionar los TIMOs ya comenzaba a sudar.
—Haré todo lo contrario. Primero intentaré conseguir todos los TIMOs que pueda, y cuando tenga las notas en la mano, veré en qué califico —explicó en voz baja. No quería hacerse ilusiones, no cuando soñaba con algo tan difícil.
—Vamos, Priscilla, anímate —Sirius le picó el hombro—. Eres súper inteligente.
—Yo diría aplicada —le corrigió Priscilla con sutileza, y echó una mirada a Slughorn, que empezaba a pasearse por las mesas.
—No tienes remedio —murmuró Sirius, pero no estaba enfadado. Se enderezó en su lugar y comenzó a ocuparse de su propia poción.
[...]
La carta de Serena llegó el viernes por la tarde. Priscilla esperaba a Sirius bajo la sombra de un árbol en los jardines, cuando Drianda voló a través del despejado cielo azul y se posó encima de la mochila de su dueña, dónde ululó alegremente. Priscilla sonrió y le rascó con cariño la cabeza antes de tomar la carta atada a su pata.
Reconoció la letra de su abuela de inmediato. De todas formas, sus padres solían escribirle los lunes; era Serena con quién Priscilla se mandaba cartas a deshoras.
Querida Marie.
No tengo buenas noticias. Aunque agradezco que sigas pagando mi suscripción a El Profeta (tus padres no se molestan en leerla, dicen que no entienden nada), ese periódico no dice más que tonterías. Podría conseguir más información sobre la Guerra Mágica de mis amigas en el Callejón Diagon que en sus columnas (aunque a Linda le interesa más hablar sobre las parejas que se fugan para casarse; la semana pasada fue aquel chico tan guapo que trabajaba en la Heladería Fortescue y su novia). Evidentemente hay una censura en El Profeta y es entendible, a ningún político le gusta reconocer su ineptitud.
Cómo has visto, Marie, la he llamado Guerra Mágica. A todas luces, eso es lo que es. Ya no solo hay ataques a muggle propinados por los mortífagos de Quién-tú-sabes sino contraataques provenientes de la Orden del Fénix. Ofrecen protección a los perseguidos; los hijos de muggles y cualquiera en desgracia con Quién-tú-sabes. Por los momentos, en Hogwarts estás a salvo y no hay ningún motivo para creer que durante las vacaciones podrían interesarte en ti. Por ahora van tras los peces gordos, como Dirk Creswell.
Claro que ambos bandos mantienen la identidad de sus miembros en absoluta discreción, alguno que otro rumor corre por ahí sobre sus nombres. Muchos dicen que el líder de la Orden es el director de tu colegio, ese tal Dumbledore. No me sorprendería; en el mundo mágico confían mucho en él y su buen juicio. Es un mago extraordinario y sabes que derrotó a Grindelwald en su tiempo.
Te cuento todo esto con la mayor crudeza para que entiendas que, si bien los muggles (incluso tus padres), ignoran la gravedad de la situación, yo no soy ninguna tonta. Y tampoco estoy indefensa como habría de esperarse. Hemos de tomar precauciones, por supuesto, ya que eres hija de muggles y perteneces al grupo que Quién-tú-sabes pretende eliminar. Me he mudado con tus padres por un tiempo indefinido y puedes estar segura que estarán a salvo conmigo. Ha llegado el momento de que te confiese algo muy importante, mi querida niña, cuando vuelvas a casa por vacaciones. Es ahora cuando nuestros lazos deben hacerse más fuertes y los secretos no tienen cabida aquí.
Escríbeme cuándo sea que necesites, pero no dejes que nada de esto te preocupe más allá de lo inevitable. Ahora debes concentrarte en tus exámenes y en aprender todo lo posible si es que quieres valer cuando salgas del colegio.
Te quiere, Serena Irina Floyd.
