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꒰🍓꒱ 08

Jimin respiró hondo antes de salir por completo de la casa, sintiendo los ojos de Jungkook quemándole la espalda. La tensión aún colgaba en el aire como una sombra pesada, pero el pelirosa se negó a mirar atrás. Cuando llegó junto a Taehyung, simplemente asintió en dirección al auto.

—Vámonos.

Taehyung, con la mandíbula apretada y el ceño fruncido, obedeció sin una palabra. Caminó hacia su auto, abriendo la puerta del copiloto para Jimin antes de rodearlo y subirse al asiento del conductor. El sonido de las puertas cerrándose resonó en el silencio de la noche.

El motor del auto rugió cuando Taehyung lo encendió, y sin intercambiar una sola mirada, ambos se sumieron en un mutismo incómodo. El ambiente dentro del vehículo estaba cargado, pero ninguno parecía dispuesto a romperlo.

Mientras el auto avanzaba por las calles silenciosas, el de cabello rosa se recostó contra el asiento, mirando por la ventana con la mente perdida en el recuerdo del beso que había compartido minutos antes. El calor de los labios de Jungkook aún persistía en los suyos, como una marca invisible. Kim, a su lado, se mantenía enfocado en el camino, pero la rigidez en su mandíbula dejaba en claro que algo dentro de él hervía.

Cada segundo que pasaba sin que hablaran parecía alargar la distancia emocional entre ellos. Sin embargo, ninguno de los dos se atrevía a romper esa barrera.

Finalmente, Taehyung estacionó dónde vivía Jimin. Apagó el motor y dejó las manos sobre el volante por un momento, como si estuviera debatiendo consigo mismo si decir algo. Pero al final, solo respiró hondo y miró al frente, inmóvil.

Jimin soltó el cinturón, abrió la puerta y, antes de bajar, se giró levemente hacia su amigo.

—Gracias por llevarme.

Taehyung asintió una vez, sin mirarlo, con los labios apretados.

Jimin bajó del auto y cerró la puerta con cuidado, sus pasos ligeros sobre la acera. Cuando llegó a la puerta del edificio, se detuvo por un instante, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros. No miró atrás. Sabía que Taehyung seguiría ahí unos segundos más, vigilante como siempre, antes de partir.

Cuando Jimin empujó la puerta, el eco de sus pasos resonó por la entrada de mármol. El aire frío lo recibió como un recordatorio constante de lo que era esta casa: un imperio disfrazado de hogar. No tuvo que avanzar mucho antes de que lo viera. Park Taejoon, su padre, estaba ahí, esperándolo con los brazos cruzados. Sus ojos oscuros, duros como el acero, lo perforaban desde las sombras.

Jimin sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ya no había escapatoria.

—¿Qué carajos hiciste, Jimin? —La voz de su padre era baja pero afilada, como la hoja de un cuchillo. Su tono no admitía equivocaciones.

Jimin intentó mantener la compostura, pero sus manos temblaban ligeramente.

—No fue nada, solo… me retrasé con unos amigos —respondió, sabiendo que la excusa no lo salvaría.

Taejoon dio un paso adelante, su sombra proyectándose sobre él como una amenaza silenciosa.

—¿Amigos? —repitió con una risa amarga y sin humor—. Te di una misión clara. No era opcional. Te pedí que estuvieras en el lugar indicado, a la hora indicada, para dejar claro nuestro mensaje. Y en vez de eso, ¿qué haces? Sales a divertirte como si todo esto fuera un juego.

El pelirosa bajó la mirada, sintiendo el peso de la decepción en cada palabra de su padre.

—Lo siento... no volverá a pasar —musitó, pero el señor Park no tenía paciencia para disculpas.

—Eso ya no es suficiente, Jimin. —La voz de su padre se endureció, cada palabra cayendo como un martillo—. Si sigues haciendo lo que te da la gana, no te necesitaré más para mis planes ni para los negocios. Estarás fuera.

El impacto de esas palabras golpeó a Jimin como una bofetada. Quedarse fuera no solo significaba perder su posición dentro del imperio familiar, sino también ser desterrado del mundo que había conocido toda su vida. No habría protección, ni poder, ni privilegios. Solo quedaría él, completamente solo.

—No entiendo por qué haces esto, Jimin. —Taejoon lo miraba con el ceño fruncido, como si su hijo fuera un rompecabezas que ya no tenía paciencia para resolver—. Eres un Park. Tienes una responsabilidad. No estamos aquí para jugar. Te di una sola misión, no era tan complicada.

Jimin sintió que las palabras de su padre lo aplastaban, pero no podía encontrar ninguna que le sirviera como defensa.

Taejoon dio un último paso hacia él, deteniéndose a solo unos centímetros.

—Es tu última advertencia —dijo en un tono peligroso, bajo y definitivo—. No habrá segundas oportunidades. La próxima vez que decidas actuar por tu cuenta... quedarás fuera para siempre.

