Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 04. Un pañuelo de lágrimas.

     Priscilla se había escondido en un pasadizo secreto del pasillo para llorar con tranquilidad. Sentada en el piso e iluminada solo por la luz que se colaba en ambos extremos del pasillo, pensaba una y otra vez en su discusión con Severus. En las palabras que ambos habían dicho, confesando lo que en realidad sentían el uno por el otro.

— ¿Priscilla? —una voz la hizo alzar el rostro de repente y con alarma. No debía haber nadie más allí. Sin embargo, ahí estaba entre las sombras del principio del pasadizo, una figura alta y delgada con voz de muchacho que al acercarse un poco se descubrió como Sirius Black.

     Ella frunció el ceño al tiempo que deslizaba las manos bajo sus mejillas, para limpiar el rastro de lágrimas, que era demasiado evidente ante su nariz roja y ojos irritados. Sirius debió dejar pasar un az de luz en el momento que movió el cuadro para entrar al pasadizos, pero ella no le había notado.

— ¿Black? ¿Qué haces aquí? —preguntó ella en voz baja, frágil y quebrada por el llanto. Si antes no había notado que la chica estaba llorando, ahora de seguro que sí.

—Yo, eh... tomo este atajo para llegar a mis clase —mintió él. Sin que Priscilla lo notara, se guardó un viejo pergamino entre los bolsillos de la túnica. Terminó por quitarse esa prenda también, mientras se acercaba a ella. Quedando en el uniforme más común— ¿Qué hay de ti? ¿Estás bien?

     Priscilla bajó los ojos azules al piso sin atreverse a contestar durante unos minutos, y esto atrajo la mirada de Sirius hacia el resto de ella. Su túnica reposaba doblada a su lado junto a su bolso lleno de libros. Tenía las piernas delgadas cruzadas de medio lado, lo que mantenía la falda en su lugar, y las mangas de su camisa blanca doblada hasta el codo, con la corbata un poco floja. Toda ella era pequeña, delgada y frágil.

     Sacudiendo la cabeza, el chico se forzó a enfocarse en su rostro de nuevo. Respiró hondo, y dobló sus mangas hasta los codos.

—Vamos, dime —insistió tomando asiento a un lado de ella—. Ya que soy yo quien te ha encontrado llorando, ¿no crees que me debes una explicación?

     Los hombros de Priscilla se movieron cuando estranguló una risa.

—Tienes una manera extraña de pedir las cosas.

—Pero hago reír —le concedió él—. Y doy grandes consejos.

     Priscilla guardó aire unos segundos. No había comentado ese tema con nadie jamás. Marlene lo intuía, pero solo eso. Priscilla no se veía capaz de contárselo a ninguna de sus amigas a los ojos, de repetir laa palabras que Severus había pronunciado y de oír sus exclamaciones de sorpresa. Porque era horrendo.

Sin embargo y por algún extraño motivo, parecía más fácil hablar sobre sí misma con un desconocido, alguien que no tuviese ninguna idea general sobre ella y que en realidad ignoraba la mayoría de los aspectos en su vida. No podían juzgarla abiertamente, como habrían hecho las chicas; o insultarla como el propio Severus.

—Vale —aceptó alzando la vista. Se encontró con que Sirius la miraba fijamente, pero esquivó esto concentrándose en su corbata de Gryffindor—. Me peleé con un amigo.

     Sirius parpadeó, recordando las veces que él y James se habían tirado los libros a través de la habitación.

—Vale.

—Es algo... Terrible —los labios de Priscilla temblaron—. Lo quiero muchísimo... Creo que me gusta. Pero esta pelea fue definitiva y es probable que no volvamos a hablarnos nuca.

— ¿Estás segura? —Sirius alzó una ceja.

—Me dijo algo terrible. Me empujó contra el suelo —exhaló ella, y se retiró la falda de las rodillas para mostrar unas marcas rojas—. Fui yo quien le dijo que más nunca quería verlo, pero solo por lo que él hizo.

     Sirius contuvo las ganas de tocarle la herida, de preguntarle quién era el canalla que había tenido la desfachatez de herirla.