Priscilla terminó de leer la carta con un sabor amargo en la boca. Drianda debió notar su cambio de humor, porque le dió un cariñoso picotazo antes de alejarse volando a la lechucería, dónde seguro conseguía más comida que frente a una atónita Priscilla. En realidad, esta ni siquiera había notado al chico que bajaba por el jardín y se aproximaba a ella con las manos repletas de chocolate envueltos en un papel metálico, ni lo notó cuando se sentó frente a ella y le dejó los chocolates sobre la mochila.
—Eh, ¿te encuentras bien? —preguntó Sirius, al notar que no dejaba de mirar la carta.
Priscilla dió un respingo en su lugar y evaluó todo a su alrededor, descubriendo al chico sentado frente a ella y sus ojos grises preocupados.
—Yo... Sí, por supuesto —carraspeó para recuperar la voz. Se pasó una mano por el rostro, intentando organizar sus palabras—. Es que mi abuela me mandó una carta y... La situación se ve bastante mal —concluyó, sin mencionar ese secreto de su abuela.
— ¿Que situación? —cuestionó Sirius sin llegar a comprender. Nadie imaginaria jamás que una anciana estaba tan bien informada sobre todo lo acontecido en el mundo mágico, después de todo.
Priscilla apretó los labios y cogió un chocolate. Le quitó la envoltura y lo masticó con lentitud, esperando que el azúcar le subiera un poco los ánimos. Después de todo, la situación en el mundo mágico no había mejorado, ni dejado de ocupar un lugar preocupante en su mente... Pero a veces podía vivir con ello mejor que otras.
—Es sobre Quién-tú-sabes —dijo por fin, clavando los ojos azul violeta en Sirius—. Y sus seguidores. Los...
—Mortífagos —completó el muchacho con voz trémula.
—Mi abuela es buena para hacerse amigas y tiene un par de cotillas que conoció en el mundo mágico que le informan de todo —continuó—. No ha dicho nada que yo no supiera ya. Solo fue más cruda. Creo que me afectó más de la cuenta porque aquí, en el colegio, es más fácil olvidarse de lo que pasa afuera.
— ¿Estás preocupada?
— ¿Quién no? —rebatió Priscilla, distraída—. Sobre todo porque soy hija de muggles. Igual que Lily y Mary. No será tan difícil para los sangrepura como tú.
—No estés tan segura —la contradijo Sirius, y ella alzó la vista—. Los mortífagos no van sólo tras los hijos de muggles, sino de cualquiera que, según ellos, contamine la estirpe mágica. Como los hombres lobo, los traidores a la sangre... —Sirius negó con la cabeza—. Supongo que es un buen momento para decirte que ya hay muchos mortífagos en mi familia.
Priscilla abrió los ojos, sorprendida ante la confesión, y recorrió lentamente la expresión en su rostro.
—Bellatrix y Cissy ya se casaron y obtuvieron sus marcas. Fue toda una novedad el verano pasado —la amargura se desbordaba en su voz—. Andrómeda, por el contrario, se fue de casa y está saliendo con un nacido muggle... Quemada del tapiz —Priscilla no sabía a qué se refería, pero le dejó continuar—. He intentado hablar con Regulus, que está decidido a unirse en cuanto cumpla los dieciséis... Creo que no voy a convencerlo.
—Y tú... —ella dejó las palabras al aire.
—Yo sólo estoy contando los días para irme de esa maldita casa —masculló Sirius, y su expresión era más sombría que nunca—. Yo voy a luchar por lo que está bien, por lo que es correcto.
Priscilla sonrió, sintiendo que un nudo e deshacía en su pecho. No sabía si podía soportar perder a alguien más por culpa de aquella secta, de aquel pensamiento supremacista que Severus había escogido por encima de su amistad. Pero Sirius era un Gryffindor, después de todo. Decidido a proteger al débil y a plantarle cara a lo que viniese.
—Y, mientras tanto, me puedo ir encargando de los gilipollas con aspiraciones a mortífagos que hay repartidos por aquí —bromeó el chico, y Priscilla soltó una risa.
