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00.




00. Caer de pie.


San Francisco, California.




En las ciudades grandes, para conseguir que todo sea gratis solo se necesitan tres cosas: autocontrol, agilidad y tobillos sanos.

En ciudades como Nueva York o San Francisco, como cualidad adicional, es necesario no temer a las alturas, en especial, a caer de ellas.

Hace dos semanas vi una chaqueta de béisbol en el aparador de una tienda. Estuve ahorrando para comprarla, pero, al paso que iba, juntaría lo suficiente para hacerlo en diciembre del año 3000.

Así que decidí robarla.

La tomé del centro comercial y, tras huir, me he ocultado en la azotea de un edificio cercano mientras espero que los guardias dejen de buscarme.

Ahora que ya la tengo me siento un poco estúpido. Ni siquiera conozco al equipo del estampado de la chaqueta, pero, hay alguien que sé que lo hará y le ruego al cielo que ese logo haga que me note, al menos un poco.

¿Han tenido un «crush» con alguien alguna vez? Volverte vigilante suyo a la fuerza. Estar pendiente de nunca llega tarde o del bolso deportivo que lleva los viernes. Es sufrir por la reacción involuntaria de la que eres víctima cuando entra a la habitación y volteas a ver al instante, en especial, cuando esa persona lo nota, cuando te ve de regreso y todo lo que haces es bajar la cabeza para autoconvencerte de que no te descubrió observándole. La humillación de coexistir en el mismo cuarto que alguien cautivador es lo suficiente penosa por sí sola, como para sumarle el fracaso de una interacción que jamás pasará porque eres muy cobarde para intentar hablarle.

Exagero, sí; pero admito que tengo un crush por un chico de mi salón. Y estoy sufriendo por eso.

He experimentado muchas clases de dolor en mi vida. Físico, emocional, psicológico, económico... La forma de violencia que puedan imaginar, la he experimentado, en múltiples niveles, altos o bajos, claro está. Y sé que, con tanta experiencia, una cosa de estas, del tipo romance de colegio, debería ser insignificante para mí. Pero se ha convertido en una molestia constante. En todos estos años jamás me había detenido a hacer una introspección sobre quién soy o qué quiero. Ahora mientras paso el rato aquí y escucho los ladridos de los San Bernardos del edificio de al lado, recordé cómo fue que llegué a San Francisco en primer lugar.

Todo comenzó por culpa de un perro. Un perro que tenía mejor vida que yo, si puedo agregar.

Hasta hace un año viví toda mi vida en Nueva York. Ahí nací, crecí y me quedé solo. Mi madre y yo vivíamos en un pequeño complejo de apartamentos en Brooklyn que solía pertenecer a su abuelo y que ella administraba. Solo nos teníamos el uno al otro. Su esposo, Dominic, «mi padre legal, al menos», murió antes de mi nacimiento. Era militar, no lo conozco más que por fotografías que recuerdo a lo lejos. Cuando yo tenía cuatro años, Serenity, mi madre, falleció por una complicación pulmonar. Así que, desde que nadie reclamó su cuerpo ni a mí en hospital tras su muerte, he estado bajo la tutela del estado.

Nunca fui un niño problema, eso se me dio más adelante. De pequeño, me esforcé al máximo por ser el prospecto ideal de lo que los adinerados estériles del sector necesitaban para alegrar sus vidas. Pero casi todos iban por los recién nacidos. Las parejas me rechazaban, mientras tanto yo me hacía un poco mayor, seguía creciendo, alejándome de la posibilidad de una nueva familia. Al final no sucedió y crucé el umbral de lo tierno y «deseable» de los huérfanos.

Pasar gran parte de mi infancia en una casa hogar me hizo alguien muy observador. Para cuando cumplí nueve ya éramos demasiadas bocas para alimentar dentro de la institución, así que los mayores fuimos enviados con familias temporales en todo el estado. La primera vez que me tocó, los más grandes me dijeron que el «foster care» era como la lotería, a veces te tocaban familias buenas, otras pasables. Ahora que tengo la edad que ellos tenían cuando intentaron consolarme, lo compararía más con una ruleta rusa, porque no sabes cuál de todas podría matar la inocencia que te queda.

Desde que cumplí diez, he tenido cinco familias temporales en total; creo que las cosas buenas y malas que viví con ellas—o las cosas malas que hice que causaron que me enviaran de regreso a la casa hogar—son tema aparte. No quiero recordarlas.

