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Capítulo 03. Tal vez así sea.

      Priscilla lloró amargamente durante el resto del fin de semana, y cuando llegó el lunes, se sentía bastante mal. Le dolía la cabeza porque casi no había dejado la cama y en cuando el sol le dio en los ojos, una punzada más fuerte la recorrió. Las chicas ignoraban las verdaderas razones de su decaída, creyendo que faltaban pocos días para su periodo y por esto se sentía y veía fatal. Marlene se encargó de conseguirle todo tipo de dulces y bebidas calientes que pudieran reconfortarla, así como Alice le dejó un par de pociones medicinales para el ánimo y la salud.

      ¿Cómo explicarles lo que en verdad ocurría? Lily era la defensora más acérrima de Severus, por mucho que la confianza de Priscilla se estuviera tambaleando, Lily no parecía tan dispuesta a perder la suya. Por el contrario, las chicas no querían ni escuchar el nombre de aquel muchacho tan repulsivo y perverso cuya amistad con las otras dos parecía estar fuera de cualquier parámetro lógico. Priscilla se encontraba sola y sin ningún aliado, y al mismo tiempo, una parte de ella pensaba que tal vez así debía ser, que ella sola tenía que solucionar este problema con Severus. Darle una solución o un final.

      Cuando Priscilla asistió a su clase de Pociones el lunes, llegó bastante temprano, esperando encontrar suerte y que el salón estuviese ya abierto, para escoger una mesa al fondo y evitar ver a Severus en la fila para entrar.

      La puerta estaba abierta, sí, pero Slughorn no se encontraba por ningún lado. En cambio, un muchacho de largo cabello castaño oscuro y complexión delgada pero ejercitada se hallaba frente al gran estante de los ingredientes, moviendo cosas de aquí para allá. Había dejado la túnica sobre una mesa, y llevaba pantalones, camisa de vestir y la corbata de Gryffindor, por lo que no planeaba quedarse mucho tiempo, no hasta la clase. Priscilla, que había debido ponerse un jersey bajo la túnica, se estremeció bajo el frío de las mazmorras que a él parecía no importarle.

      Ella lo vio recoger frascos de una mesa cercana, dejarlos en el estante y llevarse otros tantos con total tranquilidad. Fue hasta que el chico se volvió por completo para acomodar los frascos que se llevaría, que ambas miradas se cruzaron. Era nada más y nada menos que el alborotador Sirius Black. Al verla, se enderezó en su lugar, metió las manos en los bolsillos y adoptó una expresión aparentemente despreocupada.

—Floyd —repuso con calma— ¿Cómo estás?

      Priscilla vio los frascos en la mesa y luego a él, y a él y luego los frascos.

— ¿Estás robando? —preguntó la chica con voz ronca.

—Estoy surtiendo. Surtiendo, querida, porque estaba muy vacío esto —explicó Sirius, y esbozó una sonrisa arrebatadora que, si Priscilla no hubiese tenido los ojos hinchados por el llanto, la habría hecho mirar hacia otro lado después de sonrojarse.

—Te llevas cosas del estante —repuso la chica sin comprender—. Todos esos frascos.

—Están vacíos  —repuso Sirius. Tomó un tarro lleno de centidonias, le quitó la tapa y le dió vuelta. Excepto que nada cayó al piso. Por el contrario, Sirius sacudió el frasco con fuerza, y este continuó sin soltar nada, aparentemente vacío a pesar de lo lleno que se veía en el exterior—. Hechizo ilusorio. Sencillo, sobre todo cuando posees semejante talento que...

— ¿O sea que devuelves lo que habías robado antes? —cuestionó Priscilla.

—Piensas bastante mal de las personas, ¿te lo han dicho? —Sirius blanqueó los ojos, mas no lucía molesto.

      A Priscilla la asaltó un profundo bostezo, y mientras intentaba cubrirlo y se echaba el pelo en la cara para disimular el cansancio y sus ojeras moradas, hizo su camino hasta una de las mesas del rincón, sin echarle otro vistazo a Sirius. Pensó que, si lo que estaba haciendo era malo o necesario para alguna travesura, también era su problema. Si tenía algún tipo de solución, ya la encontrarían los prefectos como Lily. Y sino, ¿por qué rayos se molestaba? Dos noches de entero desvelo no podían dejarle a nadie ánimos para un duelo.

