ch 1. SISTERS.
cap 𝟣. HERMANAS ━ Solo estamos siguiendo al rebaño alrededor y en el medio.
フリーダム ── ヴラトカ.
1 DÍA después de la Batalla de Trost.
Distrito Trost. Muro Rose.
͏ ͏ año 850 . . . [ 📗 ]
LA TARDE QUE COMENZÓ, sus manos estaban cubiertas de sangre. El ocre retazo de la casaca que usan los soldados se sintió pesada sobre su piel cuando las fauces del titán se abrieron ferozmente sobre una mujer (no más grande que su aya) y un niño (no más pequeño que la menor de sus hermanas).
Tsk. Apretó las manos alrededor del mango de la katana, haciendo que los cables de acero se tensaran con el movimiento que impulsó lentamente su cuerpo hacia adelante. «Los ojos, los talones, la nuca.» El orden siempre era muy limpio. Lo más fácil era recordarlo, claro está, lo que no le gustaba en absoluto era la reacción en cadena que generaba. Mirar de frente la cara grotesca que tenía la bestia cuando iba por sus ojos. El vomitivo hedor que ya le golpeaba la nariz para cuando alcanzaba sus talones. Y lo repulsiva que se sentía la sangre hirviendo sobre ella cuando finalizaba con la nuca.
Las personas estaban gritando y los cañones no dejaban de sonar, uno tras otro.
Los pistones de disparo hicieron un sonido chirriante cuando accionó ambos gatillos y el tanque de gas hizo ignición. Lo hizo (por tercera vez consecutiva) con tanto desagrado que solo alcanzó a contar hasta cinco en su mente para cuando había terminado. El triángulo irregular de la nuca de titán recién cortada le pasó por delante en un segundo, y toda la sangre le salpicó la cara. Se mordió la lengua para no quejarse en voz alta y clavó las espadas en la piel humeante bajo sus pies, detenida a centímetros del cuello.
La mujer y el niño la miraron fijamente, apaciguando poco a poco los gritos de terror.
—¡Señorita! —sollozó la mujer, de rodillas en el suelo, con el niño que temblaba como diapasón firmemente bajo su brazo. El lloriqueo le hizo sentir algo muy parecido a la inquietud, y el tono dulzón de su voz hizo que sus orejas se pusieran calientes—: ¡Gracias, señorita! Nos ha salvado a mí y a mi hermano. Le estoy muy agradecida.
—No es nada —habló Amelia entonces, quitándose los mechones de la cara con sus dedos bañados de carmesí.
—No se me ocurre cómo pagarle esto.
—Ya no hay más personas en este lugar, así que solo ve a las puertas con el resto de refugiados. Cuídalo bien. Las hermanas mayores protegen a sus hermanos menores.
«¿De dónde salen esas ideas?»
Se dio cuenta que la vista de la mujer no necesariamente le recordaba a su aya. Ahora que la miraba de cerca podía decir que su apariencia entonaba más con sus propias hermanas mayores. La mujer tenía el cabello rubio tan claro que era casi plateado, como Enara, pero sin duda lo más familiar eran sus ojos, tan azules como el lago Hegel, igual que los de Isley. Tal vez de allí venía el extraño sentimiento de melancolía.
—Lo haré. ¡Gracias, gracias, gracias!
Su cara se contrajo con un desborde de emociones apremiantes antes de salir andando por las devastadas calles del Distrito Trost, repletas de escombros y cadáveres humeantes a medio comer. Amelia comenzó a contar en su cabeza de nuevo al quedarse sola.
—Pero mira lo buena que es nuestra valerosa hermana menor. —Fallon Vlatka dejó escapar una risita a sus espaldas. Amelia no se molestó en girar el torso para darle la cara (iba a bendecirla con su habitual expresión taimada de todas maneras)—. ¿Mataste a un par de titanes?
... seis, siete, ocho.
—Quién sabe —exclamó Daneve Vlatka en tono cortante, también caminando en su dirección—. Tal vez Melía les cortó la nuca y las bestias decidieron que era un buen momento para echarse una siesta. Tch. No hagas preguntas que te hagan parecer imbécil.
—¿Heh? ¿Quieres pelear?