La cuarta de esas familias es el punto de partida al que quiero llegar, con ella viví un tiempo en una zona acomodada de la ciudad. Mi familia cuidadora era una pareja de esposos irlandeses cuyo hijo menor se había marchado a la universidad hacía poco; al marido al inicio no le agradé mucho, la esposa me tenía ahí porque yo le servía para llenar el hueco del «nido vacío» en su rutina, pero era buena, a veces me llamaba por el nombre de su hijo menor—que por fotografías sé que solía parecerse un poco a mí—, pero me atendía bien, mi cama estaba limpia y cocinaba delicioso. Así que nunca hice nada por corregirla cada vez que me llamaba Dennis en lugar de Dominic.

Mi nombre es Dominc Heart, pero a veces, me hubiera gustado ser Dennis Hampton por siempre.

Los señores Hampton y yo nos acompañamos por casi dos años, lo que es toda una vida considerando que las parejas suelen regresarte a servicios infantiles pasados los seis meses; me dieron ropa de marca a la que, por desgracia, le tomé gusto, con ellos también descubrí mis intereses atléticos. Su hijo mayor practicaba equitación y el menor, lucha libre, cuando me interesé demasiado en la transmisión de los juegos olímpicos de ese año el señor Hampton, gimnasta retirado y orgulloso de sus hijos, me llevó al centro deportivo de la ciudad—que extrañaba visitar con frecuencia—para que yo viera en persona a los gimnastas durante su entrenamiento.

Incluso si yo les servía de sustituto, disfruté mucho de la atención y el apoyo que de pronto tuve. Lo gocé más de lo que soy capaz de exteriorizar. Recordé que mi madre se la pasaba diciéndome que me bajara de los barandales y que no saltara de un sofá a otro. Pero aquí, era justo lo que necesitaba hacer: saltar con precisión, controlar la caída y aterrizar en pie. Yo, de catorce, ya era un poco viejo para igualar al resto de los gimnastas que estaban ahí desde los siete años, pero eso era lo de menos.

El tema académico nunca fue un problema. Pero con mi nueva concentración adquirida y durmiendo si temor por primera vez en años, creo que mejoré un poco como persona.

Durante diez meses en mi vida, tuve una vida.

Una vida diferente a lo que creí tendría alguna vez. Vi al señor Hampton sonreírme un par de veces desde las escaleras cuando me llevaba a practicar y luego, al volver, me contaba toda clase de anécdotas, la historia detrás de las medallas que tenía colgadas en la sala de la casa. La señora Hampton comenzó a llamarme por mi nombre y se lo bordó a la chaqueta que utilizaba para ir a entrenar, para que, según ella, otro chico no la tomara. Eso fue tierno de su parte, en especial, porque yo no habría dejado que nadie tocara—ni por error—mis cosas.

Admito que pensé que me quedaría con ellos por siempre.

La navidad de ese año, la reunión familiar en su apartamento coincidió con el nuevo perro de la familia de enfrente.

El tal Dennis me odió en cuanto me vio. Y no lo culpo, me habían dejado usar su cuarto y su madre me trataba como a un niño—como a él cuando niño—aún en su presencia, aunque, comparado con un tipo de veintitantos, lo soy (era). Pero Derek, el hijo mayor, resultó ser mucho más agradable que su hermano. Él no venía solo, su esposa y su bebé lo acompañaron.

Derek era un hombre exitoso, con una esposa hermosa y exitosa igual que él. Era admirable. Talentoso igual que su padre. Y cálido como su madre.

Fue una gran navidad con él como aliado. Me sentí bienvenido desde el inicio. Me dejó jugar con su hijo y luego los tres fuimos a comprar ron para la cena de año nuevo.

Si él no hubiera confiado en mí, yo no estaría en esta azotea.

Si me hubiera quedado en el auto cuidando de la compra, no hubiera mostrado mi verdadera forma de ser. La violencia que vive en mi desde que nací.

Era treinta de diciembre. Derek me dejó en la entrada del edificio con sus llaves y su hijo mientras entraba por unas bolsas. Yo, que no tenía hermanos, padres, o alguien que apostara algo por mí, me tomé demasiado a pecho el «¿podrías cuidarlo por un minuto?» que me dijo antes de sonreírme y dejarme junto a la carriola del niño.

Los vecinos salieron del edificio. Su perro se soltó de la correa y cuando corrió vuelto loco hacia el niño para morderlo, yo tomé al perro del cuello y lo golpeé tanto que mis manos se hincharon. Y sé, por la llave que no pudieron sacarle del vientre al pobre animal, que hice más de lo que recuerdo. Lo maté y de no ser por Derek que me separó de ellos, habría lastimado al dueño del perro que no hizo nada por calmarlo más que golpearme a mí.

