IV
—¿Pero qué está diciendo, profesor? —inquirió Will casi incrédulo. No podía creer que el doctor Jack Crawford le estuviera sugiriendo aceptar semejante cosa.
—¿Qué tiene malo, Will? Necesitas el dinero, estás por quedar sin trabajo y todavía tienes que cursar el último año de la carrera. Además de todos los libros que necesitas para realizar tu tesis —replicó Jack notablemente frustrado con el carácter obstinado de su protegido.
—Es el típico alfa que no recibe un no como respuesta.
—Pero el trabajo te hace falta, serías un tonto de rechazarlo —sentenció frunciendo el ceño—. Solo serán seis horas a la semana, te pagará casi el doble de lo que se cobra actualmente por clases particulares. Además, si llega a tener otras intenciones, solo tienes que decirme y yo mismo hablaré con él y dejarás de concurrir a su domicilio de inmediato —agregó para tranquilizarlo y, finalmente, convencerlo.
...
Will, en más de una ocasión, había experimentado incomodidad y la terrible impresión de no encajar del todo en el lugar donde se encontraba. Sin embargo, ninguna de esas veces se comparaba ni remotamente con la sensación abrumadora de alienación y extrañeza que le producían las calles del barrio de Belgrano. Las cuales eran semejantes a estar transitando las avenidas de algún otro mundo al que no había sido invitado.
Suspiró, con una angustia tan palpable, que cualquiera hubiera pensado que no daría los últimos pasos que lo separaban del edificio donde lo esperaba "su alumno". Un alfa caprichoso que no había aceptado su rechazo. En lo profundo de su mente, incluso temía por su integridad física, por lo que había salido de su hogar con un collar de castidad que tan solo podía quitarse con una contraseña numérica.
A las puertas de la lujosa construcción departamental. Una botonera que semejaba un atril para discursos religiosos de baja estatura hecha en mármol, se encontró al lado derecho de unas inmensas puertas de vidrio polarizadas. Que exageración, pensó buscando el timbre del departamento 15 A; el cual resultó ser un botón único, justo por encima de todos los demás. Estaba por presionarlo cuando el fuerte olor a ruda y caña invadió sus fosas nasales. Elevó su mirada y se encontró con Hannibal Lecter esperando a que pasara al interior del edificio.
—No vas a intentar marcarme, ¿no? —inquirió en broma. Pero Hannibal percibió el grado de seriedad con el que Will hizo la pregunta.
—Creo que me está confundiendo con un pretendiente muy desesperado, señor Graham —respondió con cierto aire de superioridad. Mentir se le daba muy fácil.
Will sonrió con desagrado y siguió a Hannibal Lecter hasta el elevador, en el cual éste metió una llave y, al hacerlo, el botón del piso número quince se encendió repentinamente. Al parecer, dicho botón no funcionaba sin esa llave. Will se cruzó de brazos y no pronunció palabra alguna durante el breve trayecto del ascensor hasta el último piso del edificio. Aunque su rostro no pudo mantenerse imperturbable ante el lujoso departamento que se presentó frente a sus ojos al salir del elevador.
El lugar debía tener más de ciento cuarenta metros cuadrados en los que contaba con tanto espacio innecesario, que ni los caros muebles llegaban a ocuparlo. Y, por lo visto, no había señales de mascotas en el ambiente. Que hombre tan aburrido, pensó siguiendo los pasos de éste hasta el comedor, donde le ofreció sentarse en la punta de la mesa para él tomar asiento a uno de los lados. Sobre la mesa, Hannibal, ya tenía preparado un cuaderno abierto junto a un delicado bolígrafo que rezaba "Lecter" en letras doradas.
—Veo que te tomaras en serio las clases —comentó sacando un libro de su mochila.
—No las habrías pedido si no fuera así —volvió a responder con esa elocuencia elegante casi pedante.
—Bien, comenzaremos con el siglo XIX argentino.