Dio un salto fuera del cadáver putrefacto, ignorando la riña de sus hermanas. Las baterías de cañones disparaban sin descanso y eso la aturdía, pero nada era tan molesto como el vapor, el humo, las cenizas en el aire y la sangre embarrada. El olor a carne quemada.
—¿Ya terminaste aquí, Adi? —le preguntó Daneve.
—Quiero irme. El olor que hace me marea y toda la sangre que se evapora encima de mí me da asco.
—Lo siento, parece que tenemos que esperar un rato más. Entre contar cadáveres pobremente masticados y sacar heridos bajo las piedras, tú te llevaste la parte más emocionante del trabajo.
«Lo dudo.»
—La vieja dice que no podemos movernos hasta la puesta del sol —dijo Fallon mientras se quitaba un pañuelo blanco de la boca.
Daneve era la cuarta hermana (con la cara afilada y grandes gafas ovaladas), pero Fallon (con una mata de pelo y ojos negros) la sexta. Aunque Amelia pudiera hacerse con la ventaja de ser más alta que ambas, la circunstancias en las que nació y creció dejaban muy claro el lugar que ocupaba dentro de las líneas de su propia familia.
Había venido a este mundo apocalíptico con una marca incompleta, ¿cómo se atrevía?, el ocho de por sí ya era un número extraño, burlesco desde donde lo veía, desaliñado y sin valor alguno. Si tuviera que ser uno de los distritos dentro de estas vastas murallas, probablemente sería Shiganshina; penúltimo, desolado, aplastado por el desastre. Ella era la octava hermana, y como con frecuencia a todos les gustaba recordar, la «anomalía.» Melía. Eso también era otro problema. Con razón el garabato de su mano izquierda le parecía inútil.
—O hasta que nos digan adónde llevaron a Teersa. —Daneve se aclaró la garganta.
Teersa. Era quinta, con el pelo entre café y anaranjado, pero una completa fuerza de la naturaleza. Ella no tenía garabatos, y tampoco una o dos rayas, sino tres marcas completas en sus delicadas manos.
Se preguntó si se encontraba bien. Nunca había pasado tanto tiempo alejada hasta este momento.
El día anterior se habían quedado solas ellas cuatro en un pueblo cerca de Yalkell. Su tía se había marchado a tempranas horas de la mañana, «Dejaré la muralla con el resto del escuadrón. Volveré en un par de días —les había dicho antes de partir—. Entonces iremos a la ceremonia de juramento.» Su aya había salido también en busca de provisiones, y se había llevado a su pequeña hermana de ocho años con ella. De Enara e Isley (quiénes responsablemente debieron haber estado cerca) no sabían nada, así que se pusieron a curiosear el bosque junto al riachuelo.
Pasaron horas antes de que alguna pudiera darse cuenta que Teersa ya no estaba por ningún lado. Cuando Enara volvió y reparó en la situación, tomó uno de los caballos y salió disparada en la misma dirección que se había marchado su tía. Amelia, Daneve y Fallon hicieron lo mismo no mucho después. Afortunadamente fueron capaces de encontrarla a medio camino para contarle lo que había pasado, pero no contaron con que la razón por la que ella se movía opuesta a su destino inicial era porque algo terrible se suscitaba en el interior del primer distrito del Muro Rose.
Para cuando llegaron a Trost, justo al final de la tarde, su hermana ya se encontraba bajo la custodia de la Policía Militar. Las personas que atestiguaron lo que había pasado dijeron que Teersa Vlatka había llegado directamente en busca del chico que cerró la abertura para impedir la incursión de más titanes.
¿Por qué?
Habían pasado todo este día limpiando el distrito de titanes y recolectando cadáveres, en conjunto a la Legión, la Guarnición y el resto de las Tropas de Reclutas, así que difícilmente Amelia sabía algo al respecto. El motivo de lo ocurrido barría por encima de ella del mismo modo que la carne de los titanes se evaporaba en el aire y solo quedaban los huesos.
—Adi ha sido estúpida. —El pelo negro de Fallon se movió de un lado a otro cuando se sacó la liga que lo mantenía amarrado—; Mira que irte corriendo y ponerte a patalear por un tipejo que ni conoces. Pf. Casi nos cuelgan de los pies por su culpa.
Amelia tiró al suelo las cuchillas desgastadas de ambas espadas.
—No sabemos por qué se fue Teersa y por qué buscó a ese chico.
