7.23 pm

—Cariño, ¿estás en la ducha? —Insistió Ethan al tiempo que se desabotonaba la camisa. Su corbata descansaba en el asiento del copiloto del auto, no soportaba llevarla puesta fuera de la oficina.

Al no obtener respuesta, se dirigió al pasillo que conectaba con el baño, pero se detuvo a medio camino. Había encontrado a su esposa y no, no estaba en el baño.

—¡Mariana! —Exclamó. Su primer instinto fue socorrerla, pero dos segundos después, quedó petrificado. Esta era la primera vez que le apuntaban con un arma, diablos, era la primera vez que veía una.

Su esposa yacía atada en el piso, maniatada, amordazada y golpeada; los moretones en su rostro y la hinchazón de su ojo derecho llenaron de ira a Ethan.

La pistola lo asustaba ahora menos, pero mantuvo la calma, sabía que estaba en desventaja.

Los segundos se dilataban como lluvia en su mente, mientras intentaba tomar una decisión. Correr, esperar, dialogar, ganar tiempo, avanzar. ¿Podía ser tan rápido? Quizás no podría serlo, pero con gusto recibiría un balazo, si con eso sometía al ladrón, si con eso salvaba a su esposa.

Ingenuo, si tan solo hubiese sabido.

Mil pensamientos surcaban su mente, mas ninguno llegó a sus piernas o a sus brazos, seguía petrificado. Eso lo avergonzaba, pero esos ojos, los ojos debajo del pasamontañas. Ladrón o no, Ethan sabía que esos ojos dispararían sin el más mínimo ápice de duda.

El ladrón sonreía. Incluso con el rostro cubierto, Ethan sabía que el ladrón ostentaba una sonrisa.

12.50 pm

—No quiero hacerlo —repitió Mariana, y entró dando zancadas, decidida—. Necesito más tiempo.

Pero Ariel estaba decidido y no pensaba tranzar el momento o el lugar. Su voz dulce, hace mella en las convicciones de la mujer.

—Que sea otro día, cualquiera menos hoy. Esto sería solo cruel. —Insistió Mariana.

Sin embargo, era precisamente eso lo que buscaba. Él era una persona viciosa y sabía lo que quería, y como quería conseguirlo.