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37. Lo prometo

Felix estaba cansado, arrepentido y decidido a quemar el último cartucho que le quedaba. No había nada más en el mundo que lo ayudara a tener una noche de sueño normal. Odiaba su nuevo estatus de "omega sensible" porque él nunca tuvo problemas para ir a la cama y de repente era un puto insomne peor que Bang Ojerasdepanda Chan.

Todo el mundo a su alrededor parecía hacerlo bien. Primero, Jisung y su nueva vida equilibrada, con su tripa creciente y su flamante alfa que besaba el suelo por el que pisaba. Después, Jeongin apareciendo de la nada, después de ignorarlos durante semanas una vez más, con una maldita marca en su cuello, colgado del brazo del pelotinto al que abandonó. DOS. MALDITAS. VECES.

A Felix le iba muchísimo mejor antes de conocer a Changbin, cuando solo eran Jisung, Suni y él contra el mundo. Entonces no sentía, podía fingir que no era un omega, que no necesitaba anidar y que era capaz de hacerse cargo de su vida y la de los Han eficientemente. Pero claro, dejaron de necesitarlo. Y todo se fue al carajo en el momento en el que entró en el dojang hasta arriba de pastillas y tuvo el mejor sexo cósmico (palabras de su amigo) de su vida.

Lo más frustrante era que se trataba del sexo. Joder, Changbin y él hacían un estupendo tándem en la cama, pero también lo hacían fuera, incluso estando en malos términos. Como consecuencia de esa química, Felix sentía un agujero en el centro de su pecho que tenía el ancho perfecto para acoger los hombros del alfa. Y esos hombros eran malditamente gigantes.

Así que decidió que se marcaría un Jeongin, haría de fritas corazón y enfrentaría el último gran comportamiento evitativo de su lista de traumas, para absoluto deleite de su terapeuta.

Esperó cerca del edificio unos 20 minutos, deambulando como un ladrón preparando su gran golpe. En realidad solo estaba dando vueltas a qué decir, qué contarle, cómo lograr que siquiera lo escuchara. Porque no iba a querer escucharlo. Si no lo había hecho después de mandarle un maldito mensaje él mismo, ¿cómo lo conseguiría cuando Felix se había plantado allí sin avisar?

Tengo que calmarme. Tengo que respirar hondo.

—¿Va a subir, joven? —preguntó una anciana, sosteniendo la puerta. Le pareció absolutamente adorable y demasiado inocente para salir sola. Podría estar dejando entrar a cualquier lunático y solo estaba ofreciendo una sonrisa tierna y educación. Los ojos de la mujer lo atravesaron, como si pudiera ver sus verdaderas intenciones.

¿Sabía que iba a humillarse de la última forma que le quedaba? ¿Que pensaba que su dignidad ya no valía nada porque su nido seguía siendo una porquería y necesitaba desesperadamente que Changbin le dirigiera la palabra?

—Sí, gracias, señora... —dijo, con una reverencia. Entró tras ella y los dos se dirigieron al ascensor.

—¿Vives aquí?

—No, vengo a buscar a un amigo.

—Ah, eso está bien. Pídele que te acompañe luego a casa, no me gustaría que un bonito chico como tú sufriera algún daño.

Así que eso era, la razón por la que la anciana lo dejó pasar fue únicamente que su olor era indiscutiblemente omega. Le sonrió, a caballo entre el enfado y la tranquilidad de saber que su aroma servía, al menos, para hacerlo lo suficientemente confiable para entrar a un edificio sin identificarse y robar todo si quisiera.

—Se lo diré, muchas gracias —se despidió, bajándose en el piso indicado.

Miró fijamente a la entrada del apartamento, sin hacer ningún movimiento, con la mochila fuertemente enganchada en su hombro y su estómago hecho un desastre. ¡Lo que faltaba es que me diera diarrea!, pensó, indignado consigo mismo y con las circunstancias.

Resopló sonoramente y, de repente, la puerta ante él se abrió. Se quedó mudo, tal vez por primera vez en su vida no tenía nada que decir. Changbin tenía las cejas altas por la confusión y se observaron por más de un minuto.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Te olí —informó—, ¿qué estás haciendo aquí? —Cruzó los brazos, con la camiseta apretándose contra los bíceps. Felix se distrajo un poquito, muy, muy poquito...