—Es una maldita ridiculez.
—Muchos murieron. Ha pasado un día desde que bloquearon la puerta y apenas han terminado de exterminar a todos los titanes que quedaron atrapados. Tardaran uno o dos días más en recuperar los cuerpos antes de que este sitio sea habitable nuevamente.
Fallon no se inmutó ni un ápice.
—No conocemos a ninguna de estas personas, no son nuestro problema.
—Doscientos siete soldados muertos —contó Daneve— y ochocientos noventa y siete heridos. En el momento que tuvimos ese primer entrenamiento para convertirnos en soldados hace cinco años, todo esto se volvió nuestro problema.
—¿Quién dijo que éramos sus soldados?
Una expresión de irritación surcó el rostro de Daneve.
Habían sido criadas como soldados, es cierto, pero eso no quería decir que lo fueran en el estricto sentido de la palabra. Sus convicciones, valores familiares y cadena de mando no eran las mismas. Ellas respondían a alguien mucho peor.
—Se perdieron demasiadas vidas como para que no te importe. —Amelia tironeó las mangas de la casaca para limpiar el emblema cubierto de suciedad. Un escudo con dos espadas entrelazadas entre sí. «Casi igual al de casa, pero una luna lo atraviesa en el medio.»
A Fallon se le escapó un bufido despectivo y ella le devolvió la mirada con gesto hosco.
—¿Ahora también eres emisaria de la fe, Adi? No me digas que te pone blanda ver gente muerta.
—Cierra la boca.
—Lo haré, pero tú no. La vieja quiere verte ahora mismo.
Amelia torció las facciones ante la mención de su tía.
—A veces tienes unas expresiones de lo más simpáticas —comentó Daneve.
—Esa cara que haces me molesta —contradijo Fallon.
—Me da igual lo que me digas.
Respiró hondo. Por encima de sus cabezas el cielo empezaba a colorearse de maiot y palisandro, pero aunque el sol dejaba de brillar con fuerza y el azul se desvaneciera casi en su totalidad, la luna aún no se alzaba en el firmamento estrellado. La noche, siempre oscura como boca de lobo, aún no se sobreponía en las murallas. Podría ser la misma tierra llana, los mismos astros los que iluminaran el amanecer y el anochecer todos los días, pero Amelia había estado cerca de treinta y dos horas en el Distrito Trost y se atrevía a asegurar, con comezón en las mejillas y el estómago hundido, que ese cielo no era el mismo que veía en casa.
Daneve pareció adivinar el rumbo sus pensamientos.
—Ahora estamos muy lejos de casa —suspiró su hermana—. Lo que más abunda es la muerte.
¿Por qué salimos de casa? «Para recuperar la Muralla María —prácticamente escuchaba la voz de su tía escurriéndose en su cabeza ante tal pregunta—. Para cumplir nuestra parte del trato. Por la humanidad.» Qué manera de vivir; acercándole la cabeza a los dientes filosos de las bestias.
—¿Cuál era el nombre del chico que bloqueó la puerta? —Amelia murmuró la pregunta con interés.
Daneve esbozó el atisbo de una sonrisa.
—¿El mismo que se llevó a nuestra hermana? Eren Jaeger.
フリーダム ── ヴラトカ.
5 DÍAS después de la Batalla de Trost.
Distrito Trost. Muro Rose.
͏ ͏ año 850 . . . [ 📗 ]
Amelia no se quedó a recibir a su tía por voluntad propia; su hermana Isley la estaba peinando después de una larga ducha y la tenía sostenida de tal manera que no podía ni mover la cabeza ni escapar de esa irritante mirada cargada de criticismo.
Valda Svanhild tenía treinta y dos años, pocos menos de los que habría tenido su madre, pero ella era tan dura como la piedra. Era una Líder de Escuadrón de la Legión de Reconocimiento y eso hacía que muchas personas se encogieran al verla. Desde que habían llegado a ese distrito había visto varias veces a soldados guardar silencio cuando pasaba y a otros más ponerse tan pálidos como la cabeza de Enara cuando se les acercaba.
Pero Amelia era su sobrina, no uno de esos soldados; por mucho que le gustara pensar lo contrario.
—Increíble —comenzó Valda desde la mesa del comedor de esa pequeña casa—, todo tiene que ser un inconveniente para ti, ¿no es así?
