Parte 1
¿Cómo puedo iniciar a contarte esta historia? Creo que tendría que iniciar con aquella época cuando todo en mi vida colapsó a lo grande.
No sé si has sentido como es ver que todo se viene abajo y no poder ni meter las manos para detenerlo, es una sensación jodidamente ridícula. Parece como que entras en un agujero y ese agujero te succiona de modo que por más que patees, que manotees o que grites, no puedes hacer nada. Aunque, ahora que lo pienso, mi vida ha estado colapsando desde hace mucho, tal vez desde el inicio.
Mi mente se va a ese primer momento; he escuchado hablar a muchas personas de sus primeros recuerdos...
"Yo tenía 4 años y me estaban celebrando mi cumpleaños y todo era felicidad...", "recuerdo cuando era pequeño y era muy travieso, aquella vez que me metí en el pastel de mi hermano y todos rieron...", "no tengo claro mi primer recuerdo pero sé que tuve una infancia feliz.." y más blah, blah y blah.
Si bien es cierto, no toda mi infancia fue horrible, como todo, hubo cosas bonitas, cosas buenas, cosas felices; él, él era una de esas cosas felices. Mi abuelo, él era el tipo de hombre que me hubiera gustado ser; amable, compasivo, siempre dispuesto a ayudar a quien fuera aunque él no tuviera para hacerlo. Siempre con alguna lección de vida para dar, siempre lleno de amor a pesar de que las cosas pudieran ser muy jodidas. Y yo aspiraba a ser así, a convertirme en ese hombre. Creo que si mi abuelo pudiera ver en lo que me he convertido, volvería a morirse de la vergüenza que sentiría. O tal vez, si él siguiera aquí, me hubiera podido convertir en lo que él era. No lo sé, son esas cosas que nunca se pueden saber.
Pero bueno, ahí estoy yo, teniendo 6 años, estando en casa de los abuelos, solíamos ir ahí cada fin de semana, iban mis primos, mis tíos, todos nos reuníamos y lo poco que recuerdo eran momentos felices. Al menos, así lo sentía yo.
Recuerdo aquél fin de semana, estando ahí, jugando con mis dos primos y mi hermana. No recuerdo precisamente a que jugábamos, sólo recuerdo que corríamos por toda la casa, y recuerdo cuando pase por a lado de ese jarrón, queriendo agarrar a mi hermana y tirando el jarrón.
Recuerdo el estruendo en mi cabeza. Recuerdo que mi abuelo se encontraba en la mecedora y recuerdo su cara, pensé que se enojaría, pero su cara no era de enojo, su cara era la misma de siempre, de amor.
Recuerdo también que ese jarrón era de su padre, de las pocas cosas que le quedaban de él. Mi abuelo se acercó, no me dijo nada, sólo puso su mano en mi cabello alborotandolo y sonrío. Se agachó a levantar los pedazos que estaban esparcidos por el suelo y cuando se levantó, nunca podré borrar la imagen de su rostro. Se llevó la mano al pecho y tenía la boca abierta y los ojos llorosos. Tampoco podré olvidar el grito que lanzó. Ni a mi abuela corriendo a su lado y después mis padres, y mis tíos. Yo me quedé estático, viendo el rostro de mi abuelo, me veía fijamente, y pude ver cómo la vida se le iba, sus ojos ya no eran sus ojos café claro, sus ojos eran sombras.
Y él cayó.
Cayó a lado del jarrón. Y murió, murió en ese preciso instante. Yo seguí estático. Mi hermana gritaba, mis primos lloraban, mi abuela sollozando se arrodilló ante mi abuelo, mi padre llamó a la ambulancia. Y yo me quedé sin mover un sólo pelo, observando a mi abuelo y él, lo único que observó al morir, fue a mí, a nadie más que a mí, a quién rompió su jarrón.
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