—Como Quejicus —agregó ella, que con los meses sentía cada vez menos compasión—. Lily diría que es terrible, pero lo he visto haciendo de las suyas con otros estudiantes. Lo que tú y James hacéis es darle un buen escarmiento.
— ¿Quién diría que apoyas nuestras travesuras? —comentó Sirius, y se pasó una mano por el cabello con resto relajado.
Ella se inclinó y tocó a Sirius en la rodilla por un momento, llamando su atención, y trayendo un rubor casi invisible a sus mejillas.
—Gracias por hablar de esto conmigo —murmuró Priscilla, y se echó hacia atrás. Se sentía mejor y decidió que haría caso a las órdenes de su abuela—. Tener una familia así... No debe ser fácil.
—Sí, pero por tú dijiste que todo depende de uno mismo, ¿recuerdas?
—Eso fue hace meses —notó la chica.
Sirius no respondió, ni siquiera dió motivos del porqué aún recordaba algo así. Por el contrario, sacó de su mochila el libro que iban a leer esa tarde y se lo extendió a Priscilla.
***
— ¿Que ha pasado con Alice? —preguntó Priscilla, dejándose caer en un sofá de la sala común.
—Ella y Longbottom lo han dejado —explicó Lily, y tomó asiento en el suelo frente a Priscilla. Esta comenzó a recogerle el cabello en partes para hacerle una trenza. Según Marlenne, si se sujetaba el cabello con frecuencia y tomaba bastante agua este crecería hasta formar una melena como la de ella.
—Por Dios, ¿qué pasó?
—Lo que mi madre llamaría "problemas de adolescentes" —contó Lily—. Algo como que Frank tiene amigas muy cariñosas que no logra sacudirse y Alice se vuelve loca de los celos.
— ¿Crees que sea definitivo? —preguntó Priscilla. No sé lo imaginaba.
—Qué va. Sabes que Alice no tiene ojos para nadie más —Lily contuvo un bostezo—. Pero sabes que Frank es mayor, así que ojalá lo retomen antes de que se gradúe el año que viene.
—Claro, porque si se va de viaje puede conocer cualquier cantidad de brujas exóticas —bromeó Priscilla y Lily no respondió.
—Al menos a Alice no le faltan los pretendientes —comentó la pelirroja—. No es que yo los necesite, porque tengo cosas más importantes de las qué ocuparme.
—Como tus deberes de prefecta —apoyó Priscilla.
—Exacto —convino—. Sin embargo, creo que soy demasiado estricta con las reglas y eso espanta a los chicos.
"O porque Potter ha prometido echarles un maleficio mocomurciélagos si se te acercan", cayó Priscilla. En cambio, se echó hacia atrás y contempló encantada la trenza que caía por la espalda de Lily.
—O porque no ven el partidazo que se están perdiendo. A esta edad son todos unos tontos —la contradijo Priscilla, y se inclinó para dejar un sonoro beso en la mejilla de su mejor amiga.
—Vale, pero usualmente nos gustan los tontos —rio Lily y tomó asiento junto a Priscilla—. Como tú con Black.
—No me gusta.
—Pues tampoco te desagrada.
—Es bueno pasar el tiempo con él. Es mi amigo —explicó Priscilla, y se mordió la mejilla con fuerza para evitar sonrojarse—. Sé que a veces puede ser algo tonto, pero... —cabeceó, porque si seguía por ahí terminaría mencionando a Severus.
Lily ladeó la cabeza— Desde que sois amigos, eres más confiada ¿Sabías? Más relajada con los extraños... Antes preferías morir a quedar con alguien que no fuésemos nosotras en los trabajos grupales.
—Es cierto —convino la pelinegra—. Tal vez porque sé que si se meten conmigo, Sirius les echará un maleficio.
Lily sonrió, aunque en verdad no lo sentía. No apoyaba la violencia ni las burlas, y era por ello que vivía bajando puntos a Potter y Black. También era por lo que últimamente discutía con Severus. Él parecía no entrar en razón y Lily estaba cada vez más preocupada. En parte entendía que tuviera que defenderse de los ataques de los Merodeadores, que siempre eran muy crueles con él, pero lo que hacían los amigos de Severus eran cosas iguales, incluso de magia oscura.