—No te he dicho nada aún.
Se levantó de la mesa y caminó hacia ella con los hombros relajados, serena, como si le causara gracia.
—Ni siquiera tienes que formar la mitad de una palabra. Esa cara tuya es un libro abierto sin cubierta y con todas las páginas desparramadas en el suelo, y esos ojos que tienes son un bosque de avellanos ardiendo. —Se recostó del borde de un mueble de madera cubierto de polvo y cruzó los brazos firmemente sobre el pecho—. Haznos un favor algún día y aprende a esconder esos pensamientos. Así no sabríamos tan rápido lo mucho que te desagradamos.
Detrás de ella, Isley se rió por lo bajo. Claro. A todos les gustaba una buena dosis de Valda —siempre y cuando no estuvieran dirigidas a ellos mismos sino a alguien más.
—Necesito que hagas esto por mí. —Su tía prácticamente se lo pidió de manera amable.
—¿Qué otra opción tengo?
No le respondió.
No había ninguna opción. Las cosas son como son y pensar en algo diferente es ingenuo y una pérdida de tiempo; Valda había dejado eso claro hace mucho, era imposible sacárselo de la cabeza. «Pero si tan solo....» Tsk. De un solo tirón de cabeza se alejó del agarre de Isley, y clavó la vista en la rubia delante de ella.
—Una vez que decidan quedarse en la Legión y la ceremonia de juramento haya llegado a su fin, el nuevo entrenamiento empezará al día siguiente. Pero yo no estaré ahí esta vez —añadió su tía—. Nos encontraremos antes de la nueva expedición para pulir ciertos detalles. Mientras tanto, Enara se irá conmigo a la sede central pero Isley se quedará contigo, Daneve y Fallon para asegurarse que se mantengan alejadas de los problemas. Que coman, se aseen y no salgan heridas es opcional.
—¿Qué hay de mi aya? —preguntó con las cejas hundidas.
—Sorrel tiene órdenes estrictas de cuidar y atender a Teersa mientras que ella esté bajo la custodia del capitán Levi.
Eso no le agradó mucho, y su cara debió haberlo dibujado con creces.
—Si quieres enojarte y culpar a alguien, te recomiendo que lo guardes hasta que conozcas a Eren Jaeger. Él fue el que se transformó en titán y puso a tu hermana en un juicio por su vida.
«Pero tú fuiste quién nos puso a matar titanes.»
Culpar explícitamente a Eren Jaeger de su desafortunada situación era una clase de bajeza. Con o sin su transformación, la llegada de ella y sus hermanas a territorio desconocido habría acabado pasando de todas maneras. Este era el único momento en el que podía suceder. En el sur y en el norte se estaban dando las graduaciones de todas las Tropas de Reclutas, lo que significaba que también era su momento después de cinco años siendo parte del peor de los entrenamientos. Habrían terminado uniéndose a la Legión de Reconocimiento de una manera u otra —Valda se encargaría de eso a como de lugar.
Lo que en verdad le molestaba era la nueva implicación de sí misma en un asunto que estaba fuera de las manos de todos. No había mucho que pudiera hacer, salvo esperar que otros tomaran sus decisiones y la informaran al respecto. «Y eso es un fastidio.»
Cuando Valda se giró para ir por un vaso de agua, Isley la tomó de las mejillas y le dedicó un gesto empalagoso.
—Ahora no seas así, ¿por qué pones esa cara? —La obligó a sonreír con ambas manos—. No te quejes tanto de tus hermanas. Mejor muéstrame esa sonrisa tuya que siempre escondes.
—Suéltame. Me haces enojar.
—Pero si nos vamos a quedar juntas, Adi.
—Por ahora. La vieja va a llevarnos de misión y tú te opones a eso, ¿no es así?
La expresión de su hermana cambió gradualmente. Se sacudió el pelo azabache de los hombros y aunque no dejó de regalarle una de sus cálidas sonrisas, las líneas de expresión de su fina cara se alteraron lo suficiente como para demostrar que no le complacía lo que acababa de decir.
La vio tomar aire y enderezarse.
—No deseo participar en tal carnicería.
—¿La de matar titanes? —Sabía que iba a arrepentirse de preguntarlo, pero lo hizo de todos modos.
—Precisamente.
