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Capítulo 02. ¡Aguanta!

     Priscilla y James Potter llegaron a un acuerdo, puesto que ninguno de los dos sentía particular entusiasmo por convivir más tiempo del necesario con el otro. Priscilla se encargaría de recopilar notas e información, así como de acomodarlos, y una vez hecho, se lo entregaría a James para que éste lo transcribiera a un pergamino con pulcritud. Priscilla no se sentía muy tranquila, teniendo que poner parte de su nota en manos de otra persona, pero aquella fue la manera más sencilla de resolver el asunto.

      Así pues, Priscilla se encontraba con Severus en la biblioteca, ambos muchachos enfocados en los libros que habían escogido y sus cuadernos pero compartiendo el espacio como tantas veces lo habían hecho. Madame Pince se hallaba muy agusto con aquellos estudiantes tan educados y silenciosos.

—Ojalá en enero volvamos a tener Pociones juntos —susurró Priscilla, al tiempo que daba vuelta a la página de su libro—. Te extraño en clases.

—Ya nos vemos siempre fuera de clase —sonrió Severus, y se subió las mangas del suéter—. Y así podemos hablar más.

     Priscilla se sonrojó.

—Ya lo sé —bufó ella, y su mirada se arrugó— ¿Qué es eso que tienes ahí?

     La expresión de Severus se petrificó, e intentó cubrirse la muñeca rápidamente. Priscilla lo cogió antes de que pudiera hacerlo y lo atrajo hacia sí. Alrededor de la muñeca de Severus había una gran marca rosada, como de fricción, en la que se habían formado algunas costras ya.

— ¿Qué te pasó? —cuestionó Priscilla en un susurro—. Severus, por Merlín ¿Quién te hizo eso?

—No es nada —masculló el muchacho, y tiró de su brazo con tanta fuerza que a Priscilla no le quedó otro remedio que soltarle.

     La muchacha apretó los labios, muy ofendida.

—Severus, si no me dices ahora mismo quién te hizo eso, iré con el profesor Slughorn —declaró Priscilla—. Con el director, si hace falta.

     Los ojos negros del chico le dirigieron una mirada muy ofendida; pero sabía que Priscilla estaba hablando en serio. Así que a Severus no le quedó otra opción que respirar hondo, y clavando la vista en la mesa –para no tener que ver la expresión compasiva de su amiga–, declaró.

—Fue Potter. Me lanzó un hechizo atabraquium y luego salió corriendo con sus amigos, así que tuve que esperar que perdiera fuera para poder librarme —explicó con un profundo fastidio, aunque se había sonrojado al recordar su humillación—. Pero al intentar aflojar la cuerda, me quemé y ahora tengo estos rosetones.

—No lo puedo creer —boqueó Priscilla— ¡Se supone que Lupin es el prefecto! ¿Y él no hizo nada por detenerlo?

—Jamás hace nada, Priscilla —le recordó Severus con rabia—. No te preocupes. Ya veré una manera de vengarme y darles lo que merecen... Son una pandilla de idiotas, de ególatras manipuladores...

— ¡Severus! —le llamó Priscilla, y estiró una mano a través de la mesa para intentar coger la de su amigo—. No me gusta que hables con tanta amargura.

— ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me quedé callado y esperando otra ronda de hechizos? —bufó el muchacho.

—Me gustaría que hubiera una mejor manera de solucionarlo todo —suspiró Priscilla— ¿Has ido a la enfermería? Tienes que curarte eso.

—Sí, y quedar como un soplón.

— ¡Tampoco debes quedarte callado! —negó Priscilla—. Hay que hablar con un profesor

—Priscilla, no quiero tus órdenes, ni tus lecciones de moral o tus miradas llenas de lástima —espetó él con rabia. Tenía el rostro atribulado, como si solo pudiera pensar en su amargura—. Yo me las puedo arreglar solo. Confórmate con quedarte en una esquina, como haces siempre.

     Priscilla se echó hacia atrás como si le hubieran pegado un golpe. Sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas.

—Yo sólo intento ayudarse —murmuró con la voz quebradiza.