— ¿Puedes encender la caldera cuando te vayas? —preguntó luego de dejar su bolso sobre la mesa, envolver los brazos a su alrededor y apoyar la mejilla en él—. Y cerrar la puerta, por favor. Hace un frío de muerte aquí.

     Desde su lugar, por lo que Priscilla no pudo verlo, Sirius ladeó la cabeza en dirección a esa extraña muchacha que había aparecido con ojos hinchados y ahora parecía dispuesta a dejarlo vaciar todo el estante si le daba la gana. No que fuera especialmente altruista, pero algo sobre sus ojos tristes despertaba la curiosidad de Sirius.

— ¿Estás bien? ¿Planeas pasar el día escondida aquí o algo así? —bromeó Sirius en voz baja.

—Solo quería llegar más temprano. Slughorn no se molestará porque le caigo muy bien —aseguró, sin despegar los ojos de la fría pared de piedra negra a su lado. No era mentira, el profesor adoraba a los alumnos excepcionales casi tanto como a los que tenían grandes conexiones en el mundo mágico.

— ¿Quieres que llame a alguna de tus amigas? —insistió Sirius, dando un paso al frente—. Evans, o aquella rubia que...

     Priscilla se giró a verlo y Sirius calló de inmediato, algo cohibido por sus ojos violetas y la mirada desamparada en ellos. Ella lo evaluó de arriba a abajo, como si recién se diera cuenta de que el chico estaba ahí. Lentamente, empezó a negar con la cabeza son dejar de verle.

—Sé que me veo pésimo, pero solo estoy cansada. Tú sigue en... Lo que sea que estabas devolviendo o qué se yo —murmuró, cansada—. Pero gracias de todas formas —y dándose por satisfecha, volvió a girarse.

***

     Priscilla no sabía que estaba haciendo allí, esperando Merlín sabe qué. Ni siquiera eran muy claras las razones que le habían arrastrado hasta ese lugar.

     Tomó un buen trago de chocolate caliente esa mañana, y luego conversó un poco con sus amigas. Intentaba fingir normalidad frente a ellas, porque después de todo, no quería que descubrieran lo que estaba pasando con Severus. No quería decirles nada, y en realidad las razones de su silencio ni siquiera estaban muy claras ¿Era que acaso no confiaba en sus amigas?

     Luego, cuando las chicas decidieron ir a pasar el domingo en la Sala Común, Priscilla dijo que se uniría, pero primero iba a ir un momento a la biblioteca. Y era verdad, al menos en el momento en que lo dijo. Pero algo sucedió con sus pies que, en coalición con su corazón, la guiaron a través del castillo para dejarla caer a la entrada de las mazmorras, donde se acobardaron. Entonces tomaron otro rumbo, aunque no muy distinto del anterior. La llevaron hasta una ventana de piedra, con vista a uno de los pequeños patios del castillo, donde ella tomó asiento y esperó. Desde allí podía ver la pared derecha de la entrada a las mazmorras, a cada estudiante que iba y venía, pero nadie que no siguiera caminando por el pasillo podría verla. Por lo que ella se quedó allí y espero a que apareciera quien Priscilla quería ver.

    Lo primero que escuchó fue una risa estridente. Era de un muchacho corpulento, y por algún motivo le recorrió una sensación desagradable.

—Ya es hora de que te deshagas de tus amigas las sangresucia —decía Mulciber, y Priscilla apretó los labios cuando los chicos recorrieron los últimos tramos de la escalera. Al autor de la pregunta le acompañaban Avery, Snape y otro muchacho de cabello rubio—. La pelirroja es una maldita piedra en el zapato, siempre restando puntos y poniendo castigos...

—Al menos tiene ciertas cualidades para ser una sangre sucia —rezongó el rubio— ¿Y la otra? No hace más que bajar la cabeza cunado le dices algo. Es tan aburrida.

—Ya, y seguro que tu eres la persona más interesante en todo el mundo —replicó Severus.

—Sabes, Snape, mi padre siempre ha planeado hablarle bien de ti al Señor Tenebroso, cuando sea tiempo de unirnos. Yo mismo creo que podrías llegar a algún lado —comentaba Avery. Era mayor y más alto que los otros dos, y su voz más serena—. Pero si no hay verdadero compromiso con la causa, quedas fuera. Tú lo sabes.

