Origen de Jean y Elise - El Corsario
El viento soplaba frío mientras ella corría por la ciudad de Carcosa. La mujer podía oír los guardias del rey persiguiéndole los talones. Si la pillaban, moría. Así que tenía que llegar a su escondite, lo más rápido posible.
Pero había un grave problema. Un enorme, gigante problema. Su escondite estaba ubicado al otro lado de la ciudad, y ella ahora estaba en las calles de la Gran Ópera.
Cerrado para siempre por problemas estructurales, el edificio era apenas un recuerdo desgastado de los tiempos áureos de la capital. 300 años de trabajo duro para construir aquella estructura y ahora estaba entregue al polvo. Las puertas, hechas de oro macizo, eran una prueba de su magnífico ayer. Ángeles dorados observaban a los peatones desde la cima de su techo.
Pero incluso con aquella maravillosa presentación, la Ópera era un lugar peligroso, porque – según algunos rumores- los túneles de una mina abandonada recorrían su subsuelo, y dicho sistema de corredores subterráneos era usado como hogar por los ladrones más temidos de la urbe.
El líder de todos se hacía llamar el Corsario Rojo.
Todas las personas que tenían la mala fortuna de ver el rostro del monstruo desaparecían de la ciudad, de una manera u otra. Huían al sur, eran encerrados en prisión, o amanecían muertos. Estas eran las pocas opciones para dichas almas malditas.
O al menos, esto era lo que al gobierno le encantaba decir.
La verdad era que el Corsario era más un "justiciero" que un "villano". No atacaba a ciudadanos inocentes, de manera indiscriminada. En realidad, él y sus camaradas iban detrás de aquellos que habían cometido crímenes nefastos y que, pese a su evidente culpa, nunca habían sido castigados por la justicia.
El Corsario era odiado porque hacía a los privilegiados pagar.
Y también por esto, su mayor enemigo era el propio Rey – que estaba cansado de ver a miembros valiosos de su corte y de su parlamento ser encontrados degollados en plazas públicas-.
La mujer que actualmente corría de sus guardias, era la segunda mayor rival del monarca, y una amiga cercana del Corsario. Por lo tanto, era tan deseada tras las rejas como él.
Al percibir que estaba perdiendo energía, ella se ocultó detrás de unos pilares que sostenían la fachada del edificio y los dejó pasarla de largo. En la oscuridad intensa de la noche, su silueta se mezcló con las sombras del edificio a la perfección. Así que el ruido de sus pasos se perdió en la lejanía, ella salió de nuevo a la calle.
Su idea era seguir moviéndose hacia su escondite y pasar la noche ahí, para poder entrar a las minas por la mañana. Pese a conocer al Corsario, ella no se sentía segura allá abajo, entre las ratas más repugnantes de su sociedad.
Pero no pudo irse de inmediato. Porque vio, en la pared de un edificio residencial de la vereda contraria, varios anuncios y carteles de "se busca" aprobados por el Rey. Con una mirada agria y los dientes a muestra, ella se acercó a la pared y arrancó a los papeles, arrugándolos antes de tirarlos al suelo mojado por la lluvia, y pisarlos.
Fue entonces cuando, sin aviso alguno, escuchó una voz altiva a sus espaldas.
- ¿Qué hace una mujer tan linda caminando en una calle tan peligrosa a tan escandalosas horas de la noche?
La muchacha en cuestión se volteó, igual de irritada. Reconocía aquel tono. Reconocía aquella cara. Ojos y cabello castaños, una barba gruesa y mal cuidada, sonrisa cruel, ropas demasiado ostentosas y floridas para su cargo, y una silueta similar a la de un oso pardo obeso... Era el jefe de la caballería real, Aurelius.
- No es de tu incumbencia lo que hago o no. – ella dijo, desenvainando su sable, lista para pelear.
- No quiero herir a una dama.
- Qué bueno que no soy una. – respondió antes de avanzar, y pegarle el primer espadazo de la noche. Aurelius retrocedió justo a tiempo y sacó su propia espada, más curva y de menor tamaño. – Eres bastante rápido.
- Más de lo que aparento. – él contestó, con una risa burlona.
Los dos chocaron sus hojas con precisión y con violencia. Y en cada una de ellas, no lograron su cometido: Herir gravemente a su oponente. Ambos eran demasiado buenos en sus habilidades como para perder, pero no lo impredecibles lo suficiente para ganar.
Sin embargo, había un individuo mirándolos qué sí podía ponerle fin al duelo, y que eventualmente lo hizo.
Aurelius fue golpeado en la cabeza por detrás, por una botella de vino vacía. Cayó al suelo, desorientado, y luego recibió una patada en la cara que lo dejó completamente inconsciente. La mujer con la que él luchaba, no obstante, no sufrió un solo rasguño.
No lo haría, al ser salvada por uno de sus mejores amigos.
- Buenas noches, Corsario. – ella sonrió, feliz de verlo de nuevo.
El hombre usaba un abrigo largo rojizo, con un tricorne negro. Su rostro estaba oculto por una máscara de calavera, amarillada y extremadamente realista. Lo único que revelaban de su dueño eran los ojos, de un color pardo bastante claro, casi verde.
- Buenas noches, Elizabeth. – él dijo, antes de extenderle la mano. – Ven conmigo... Sé que no te gustan los túneles a estas horas de la noche, pero si sigues aquí arriba, los guardias te capturarán... Y yo te necesito viva.
La mujer amplió su sonrisa y tocó su palma con sus dedos.
- Si estás, no le temo ni a la muerte. Llévame adonde quieras y contigo iré.
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OOF.
Intenté no editar mucho el texto, para que la esencia del original no se perdiera, pero wow... La historia cambió mucho desde 2012.
Este cuento en mi mente estaba ambientado en los 1830's, y por eso se hace mención a sables y a un "Rey". Después eso cambió, obviamente, y ahora T&J transcurre entre 1888-1912.
Aquí abajo también dejo unos dibujos SUPER viejos que encontré hurgando entre mis correos antiguos:
--- Primer concept de Jean---
---Primer concept de Claude---
--- Primer concept de Elise---
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