—Lo que usted diga, Señor Graham —enunció tomando la pluma con su diestra. Aunque antes, disimuladamente, aspiró con ojos cerrados el delicioso aroma que comenzaba a impregnar su temporal hogar.
...
Casi involuntariamente, las semanas se le pasaron demasiado rápido a Will Graham. Hannibal era un alumno ideal, atento y curioso. Sabía cuándo y qué preguntar. Los debates se hacían exquisitamente interesantes. En algún momento, sin poder evitarlo, comenzaron a tener charlas propias de buenos amigos cercanos, más que de maestro y estudiante. Por otro lado, Will estaba gratamente sorprendido por el autocontrol del alfa, quien ni siquiera se acercó indebidamente a él cuando su aroma se hizo más dulce e invasivo por la pronta llegada de su celo. El cual, como siempre, con la ayuda de unos supresores, no permitió manifestarse.
—¿Te importaría continuar con las clases? —preguntó Hannibal sirviendo un poco de café para ambos.
—No, para nada. Estoy disfrutando mucho de hacer esto —confesó con esa misma sonrisa con la que meses antes le había dicho que su hedor de alfa le resultaba agradable. ¿Lo estaba provocando? ¿Al fin era momento de retomar lo que habían dejado a medias?
—Me alegra oír eso. Iré a buscar algo y vuelvo —le informó con esa gentileza de anfitrión con la que siempre lo atendía.
Hannibal se levantó de la mesa y se retiró a su cuarto. Will aprovechó para repasar su resumen de la clase de ese día. Pero, repentinamente, el sonido de un mensaje entrante en la computadora portátil de Hannibal llamó su atención. Miró hacia el pasillo para ver si éste se había dado cuenta, pero continuaba dentro de su habitación. Curioso, tomó el portátil para ver de quién se trataba. Para su suerte, el computador no tenía clave. Pero, para su desgracia, vió algo que nunca debió haber visto.
Dentro del ordenador se encontraba un archivo abierto que contenía su foto junto con sus datos personales. Al desplazarse por el mismo documento, descubrió su historial académico, su promedio histórico, su analítico provisorio universitario, sus análisis médicos y toda la información que el Estado podía proporcionar sobre una persona. Asustado, dejó el ordenador en su sitio. Will se dio cuenta de que Hannibal sabía incluso acerca de sus recientes análisis de sangre, los cuales habían arrojado resultados preocupantes. Ahora entendía porque había insistido en cenar juntos después de las tutorías. Cada comida que compartieron era particularmente rica en algunas de las vitaminas en las que había mostrado deficiencia en su chequeo médico anual.
Hannibal era un acosador, y tal vez una persona peligrosa. Pero era difícil creer en lo obvio, especialmente cuando Hannibal se había comportado de forma tan decente y cortés, tan elegante e inteligente. ¿Era un acosador? ¿Tendría incluso fotos de él guardado en el disco duro de su computadora? No, no quería saberlo. Ya era suficiente con la mierda que había visto. Lo más sensato en ese momento era levantarse y escapar mientras tuviera la oportunidad.
—Aquí tienes —enunció Hannibal dejando tres libros enfrente suyo—. Me tomé la libertad de restaurarlos para que sean más fácil de utilizar. Aprendí a restaurar libros durante una corta temporada en Suecia. Así que creo que encontrarás un trabajo aceptable.
Will estaba demasiado confundido y asustado para responder algo, pero sus manos tomaron uno de aquellos libros y se sorprendió al notar que era ese diccionario que había encontrado en la tienda de antigüedades. Aunque, a diferencia de la primera vez, ahora se veía casi como nuevo. ¿Un acosador hacía ese tipo de cosas? Si, los acosadores podían hacer ese tipo de cosas, pensó Will tratando de ser lógico.
—Will, ¿por qué tienes miedo? —preguntó Hannibal al percibir como el dulce aroma a frutillas se hacía cada vez más amargo.
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