—Si fue capaz de herirte, no merece ni tu preocupación ni tus lágrimas —declaró.

     Pero Priscilla estaba demasiado enfocada en su propio dolor.

—Una parte de mí desearía haberse quedado callada, Sirius —y sonó tan extraño que lo llamara por su nombre que casi no oyó lo que dijo a continuación—. Es que... No puedo sacarlo del apuro en el que está metido, y ahora se quedará tan solo. No quiero que esté solo ni que sufra jamás.

— ¿Y preferirías estar a su lado aunque eso sea injusto para ti?

    Ignorando lo estupefacta que habían dejado sus palabras a Priscilla, Sirius buscó en el bolsillo de su pantalón uno de esos pañuelos que la señora Potter le había aconsejado llevar siempre. Ahora resultaba muy útil. Pensó en ofrecerlo, pero Priscilla lloraba mucho como para poder prestar atención al pañuelo. Así que él se inclinó y presionó la tela contra su mejilla, haciéndola quedarse quieta unos segundos. Como no se apartó, Sirius deslizo el pañuelo sobre ambas mejillas para limpiar sus lágrimas a medida que hablaba.

—Eres una chica maravillosa y se nota que te preocupas inmensamente por él —confesó Sirius sin querer—. Si no se da cuenta de lo genial que eres, si prefiere lastimarte antes que valorarlo, es que es un idiota.

     El corazón de ella dió un bajón, aunque mas por la sorpresa que porque le emocionada sus palabras. Era lo más bonito que le habían dicho jamás, y venía del bromista inmaduro de Sirius Black.

     Priscilla levantó una mano par coger el pañuelo del dominio de Sirius, por lo que él se echó hacia atrás un poco decepcionado. Cuando ella bajó el trozo de tela, descubrió que sus mejillas estaban sonrosadas. Una parte de él espero que fuera por sus palabras y no producto del llanto.

—No sé si deba creerte —confesó Priscilla, aún sin verlo a los ojos.

— ¿Por qué? —Sirius quiso fingir estar ofendido, pero la voz le salió en un jadeo apenado. Una parte de él se sentía tonto por lo que había dicho.

—Podrías estar diciendo todo eso solo para hacerme sentir mejor y no porque sea verdad —explicó en tono bajo—. O podrías decirlo sólo para intentar seducirme, aprovechando que estoy triste.

     Ante esto Sirius echó la cabeza hacia atrás y largó una carcajada, lo que la hizo sonreír. Tenía un cabello largo y una barbilla atractiva.

—Si intentara seducirte, Evans me lanzaría un maldición Imperdonable, querida.

—- ¿Entonces es la primera opción?

—Merlín, tú no das tregua, ¿cierto? —exhaló—. Mira, no se si sea verdad; pero es lo que yo creo.

     Ante las palabras de Sirius, la chica esbozó una sonrisa tímida que a él se le antojó adorable. Al menos un poco, porque de sus ojos seguían cayendo lágrimas silenciosas.

—Bueno, eso es una parte. Pero no solo lloraba por eso —agregó Priscilla como si adivinase sus pensamientos—. También me pone triste el pensar que... Que tal vez he perdido un amigo por... Por lo que pasó. Y no es como si fuera muy buena conociendo gente.

     Sirius quiso reír por lo adorable que le resultaba la chica en esos momentos, como un pequeño cachorro apenado. Más se contuvo, porque parecía genuinamente afectada por la posibilidad de tener un amigo menos.

— ¿Es tan importante para ti?

     Ella lo miró como si fuera tan tonto al punto de tener que preguntar eso. Sus ojos azules violeta estaban brillantes y las pestañas oscuras que los protegían se pegaban por el agua de sus ojos.

—La amistad es lo más importante en este mundo, Black —expresó con seriedad.

—En la clase de Trelawney estuviste de acuerdo con que era el amor.

—La amistad es amor —insistió Priscilla sin detenerse a pensar por qué Sirius recordaba eso todavía.