     Snape lo detuvo cogiéndolo de la túnica. Se dirigían en dirección contraria, por lo que no podían saber que habia alguien escuchando su conversación. Priscilla no alcanzaba a verle el rostro a Severus, sino la manera en que sus hombros temblaban.

—Tengo muy claras dónde están mis prioridades —espetó—. Nunca he hecho nada para que dudéis de mi. Os ayudo siempre y me preparo con igual o más esmero que vosotros para unirme a las filas del Señor Tenebroso —se volvió hacia los otros dos—. Os estáis descargando conmigo porque seguís molesto por lo que hizo Black.

—Ya me encargaré de él —replicó Avery al instante, sacudiéndose a Snape—. Sólo quería estar seguro...

— ¿De qué? ¿Crees que cambiaría mi puesto tan fácilmente? ¿Qué renunciaría a todas mis aspiraciones porque sí? —la voz de Severus temblaba, como si se esforzarse por decir aquellas palabras—. Tengo que relacionarme con los demás, al igual que ustedes, aunque lo olvidéis. Esas dos no significan otra cosa para mí.

     Sus voces se apagaron cuando los tres muchachos continuaron la marcha.

***

     Priscilla volvió a su Sala Común como aturdida. Con el corazón congelado y la mente que solo podía repetir una y otra vez las palabras de Severus, sin ser capaz de pensar en nada más.

     Priscilla movió un sillón junto a una de las ventanas de la torre y se quedó allí el resto del día. En la mochila llevaba varios caramelos y chocolates, y fue gracias a ellos que su estómago se mantuvo complacido y en silencio. Poco le importaba que por la ventana abierta se filtrara la fría ventisca decembrina, y mucho menos que su puesto estuviera tan lejos de la chimenea y su cálido hogar. Así pues, los labios se le fueron resecando poco a poco y cualquier lágrima que sus ojos hubieran podido derrramar fue rápidamente evaporada por la brisa.

      No podría decirse que reflexionaba, porque la mayor parte del tiempo Priscilla se limitó a no pensar en nada, a repasar una y otra vez el cielo azul de Escocia y los pájaros que de vez en cuando lo zurcaban. Y otra parte, aunque fuera corta e intercalada, a su mente venía Severus. Sus palabras, sus acciones. Su forma de ser. 

     ¿Podía encontrarle sentido a todo aquello? Había escuchado de sus propios labios la decisión de Severus de unirse a los mortífagos, a las filas de Lord Voldemort... 

     El solo pensar el nombre de aquel mago tenebroso removió todo dentro de Priscilla, le trajo un escalofrío al cuerpo. La primera vez que lo escuchó fue en su propia casa, durante las vacaciones navideñas de tercer año. Su abuela, una señora muggle muy perspicaz que la acompañaba al Callejón Diagon todos los años a comprar los libros, había hecho un par de amigas en el mundo mágico que invitaba a cenar de vez en cuando. Fueron ellas quienes hablaron con Serena Floyd y le explicaron con cuidado el oscuro y denso momento que se cocía a fuego lento en el mundo mágico.

     Priscilla fue vetada de aquella conversación y expulsada del salón de té, pero ante su insistencia, Serena se tomó unos momentos antes irse a dormir para contarle muy brevemente y de manera resumida lo que pasaba. Había magos prejuiciosos en el mundo, quienes venían de familias antiguas y muy poderosas, y pensaban que las personas como Priscilla, que eran hijos de muggle y por alguna rebuscada razón habían conseguido poderes mágicos, no merecían el mismo trato que el resto de ellos. Eran indignos de sus poderes, seres torpes... Sangre sucia.

     Priscilla se estremeció. Podía resumir el tema desde entonces con mucha precisión: y es que la palabra para definirlo era la incertidumbre. Aunque El Profeta ponía anuncios sobre las personas desaparecidas, y obituarios para los que podían encontrar muertos (todo al final y en letras pequeñas), evitaban hablar demasiado sobre el tema. En realidad, llegó a pensar Priscilla muchos años más tarde, lo que pasó durante 1975 no fue nada comparado con lo que vino después. Nadie sabía los nombres de los seguidores de Voldemort, y el rumor de que todos los mortífagos usaban máscaras para ocultar su identidad era conocido. En Hogwarts era fácil deducir, al menos por sus hijos, a los posibles miembros. Aquellas personas que trataban mal a los nacidos muggle y se creían parte de algún culto por ser sangre pura. Los que disfrutaban con las artes oscuras y el sufrimiento de los demás.