Desde que habían ido a Trost algo le estaba molestando. La hacía sentir constantemente al borde de una explosión, intranquila.
—¿Prefieres que los titanes te coman a ti? —inquirió Amelia.
—Lo que yo prefiera es irrelevante —entonó la segunda hija de su madre con voz fría y apagada—. En este amanecer vespertino, nuestra existencia será lo menos importante.
Amelia apretó los dientes, fastidiada. Normalmente pasaría de su hermana sin problemas. Era costumbre que se pusiera de este modo, presa de una fe ciega y unos ideales peligrosamente arraigados en su pecho, pero esta mañana se sentía fuera de sí. Todavía tenía la cabeza hecha un lío.
¿Después de tanta gente muerta en Trost? ¿Después de que incluso Teersa se hubiera ido a meter de cabeza en las fauces de un titán? Quiso cerrar la boca y aceptar que su hermana mayor simplemente era así. Quiso entenderla. Quiso hacer oídos sordos ante esa ridícula respuesta e irse a hacer otra cosa. Pero ni su mente ni su cuerpo eran capaces de olvidar el disparo de los cañones, los gritos de horror y el olor a carne chamuscada. Incluso Valda se volvió desde la cocina y se fijó en ambas, expectante.
—Si quieres abogar por la fe, Adi, es tu problema. —Amelia se puso de pie, violenta—. Pero la santurronería no anda tan lejos de la estupidez, ¿o sí?
No le contestó eso explícitamente, pero ella vio en su mirada todo lo que no se atrevió a decirle. Era fácil de comprender, sobretodo cuando esos orbes de azur que tenía Isley eran tan expresivos como su propio bosque de avellanos —justo como decía la vieja. «Nunca cambias, ¿no, Isley? Tu discurso sigue siendo tan frío como un témpano.»
—¿No te preguntaste por qué? —le preguntó su hermana en su lugar.
No quiso responderle nada.
—Tal vez merezcamos ser comidos y masacrados —siguió—. Si alguna vez cometimos un pecado inexpiable, entonces deberíamos aceptar nuestro castigo y perecer.
Las palabras le dieron escalofríos, como siempre. Eso no evitó que el garabato de su mano izquierda ardiera como los mil infiernos; como si realmente se tratase de una marca y no una de las tantas cosas sinsentido que salían de la boca de las mujeres que estaban a cargo de ella. Una burla.
Amelia rechistó entre dientes, y le pasó por el lado dándole la misma importancia que le daría a un ciervo siendo cazado en el bosque.
Valda exhaló y se llevó los dedos a la sien.
—Esa conversación estaba destinada a acabar mal —dijo y se inclinó de nuevo sobre la mesa—. No puedes hacerla aceptar tus convicciones. Las repudia.
Isley se le quedó mirando, impasible.
—Sé que no puedo —admitió—. Pero no me hables como si Melía fuera excepcionalmente partidaria de tus propios ideales.
—Sé que no lo es. —Valda asintió, pensativa. Al decir aquello miró por la ventana, donde tres de las hijas de su hermana estaban tendidas sobre las escaleras de piedra. Y añadió—: Melía no es partidaria de ningunos ideales que no sean los suyos, ¿y quién sabe cuáles son? No confía en nosotros lo suficiente para decírnoslo.
フリーダム ── ヴラトカ.
7 DÍAS después de la Batalla de Trost.
Distrito Trost. Muro Rose.
͏ ͏ año 850 . . . [ 📗 ]
Fue Enara, la primogénita de su madre, quién las acompañó a la ceremonia de juramento.
La tarde ya comenzaba a desdibujarse en ese lugar del Muro Rose, y habían cientos de reclutas esparcidos por todo el frente de la tarima. Cada cara era peor que la anterior. No había que pensar demasiado para darse cuenta que lo acaecido en Trost era la raíz de todos esos males que se esparcían en el viento; y que probablemente esto afectaría el desenvolvimiento de la ceremonia.
—Enara. —Amelia la llamó sin dejar de caminar, viendo cómo Fallon le lanzaba una piedra a una paloma y Daneve le atestaba un golpe en la nuca por ello—. Esta idea no me gusta.
La mayor de todas sus hermanas alzó la comisura de sus labios de manera muy llamativa. Con ese reflejo del sol del atardecer, su cabellera pálida era brillante.