—Quiero hablar contigo...

—Yo no quiero hablar.

—¡Me mandaste un mensaje para hablar! —exclamó, perdiendo los nervios.

—Eso fue hace mucho.

—Y todavía no hemos hablado —replicó. Changbin bufó con cansancio, pero se apartó del marco para dejarlo pasar.

Se quitó los zapatos en la puerta, dando algunos pasos inseguros. La casa se sentía ajena, todo olía a espeso chocolate negro, ya no quedaba ni una pizca del café de Minho, o cualquier otro olor, como, por ejemplo, la menta de ese alfa alto y escandaloso que siempre lo acompañaba últimamente. Eso calmó un poco a su frenético lobo.

—Tienes cinco minutos.

—¿Vas a salir?

—No, pero te dije que no quería estar a solas contigo.

Ese hueco de su pecho se sintió mal. Se llevó una mano al esternón, frotando. ¿Cómo debía empezar? ¿Cómo demonios le pedías disculpas a una persona a la que le habías hecho tanto daño? Daban igual las veces que hubiera ensayado aquel encuentro en su cabeza, en ese instante era incapaz de recordar ni una sola de las frases que quería decirle.

Felix sabía ahora, después de algunas sesiones de terapia y varias intervenciones de Jisung e, incluso, de Minho, que le había roto el corazón a Changbin. Entonces, tenía dos opciones, marcharse para dejarle lamer sus heridas, como el alfa exigía, o hacer lo que siempre hacía: ser como una fuerza de la naturaleza y arramblar con todo a su alrededor. Solo que esta vez trataría de colocar todas esas piezas y reconstruir los pedazos del corazón del chico.

—Gracias por lo del dojang —comentó, de espaldas a él, despeinándose con los dedos—. Te devolveré hasta el último centavo.

—No es necesario.

—No quiero deberte nada, Felix.

—No me debes nada. El dojang es una inversión, un negocio. No tiene nada que ver con... esto...

—¿Tampoco la comida? —Se quedó en silencio, apretando los labios en una línea fina. Su aroma lo delataba, pero intentó contenerlo lo más que pudo—. No necesito que me mandes comida.

—Pero no sabes cocinar y ahora que no está Minho...

—Eso no es de tu incumbencia. Gracias por todo, pero deja de hacerlo —añadió, con un resoplido hastiado, girándose hacia él.

Felix se sintió todavía más culpable, más frustrado, más cansado. Pensó en sus amigos, en sus palabras, en lo que decía la psicóloga. Pensó en su hermana Sarah casándose con un beta, en Jeongin enfrentándose a su abuelo. Necesitaba un golpe de efecto si quería conseguir algo allí. Si seguían hablando discutirían, Changbin lo echaría a la calle y habría desperdiciado su último cartucho. Así que, de entre todos los malos consejos que le dieron, decidió escoger el de Lee Minho.

Cayó de rodillas ante la mirada horrorizada del alfa, bajó su frente al suelo y rezó a todos los dioses que conocía para que no lo sacara de allí a patadas.

—Lo siento —susurró, con la cara contra el parqué y el cuerpo más tenso que las cuerdas de un violín.

—¿Qué demonios estás haciendo? —exclamó el hombre, se oía horrorizado.

—Lo siento, Changbin hyung —dijo, un poco más alto—. Siento haberte tratado mal, haberte despreciado así. No es excusa, pero no estaba en mi mejor momento, no lo estoy. Nunca me he sentido... así con nadie. No sé cómo hacer todo esto, no sé cómo se tienen relaciones normales porque nunca las he tenido.

—Diosa Luna, levántate del suelo —gruñó el hombre. Su mano trató de tirar de Felix, pero él se negó a despegar su cabeza de allí.

Era muchísimo más fácil hablar si no lo veía de frente, si no se distraía porque tenía el pelo rizado, por el pantalón demasiado corto o por las caras de asco que estaría haciendo.

Podía trabajar con eso, Felix quería decirle que lo sentía y después se marcharía. Bien, tal vez llevara algo en la mochila que necesitaba darle, pero se iría después. Lo dejaría si no quería verlo después de sus disculpas. Se marcharía a casa y lloraría en el nido, llamaría a Sungie y le diría que viniera a verlo, que lo abrazara toda la noche para que el olor a lavanda calmara a su agitado lobo.