     Y Severus... Severus quería unirse a esas personas. Él quería ser parte del reinado del terror. Él pensaba que las personas como Priscilla no eran más que escoria, entonces. Pero aquello a Priscilla no le entraba en la cabeza. Intentó esforzarse en creer en su amigo, en todo lo bueno que conocía del él... Era el mismo Severus, el qué sabía sonreír y verla con dulzura cuando Priscilla se equivocaba, el que le susurraba al oído en la biblioteca. El tímido, el callado. El que ella quería con todo su corazón.

—Hoy estuvimos esperándote —reprochó una voz femenina, y Priscilla apartó la mirada del cielo para enfocarla en la chica materializada a su lado.

     Era Marlene. Lucía tan hermosa como siempre, con las mejillas sonrojadas, los labios pintados con sutileza y el cabello brillante y ondulado. Priscilla pensó por un segundo en sus propias ojeras y la palidez morticia de su piel, y volvió a apartar la mirada. No necesitaba más razones para sentirse fatal.

—Sin embargo, aquí solo estás tú —respondió sin más.

—Sí, porque vine a buscarte. Las chicas planean pasar el resto de la tarde fuera y con razón —Marlene la reprobaba con la miraba—. Este lugar está solo y deprimente. No es bueno para pasar un sábado por la tarde.

     Priscilla se pasó la lengua por los labios, y encontró que estaban rotos y rasposos. No tenía nada para decir.

—Lily habló contigo el otro día y comenzaste a comer. Alegraste la cara. No queremos que te vuelvas a sentir mal, Pri —notó Marlene, con una voz más dulce— ¿Qué es lo que te pasa ahora?

—Lamento si os molesto demasiado —resolvió Priscilla en un susurro. Tenía la voz cortada por el nudo en su garganta.

     Marlene esbozó una sonrisa. Tenía una voluntad de acero, después de todo.

—La cuestión es que no molestas en lo absoluto —explicó—. Nunca nos hablas de cómo te sientes o qué te pasa. Tengo la sensación de que a veces no quieres ser nuestra amiga.

—Pero si yo os aprecio muchísimo —exhaló Priscilla, sorprendida. Sus amigas eran muy importantes para ella.

—Y yo a ti —respondió, tomando asiento en el brazo del sillón—. No tienes que hablar sino quieres; pero es importante que sepas que me preocupo por ti. Estoy dispuesta a escucharte cuando lo necesites. Estoy aquí para ti.

     Priscilla dio una bocanada de aire. Si Marlene seguía hablando y diciendo todo lo que su magullado corazón esperaba oír, ni la fuerza un huracán podría contener las lágrimas acumuladas en sus ojos. En cambio volteó a ver a Marlene, y dejó que la rubia le envolviera los hombros con un brazo. No lo esperaba, pero Priscilla se derrumbó contra Marlene, y ésta la sostuvo sin problema.

—No sé qué decir, o cómo decirlo —confesó Priscilla en voz muy baja.

     Marlene, sin embargo, no necesitaba de muchas palabras. Sabía escuchar a las personas e unir los hilos en sus historias. Era consciente de la gran amistad entre Quejicus y Priscilla, de la manera en que ella le miraba a él y como parecía apreciar más el lazo de lo que una amiga debería. Y el que Priscilla tenía un corazón de pollo no era secreto para ninguna de las muchachas. Así pues, Marlene había oído lo que Quejicus y sus amigos hicieron a Wyatt Longbottom, y luego vio como los hombros de Priscilla cayeron a partir de ese día y a su sonrisa desaparecer. Entonces, la amistad entre una nacida muggle y un aspirante a mortífagos no cuadraba por ningún lado.

—No tienes porqué decir nada hasta que te sientas lista —repitió Marlene—. Pero yo soy tu amiga, Priscilla. Y estoy aquí. No dejo que te hundas ni me lavo las manos cuando te sientes mal ¿No te da eso una idea de cómo debería funcionar la amistad?

— Pero, si hay una discusión... —Priscilla agradeció que no podía ver a Marlene—. Si las dos personas están molestas porque hubo una discusión ¿Cómo saber quién cometió un error?