—No tiene que gustarte la idea, Melía, solo tienes que hacerlo.
—¿Y tú qué haces aquí con ese uniforme? —Fallon se zafó de Daneve solo para meterse en la conversación. Las cuatro caminaron en fila desde la entrada y se dirigieron hacia donde estaba la mayor concentración de reclutas.
—Ahora soy la mano derecha de la Líder de Escuadrón Valda —contestó Enara, y se tocó con pretensión y arrogancia el emblema de las Alas de la Libertad sobre la casaca (misma que usaba su tía)—. Así que no se preocupen, las cosas no han cambiado para nada. Yo sigo siendo mejor que ustedes.
Daneve emitió un sonido de lo más divertido. Se estaba burlando de ella.
—¿Por voluntad propia? No me hagas reír, Adi.
—Cuida la forma en la que te diriges a tu hermana mayor y oficial superior.
—Claro —replicó Amelia con los ojos entrecerrados—. Y esto no tiene absolutamente nada que ver con el oficial que estaba el otro día con la vieja.
—¡Ha! —Fallon dio un salto en su lugar—. "La mano derecha de la vieja", es que eres idiota. Ella no tiene ni idea, ¿no es así? Por eso te dejaron quedarte. De lo contrario te habrían mandado a vigilar el trasero de Teersa junto con mi aya.
—Cállate, imbécil. —Enara se irritaba rápidamente, eso ellas lo sabían muy bien. Acabó rompiendo la fila y dándoles la espalda para marcharse a otro lado, probablemente detrás de la tarima donde se veían las demás personas—. Solo hagan lo que les dijeron. Nos vemos al final de la ceremonia. —Y entonces comenzó a farfullar bajo su aliento—: Me molestan.
A Amelia se le escapó una tenue sonrisa que pasó desapercibida por sus dos hermanas. «Menos mal.»
Empezó a anochecer casi enseguida. Aprovechó a recostarse de una de las paredes de piedra mientras que sus hermanas hablaban con otras personas por ahí, y vio a un par de soldados encender las grandes antorchas de los lados para iluminar la instancia.
Muchas personas estaban detenidas en ese lugar, y la tarima era inmensa. En la cima de ella se apreciaban con claridad los cuatro escudos de las divisiones militares de las murallas; Amelia se los sabía porque Valda la había obligado a memorizarlo un par de años atrás. La Policía Militar, La Guarnición, la Legión de Reconocimiento y las Tropas de Reclutas. El caballo, las rosas y las alas de la libertad eran los que se disputaban el ingreso de todos los jóvenes que se encontraban aguardando. «Y nosotras tenemos un pie en la más escandalosa.»
—¡Oye, Melía! —Escuchó a Fallon llamarla, así que giró la cabeza para buscar la fuente de su llamado. La encontró un par de metros más lejos, haciéndole señas con las manos—. ¡Ven aquí!
—Oh, pensé que estabas sola.
Sus orbes avellanos encontraron otros pardos con vetas de dorado ojeándola con detenimiento. Era una chica, tal vez de su tamaño, con el pelo muy oscuro y el mismo uniforme que ella. Ella también le recordó un poco a su aya, así que por buena educación le sonrió sin mostrar los dientes.
—Por eso decidí venir a saludarte, creo que no nos habíamos visto antes. Eso quiere decir que eres de la división norte, ¿no? —continuó diciéndole—. Soy Nesrin Valente. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó en tono amigable.
—Amelia.
—Ella te ha llamado Melía.
—Mis hermanas me llaman Melía.
—Melía es una forma muy linda de acortar Amelia, ¿no es así? —Nesrin le enseñó los dientes en una amplia sonrisa y se puso los brazos detrás de la espalda—: Amelia. Melía. Suena muy bien.
«Porque la "a" de Amelia es la "a" de anomalía.»
—Supongo.
—¿Dijiste que estás aquí con tus hermanas? —No parecía tener la intención de guardar silencio—. ¿Eso significa que tienes muchas? ¿Todas están aquí contigo?
—Un par.
—¿Cuál es tu apellido?
—Vlatka.
Algo muy parecido a la conmoción se abrió camino en la cara de Nesrin Valente. Como si el nombre le hubiera recordado algo muy importante, volvió la cabeza velozmente hacia la izquierda al escuchar unos pasos y se encontró con que alguien más también se aproximaba hacia ellas.