     Sirius reprimió una sonrisa y una idea tonta se le vino a la mente. Se veía tan increíblemente apenada que Sirius se preguntó cómo podía contribuir a su situación; si se iba del pasillo y dejaba sola con sus penas a aquella chica que valoraba tanto la amistad, se sentiría como un completo idiota. Sirius se dijo que, a fin de cuentas, ella parecía ser una buena chica, alguien con valores y una pizca del sentido del honor. Y el siempre había sido el chico problemas, el que amaba divertirse a costa de cualquier cosa. Pero por algún motivo sintió que tenía el deber de hacer algo bueno por Priscilla Floyd.

—Bueno, ya que no puedo solucionar una cosa, sí puedo hacer algo por lo segundo —se enderezó como si estuviera a punto de realizar un juramento—. Si tanto te preocupa perder un amigo... Yo seré tu nuevo amigo a partir de ahora.

     Por alguna razón, quería hacer lo posible para que ella se sintiera mejor.

—Estás bromeando.

— ¿Por qué jugaría con eso? —Sirius extendió una mano—. Seamos amigos.

—Lo dices cómo si fuera algún tipo de transacción —tenía la frente arrugada, pero una sonrisa tiraba de la comisura de su labio.

     Sirius sonrió, disfrutando que las lágrimas se habían detenido.

— ¿Y no lo es? Escucha. Soy divertido, así que hago reír a mis amigos cuando se sienten mal. Y protejo a los que quiero, así que lanzo hechizos a quienes los lastiman. Más que todo doy apoyo incondicional, hago regalos fantásticos y puedo enseñarte unos conjuros que ni te imaginas. Y yo nunca, jamás, los traiciono.

     Ella entrecerró los ojos hacia el. Ya no lloraba, lo que era una buena señal. Estaba haciendo un buen trabajo distrayendola.

—Mis amigos estudian conmigo para los exámenes —dijo esperando que desistiera.

     Pero Sirius Black no se rendía fácil.

—Me vendría bien una amiga con la que repasar para los TIMOs —mintió, porque no necesitaba estudiar en lo absoluto.

     Aún cuando él la veía fijamente, Priscilla intentó reprimir una sonrisa. Lily y Marlenne la habrían reprendido de haber estado ahí.

— ¿Seguro que quieres ser mi amigo? —preguntó con cautela. El ambiente entre ellos parecía contener un secreto, algo escondido que nadie más debía saber.

     Sirius asintió con seguridad, sin bajar la mano que esperaba ser estrechada. En el rostro tenía una expresión emocionada, la misma que Priscilla había visto antes de que a Remus le explotara una rosquilla en la cara en el comedor y la que ponía antes de cada juego. Pero también parecía sincero, y se había comportado bien con ella. Aún cuando hubiera molestado tanto a Severus, a ella jamás se había tocado ni un pelo.

     Y, ¿no era cierto que el mismo Severus la había visto con desprecio esa tarde? ¿Que la había insultado sin vacilación? Priscilla no le debía ni dos peniques.

—Bien —cuando extendió la mano para estrechar la de Sirius, sintió que el corazón se le salía del pecho. No era común en ella ser tan confianzuda ni tocar a otro chico de buenas a primeras, y menos a alguien como Sirius.

—Y como acto de buena fe, puedes quedarte con mi pañuelo —dijo Sirius sacudiendo el agarre de sus manos con alegría.

***

Sirius Black la acompañó hasta la escalera que daba a su habitación cuando Priscilla le dijo que no tenía muchas ganas de ir al banquete. Caminaron hombro con hombro por un rato, en silencio y disfrutando de lo vacíos que estaban los pasillos de Hogwarts (y nuevamente, ella era unos centímetros más alta que él), aunque Priscilla se descubrió sintiendo cierta tranquilidad a su lado, como si no le fuera a molestar ser vista con Sirius Black.

Cuando finalmente se detuvieron al pie de los escalones, Sirius se encontró ligeramente complacido de verla sostener el pañuelo contra su pecho. Había dejado de llorar, y sólo quedaba como evidencia el rojo irritado de sus ojos.

