
Capitulo 9
*Este capitulo puede contener escenas sensibles para parte del publico. Escena sexual explicito, violencia, trastornos. Queda advertido*
Tercera persona.
El sonido producido por un par de tacones Gucci resuenan por las frías paredes de cemento, creando un eco dentro del enorme castillo. Una mujer madura, con esa belleza exótica de Roma, camina elegante y con gran tranquilidad por los pasillos hasta que logra observar, al fondo de un gran comedor, a un varón que devoraba sus alimentos de forma insana y repulsiva.
La escena se vuelve más vomitiva cuando, de vez en cuando, gemidos de placer salen de su boca, y no exactamente por el exquisito sabor de su almuerzo. Una joven arrodillada entre sus piernas bajo la mesa, lame su entrepierna con obscenidad, sin importarle que este le ensuciara a propósito para satisfacer sus deseos más sucios e inimaginables y sin saber el desgraciado final que le esperaba.
Hacía ya un mes que aquel hombre se sentaba a comer de esa manera. Solo y con dos guardias a sus espaldas. El último de sus socios que se atrevió a comer con su nervioso y loco jefe, terminó siendo alimento para sus hambrientos sabuesos, los cuales no alimentaba a propósito por bastante tiempo.
Si antes era considerado un demente, con aquel descuido que le pasaba la cuenta a su mente retorcida le había transformado en un monstruo a nivel nunca visto en las últimas décadas dentro de la organización mafiosa. Todos temblaban con solo pensar en tener que hablarle. Todas sus prostitutas terminaban asesinadas, usadas como un tipo de terapia; sus rostros eran reemplazados por el de aquella que tuvo en sus manos y dejó escapar. Le temían, excepto aquella fémina que se acercaba a su mesa cada vez más.
Su madre.
Los ojos del hombre con esa cicatriz en su pómulo derecho, se abren en una mezcla de terror y sorpresa ante la atenta mirada fría y asqueada de su madre al otro extremo de la larga mesa. Sus manos limpian su boca aceitosa con una servilleta de tela y se pone en pie torpemente. A la joven prostituta la hace a un lado de una patada, y tirando en su cara, sin reparar en la brutalidad de esa acción, un envoltorio con cocaína que la joven recoge con urgencia, da la orden a todos para que lo dejaran solo junto a su progenitora.
—Madre... E-Es una sorpresa tenerte aquí. Pensé... — su voz titubea al verla avanzar hasta él de esa forma que solo ella podía dejarlo sin habla. Traga saliva. —Pensé que te vería en Londres dentro de dos meses más.
La mujer ladea sus pintados labios rojos en una sonrisa aparentemente amable, acariciando la elegante y gruesa cadena de oro puro que llevaba su hijo en el cuello.
—Te aseguro, hijo mío, que de no ser porque parí a un ser tan estúpido, estaría disfrutando de las exquisitas manos de mi masajista, en mi hermosa y amada isla Paradiso.— enrolla la cadena en sus manos con cada palabra hasta dejarlo peligrosamente apretado contra la fina piel del cuello.— Ya me enteré de tu ingenioso error, así que quise hacerte una visita y mira como te encuentro; perdiendo el tiempo con una prostituta drogadicto mamándote las bolas.— se acerca mínimamente a su cuerpo para olfatear al aire y arruga la nariz por el olor fétido de alguien que no se baña en una semana.
—M-Madre... —Gino traga con dificultad, sin mover ni un solo músculo del cuerpo. Solo le quedaba intentar excusarse con algo que ni él se convencía. —La perra estaba muerta cuando la deje. Alguien llego antes que los míos p-pero ya nos encargamos...
De golpe, su voz se transforma en ruidos de ahogo y dolor. Su madre le ahorcaba con aquella llamativa alhaja, mirándolo con desprecio.
—Te dije que los mataras en el momento que los tuvieras.— habla pausadamente, con una furia que solo su hijo podía sacar a flote. —¡¿Por qué no lo hiciste en ese mismo instante?!
—Y-Yo...
—¡Callate! Sinceramente pensé que podrías llevar este simple trabajo sin mi ayuda, pero resulta que la única neurona que te queda no sirve de nada.— escupe con los dientes apretados, aumentando la fuerza en la cadena alrededor de su cuello. —Maldito, inepto. Si usaras un poco de tu escasa inteligencia y hubieses seguido mis órdenes tal cual te lo había mandado, la zorra y sus hermanitos no se hubieran escapado.
—Por favor...— suplica el hombre con el rostro al rojo vivo. La vena de su frente cada vez más hinchada ante la falta de oxígeno.
Esa mujer despiadada ya lo habría matado desde que supo que su hijo tenía problemas sicológicos. Para ella, una mente enferma era sinónimo de debilidad y de deshonor.
Cuando solo era un niño, sentía vergüenza que llos demás supieran quien era su hijo, tanto que ideaba la manera de poder deshacerse de él, no importándole que fuera el único heredero que pudo dar a luz.
Esa cosa no podría ser heredero de nada. Era estúpido y dependiente. Sin embargo el imbécil que tenía por marido amaba a su hijo, pero más amaba hacerla sufrir. El hombre sabía cuanto ella se avergonzaba por el crío y aprovecho el sentimiento para afectarla aun cuando él muriese.