—Lo siento de verdad —insistió—, todo lo que te hice pasar, coómo te desprecié... Estuvo mal, estuvo terriblemente mal y lo siento. Es injusto decir esto ahora, pero me gustas. Nunca me ha gustado nadie como me gustas tú, nunca he sentido esas... cosas, con nadie. Es extraño para mí, lo ha sido desde la primera vez, desde que te vi en el dojang. No sé cómo gestionar esas cosas. Estoy aprendiendo, estoy trabajando en ello.

—¿Qué cosas? —La pregunta lo tomó por sorpresa y levantó los ojos para verlo a través de su flequillo, volvía a tener los brazos cruzados y su lenguaje corporal era de todo menos hospitalario.

—¿Qué?

—¿Qué cosas dices que sientes?

—Yo... —Algo feo se le atoró en la garganta; esa sensación de ingravidez que siempre experimentaba cuando Changbin estaba cerca, volvía a él con fuerza. No podía contestar nada coherente, se avergonzaba profundamente, no quería hablar de ello, no quería contárselo a él.

—Se te acaba el tiempo —avisó, cruel y despiadado, como sabía que se merecía.

—Yo no sé... Son cosas extrañas. Me haces sentir débil, me da miedo —confesó—, es como si estuviera a punto de saltar por un acantilado y, al mismo tiempo, como si flotara. Es desagradable porque no puedo controlarlo. No puedo controlar a mi lobo cuando estoy a tu alrededor, ni puedo ser lo que he sido siempre y eso me agobia...

—¿Y qué demonios haces aquí si no te gustan las cosas que sientes cuando estás conmigo? ¿Qué quieres de mí?

—Quiero pedirte disculpas.

—¿Para qué, Felix? ¿Qué quieres que te diga? ¿Que te perdono y todo está olvidado? Está bien, te perdono, todo está olvidado. Ahora, levántate del suelo y márchate de mi casa.

—No... No es eso —murmuró, levantando la cabeza para mirarlo.

—¿Entonces, qué es? Te lo dije, no voy a acostarme contigo. Si estás aquí porque estás cerca de tu celo...

—¡No tiene nada que ver con mi celo! —gruñó, enfadado por su actitud y porque no lo dejara hablar—. Tiene que ver con ser un omega y toda esa mierda. No lo entiendes, está bien, lo acepto. Tú no te criaste como yo lo hice, no sabes nada de mí.

—Porque tú no me lo dijiste.

—¡Eso es lo que estoy intentando cambiar, joder! —gritó, incorporándose. Tenía los puños apretados sobre sus propias rodillas y le dolía la mandíbula—. Intento decirte que lo siento, que estoy trabajando para aceptar esas cosas que me ocurren cuando estoy contigo. Ya sé que no está mal ser un omega, que no hay nada de malo en ser débil y que a veces está bien ceder un poco el control. Lo sé, sé la teoría. Y también sé que te hice daño porque soy un egoísta y algunas personas dirían que también un cabeza hueca infantil.

—Eso suena como Jisung.

—Sí, fue él quien lo dijo —Una sonrisa tiró de la mejilla del alfa y el corazón de Felix se saltó un latido—. Lo siento, hyung, siento haberte hecho sentir mal y haber pagado contigo mis problemas. No te lo merecías. Te mereces a alguien que te valore desde el principio, que te cuide, que te quiera para algo más que un polvo desquiciado... Eres un tipo maravilloso, los niños te adoran, todo el mundo lo hace. Eres genial. Y yo no soy genial; hablo mal, tengo traumas, soy egoísta y egocéntrico y puede que también tenga un caso más o menos grave de rechazo por mí mismo y mi género secundario. Pero quiero pedirte disculpas porque de verdad me arrepiento de haberte hecho daño. Te has ganado por ti mismo el derecho a estar con alguien tan genial como tú y me da rabia pensar que yo hice algo para hacerte sentir menos que eso.

—No estoy entendiendo a dónde va todo esto —murmuró, frotándose el cuello. Tenía las mejillas rojas y la boca apretada.

—Changbin hyung, por favor —rogó, abriéndose las costillas para tirar al piso el último trocito de dignidad que le quedaba—, ¿tendrías una cita conmigo?