— ¿Estarás bien? Puedo conseguirte algo de comer y mandarlo con Macdonald —repuso el muchacho metiéndose las manos en los bolsillos.

Priscilla negó con la cabeza, pero la expresión serena de su rostro no se desvaneció.

— ¿Era cierto lo de que estudiaremos juntos? —preguntó en cambio.

—Absolutamente. Pero en enero, querida, no te apresures —estiró un dedo y le dio un toquecito en la frente—. Disfruta las vacaciones y no hagas caso a tontos ciegos.

—Vale —su corazón aún dolía, pero ya no estaba sola—. A cambio, te traeré de las galletas que hace mi abuela en Navidad. Hacen sentir mejor a todo el mundo —confesó ella.

—Espero que así sea —Sirius alzó una ceja—. Eres hija de muggles, ¿cierto?

Priscilla tomó aire— Sí.

—Mi familia estará encantada —ironizó el muchacho.

Priscilla bajó la mirada un segundo. Había escuchado mil y un rumores sobre los Black y su legendaria pureza de sangre, pero en ese momento no le apetecía recordar tan feas historias.

En cambio, decidió zanjar el tema de una buena vez. Aunque su discusión con Severus había sido nefasta y devastadora, Priscilla tenía la certeza de ella había actuado con franqueza y buena moral. De modo que ahí quien debía recapacitar era Severus, y ella tenía que seguir rechazando a cualquier persona con esa clase de pensamientos despreciables que intentara ser parte de su vida. Y esperó que, así como había conseguido un amigo tan rápido después de pelearse con Severus, ocurriría lo mismo si su amistad con Black se iba por mal camino.

—No creo que a ti te moleste que yo sea nacida muggle —resolvió la chica, dispuesta a darle el beneficio de la duda.

     Sirius esbozó una sonrisa maliciosa.

—Por supuesto que no, Floyd. Si estás destinada a ser la más normal de todos mis amigos.

     A Priscilla se le escapó una risa.

—James y tu sois unos alborotadores, es cierto, pero Peter y Remus no tienen nada de inusual —replicó.

—Pues ya ves que las apariencias engañan —resolvió Sirius sin explicar más—. Y, ahora que derrochaste la mitad de tu peso líquido en lágrimas, será un buen acto de mi parte enviarte a dormir.

     Priscilla cabeceó, aún cuando las palabras del chico resultasen intrigantes, en realidad estaba cansada y exhausta. No sólo por lo sucedido a lo largo de ese fatídico día, sino por todo el estrés y la tristeza que llevaba acumulando desde su primer pelea con Severus, desde aquel momento tenso en la biblioteca. Y ahora que no tenía que preocuparse en qué estaba haciendo Severus, en qué lío se había metido o en si ella podía decir algo que lo hiciera molestar, la curiosidad de Priscilla quiso saber cómo iba a ser echarse a dormir sin ese peso en los hombros. Y su corazón empezó a llorar nuevamente al pensarlo.

***

     Aprovechando que sólo faltaban unos días para las vacaciones de Navidad, Priscilla no tuvo que explicar a Lily ni nadie más el repentino alejamiento y quiebre que sufrió su amistad con Severus Snape. El muchacho la esquivaba en los pasillos, ella se sentaba lo más lejos que podía de él en las últimas clases clases, y ambos se las arreglaban para que sus horarios nunca coincidiera cuando Lily quería reunirlos para charlar o estudiar.

     Priscilla se volcó de lleno en los estudios, evitando pasar mucho tiempo con sus amigas, para estas no notasen lo que sucedía en verdad. Lloraba de vez en cuando, al recordar las palabras de Severus y su empujón, o cuando al sentarse sola en la biblioteca, recordaba todas las veces que allí compartieron. Lo extrañaba más que a nada en el mundo, y al mismo tiempo estaba furiosa y dolida por lo sucedido. No planeaba buscarle, y aún así... Una parte de ella esperaba –o más bien, anhelaba– que Severus quisiera restablecer el contacto entre ambos, que apareciera un día con una gran disculpa bajo el brazo.