Sin decir más, el hombre se giró y caminó por el pasillo con pasos firmes, como si ya hubiera cerrado el capítulo de esa conversación. El eco de sus zapatos resonó hasta que el silencio volvió a llenar el vestíbulo.

Jimin se quedó allí, inmóvil, sintiendo como si un peso invisible le aplastara el pecho. Sabía que no podía permitirse más errores. Pero también sabía que, a pesar de las advertencias de su padre, había algo en el peligro que lo atraía como una polilla a la luz.

Y, por desgracia, ese peligro tenía un nombre: Jeon Jungkook.

Jimin subió las escaleras hacia su habitación, con el corazón latiéndole en el pecho como un tambor. Las palabras de su padre seguían resonando en su mente.

Pero también alguien más rondaba su conciencia: Jungkook.

Cada vez que el nombre del Jeon cruzaba su mente, una mezcla peligrosa de adrenalina y deseo lo invadía. Era absurdo, lo sabía. Jungkook era precisamente el tipo de persona que no podía permitirse cerca: impredecible, temerario, peligroso y un Jeon. Y, aun así, había algo en él que atraía a Jimin como un imán, como si sus mundos estuvieran destinados a colisionar, sin importar las consecuencias.

Y aunque apenas lo conocía, algo en su interior le susurraba que ya había visto esos ojos antes, como si fueran un recuerdo lejano atrapado en su mente. Los ojos de Jungkook eran oscuros, intensos, como un abismo del que no podía ni quería escapar.

Jimin se mordió el labio, sintiendo cómo una sonrisa involuntaria empezaba a formarse. Era ridículo. Sabía que estaba jugando con fuego, pero esa emoción, esa chispa que sentía, lo hacía sentir vivo. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, hubiera encontrado algo que lo hacía olvidar las reglas, las responsabilidades y el peso de ser un Park.

Se dejó caer sobre la cama, tirando su chaqueta al suelo, y quedó mirando al techo, perdido en sus pensamientos. Sabía que su padre lo vigilaría de cerca después de esta noche, y que cualquier contacto con Jungkook era un peligro.

La imagen de Jungkook no lo abandonaba: su mirada desafiante, su sonrisa torcida. El de cabello rosa cerró los ojos, recordando sus dedos y lo que le hizo sentir.

El pelirosa se pasó una mano por el cabello, despeinándolo sin cuidado. ¿Qué tenía ese chico que hacía que todo en él se sintiera tan caótico pero, al mismo tiempo, tan jodidamente emocionante?

En medio de sus pensamientos, el sonido de su celular interrumpió la quietud de la habitación, vibrando en la mesa con un número desconocido en la pantalla.

Con un ligero nerviosismo, Jimin contestó.

—¿Hola? —dijo, intentando ocultar su curiosidad. Pero al escuchar la voz del otro lado, una risa involuntaria brotó de sus labios. —No son las tres de la mañana.

—¿Y eso qué, fresita? —dijo Jungkook, su tono era coqueto.

—¿No podías esperar un poco más? —le reprochó Jimin.

—La verdad es que no. Estoy impaciente por volver a verte —respondió Jungkook, la voz llena de deseo.

El corazón de Jimin se hundió.

—Esto es peligroso —suspiró, intentando mantener la compostura.

—¿Y eso qué? A mí me encanta el peligro —replicó Jungkook con una risa traviesa.

—¿Quieres morir acaso? —preguntó Jimin, tratando de sonar serio, pero la incredulidad se filtraba en su voz.

—Solo si es en tus brazos, claro que sí —respondió Jungkook sin dudar con un tono juguetón.

El de cabello rosa no pudo evitar soltar una risa, el sonido escapándose de sus labios como si la tensión se desvaneciera en el aire. Era imposible no sentirse atraído por la forma despreocupada en la que Jungkook hablaba de algo tan grave.

—Eres imposible.

—¿Imposible? Yo diría que soy irresistible —replicó Jungkook con una confianza desafiante.

Jimin sacudió la cabeza. Jungkook parecía no poder ser serio, incluso cuando hablaban de situaciones peligrosas. Esa despreocupación le hacía olvidar, aunque fuera por un momento, la realidad que lo rodeaba.

—No estoy seguro de si eso es bueno o malo, Jeon —respondió Jimin, sintiendo que una sonrisa se dibujaba en su rostro.

—A veces lo bueno y lo malo se mezclan, fresita. Es lo que hace la vida interesante —dijo él, y en ese momento, Jimin supo que estaba atrapado en su juego.

—¿Qué piensas hacer ahora?

—No sé, pero definitivamente necesito verte de nuevo. Esta vez, no voy a dejar que te vayas tan fácil —afirmó Jeon.

Quizás el peligro era lo que lo mantenía despierto.

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