—¡¿Qué?! —clamó, llevándose las manos al pecho.

—Ya sé que no me lo merezco, pero dame una oportunidad, solo una cita. Una normal, sin sexo, sin nada de eso. Solo tú y yo yendo a comer a un restaurante bonito, o dando un paseo, o yendo a una exposición, lo que prefieras. Te prometo que te dejaré en paz después, no volveré a aparecer a tu alrededor, nunca más tendrás que verme. Por favor, te lo ruego, solo una cita —mendigó, bajando los ojos, preparado para volver a hacer una genuflexión completa.

El alfa maldijo, farfulló sin sentido y se alejó de él. Lo vio entrar a la cocina y escuchó la nevera abriéndose. Un vaso tintineó después de que el sello de una botella estallara, hubo un trago, después otro. Todavía no dijo nada.

—¿Hyung? —llamó, levantándose del suelo.

El hombre volvió a aparecer en el salón, caminó hacia él decidido y, como si no acabara de atacarlo con palabras ruines, lo tomó de la nuca y simplemente lo besó. Felix estaba tan asustado que no se movió, sus labios se quedaron parados, como todo su cuerpo, mientras los del chico se estampaban sin miramientos contra él. Sus manos temblaron, su sangre bulló como una olla exprés, subiendo la temperatura hasta que creyó que se desmayaría.

Los dedos de Changbin se enredaron en su pelo suelto, girando la cabeza para profundizar el beso. El australiano gimió en la boca ajena y, por fin, reaccionó. Sus propias manos se asieron a la camiseta negra del chico, respondiendo al beso con la misma intensidad que lo recibía. Los fuegos artificiales explotaron en su cabeza, se sentía el ser más dichoso del universo, como si la diosa Luna le hubiera dado una nueva oportunidad para hacerlo bien, para no cagarla otra vez.

Cuando se separaron, tenían las respiraciones pesadas. Seo dio un paso atrás, rompiendo todo contacto.

—Más te vale que sea una buena cita —gruñó el hombre, con las orejas rojas. La sonrisa de Felix fue tan grande y genuina que le dolieron las mejillas.

—¡Lo será! ¡Te lo juro!

—Y no vamos a follar.

—Nada de sexo, solo una cita —aseguró—, palabra de boy scout.

—Ahora, lárgate —ordenó.

—Espera —Se sacó la mochila de la espalda y la abrió. Mantuvo la carga dentro por unos segundos, pensando como de mal le sentaría que le hubiera robado. Pero ya estaba hecho, Felix había perdido su dignidad cuando llegó hasta allí y, en realidad, no la echaba de menos—, ¿podrías perfumar esto? —preguntó, evitando sus ojos.

—¿Es mi manta?

—Sí... Bueno... Es posible que me la llevara...

—Joder, estuve dos días sin hablar con Minho porque creía que se la llevó y no quería decírmelo —se quejó, agarrando la tela—. ¿Por qué la robaste?

—No lo sé —dijo, sinceramente—, fue el día que traje a Innie por la mañana. Me echaste y estaba enfadado y me sentía muy triste y la vi junto a mi mochila y solo me la llevé —explicó a trompicones.

—Joder, Felix —bufó—, ¿por qué has tenido que hacerlo todo tan difícil?

—Lo siento —insistió. Estuvieron unos segundos en silencio y la idea de marcharse de allí sin la manta le pareció una atrocidad—. ¿Puedes perfumarla y devolvérmela?

—Pero si es mía...

—Ahora es mía —discutió—, estaba en mi nido, así que es mía. —Las cejas de Changbin subieron con sorpresa.

—¿Tu nido?

—Jisung me está enseñando a anidar. No son tan buenos como los suyos, pero dice que aprendo rápido —explicó rápidamente, con el rubor subiendo a sus mejillas—. Y esa manta es de mi nido.

—Entonces, tómala. —Extendió la mano pero él negó con la cabeza.

—Necesito que la perfumes antes de llevármela. El olor se fue.

—Vas a ser mi maldita muerte —refunfuñó, sin embargo, perfumó con intensidad la manta durante unos minutos. Felix solo lo miró, respirando profundamente para empaparse también del aroma. Cuando se la tendió, la guardó en la mochila con cuidado y sonrió.

—Gracias, te llamaré para la cita.

—Vete de una vez.