—Pues examinas el tema con verdadera imparcialidad —resolvió Marlene—. Mira, muchas veces nos preocupamos por los otros más que por nosotros mismos, y por ello les damos soluciones buenas, sanas. Si fuera Lily, o Alice o Mary la que estuviera teniendo el problema por el que tú pasas ahora ¿Qué le dirías que hiciera?

      Priscilla pensó en sus amigas, aquellas chicas buenas de sonrisa incansable, y en cómo se sentiría al descubrir que alguien se había referido a sus amigas de la misma manera en que Severus habló de Priscilla esa misma tarde... La respuesta fue tan obvia que a Priscilla se le rompió el corazón.

     Un puchero tembloroso brotó de los labios de Priscilla, y más rápido de lo que pensaba, ella se encontró escondiendo el rostro entre las manos y dejando que las lágrimas fluyeran. El agua se escurrió entre sus dedos y le empapó el rostro, como si la tristeza estuviera escapándose sin llevarse demasiado con ella, porque su interior estaba aún pesado y dolido. Marlene la sostuvo, aún así, incluso cuando las lágrimas y los mocos empezaron a mojarle la tela de la túnica y parecía que Priscilla no iba a dejar de llorar jamás.

—La amistad es estar allí para escuchar y comprender. Es respetar y apreciar incluso cuando estás frustrado o enfadado —susurró la rubia, con los lastimeros sollozos de Priscilla de fondo—. Es tomar la decisión de aliarte con alguien, de apoyaros. Pero tiene que fluir en ambos sentidos. Ambos deben ofrecerlo. Sino, es que no hay amistad.

***

     Apoyada en una de las columnas de un arco del castillo, Priscilla miraba hacia un muchacho que caminaba a las orillas del lago. La brisa le alborotaba el cabello negro, que ella no se molestó en recoger, pero nada más. Mientras miraba a Severus a la distancia, dónde lo había conseguido porque se sabía su horario tan bien como su propio nombre, Priscilla estaba desprovista de cualquier sentimiento. Su corazón y cada parte de su cuerpo se hallaban envueltos por una imaginaria y fina capa de hielo, cuya misión era protegerla de romperse cuando hiciera lo que era necesario.

     Priscilla avanzó entonces hacia las afueras del castillo. Llevaba una bufanda de Gryffindor y nada más, por lo que sus manos terminaron por entumecerse rápidamente. Ella evitó sostenerlas o mostrar cualquier necesidad de entrar en calor.

—Sev... —llamó, deteniéndose a unos metros del chico. Una fina capa de nieve cubría el suelo y comenzaba a derretirse.

     El muchacho pegó un respingo y se giró hacia Priscilla. Era pálido, con una nariz ganchuda y ojos oscuros como el carbón. Muchas veces Priscilla había descubierto dulzura en esos gestos, pero ésta no era una de ellas. 

—Hola, Pri —saludó el muchacho con una sonrisa— ¿Asumo que ya se te pasó la rabieta del otro día?

     Priscilla se mordió el labio con fuerza.

— ¿Es en serio?

—Mira, sabes que no me gusta pelear contigo —rio Severus, esbozando una sonrisa tranquila— ¿Qué tal si vamos a tomar algo y jugamos damas? Eso siempre te...

—Fue una rabieta. Vale. No debí molestarme por eso —ella se estiró las mangas del suéter hasta las muñecas en un impulso nervioso— ¿Qué te parece esto? Te escuché diciéndonos sangresucia a Lily y a mí, mientras hablabas con tus amigos de Slytherin ¿Te parece ésa una razón válida para molestarme?

     La boca de Severus cayó abierta, y en su rostro se expresó una auténtica estupefacción.

—Yo...

— ¿Qué vas a decir? —espetó Priscilla, dejando fluir toda su rabia y frustración— ¿Qué excusa vas a poner para la mierda de amigo que eres? ¡Un ser despreciable, idiota, canalla!

— ¡Espera! —La frenó el pelinegro, avanzando a trompicones—. Priscilla, escuchaste mal. No lo decía en serio.

     El labio de Priscilla tembló. Por más que intentase contenerlo, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No lo entiendo —confesó por fin—. Lily y yo nunca hemos sido injustas contigo. Somos tu familia ¿Recuerdas? —Con los dedos congelados, se limpió las mejillas—. Severus ¿Esto es lo que en verdad quieres?