     El pelinegro tuvo la decencia de lucir avergonzado.

—Lo sé. Pero no quiero más intervenciones tuyas o de Lily, ¿está bien? —explicó con un tono más educado, y no pudo evitar sonreír al pensar en lo que él y sus amigos le tenían preparado a esos asquerosos traidores de la sangre—. No te preocupes por mí. Tienes suficiente con los exámenes y todo eso.

     Priscilla apretó los labios. Se sentía dolida y afectada por las palabras de Severus, pero no quería molestarlo más. En realidad, jamás quería que Severus volviera a hablarle de ese modo lleno de rabia, a mirarla como si la despreciara. Así que se guardó sus lágrimas y sus ganas de abrazarlo y prometerle que todo iría bien y bajó la vista hacia su libro. Las letras parecían haberse fundido unas con otras, y la mente de Priscilla no pudo volver a enfocarse en su trabajo por el resto de la tarde.

***

     Priscilla salió de la enfermería caminando alegremente, con el largo cabello negro batiéndose como una espesa cortina a su espalda. Entre las manos llevaba un frasco con una opción verdosa que, en palabras de Madame Pomfrey, harían desaparecer cualquier rosetón o quemadura en cuestión de segundos. Habían sido fácil convencerla, diciéndole que tenía un amigo a quien un hechizo le había salido mal pero le daba vergüenza acudir a la enfermera, por lo que Priscilla querida ayudarlo. Madame Pomfrey sabía que la muchacha era una alumna ejemplar y decente, así que no reparó mucho al momento de entregarle lo que necesitaba. Entonces, Priscilla tuvo la menta perfecta de hacer sentir mejor Severus y dejar atrás aquel feo momento.

     No lo vería hasta la mañana siguiente después del desayuno, así que Priscilla se dirigió a su Sala Común y en el camino se topó con Alice, quien venía con los labios sonrojados y el cabello revuelto.

—No pienso preguntarte de dónde vienes —anunció la pelinegra, reprimiendo una sonrisa. Subieron un tramo de escaleras que acaban de cambiar de lugar.

— ¿Qué más da? —Alice parecía estar en lo más alto de la nube de la felicidad—. Estar con el chico que te gusta es de las mejores sensaciones en este mundo. Es como si tu mente flotara, y no puedes parar de reír tontamente. Seguro te ha pasado con ese chico misterioso tuyo —bromeó, a sabiendas de que la otra no replicaría. En realidad, Alice y las otras chicas habían intentado obtener algún tipo de información sobre el chico sin éxito alguno. Ni siquiera sabían si estudiaba en Hogwarts o era algún muggle con quién solo se escribía cartas.

     Priscilla guardó silencio, mientras pensaba en su tiempo con Severus. La manera en que para él era tan fácil perderse en las páginas de un libro, o se enfocaba haciendo anotaciones y tachones en sus cuadernos de estudio. La mayoría del tiempo, frente a todo el mundo, era un muchacho enfurruñado. Pero cuando estaba con ella –también Lily– y se sentía en confianza, la arruga de su frente desaparecía y era un chico de expresión serena y tranquila. Y Priscilla se encontraba viéndolo en silencio, contestando a sus preguntas en voz baja, como si no quisiera romper el hechizo.

—No me pasa —repuso ella, tranquilamente—. Pero tú y Frank, además de pasar el tiempo juntos, os dais besos y todas esas cosas.

—No lo dudes —afirmó Alice con una risita, después de decirle la contraseña a la Dama Gorda—. De todos modos ¿Donde has estado? Hoy cuando volviste de la biblioteca tenías un aspecto pésimo.

     Priscilla pensó en las palabras de Severus  y la mirada furiosa en su rostro, pero intentó sacudirse aquella sensación mientras cruzaba el hueco en la torre para ingresar a su Sala Común.

—Estaba molesta. Me enteré de que Potter estuvo molestando a Severus otra vez —explicó con voz grave—. Él y sus amigos le pusieron cuerdas en las muñecas y le dejaron unas marcas muy feas.