Con una sonrisa y un beso volado, Felix salió del apartamento dándose cuenta de que, por primera vez en muchos meses, se sentía ligero. Pensó que esa noche dormiría mucho mejor gracias a la manta que llevaba en su mochila.

Jeongin no sabía a dónde iban cuando salieron de casa. Hyunjin conducía el coche en silencio, ni siquiera puso música para rellenar el espacio. El alfa tenía la boca apretada en un puchero y empezaba a preocuparle.

—He ido a ver a mis padres, para contarles... Lo nuestro —Jeongin enrojeció, los Hwang debíian odiarlo teniendo en cuenta lo muchísimo que había hecho sufrir a su hijo. Tal vez por eso, Hyunjin parecía tan taciturno, quizá era la razón por la que estaban en el coche callados. ¿Se habría arrepentido de su decisión? ¿De la marca que Jeongin prácticamente lo obligó a darle? ¿Sus padres le habían avisado de la malísima decisión que tomó? Un remolino de ansiedad se formó en su pecho.

—¿Estamos yendo a casa de tus padres?

Ese no era el camino a casa de los Hwang, pero tal vez se hubieran comprado una casa nueva a las afueras. A lo mejor era una cena de presentación, Hyunjin podría estar nervioso por eso y no porque fuera a abandonarlo en el campo en medio de la nada.

«Alfa no haría eso», gruñó su lobo. Todavía le costaba acostumbrarse a escuchar esa voz dentro de su cabeza, después de tantos años de silencio, era extraño hablar con él.

—No, aegiya, pero el sitio al que vamos no es un lugar bonito —suspiró, girando a la derecha.

Pasaron unos minutos más sin hablar, la ansiedad del omega aumentó exponencialmente. Su corazón latía desesperado y no pudo evitar removerse en el asiento. El cinturón lo agobiaba, sus olores mezclados lo abrumaban. Quería insistirle a Hyunjin hasta que le contara la verdad, que parase con esa mierda de misterio porque estaba al límite.

No lo hizo. No dijo nada, especialmente cuando se encontró de frente con las puertas metálicas más aterradoras que había visto en su vida.

—¿Por qué estamos aquí?

—Tengo que contarte algo, es algo importante. Mi madre me dijo que venir aquí tal vez lo haría todo mejor, más fácil... —explicó, abriendo la puerta del coche para salir—. Vamos, Innie.

Lo siguió obedientemente, con las manos temblando y una gota de sudor frío recorriéndole la espalda. Entraron al recinto, el espacio verde parecía solemne, tanto como debía serlo, pensó. Era gigantesco, pero Hyunjin parecía conocer perfectamente el camino porque giraba entre los senderos con confianza.

Jeongin creía que vomitaría si no le contaba de qué coño iba todo eso.

—Jinnie hyung, por favor, dime qué está pasando —rogó.

El alfa extendió su mano y la tomó, enlazando sus dedos juntos. El corazón desbocado del omega se calmó un poco durante unos segundos, pero volvió a estallar contra sus costillas cuando el mayor frenó su paso. Con una mirada dolida, señaló delante de ellos.

Jeongin cayó en picado, sus intestinos se estrellaron contra el suelo y la bilis subió implacable por su esófago. No había duda, nadie que supiera leer podría confundirse con esas letras, a pesar de lo gastada y poco cuidada que estaba la superficie.

Yang Heera.

Los dedos de Hyunjin lo sostuvieron, Jeongin creía que si lo soltaba acabaría resbalando por un precipicio. Y al fondo sólo había mar; frío, oscuro y embravecido mar.

—Mamá me contó algo hace un tiempo... cuando me enteré de que te ibas a casar... —Lo miró solo un segundo, sus ojos volvieron automáticamente a la lápida gris, llena de moho y suciedad, y el cazo vacío donde deberían estar las flores—. Se suponía que no debía hablar de eso, los Yang... —Los dígitos de Jeongin se tensaron. Hyunjin suspiró, frotándose el pelo con su mano libre—. Sé que es tu abuelo, pero es un hijo de puta, lo era hace veinte años y lo es ahora.

—No entiendo... —susurró.

—Tu madre murió en un accidente de tráfico, cuando tenías dos años.

—Ya lo sé. Leí la nota de prensa...