«Tch.»
—¿Eres la hermana de esa chica? —le preguntó estrechamente a ella el chico que había llegado. Se notó que había despertado su interés, su tono sonó una octava más alta de lo normal cuando se dirigió hacia Amelia—. Ya sabes, la que fue por Eren cuando ocurrió lo de Trost. Dijeron que se llamaba Teersa Vlatka.
Sintió el peso de ese nuevo par de ojos enmelados sobre ella, y le sostuvo la mirada sin mover un músculo.
—¿Conoces a Eren? —Nesrin levantó las cejas sin perder el matiz amable—. Nosotros sí, es nuestro compañero. Y la chica que ahora está con él es tu hermana, entonces. ¿Eso significa que te unirás a la Legión?
No tenía intenciones de mantener una conversación también con el chico, por lo que se abrió paso para caminar. Pero él fue tras ella, y a Nesrin Valente pareció gustarle porque entonó una suave risa de soprano y la tomó del brazo para detener sus avances.
—También es buen compañero. Reiner digo. Le gusta hablar con todos y tiende a ser amistoso. Aunque bueno, lo irás viendo si decides quedarte. Por cierto, ¿sabes qué vas a elegir?
Estaba rodeada por todos lados, y un pinchazo de desesperación se le escurrió bajo la piel. «Tiene tanta energía como mi aya», y su aya siempre era muy buena con ella. No había escapatoria.
—Legión de Reconocimiento —repuso sin perder la calma.
—¿Tú también? —La chica volvió a sonreír, muy satisfecha—. Vamos a ser compañeras, qué emoción. Aún no sé lo que el grandullón elegirá por cierto, así que quizás no les vuelvas a ver. Reiner —lo llamó mientras giraba la cabeza—, ¿vas a ir a la Policía Militar con Bertholdt? —Regresó el foco de su atención a Amelia para aclarar—: Es otro compañero nuestro, pero eso no habla apenas.
—Tal vez la Legión —aclaró el rubio de voz muy profunda—. Tal vez la Policía Militar. No estamos seguros.
—Y todos me llamaban loca por elegir la legión desde el principio y cada vez somos más —resopló Nesrin—. ¿Vas a la Legión por tu hermana? Porque supongo que si sigue a Eren tendrá que ir con él, éramos los únicos que teníamos claro que queríamos ir a la Legión desde el principio. Todos los demás querían unirse a la Policía Militar, querían vivir la buena vida en la muralla central. Menudos irresponsables.
«Vivir una buena vida en la muralla central.» Sonaba como algo cobarde y desconsiderado, ¿no es así? ¿Pero era tan malo en realidad? La misma Amelia se había encontrado un par de veces en los últimos años perdida en el flujo de sus pensamientos cada vez que tenía que mirar todo lo que se extendía más allá del Lago Hegel, preguntándose si el aire que se respiraba en ese lugar era tan pacífico como se veía. «¿Qué se sentirá el no hacer nada?»
Sin entrenamientos. Sin memorizar votos. No ser más la mano que sostiene la espada. No ser primera en el frente, cara a cara ante bestias que devoran humanos, pero octava para todo lo demás. Sin el nombre Vlatka.
La voz del chico se alzó de nuevo y su cara acabó frente a la suya. Tenía el pelo rubio, no tan dorado como el de Valda pero tampoco tan pálido como el de Enara. Debía medir más o menos lo mismo que ellas, pasado el metro ochenta o un centímetro menos. También tenía la misma mirada repleta de seguridad y entereza; incluso cruzaba los brazos de la misma manera desesperante que lo hacía ver incluso más alto.
La chica le recordaba a su aya. El chico a ellas. Y, oh, lo mal que se llevaba con ese par de rubias.
—Nunca me dijiste tu nombre —le dijo—. Yo soy Reiner Braun.
Por suerte, Nesrin intervino en su lugar.
—Se llama Amelia, aunque también es Melía. ¿No te parece un apodo muy bonito? Suena muy lindo. Melía. Es casi como algo que se podría cantar.
—Amelia. —Reiner sonrió, amistoso, y extendió su mano para que ella la tomara—. Es un gusto conocerte. Será un honor ser tu nuevo compañero, si es que coincidimos.