—Sí, me dijeron que iban a hacer algo así —sopesó Alice, dejándose caer sobre una butaca. 

     Priscilla se congeló en su lugar, y dirigió una mirada perpleja a Alice.

— ¿T-te lo dijeron?

—Sí. Y no puedo esperar a ver lo que le tienen preparado a los otros dos. No me importa si se les va la mano, al menos esta vez tienen una razón —afirmó con contundencia—. Después de lo que le hicieron a Wyatt... Si Frank no me hubiera dicho que me mantuviera alejada, yo misma los lanzaría por la Torre Astronómica.

—No entiendo nada —la detuvo Priscilla— ¿Sabías lo que iban a hacerle a Severus y no hiciste nada? ¿Y qué pasa con Wyatt? —añadió, pensando en el primo pequeño de Frank Longbottom.

     Alice frunció el ceño.

— ¿Y yo porque tendría que haber hecho...? —Su amiga se cortó— Espera ¿No te has enterado?

— ¿Enterarme de qué?

—Pensé que os lo había dicho a todas.

— ¿Decir qué? —insistió Priscilla, comenzando a preocuparse.

—Mulciber y Avery atacaron a Wyatt en las mazmorras el otro día —explicó Alice con una expresión mortalmente seria. Con los dedos se acomodaba las puntas del corto cabello—. Bueno, atacar es ser benévolo con lo que le hicieron. Y Quejicus los ayudó.

—Alice ¿De qué estás hablando? —susurró Priscilla, tomando asiento frente a su amiga— ¿Qué le hicieron a Wyatt?

     Alice exhaló un suspiro.

—No lo sabemos con certeza. Lo tenían arrinconado contra una pared cuando yo llegué, y él estaba llorando. Mulciber y Avery me amenazaron, como si pudieran intimidarme a mi también, pero los hice huir con facilidad; Snape los seguía como un perrito. La verdad es que no son ningunos prodigios —notó Alice con soberbia—. Intenté llevarlo a la enfermería, pero no quiso, así que acudí con Frank y ambos nos encargamos como pudimos. Creemos que usaron un par de embrujos y nada más, además de la intimidación.

—Pero... ¿Por qué? —Priscilla se tapó la boca con la mano.

— ¿Qué otro motivo podrían necesitar que el de ser unos bravucones? Unos amantes de la magia oscura, unos seguidores de Quién-tú-sabes... —el tono de Alice denotaba amargura y molestia, no solo por qué le habían hecho al pobre Wyatt, sino por lo truncada de la situación. Sabía que los dos principales atacantes tenían contactos en el Consejo Escolar, así como que lo que se veía en el colegio era apenas una parte de lo que estaba sucediendo en el mundo; de las atrocidades que podían cometer los magos oscuros—. De todos modos, Wyatt no ha querido soltar palabra sobre lo que le hicieron ni acudir a ningún profesor, por más que Frank y yo le hemos insistido. Dice que podría tener represalias. Así que Frank habló con sus amigos, entre los que están Potter y Black, y decidieron encargarse de la situación. Tienen que ser discretos, pero a ninguno de los dos bandos les conviene que los profesores los descubran.

     Priscilla aguantó la respiración. No podía creer lo que estaba oyendo, o que Severus hubiera podido participar en algo como eso... Y guardar silencio. Había sido fácil para él señalar a Potter como el autor de sus quemaduras, pero se reservó muy inteligentemente lo que él mismo y sus amigos habían hecho a un niño de doce años. Priscilla ya sabía que Mulciber y Avery eran unos personajes despreciables, y que de todos modos Severus se empeñaba en ser amigo suyo, pero aún así... Esto sobrepasaba cualquier límite

—Después de todo ¿Aún crees que Quejicus en una simple víctima? —masculló Alice, rabiosa—. Ni siquiera tiene la decencia de enfrentarse a gente de su edad, y tiene que ir tras niños pequeños... Qué gran valor.

     Priscilla apartó la mirada y arrugó el rostro, como si algo le doliera. Alice no sintió pizca de compasión. Estaba harta de ver a sus amigas defender a aquel chico, pero más horrible le parecía que Snape pudiera ser tan manipulador como para fingir ser un pobre muchacho marginado ante sus ojos.

—Toma —balbuceó Priscilla de repente, y le entregó el frasco que no había soltado en ningún segundo. No miraba a Alice, sus ojos azules enfocaban algún punto más allá de esa dimensión—. Es para quemaduras y heridas de fricción... Le hará bien a Wyatt.

—Gracias —murmuró Alice, tomando el frasco. La expresión destrozada en el rostro de su amiga aflojó un poco su molestia—. Pero, Priscilla ¿Estás bien?

—Sí. Sólo necesito... Algo de aire fresco —explicó Priscilla con aire ausente—. Te veré después —añadió, antes de dar media vuelta y dirigirse al retrato por dónde había venido.

***

—Marlene y Alice se han ido a ver los entrenamientos de Quidditch —anunció Lily, tomando asiento en la mesa de Gryffindor.

     Priscilla arrancó los ojos de la superficie de madera y los movió hacia Lily de mala gana. Frente a ella tenía su plato, apenas llenos con dos brócolis medio mordisqueados y nada más. De todos modos, Priscilla no sentía apetito alguno. No había dormido bien los últimos días, y su mente llevaba recorridos ya tantos kilómetros alrededor del tema de Wyatt y Severus que no podía más. Estaba exhausta. Seguía siendo imposible de creer que Severus hubiera podido participar en algo así, y de todos modos Priscilla había oído de los labios de Wyatt la renuente historia y visto las marcas en su cuello.

     Ahora ni siquiera podía mirar a los ojos a Severus, y de limitaba a responderle con frases vagas o evitar estar en el mismo espacio que él. Por su lado, Severus pensaba que ella seguía molesta por la forma en que le había tratado el otro día y evitaba forzar la situación.

— ¿Por qué no fuiste con ellas? —cuestionó la pelinegra.

     Lily se encogió de hombros, y tomó un plato para empezar a servir comida en el. Unas cuantas papas hervidas, trozos de pollo y ensalada. Todo lucía delicioso, como siempre.

—Hace demasiado frío, y además tengo unos cuantos deberes de prefecta de los que ocuparme —explicó, como si no le importase mucho—. De todos modos ¿Qué haces aquí sola? El Comedor se está quedando vacío y tú siempre encuentras algo que hacer.

—Ya adelanté todas mis tareas. Y en segundo año aprendí que no debo pedir más tarea y menos frente a nuestros compañeros —recordó, arrancándole una sonrisa a Lily—. Creo que dormiré una siesta.

— ¿Por qué no tomamos una gruesa bufanda, suéter y un par de mitones y damos un paseo por los jardines? —se ofreció Lily—. Ya sé que dije que estaba frío, pero será bueno el aire fresco.

     Priscilla contuvo un suspiro, y apartó los ojos de su amiga. Lily era intimidante, no solo por sus espectaculares ojos verdes; sino por la decisión en su mirada y el temple de su carácter. En cambio, Priscilla giró el rostro hacia el Salón a su alrededor. En realidad, aún quedaban muchas personas en las mesas, en su mayoría niños que disfrutaban los postres, y eran los alumnos de últimos años quienes se iban rápido para poder invertir más tiempo en sus tareas. En la mesa de Gryffindor, por ejemplo, Potter y sus amigos se encontraban reunidos a varios metros de las muchachas; aunque no es como si fueran cercanos con los chicos de su casa de algún modo. James y Lily se llevaban demasiado mal, Priscilla y Mary era conocida por ser demasiado calladas y Marlene se contentaba coqueteando con la mayoría. Era Alice, en realidad, quién podía considerarse amiga de todos, porque se movía en cualquier grupo con total libertad.

—No tengo ganas de hacer nada —confesó Priscilla por fin, apoyando el codo en la mesa y escondiendo el rostro en una mano. No tenía sueño, ni estaba a punto de echarse a llorar. Solo sentía una pesadez inhumana en todo el cuerpo, como si unas manos de acero le hubiesen atrapado los hombros y ahora tirasen de ella hacia abajo.

—Ya veo —ironizó Lily, y depositó frente a Priscilla el plato que había estado preparando—. Por suerte, yo estoy aquí y puedo trazarte un plan. Come.

—No quiero —negó Priscilla de inmediato.

    Lily le dirigió una mirada serena. Sabía que su amiga tenía tendencia a los arranques de tristeza y melancolía, pero era tan dada a escuchar y no hablar que era fácil confundirlos con parte de su personalidad.

—Mírate cómo estás, Priscilla. Se te pega la carne a los huesos —la reprendió Lily—. Y no me vengas con que así es tu contextura, porque además te tiembla el pulso y tienes los labios cuarteados. No te cuidas bien. Y no sé porque sea... Pero la única persona que resulta lastimada con este comportamiento eres tú. No la situación o la persona que te están haciendo sentir de esta manera.

     No era normal que Lily fuera tan directa, pero sus palabras surtieron un buen efecto. Priscilla cogió el tenedor, mientras sentía que su estómago se abría de repente, y empezó a engullir la comida en silencio mientras la pelirroja le miraba, triunfante.

     Priscilla aprovechó el silencio para reflexionar las palabras de Lily, y descubrió que, con cada bocado que daba, el letargo iba saliendo de su cuerpo y era remplazado por una molestia inherente hacia Severus. Hacia su buen amigo, el chico del que estaba enamorada. Primero fue una espinita, pero al ir rememorando cosas se sintió cada vez más enfadada. Por la manera tan fea en que la había tratado en la biblioteca y por haber participado en algo tan atroz como el asalto a un niño.

     Y Priscilla consideró decírselo a Lily, pero descartó la idea tras un par de segundos. Porque bajo toda esa furia, estaba el miedo. El miedo a perder a Severus por culpa de sus propias acciones y el que no pudiera recuperarse nunca de ello.

***

— ¿Crees que debamos guardarle algo a Lily? —preguntó Severus, echando una vista a la calle a través de la ventana que tenían en frente—. Sé que dijo que nos alcanzaría, pero me muero de hambre.

     Sev le echó un vistazo a Priscilla, quién descubierta en el acto, tuvo que apartar los ojos que había tenido fijamente clavados en su amigo. No podía dejar de examinarlo cada cierto tiempo, recordando una y otra vez la conversación escuchada afuera de las mazmorras. Y no era muy discreta, tampoco. Severus comenzaba a sentirse incómoda y a preguntarse qué sucedía.

— ¿Pri? —insistió el muchacho alzando una ceja.

— ¿Ah? —Priscilla recorrió el lugar con la mirada—. No, no creo. Tenía que comprar plumas y pergamino, sabes lo meticulosa que es... Tardará un rato.

     Severus asintió entonces y le pidió dos chocolates calientes y unos pasteles al bloc de notas y la pluma flotantes que, pacientemente, esperaban junto a ellos por su orden. Estaban en una sencilla cafetería de Hogsmeade cuya dueña no se molestaba demasiado en la atención al cliente, solo en la comida.

      Priscilla mordisqueó su labio mientras esperaban por su bebida. No dejaba de pensar en lo conversado con Alice y en el pobre Wyatt Longbottom... En que Severus hubiera tenido algo que ver con lo que sucedió a aquel niño.

— ¿Te sientes bien? —preguntó Severus con dulzura, y acto seguido, cubrió la mano de Priscilla que reposaba sobre la mesa con la suya.

     El gesto fue cálido y por un segundo, el corazón de Priscilla se detuvo. Al reanudar la marcha, sus mejillas se sonrojaron.

—Sí —respondió, consciente de que Severus aún no quitaba la mano de la suya—. Estaba pensando en algunas cosas.

— ¿Cómo cuales? —el chico sonrío cuando dos tazas rebosantes de espeso chocolate volaron hasta su mesa y varios trozos de pastel de fresa lo siguieron.

      Priscilla apretó los labios. Su corazón bombeaba con fuerza.

—Severus, hay varias cosas que no me están gustando. Cosas desagradables —masculló—. Sobre ti y tus amigos. Esos Mulciber y Avery...

— ¿Qué tienen? —preguntó el muchacho, frunciendo eo ceño.

—Estaba hablando con Alice el otro día —comenzó la pelinegra, con voz articulada—. Y me contó sobre algo que le hicieron el otro día a Wyatt Longbottom. Como una... Broma.

     Severus esbozó una sonrisa complacida.

—Si es una broma, no creo que haya nada de qué preocuparse —resolvió el chico.

—No es así, Sev —replicó, apartando sus manos de las de su amigo—. Lo atacaron y le hicieron daño. Y Alice me dijo que tú estabas ahí con ellos. Y si ella no hubiera llegado, Merlín sabe qué más habríais...

—No fue así como pasó, Priscilla —la detuvo Severus.

— ¿Entonces lo niegas? —preguntó Priscilla— ¿Dices que ni tú ni tus amigos tuvieron nada que ver con lo que le pasó a Wyatt?

—Priscilla, ¿qué tiene eso que ver? —bufó el pelinegro—. El niño es un llorón. No fue nada serio.

— ¡Yo lo vi, Severus! —se escandalizó Priscilla ante su confesión—. Tenía marcas en el cuello ¡Pero no ha querido soltar palabra sobre qué pasó, porque está muy asustado de lo que podríais hacer si os delata! ¡No puedo creer que hayas hecho algo como eso!

—Me parece ridículo que te pongas así por esa tontería —el chico se cruzó de brazos—. Nos estábamos divirtiendo. Y no me sorprendería que Alice esté exagerando solo porque somos Slytherin.

     Priscilla contuvo la respiración.

—Eso no tiene nada que ver. Aquí lo importante son esas amistades tuyas tan repugnantes...

—Ya vas a empezar —refunfuñó el muchacho, y se echó hacia atrás—. ¡Igual que Lily!

— ¿Disculpa?

—Mira, no todos tienen el mismo sentido del humor. Sólo hay que fijarse en Potter y su pandilla —señaló Severus con la cara arrugada.

— ¿Y ellos que pintan aquí? —balbuceó Priscilla.

—Que solo porque estamos en Slytherin, todos creen que somos unos cretinos y... No dirían lo mismo si estuviésemos tan glorificados como los Gryffindor. Y tú viste lo que me hicieron el otro día.

— ¡Yo te defiendo siempre! Y nunca me han caído bien Potter y su pandilla —lo cortó Priscilla, enderezandose en su lugar—. Aunque no puedo decir lo mismo de ti.

     Severus echó la cabeza hacia atrás, sin palabras.

—Sabes todas las cosas que tus amigos dicen sobre las personas como Lily y yo; los nacidos muggles —continuó Priscilla—. La magia oscura que usan... ¡Todo el rollo de Quién-tú-sabes!

— ¡Aguanta! —Severus intentó frenarla.

—Además ¡No porque ellos sean unos idiotas tienes que hacer lo mismo contra un niño! ¡Alguien que no te ha hecho nada! —agregó la pelinegra, y en las comisuras de sus ojos brillaron las lágrimas— ¡Tú y tus amigos se comportan de manera tan rastrera como Potter y su pandilla! ¡Quién sabe si incluso peor!

      Incapaz de soportarlo un segundo más, Priscilla se puso en pie y recogió su bolso. Dejaba el chocolate intacto en la mesa y a un Severus estupefacto y anonadado por lo sucedido. Ella no miró atrás cuando salió de la tienda, mucho menos se fijó un rumbo y en cambio solo recorrió la calle principal de Hogsmeade.

      No solo estaba molesta con Severus, sino terriblemente asustada por su propio bienestar y el suyo. Temía que, si no encontraba una forma de hacerle recapacitar, lo perdería para siempre. Y más temía que eso a Severus no le importase en lo más mínimo.

***
Buenas noches! Aquí os traigo el segundo capítulo de esta nueva historia. Comentadme que tal os va pareciendo

Nos leemos el próximo domingo❣️

11/04/2021, 22;16

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