—Tu... otra mamá, ella también estaba en el coche. También murió —Jeongin estaba seguro de que el suelo había desaparecido bajo sus pies, la taquicardia le atacó. Cerró los ojos, tratando de respirar como le había recomendado la terapeuta, pero le faltaba el aire. Se aferró a la extremidad de Hyunjin, rezando porque de verdad lo salvara de esa maldita caída hacia el vacío.

—¿Y yo? ¿Dónde estaba yo? —preguntó a duras penas.

—En mi casa, con mis padres y conmigo —susurró, apartando la mirada automáticamente.

—No sé qué está pasando —confesó.

En su mente se dibujaban un montón de imágenes desagradables. Había visto las fotos del accidente, cómo quedó el coche después de chocar contra la mediana, podía imaginarse cómo quedaron los cuerpos, cómo murieron rodeadas de metal retorcido y fuego.

Volvió sus ojos a la lápida. Yang Heera. La heredera del clan Yang. Nadie podía hablar de ella, pero Jeongin había vivido toda su vida con la sombra de ese espectro a su alrededor. No estaba permitido nombrarla, pero él cargaba con el peso de ser hijo de la alfa.

—Yo tampoco lo entendía...

—¿Qué fue lo que pasó? —interrumpió a Hyunjin, sin apartar sus pupilas de la piedra.

—Mamá dijo que salieron a cenar, te dejaron en casa. Venían a recogerte cuando un coche golpeó el suyo y perdieron el control en la autopista. Al menos, esa fue la versión oficial...

—¿Es culpa mía? ¿Por eso mi abuelo me odia? —susurró, asfixiándose.

—No, aegiya —Las manos de Hyunjin estaban en sus mejillas y, de pronto todo lo que podía ver era a su alfa, sus ojos marrones, el lunar en su párpado inferior, sus labios llenos, la nariz perfecta, su tez impoluta—. No fue culpa tuya y no es por eso que tu abuelo te odia.

—Pero venían a por mí...

—No es tu culpa, tu no conducías el coche que las golpeó —su voz era suave y estable, todo lo que Jeongin no era en ese momento. Su aroma salía de él en oleadas agrias, sus manos temblaban y su aliento se atoraba en la garganta. Tenía muchas ganas de llorar, muchísimas. De hecho, los pulgares de Hyunjin secaron las lágrimas que caían por sus mejillas un segundo después—. Por favor, respira —pidió—, respira, aegiya.

¿Cómo iba a obedecerle si sus pulmones no funcionaban? Después de más de dos décadas de incertidumbre, tenía ante él la realidad. Y era una mierda, era horrible. No se podía hablar de Yang Heera y lo único que quería Jeongin era hablar de ella. No había fotos de Yang Heera y lo único que deseaba era mirarla una sola vez. No podría nunca abrazarla y era lo único que necesitaba en ese momento.

Hyunjin lo envolvió como una manta. Sus extremidades recorrieron sus hombros y se encontró con la cara aplastada contra el cuello del hombre. Olía a sándalo, a amor, a preocupación, a su hogar. Aspiró a duras penas, las feromonas calmantes entrando en su sistema. Cerró sus ojos llenos de lágrimas, aferrándose a la única cosa que podía: el cuerpo delgado de su amante.

Se hundió allí, llorando como el niño huérfano que era. El más alto lo sostuvo sin moverse, como una roca en el borde del acantilado, asiéndolo con fuerza, manteniéndolo en pie mientras el mundo a su alrededor se derrumbaba.

Jeongin no tenía recuerdos de su madre, sus madres, pero quería desesperadamente tenerlos. Quería haber tenido la oportunidad de hablar con ellas al menos una vez. Quería entender qué era todo eso, por qué él se salvó mientras ellas morían, por qué terminó en la mansión Yang, por qué nadie parecía querer hablar de lo que pasó en realidad, por qué los señores Hwang habían esperado a contarlo justo hasta ese momento.

—¿Por qué? —sollozó, sin saber cómo terminar las frases completas. Hyunjin acarició su cabello con dulzura, arrullándolo.

—Tu madre conoció a Bok Hyein en casa de mis padres —murmuró, apretándolo más contra su cuello—. Hyein era parte del servicio. Mamá dice que fue amor a primera vista, que jamás había visto a nadie que cayera tan fuerte como Yang Heera cayó por Hyein. —Escuchó sin decir una palabra, imaginándose en su cabeza aunque no tenía una cara para darles. Su madre Heera con los ojos brillantes, mirando a Hyein con anhelo, como él mismo había mirado a Hyunjin desde que lo conoció.