     Eso no sucedió, y resultó evidente que su amistad no había significado lo mismo o tenido igual importancia para ambas partes.

     Fue Marlene, la buena e incansable Marlene, quién se sentó junto a ella en silencio múltiples veces, que entretenía a las chicas cuando estás intentaban indagar sobre la reciente tristeza de Priscilla y quién le concedió más tiempo y espacio a su duelo. Fue con ayuda de Marlene que, cuando Priscilla se sintió lista para volver a estar en grupos grandes, a reírse y verse feliz, no resultó tan difícil. Quién la incluyó en la conversación y supo aceptar cuando sus ganas de charlas se terminaban.

     Y en medio de la comprensión de Marlene y el lento camino de Priscilla hacia la aceptación, estaba Sirius. Aquel chico extraño, heredero y primogénito de una familia milenaria, adinerada y prejuiciosa. Uno de los magos más brillantes de su curso y el alborotador más cruel que hubiera conocido la escuela. El que disfrutaba de ver a los muchachos de Slytherin intentando apagar el fuego de sus túnicas y a las chicas suspirar cuando él les dedicaba una mirada gris, elegante, altiva. Digna de un Black.

     Sirius la saludaba por los pasillos y la detenía de vez en cuando para charlar un poco, mas no era demasiado lo que pudo conseguir en un inicios, habiéndose Priscilla recluido a sí misma en la soledad. Incluso creyó él que la chica estaba evitando aceptar su trato, pero una observación más detallada a sus últimos hábitos le hizo saber que Priscilla estaba triste y necesitaba un espacio a solas para reponerse. No la conocía demasiado y tampoco sentía preocupación especial por ella, pero era difícil no sentir compasión por unos ojos tan bonitos y tan llenos de tristeza.

     Así que él se conformó con un saludo ocasional, aunque no por eso dejó de estar interesado en qué tal llevaba su despecho. Fue un alivio y casi una decepción que Priscilla decidiera comenzar a salir de su caparazón los días previos a partir a las vacaciones navideñas.

***

     Priscilla arreglaba su baúl mientras Mary y Lily charlaban alegremente de lo que harían en navidades en sus casas. Alice se mantenía callada mientras miraba por la ventana de su habitación, ya que ella no hablaba mucho de su familia ni su vida fuera de Hogwarts, mientras que Marlenne se peinaba el largo cabello amarillo antes de comenzar a recogerlo en una trenza. Esta última ya había dicho que su familia (que era muy grande y respetada en el mundo mágico) se irían de vacaciones a Gales, aunque Priscilla sospechaba que harían más que sólo tomar hidromiel.

Era otro secreto a voces que, mientras los mortífagos hacían sus reuniones y desaparecían y aterrorizaban personas, otras familias mágicas entrenaban en lugares secretos y enfrentaban a los seguidores de Quien-tu-sabes sin miedo algo, y muchos miembros de esas familias terminaban siendo aurores. Una de ella eran los Prewett. Ah, Priscilla todavía podía recordar haber visto a Gideon y a Fabián en los pasillos durante sus primeros años en Hogwarts; ellos ya estaban a punto de graduarse y eran de los magos más espectaculares que hubiera visto. Inteligentes, encantadores, guapos...

Mientras que ella tenía su familia muggle, y por ende durante las vacaciones era difícil estar completamente al tanto de lo que sucedía en el mundo mágico. Priscilla no podía dejar de sentirse como una forastera cada vez que volvía con sus amigos y los oía hablar de los dragones en Rumanía y los campamentos en Gales. Ella tenía la magia; que era parte de sí misma, pero todo lo demás le parecía tan ajeno. Incluso la guerra se desencadenaba fuera de los muros del castillo era extraña; como si en realidad no tuviera derecho a inmiscuirse en todo aquello.

Tal vez, al salir de Hogwarts decidiera ser sanadora. Era una opción que había considerado un par de veces, y más le valía decidirse antes de presentar los TIMOs. Era buena tratando con heridos, o eso le había dicho Madame Pomfrey, y tenía una gran mano para las pociones y ungüentos curativos. Y sería aún mejor si tenía que atender a aquellos que poseían el valor de enfrentar a Quien-tu-sabes.