Creo que nunca olvidaré los llantos del bebé. Su nombre sí, pero no sus gritos de terror y las miradas de decepción de los Hampton cuando me vieron cubierto de sangre a media acera. Jamás podré.

El año nuevo que pensé que sería diferente se volvió en una cena fría e incómoda como las que he tenido toda mi vida. Y llegando el primer día hábil de enero, la trabajadora de servicios sociales ya estaba de nuevo en la sala esperando para llevarme de regreso a la casa hogar.

Si hubiera sido alguno de sus hijos lo habrían apoyado o consolado. Me habrían llorado cuando menos, no solo regresarme como a un traje que no se ajusta al cuerpo. Eso me puso los pies en la tierra, recordé a la fuerza que yo no era uno de ellos. Porque mi expediente, además de la etiqueta de «drogadicto» que me colocó la familia antes de ellos —donde uno de sus hijos me enseñó a fumar—ahora tenía una de «violento».

¿Soy violento? No lo sé y la duda hace que me incline por afirmarlo. Con frecuencia me pregunto por la clase de persona que yo hubiera sido si mi madre no se hubiera enfermado o si mi padre no estuviera muerto. Si dolor y ausencia es todo lo que soy; que seré.

La única familia que me aceptó después de eso vivía del otro lado del país, aquí, en San Francisco. No tuve más remedio que despedirme de una ciudad que amo y de la casa de mi madre a la que solía ir a ver desde afuera en ocasiones.

Mi familia temporal actual tiene un apartamento en una zona en ascenso en la ciudad. No está al nivel de mi familia anterior, pero es cómodo y bonito. Me obligan a hacerme el examen de drogas cada dos semanas, pero no se meten mucho en mis asuntos, lo que está bien. No pretendo incluir en mi rutina a nadie de nuevo.

Dejé de practicar gimnasia, pero aún me divierto saltando entre las azoteas de las casas y edificios de la ciudad. Descubrí varios atajos y tiendas sin seguridad de las que puedo robarme un par de cosas como las que conocí con los Hampton.

Me dolió dejarlos. Admito que me encariñé un poco con ellos. La forma en la que renunciaron a mí fue como perder a mi familia de nuevo. Al menos eso me trajo de vuelta a mi realidad: todo lo que amo tarde o temprano me dejará.

Ya no soportaría perder de nuevo a alguien. Por eso no puedo permitirme sufrir tanto por un amor de colegio no existe más que solo en mi mente.

Me he adaptado rápido a la escuela en San Francisco. He destacado en letras, por eso tomo clases de inglés con los chicos de tercero de la preparatoria. Disfruto mucho leer, se me da bien y eso me ayudó a sobresalir, al menos en ese campo.

Hace poco se unió a nuestro salón un chico extranjero. Su nombre es Dakho y creo que es genial. Se le dificulta un poco hablar en clase, el inglés no es su primer idioma. Pero he leído sus reportes de libros, es bueno. Se esfuerza. Me gusta su acento, es divertido.

Supe que jugaba béisbol porque lo vi llegar en uniforme, su presencia me hizo animarme a ver uno de los partidos de la escuela. Volteó un par de veces en mi dirección para batear, en mi mente, me estaba viendo a mí.

Y aunque no me conozca, aunque nunca me atreva a acercarme y jamás crucemos una sola palabra en nuestras vidas, cuando lo vi jugar supe que teníamos algo en común: él y yo, siempre caemos de pie.





Mayoritariamente ficción.

Contenido homosexual.

Historia original de este perfil. Primera vez subiéndola.

Si te ha gustado tanto como a mí cuando me animé a escribir la historia, házmelo saber con voto y un comentario.

Esto NO ES UN FANFIC de ningún shipp en específico. Esta historia es sobre el personaje de Dominic y puede tomarse como parte del futuro de la línea dos (o cualquier otra línea dentro del bucle excepto la 3era JAJASJASJA) dentro del universo de "La Teoría de Kim". Los sucesos contenidos en esta historia no cambian ni modifican "La Teoría de Kim".

Lenguaje ofensivo.

Contiene blasfemias.

Esta historia no busca fomentar ninguna conducta tóxica o práctica inmoral.

Sé amable. Escrito por diversión y para ejercitar mi estilo de escritura.

Manténganse con vida. J.S.

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