—¡Cadetes, atención! —exclamó algún soldado a lo lejos—. ¡Fórmense frente a la tarima!
Se debatió entre si tomarla o no hacerlo por lo que pareció ser un largo segundo. Ningún hueso de su cuerpo le dijo que lo hiciera, pero su mente no fue capaz de establecer un motivo real para no hacerlo. Acabó tomándola a modo de resignación.
«Esto es insoportable.»
El corazón le latió salvaje detrás de las costillas. Tenía los ojos abiertos, pero estos le ardieron como si le pusieran un paño hirviendo que la obligaba a cerrarlos. Sintió su garganta cerrarse en un momento, por lo que acabó luchando contra el deseo de toser y de llevarse las manos al cuello para sostenerse. Cuando un golpeteo le taladró la cabeza se dio cuenta que su cuerpo se revolucionó como si alguien le estuviera haciendo daño; como si su piel de albo estuviera repleta de heridas sangrantes, punzantes ante el tacto extraño, que la hacían querer llorar de desesperación.
Afortunadamente, ipso facto resonó el aviso que daba inicio a la ceremonia de juramento. Lo soltó con brusquedad, y se ganó un par de miradas de confusión que se sacudió dándose la vuelta y no reparando en lo que se quedaba atrás.
Aún tenía ese aparatoso cosquilleo de angustia escurriéndose bajo su piel cuando se formó en las filas junto a los demás cadetes y sus hermanas, Daneve y Fallon, se colocaron a cada lado de ella.
—Tu cara me dice que no disfrutaste estar con estas personas —observó Daneve atentamente, echándole una rápida escudriñada al rostro de su hermana de pelo y ojos avellanos.
—Lástima —siguió Fallon—. Todavía ni siquiera empezamos. No te pongas a llorar antes de lo necesario, Adi.
«Las Vlatkas no lloran.»
—Soy Erwin Smith, Comandante de la Legión de Reconocimiento. —El hombre que ahora se encontraba de pie en medio de la tarima también vestía las Alas de la Libertad. Su voz sonó llana y solemne cuando anunció—: Hoy decidirán su futuro militar. Siendo claro, he venido a convencerlos de que se unan a la Legión de Reconocimiento. Durante el reciente ataque, han descubierto lo terroríficos que pueden llegar a ser los titanes y lo limitada que es nuestra propia fuerza frente a ellos. Sin embargo, esta batalla ha conducido a la humanidad más cerca de la victoria de lo que jamás ha estado. La existencia de Eren Jaeger y Teersa Vlatka es crucial. Al arriesgar sus propias vidas, han demostrado más allá de toda duda ser valiosos aliados para la humanidad.
Amelia aún tenía la garganta seca cuando su visión periférica captó la presencia de su tía en el fondo de la tarima. Estaba junto a otros solados de la Legión pero mantenía la espalda bien erguida, con el pelo dorado brillando bajo el fuego de las antorchas y los claros ojos azules firmemente puestos en ella y sus dos hermanas.
«No somos aliados de de la humanidad, ¿no es así?», apretó los puños contra la espalda. «Solo somos tus propios aliados.»
1. ADI: /adi/
En la lengua materna de las vlatkas, "adi" significa hermana.
2. AYA: nombre masculino y femenino.
Persona que en una casa se encargaba del cuidado y educación de los niños.
⠀⠀ ⎯⎯ MELÍA: Apodo dado por Enara Vlatka como la combinación de Amelia y Anomalía. Aunque en un principio estaba destinado a ser una burla hacia ella, las personas se adaptaron rápidamente al sobrenombre, usándolo cotidianamente. Los miembros de su familia rara vez la llaman por otro nombre que no sea Melía.
[ COMENTARIO DE LA AUTORA, abril 2023 ] : FINALLYYYYYYYYY primer capítulo de mi pichula deprimida y (para estas épocas) el Reiner Marcel. Esta partecita sirve como puente para presentar la peculiar relación que tiene Melía con su familia, hermana y tía, y para evidenciar más o menos lo que siente por ellas (que es complicado). El siguiente nos abrirá las puertas a los scouts y especialmente al rubio quinceañero pseudo traidor ajhshs. ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO !!! No olviden dejar un comentario y un votito de buena fe xx.
Abrazo de Titán y Reiners virtuales para todos 💚
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