     El chico titubeó un segundo. 

— ¿Qué cosa?

—Ellos. Los mortífagos. La magia oscura. Quién-tu-sabes. Hace días pensaba que solo te estabas juntando con malas personas... Ahora veo que tú también estás involucrado en todo eso.

     Parecía que cada palabra le causaba gran dolor a Severus, que esbozó una mueca angustiada.

—Os quiero, Priscilla. Sois mis amigas. Y Lily... —Severus se interrumpió—. Pero esto... Es en lo que soy bueno. Con esta magia. Lo que el Señor Tenebroso nos ofrece... Eso es lo que yo quiero.

—Éso no tiene sentido —negó la chica— ¡No lo entiendo!

     Ahí estaba. Ésa era la verdadera cuestión. Él no podía ser su amigo y un mortífago al mismo tiempo. En ningún mundo lógico podía ser las dos cosas, al mismo tiempo. Severus tenía que tomar una decisión y Priscilla ya no podía soportarlo más.

—Claro que no. Jamás podrías entenderlo —Severus apretó los puños, y toda su cara se transformó—. Allí es el único lugar donde me aceptan. Nunca podré encajar con nadie más. Soy un bicho raro, un mago oscuro....

—Puedes encajar con nosotras. Tu lugar siempre ha sido aquí —insistió Priscilla—. Puedes escoger algo distinto.

— ¡Mentira! Sabes que todos siempre me han mirado mal. Desde los profesores, hasta mis padres y el resto de los alumnos. Sabes que no encajo en ningún otro sitio  —gruñó Severus—. Me uniré a los mortífagos, Priscilla. Allí habrá respeto y poder. Haré que todos me vean por lo que soy.

     Priscilla retrocedió un par de pasos, aturdida. Era como si Severus se hubiera quitado la máscara, revelando por fin aquel rostro horrible y malévolo que sus amigos de Slytherin veían todos los días, el que ella no podía creer que existiera en verdad.

— ¿A cambio de qué? —exhaló ella, con un hilo de voz. Tal vez fue su tono quebrado el que atrajo nuevamente la atención de Severus— ¿De la persecución, de la tortura, de la muerte de personas como Lily y yo? ¿De la escoria?

     Severus palideció.

—Vosotras sois distintas —balbuceó—. Lily...

— ¡Lo que dices no concuerda con lo que haces! —espetó Priscilla, rabiosa, y fuera de sus cabales, le propinó un empujón a Severus. Pero no le movió ni un centímetros. Estaba desprovista de fuerzas, entre el dolor de su alma y la ruptura de su corazón— ¿Cómo quieres que crea que nos consideras mejor? ¡Estás con personas que nos consideran basura, que quieren evaporar nuestra existencia del mundo mágico! ¡Si no haces nada ante sus actos, entonces estás de acuerdo con ellos!

— ¡Bueno, pues tal vez así sea! —explotó Severus, y le devolvió el empujón con tanta fuerza que la tiró al suelo.

     La nieve se tiñó de rojo ahí donde las rodillas de Priscilla se rasparon, y ella se vio sacudida entre la humillación y el dolor. Apretó la nieve bajo sus manos, que volvió la punta de sus dedos azul. Pero ella no podía sentir nada. Había perdido toda la capacidad de emoción.

—Que así sea, entonces —dijo en voz baja, y sus lágrimas cayeron en gotas sobre la nieve. Ella se puso en pie, con los bordes de la túnica congelados, y le dirigió una última mirada a Severus; cuyo rostro estaba pálido y plano como el papel—. Qué aquí termine todo; a causa de tus propias elecciones.

—Pero Lily...

—Lily se dará cuenta de todo, tarde o temprano —una risa ronca brotó de los labios de Priscilla. Incluso ahora, a Severus no le importaba como se sintiera ella; solo Lily—. Y te juzgará con más dureza de la que yo jamás podría.

***
holaaa!! Pero qué fuerte este capítulo, no? Apreciaría q me dejaran sus opiniones sobre toda la pelea y eso, a pesar de llevar varios capítulos escritos este fue complicado porque sabía lo que le va a doler a Priscilla :(
Anyway, nos leemos el prox domingo❣️

18/04/2021, 13:34

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