Priscilla dobló la última corbata y se dejó caer en la esquina de su cama con un suspiro. Por Merlín, que ni sabía cómo había terminado en Gryffindor.

—Ven, déjame arreglarte antes de bajar —sintió que le cogían el pelo por detrás y luego distinguió la voz dulce de Marlenne, que pasó un cepillo con suavidad sobre sus cabellos oscuros—. No sabes cómo me gusta peinarte.

En realidad sí lo sabía, porque Marlenne se lo había dicho muchas veces, pero la dejó estar mientras disfrutaba de sus dedos suaves que movían mechones para aquí y allá. Miró de reojo a Lily, que ahora cuchicheaba con Mary y Alice (Dorcas sólo las escuchaba con una sonrisa), y alcanzó a oír las palabras «Frank», «Potter» y «inevitable». Estas no se dieron cuenta que Priscilla las había descubierto, pero no importaba. Cerró los ojos en medio de una sonrisa, mientras Marlenne terminaba su trabajo.

No sabía por qué, pero ese momento le gustó y lo atesoró en su corazón durante mucho tiempo.

***

La mañana antes de volver a sus casas, Priscilla apenas pudo tomar una magdalena con glaseado cuando Sirius Black se levantó de su asiento y se acercó a donde estaba Priscilla y sus amigas.

Al principio estaba muy concentrada quitando el envoltorio a su dulce. Ya no se fijaba en si Severus había asistido a la comida, y Lily estaba tan ocupada con sus deberes de prefecta que aún no notaba nada. Pero cuando alzó la mirada descubrió a su nuevo amigo acercándose con algo entre las manos que ella no pudo ver bien. Priscilla esperó que pasará frente a su asiento y le saludara con la mano o guiñándole un ojo, como había venido haciendo los últimos días cada que la veía por el pasillo o en la sala común, pero a diferencia de esas veces, Sirius se detuvo frente a ella y tomó asiento entre Alice y Mary.

—Señoritas —saludó con tono alegre, y entonces dejo ver lo que traía entre las manos—. Mira lo que te he conseguido —dijo a Priscilla, poniendo sobre la mesa una lata de metal de tamaño circular. La destapó y mostró lo que tenía dentro, un montón de galletas brillantes y bronceadas—. Las saqué de las cocinas, pero no puedo decirte cómo. Todo ha sido consentido, eh —añadió mirando a Lily y su placa, y luego se volvió hacia su amiga—. Seguro que no es la receta de tu familia pero he pensado que podría hacerte sentir mejor.

Priscilla estaba tan gratamente sorprendida que entre abrió los labios sin saber que decir. Sirius deseó que no hubiera hecho eso. Y sus amigas, bueno, estas se habían quedado perplejas y callada desde el momento en que Black había tomado lugar en su grupo.

—Vaya, Sirius... muchísimas gracias —murmuró, viéndolo con ojos brillantes—. Ha sido un gran detalle.

—Lo sé —Sirius se encogió de hombros con una sonrisa y volvió a ponerse de pie—. No olvides traerme las mías en enero, ¿vale? Eso te haría una pésima amiga.

Y se alejó con paso alegre y relajado a sus amigos, que ya iban saliendo.

Marlene fue la primera en despegar la mirada de la nuca de Sirius y girarse hacia Priscilla, aunque naturalmente se veía complacida, con una sonrisa tirando de sus labios.

— ¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Lily extrañada.

— ¿Qué cosa? —murmuró Priscilla en cambio, poniendo la lata sobre su regazo.

Su corazón experimentaba una sensación entre cálida y acogedora.

—Eso de Black trayéndote regalos —explicó Mary.

—Para que te sientas mejor —agregó Marlene.

Priscilla esbozó una sonrisa natural, ni risueña ni embobada.

—Pues por lo mismo que él ha dicho. Somos amigos.

***

recuento de palabras: 3899
25/04/2021, 22:02

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro