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—"TUS LUNARES A LA LUZ DE LA CHIMENEA"

Verde y rojo, eso es todo lo que Seok Jin puede ver ese veintitrés de diciembre. Porque, aunque él se niegue a admitirlo, la navidad se divide en polaridades interesantes, la del espíritu navideño y la del (vamos a inventarle un nombre), anti espíritu festivo.

Uno es ilusión y euforia, la otra es seriedad y perfeccionismo.

Seok Jin se consideraba en extremo perfeccionista, esa es la razón por la que compra los manteles perfectos desde muchos meses antes de las fechas decembrinas; se encarga de que la decoración sea prolija, simétrica y agradable a la vista de sus pupilas de olivo. Sus hebras de chocolate caen con parsimonia sobre su frente, y se permite secar con el dorso de su mano un par de gotitas de sudor que se han adelantado en su piel por el esfuerzo que ha puesto al adornar su casa.

Ho Seok, su medio hermano, lo mira con diversión desde el sofá, mientras observa como el agradable chico de cabellos castaños va de un lado a otro acomodando las cosas. El chico solo se limita a observarle, no hay nada que le interese, pues todos sus invitados han cancelado la velada por el mal clima, entonces, si nadie iba a acudir a cenar, ¿por qué tomarse tantas molestias en decorar todo?

“No lo entiendes, Ho Seokie” le dijo Seok Jin completamente alarmado, “no importa si no vendrá nadie, no importa si cancelaron, siempre llega alguien para navidad. Es decir, siempre han que estar preparados”.

Ho Seok le mira con pena. Sabe lo importante que es la navidad para Seok Jin, sabe el empeño que pone en que cada copa quede reluciente para la que él considera, “su gente”. Pero el clima y la tormenta habían arruinado los meses de anticipación con la que se había arreglado la velada. ¿Y qué se le iba a hacer?

De pronto, mientras Seok Jin acomoda la pierna horneada en el centro de la mesa, asegurándose de que las papitas estén a una distancia simétrica del platillo principal y las bebidas... El timbre suena a través del susurro de los tifones.

“Yo abro” dice Ho Seok, consternado, pues nadie debería poder estar afuera, con la nieve de diciembre calando los huesos aún dentro de los hogares más cálidos.

Seok Jin se pierde en sus preparativos, mientras olvida los murmullos de su hermano hablando con alguien. Piensa que, definitivamente debe repetir ese plan de velada, quizá en año nuevo pueda intentar otra vez... La idea de no ver seguido a sus amigos le ahoga un sentimiento raro en el cogote. No demasiado doloroso porque aún tiene contacto por teléfono casi todos los días, pero molesto, definitivamente es molesto.

“¡No puedo creer que condujeras hasta acá!, estás loco” dice Ho Seok al invitado. Los rizos rubios del visitante están moteados de restos de la violenta nieve, y tiene los labios tiritantes y rojizos. En sus mejillas las pecas se han vuelto coloradas, y parece que los lunares destacan todavía más.

Seok Jin bufa con un descortés fastidio que puede esconder, con la excusa de que debe revisar si el pan está listo en el horno. ¿Qué diablos hacía Tae Hyung en su casa?

“Lo siento” dice en un susurro ronco, parece que está enfermo, pero Seok Jin no se fija  en ello, por supuesto que no, tampoco piensa en la manera tan imprudente con la que ese tipo se cuida. “No esperaba que la tormenta llegara tan pronto, fui a ver a mi madre por navidad, y me regresaba a casa cuando comenzó”.

Seok Jin siente el aroma del pan fresco, es suave, está hirviente, y casi puede imaginar cómo se destrozará bajo su tenedor cuando comience a disfrutarlo. Quería olvidar la presencia de ese muchachito. Quizá se sintió un poco indignado por la manera en la que “ser mayor” no le ayudaba en nada a calmar su nerviosismo. Sin embargo, logró pasearse desde la cocina hasta la sala para saludarle con la gracia del más diplomático de los príncipes.

De inmediato Ho Seok lo invitó a cenar. ¿Y cómo no? Era más que obvio que no podría irse a otro lado. Seok Jin no parecía muy contento con la idea.

Cenaron con amenidad. Tae Hyung contaba historias acerca de la granja, de las clases de saxofón que daba en el pueblo y sobre la forma en la que se había hecho amigo de casi todos los niños. El chico más grande solo se pudo quedar allí, apuñalando la carne en su platillo, como si no se le estuviera derritiendo el corazón al imaginar aquellos ojos cafés mirar a los niños con la dulzura que le caracterizaba.

Se le quedó mirando un rato mientras relataba la anécdota.

Lo cierto es que... Desde hace mucho que se le quedaba mirando. Le gustaba recrear con la mirada el delineado de su mandíbula y las pestañas risadas que adornaban sus grandes ojos; Entonces se reprendió. Hace mucho que las cosas no funcionan de esa manera. Seok Jin tiene muchas cosas en qué pensar. Desde que le habían dado la oportunidad de su vida en Seúl, se había obligado a dejar de pensar en el rubio como una posibilidad romántica. Era más importante su carrera, su trabajo, su vida... De nada serviría quedarse si la única persona que lo ancla a Daegu, no le quiere de la misma forma...

Bah, lo superaría con el tiempo.

Y navidad no duraba para siempre, así que solo tenía que esperar a que el lindo rubio se despidiera, entonces volvería a pensar con claridad, como antes, como siempre.

No supo en qué momento, pero Ho Seok se desapareció escaleras arriba. Lo había escuchado quejarse de que había bebido demasiado y que quería descansar (aunque Seok Jin podría jurar que no había bebido casi nada). Se despidió con una amable sonrisa y después se fue.

Sin saber muy bien qué hacer, Seok Jin se levantó y fue a pegar los pies cerca de la chimenea, en el sofá. Se acurrucó como un gato e ignoró el hecho de que no estaba haciendo conversación con su invitado; De pronto sintió el peso de otro cuerpo caer en el mueble. No demasiado cerca, pero lo suficiente para sentir ese aroma amaderado.

“En otros tiempos, estarías abrazándome, Hyung” exclamó Tae Hyung con un deje de tristeza colándose en el aire como polisón. “Supongo que esos son los privilegios que se pierden al crecer... Como cuando Papá Noel ya no te trae regalos”

Seok Jin no entendió la naturaleza de esa queja. Sin embargo, se quedó callado, esforzándose en no clamar las razones de ese alejamiento.

Desde que Seok Jin se dio cuenta de... De eso, de que estaba sintiendo de más, tomó como medida de protección, la distancia. Ya no podía abrazarlo como cuando eran adolescentes, porque entonces sus brazos querían tenerlo por más tiempo de maneras no acordadas. Se había enamorado de alguien que no le correspondía, no haría su voluntad como si la ilusión de Tae Hyung no importara. Él le veía casi como un mentor, un hermano mayor... ¿Tirar todo eso a la basura por un amor pasajero?

Pensó que aquellas emociones incorrectas desaparecerían con el tiempo; Aún así, aquí estaban, diez años después del nacimiento de esa emoción indeseada, dándole vueltas al mismo tonto pensamiento de siempre.

“Eres un muchacho mayor, Tae Hyung, no necesitas que te mime demasiado” dijo con toda la naturalidad que pudo reclutar desde lo más profundo de su pecho.

Por su parte Tae Hyung pareció titubear. Sin duda, las palabras no eran su fuerte, a menudo era malentendido por las personas, sobre todo por su dulce Hyung, a quien adoraba con el alma. Se relamió los labios, disfrutando, dentro de su imaginación, que Seok Jin los miraba con el mismo deseo que él mismo le tenía.

“Hyung...” balbuceó, incrédulo de lo nervioso que estaba de pronto ante las ideas de su propia mente.

“¿Sí, Tae Tae?” le escuchó decir con mucha seguridad. ¿Por qué se empeñaba en ser cada vez más perfecto?, parecía que cada vez que le visitaba, se hacía cada vez más difícil ignorar sus emociones.

“Yo en realidad... Te mentí, Hyung...” se obligó a confesar.

“¿En el qué?”

“No vine a ver a mi madre. Ellos cambiaron de domicilio la semana pasada, de hecho” exclamó el rubio con una risilla ladina.

Seok Jin no entendió nada. ¿Para qué mentir?, ¿Para ahorrarse quizá los sermones de Ho Seok sobre lo cruel que era no visitar a la familia en navidad?; Lo cierto era que... Él incluso soltaría una mentira grandota con tal de ahorrarse esos noventa minutos de parloteos.

Las llamaradas en la chimenea bailoteaban con dulzura. Los tifones parecían haber mermado y la musiquita en los foquitos navideños era suave y parsimoniosa. Seok Jin sintió a su corazón cálido. Era la primera vez que no se sentía nervioso ni avergonzado en frente del chiquillo. ¿Sería acaso la manera en la que las amables luces bailaban entre sus mejillas?

“Hyung, usted me gusta... mucho”.

De pronto, Seok Jin sintió que las llamas que observaban le quemaban el centro del pecho. Miró sus manos como si buscara algo interesante en sus nudillos, y luego, muy lentamente, con la mirada completamente perpleja, se permitió observar esos dorados rizos alumbrados por el mismo fuego que ahora le quemaba la mente aturdida.

“¿Qué?” escupió con torpeza en lo que pareció un gruñido.

“Entiendo si usted no siente lo mismo. Es solo que... Mañana me voy del estado y... solo... solo quería decirlo antes de irme”.

“¡¿Qué?!”

“¿Ahora está molesto, verdad?” dijo el muchachillo con la cara roja de vergüenza. Parecía que se tropezaba con sus palabras y de pronto se llevó las manos a los ojos para tapar su nerviosismo. “Lo siento mucho, quizá esto es... raro para usted”

“No es lo que...”, entonces se quedó callado. En la mente revolotearon demasiados recuerdos, demasiadas veces en las que, lleno de una pequeña frustración, se obligó a enterrar sus ilusiones en alguna parte, profunda, muy profunda de sí mismo y ahora... Parecía que no podía sacar las palabras que quería decir. Sin darse cuenta, había quedado rojo también. Sentía las orejas hirviendo y dudó que aquello fuera a causa del fuego.

Tae Hyung subió sus piernas al asiento, sin despegar la mirada del fuego. Parecía que quería hacerse cada vez más chiquito. Pero no huyó, se había decidido a que lo diría, y ahora... Podría decir que no se tragó nada, ninguna frase, sustantivo o verdad que le causase dolor de estómago después por el remordimiento. Suspiró muy suavemente, esforzándose por no llorar ahí, en frente de su adorado y honorable hyung. No, él definitivamente no haría las cosas todavía más incómodas, por eso, enterró su cara entre sus rodillas, para darse tiempo de calmarse, de disipar su mente.

Entonces sintió remover el peso del asiento.

Tenía la cara hundida en sus rodillas y no quería ver con ojos propios como su hyung se alejaba de su lado, dejándolo solo. Así que, solo esperó a que la vergüenza se le pasara, entonces iría a dormir a la habitación de invitados en donde siempre se quedaba cuando llegaba de improviso. Y con ese pensamiento en la mente, se acunó en el silencio. Ya casi es navidad... No hay por qué afligirse por cosas tan pequeñitas... ¿no?

Una calidez extraña rodeó su cuerpo.

Coco y madera.

Reconoció aquella cercanía con dulzura y mucha confusión.

Seok Jin lo estaba abrazando.

No le dijo nada. Solo se quedó allí un rato, hasta que ambos corazones acelerados se calmaron, acostumbrados a la cercanía que, sin desearlo, habían extrañado.

“Tae Hyungie...” exclamó Seok Jin con la voz muy suave, como si compartiera un secreto que nadie más podría saber, aparte de Tae Hyung, como si hubiera visto a Papá Noel y no debiese revelar en dónde... “Tú también me gustas... Mucho”.



FIN

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