—Se acerca el último partido de la temporada de Quidditch, y eso ni tú te lo puedes perder —comentó Priscilla, llamando la atención de Lily; que después de parpadear, retomó el hilo de la conversación.
***
Priscilla contuvo un bostezo y le dijo la contraseña a la Señora Gorda sin muchos ánimos. Tenía un sueño incorregible. Había esperado a Sirius en la biblioteca después de la cena, pero éste desapareció sin dejar rastro. Después de todo, tal vez se había quedado dormido y Priscilla ya tendría tiempo de hablar con él al día siguiente.
El fuego en la chimenea de la Sala Común ya casi se había consumido cuando el retrato se movió, y la salida estaba a oscuras. Lo único que iluminaba el lugar era el resplandor de la luna que se filtraban por las ventanas. Fue por eso que cuando entró en el hueco en la torre, no notó a un chico alto y delgado que en ese momento se disponía a salir.
Ambos tropezaron un poco y al separarse habían cambiado de lugares. Priscilla distinguió bajo la débil iluminación natural el rostro pálido de Remus Lupin. Sobre el chico se decían algunas cosas no demasiado relevantes. Ciertos días al mes estaba débil y enfermo y se saltaba una que otra clase, pero nada más. Severus había estado muy obsesionado con eso (y con los Merodeadores en general) pero Priscilla nunca le prestó demasiada atención a lo que decía. Por boca de Sirius tenía entendido que era un gran amigo y algo así como la voz moral del grupo
—Vaya, lo siento mucho —se disculpó la chica.
—No te preocupes —respondió el chico con voz cansada. Parecía no tener nada más que decir. Tenía el cabello castaño claro y unas finas cicatrices le recorrían el rostro, aunque en opinión de Marlene, eso lo hacía ver muy guapo.
— ¿Has visto a Sirius? —preguntó la muchacha, apartándose el cabello del rostro—. Estuve esperándolo en la biblioteca, pero nunca llegó.
—No, no lo he visto —masculló Remus, balanceándose sobre los pies—. Es decir, después de la cena lo perdí de vista. Ni me imagino dónde podría estar. Sabes cómo es. Hace cosas allí, cosas acá... Se mueve muy rápido. Imposible seguirle la pista. Yo que tú no lo intentaría.
—Vale —aceptó ella, decidiendo ignorar el sospechoso comportamiento del chico—. Esperaré hasta mañana, a ver si lo consigo... ¿Qué haces a estás horas? —preguntó de repente, sin saberlo, la única cosa que Remus quería evitar.
—Voy a la enfermería —puntualizó el chico—. A veces tengo migrañas. Debes haber escuchado lo molesto que es. Madame Pomfrey me da unos remedios para eso.
—Oh. Claro. Ella es muy buena en lo que hace —continuó Priscilla, inconsciente de lo mucho que Remus quería largarse de ese lugar—. En verdad, me gustaría aprender; pero está tan dedicada a su trabajo que me correría en dos segundos —Priscilla sonrió— Así es como debe ser... —se interrumpió cuando Remus hizo un sonriso extraño con la boca— Por Merlín, te ves muy mal ¿Necesita ayuda para llegar a la enfermería?
—No, no... —Remus jadeó—. Gracias por o-ofrecerte. Cuando vea a Sirius, le diré...
El rubio cenizo se dio media vuela para salir a trompicones por el hueco en la pared. Priscilla lo observó marchar, entre confundida y extrañada, mientras que la figura del chico proyectaba sombras entre la luz de las antorchas del castillo, hasta desaparecer en medio de la negrura de un pasillo alejado. Entonces ella dio media vuelta y siguió el camino hacia su dormitorio.
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3/05/2021
Holaa!! Opiniones de del cap? En la semana intentaré traerles un cap sorpresa
Nos leemos pronto ❤️
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