¿Sería ella extrovertida? Quizá era como Jeongin, más tímida. ¿Quién dio el primer paso? ¿Quién besó a quién? ¿Quién tomó la mano de la otra primero? Quería saberlo todo, quería hasta el último maldito detalle porque nunca había podido hablar de eso y ahora solo quería escuchar más y más. Hasta que no quedaran historias que contar, hasta que estuvieran todas las piezas unidas y el puzle que era su pasado tuviera sentido. Necesitaba eso tanto como respirar.

—Sigue, por favor —mendigó, con un hipo doloroso en su diafragma.

—Hyein trabajaba en casa, venía de Busán y mamá dice que tenía muchísimo acento. La primera vez que vino a Seúl tenía 18 años —obedeció el otro—. Su familia era del campo, buscaba trabajo de lo que fuera y mis padres la contrataron. Heera la conoció por casualidad, una tarde que pasó por casa. Mamá dice que de repente tu madre empezó a venir muchísimo. Al principio no entendían por qué, pero papá la vio escabulléndose al cuarto de lavado una vez y la confrontaron. Creían que estaba acosando a Hyein, tu mamá era alfa... Ya sabes... Pero no era así, Hyein le contó a mis padres que se gustaban, que se gustaban de verdad, que estaban enamoradas. Tu abuelo se opuso...

—¿Cuál era el género secundario de Hyein? —interrumpió, con sus labios rozando la piel del cuello de su novio.

—Bueno... —murmuró, incómodo. No hacía falta que lo dijera, Jeongin lo sabía. En su fuero interno todo tenía sentido con solo esa respuesta vaga de Hyunjin. Un montón de piezas encajaron.

—Omega, era una omega dominante —terminó por él, sin tener una sola duda de que sus palabras eran ciertas.

—Jeongin...

—No tienes que mentirme, no lo suavices, no vale de nada —lloriqueó—, ya me siento como una mierda, ¿de qué vale que omitas detalles?

—No es eso... Solo... No quiero que te sientas mal.

—Ahora mismo estoy bastante seguro de que mi abuelo me odia porque mi madre era una omega dominante... Y que probablemente orquestó el accidente para alejarlas la una de la otra y le salió mal.

—Innie...

—No hace falta que lo digas tú o que lo diga nadie, sé quién es mi abuelo. Seguramente intentó separarlas, quizá se veían en secreto... —espetó, con la rabia confundiéndose con la miserable tristeza de ser solo un recordatorio constante del error que, a ojos de harabeoji, cometió Yang Heera.

—Tu madre se marchó de la mansión. Le dijo a tu abuelo que era Hyein o nadie. Tu abuelo no lo aceptó, él tenía planes... Planes que no implicaban a una omega dominante sin estudios de Busán —Por supuesto que los tenía, igual que tenía planes para Jeongin que no implicaban a Hyunjin. Yang Doyun siempre tuvo planes para todo el mundo—. Heera y Hyein se mudaron juntas, siguieron trabajando, una en casa de mis padres y la otra en la empresa de los Hwang.

—Oh, joder —sollozó, abrazando más fuerte a Hyunjin.

Tenía sentido. Todo lo que no lo tuvo hasta entonces, tenía sentido. Su abuelo odiando a Hyunjin, concertándole un matrimonio, los castigos físicos, la voz de mando, el terrible asco que le tenía a los olores, la aversión a Jeongin por su propia condición que no controlaba él... Toda sus confusiones, todos los porqués sin respuesta, se contestaban justo en ese instante.

—Mamá quería quedarse contigo cuando murieron, pero tu abuelo apareció con la policía en la puerta y dijo que tenías que ir a la mansión. Cuando nos vimos en el juicio, entró en pánico... No quería que estuviera cerca de ti porque temía que tu abuelo tomara represalias.

—Tenía razón, lo hizo —suspiró Jeongin, cansado como si hubiera corrido una maratón.

—Pero da igual, porque ahora estás aquí conmigo —replicó el alfa, agarrando sus mejillas para besarlo en los labios. Jeongin estaba bastante seguro de que esa sonrisa tonta debería ser ilegal y que su cara debía ser un desastre de mocos y lágrimas—. Todo da igual porque te liberaste y viniste a buscarme.

Se había liberado. Jeongin era libre. Libre para elegir a quien amar; libre para venir al cementerio a cuidar esa lápida estropeada; libre para saber más sobre Yang Heera, para preguntarle a la señora Hwang cuántos lunares tenía en la cara y cómo de largo era su pelo. Ahora podía hacerlo, podía asirse a este hombre como una piedra en el borde de un precipicio, o dejar que lo sostuviera mientras caía. Podía besarlo en los labios, sentir su cintura entre las manos, dejar que renovara la marca de su cuello cada vez que lo tomara.

Soy libre, mamá, gritó en su mente, mirando fijamente a las letras escritas. Ojalá pudiera decírselo de verdad, ojalá ella conociera al Hyunjin de ahora y lo amara como él lo amaba. Ojalá entendiera que lo quería como ella quiso a Bok Hyein.

—Jinnie —murmuró, acariciando las manos que seguían sobre sus mejillas—, ¿dónde está... mi otra madre? —Decir la palabra en voz alta lo estremeció. Hyunjin sonrió, pero sus ojos estaban rojos por las lágrimas y parecía triste.

—Está en Busán. Pensé que podríamos ir a visitarla... Igual que visitamos a Yang Heera. Tengo que presentarles mis respetos a las dos —dijo, con las mejillas sonrosadas. Jeongin no pudo evitar la sonrisa que curvó su boca, el pulgar del alfa acarició su hoyuelo.

—Eso estaría bien...

El chico lo soltó. Un segundo después, encaró la tumba ante la que estaban y se inclinó con respeto. Jeongin sintió que su corazón y la marca de unión palpitaban al unísono.

—Yang Heera, mi nombre es Hwang Hyunjin, me conoció cuando era pequeño así que igual se acuerda de mí. Solo quiero decirle que cuidaré de su hijo con todo lo que tengo. Nada va a volver a separarnos nunca más —expresó en voz alta, todavía haciendo una reverencia—. Espero que pueda aceptarme, le prometo que a Jeongin jamás le faltará nada: ni material, ni de ninguna índole; ni un beso, ni un hombro sobre el que llorar, ni un videojuego nuevo, ni un traje de Alexander McQueen, ni unos zapatos terriblemente feos más. —Jeongin tuvo que reírse, fue una carcajada húmeda por el llanto, pero algo burbujeó dentro de él. Algo bonito y placentero, a pesar de todo lo que acababa de descubrir.

Lo amo tanto, joder, pensó, mientras el otro se enderezaba con esa sonrisa tonta tan suya. Besó sus labios estirados una vez, antes de inclinarse él mismo.

—Me alegro de saber dónde estás, mamá. Prometo venir a verte más.

Cuando Hyunjin enlazó su mano con la del omega, el puzle de Jeongin por fin encajó.

***

Y aquí está el final oficial de "Fresas y maracuyá". (Todavía quedan tres epílogos)

Muchas gracias por estar aquí, en este viaje, comentando, haciéndome reír, llorando con los personajes, viéndolos crecer. 

Gracias a mi equipo de edición y planeación: @Erbaifo y DaraSwan (No me deja etiquetarte, Fran, pidoperdón) Deberían pasarse por sus perfiles, ellos también escriben maravillosamente.

Por último, quiero dejar por aquí mi nueva historia, empezaré a publicarla hoy mismo:

Estación de lluvias: VERANO | Minsung | Changlix

Una noche, Jisung y Felix juegan a evadir la vigilancia de su amigo y "carcelero" Changbin. Disfrutan de la desenfrenada fiesta hasta que los ojos de Jisung se cruzan con la mirada felina de un chico misterioso.
Lee Minho solo tenía un trabajo: vigilar al joven maestro Han Jisung.
Han Jisung solo hizo una petición: "No me compliques la vida".
El sicario de los bajos fondos de Seúl encuentra su verano en los labios del heredero de la fortuna Han. Pero las nubes de tormenta amenazan con destruir esa historia cimentada en las mentiras.
¿Cuánto vale la vida de Han Jisung?
¿Cuánto estarán dispuestos a pagar?

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