Stella Bicaccio, su nombre de soltera, era conocida como una mujer elegante, frívola y carnalmente pasional. Demasiado astuta, ambiciosa y calculadora para ser una mujer dentro de la mafia italiana. Era codiciada por su belleza e inteligencia, pero sobre todo por la influencia y prestigio que tomaría su futuro esposo dentro de los líderes.
Su padre, Lorenzo Bicaccio era un hombre duro, frío, terco y orgulloso. Los que le conocían sabían que solo sus hijas lograban sacarle los caparazones que rodeaban su corazón. Y debido a su firmeza y persistencia, su clan creció de tal manera que fue reconocida como lo más alto en jerarquía dentro de la mafia en toda Italia. Por su poder y dominio, los futuros cabecillas Bicaccio tendrían su lugar asegurado por generaciones en la mesa de OTA, junto a todos los demás jefes más poderosos por país.
¿Y en qué coincide Stella con todo lo anterior?Pues es que así como consigues respeto y alianzas, viene a la rastra los enemigos, la traición.
Para entonces, Los Lombardi estaban sedientos de poder. Querían el lugar que ocupaban Los Bicaccio y se encontraban en una especie de guerra, aún no declarada contra ellos.
Como toda organización, existían leyes que protegían a cada grupo delictivo, por lo que atacar a cualquier bando sin pruebas y sin autorización de la presidencia, era la mejor forma de cometer suicidio y homicidio a toda tu descendencia. Sin embargo, de alguna forma Los Lombardi lograron engañar a los líderes e inculparon a sus oponentes por una supuesta rebelión por el poder absoluto, y pronto le cedieron el permiso para eliminarlos a todos.
Y así hicieron. Aquella noche el clan Bicaccio se desvaneció, pero a una dejaron con vida por mero gusto del futuro heredero al trono de los Lombardi: Dario Lombardi. Había desarrollado una especie de obsesión por Stella desde el primer momento en que la vio, y luego que la tenía a su merced, ella seria de él y haría lo que se le viniera en gana.
Pero ¿por qué Stella se había dejado utilizar en vez de hacer algo por ser libre? Quizás suicidarse, ya que ningún clan iría en su rescate por se una Bicaccio; por ser una traidora y una exiliada. No tenía valor alguno y no solo por ser mujer.
Bueno, todo se debía a algo tan simple, y difícil a la vez, como la venganza. Y claro que lo conseguiría. Estaba decidida que esperaría los años que tuviese que esperar y sabía que para obtener un buen resultado de lo que realmente deseaba, se requería de paciencia y cuidado. Debía ir lento por las filosas piedras del camino para masacrar a todo el maldito clan que la secuestro e hizo su vida a cuadros; retomar el puesto que le correspondía y, ¿por qué no?, hacer realidad aquel engaño que terminó con su familia: llegar a ser la líder máxima. Líder de líderes de todo el mundo. Ese puesto que por siglos le ha correspondido a la mafia escocesa, apedillados Duncan.
Llegar a ese puesto no era algo fácil, menos en su juventud cuando las mujeres aún no eran consideradas para un lugar de liderazgo. Pero para anclarse hasta allí, debía cerrar los ojos y dejarse llevar hasta el momento adecuado.
Ella comprendía que el matrimonio dentro de la mafia era irrompible, sobre todo para la italiana, asi que deshacerse de Dario por ese lado no era una opción, lo que le llevó a tolerar las humillantes tradiciones y sus prácticas que derivaban desde la antigua Roma, que eran algo perturbadoras. Como el ser espectadores detrás de cortinas, en la consumación de la pareja recién casada. Con suerte en ese acto la mujer quedaría en cinta, asegurando una herencia.
Y, sí. Ese fue el caso de Stella, quien concibió a Gino esa misma noche de bodas.
Para ella llevar un niño en su vientre no era muy importante, sobre todo sabiendo de quién era. Simplemente ese instinto en ella no se había desarrollado del todo. Era, en demasía, egoísta consigo misma y carente de empatía como para pensar en alguien más. Sin embargo, una parte de ella no le molestaba la noticia, porque para ella sería un Bicaccio.
Cuando dio a luz a Gino, ver a ese ser tan pacífico y regordete, confirmó que nada podía remover en su interior. Pero contaba como muestra de amor el dejarlo criar por sus empleadas y nodrizas, que le trataron con cariño en sus años infantes.
Pero luego de un tiempo ni siquiera quería mirarlo.
A los seis años, el pequeño había tenido comportamientos aberrantes que llevaron a sus padres a tratarlo con un buen siquiatra, quien después de años (hasta su adolescencia) pudo diagnosticarlo con un Trastorno de Personalidad Antisocial, más conocido como futuro psicópata/sociopata. Con esto, el diminuto cariño que Stella experimentaba por su hijo, cambio a una profunda repulsión.
No podía permitir que un maldito enfermo fuese un Bicaccio.
Y aunque Gino creció entre el rechazo de su madre, su ausencia y sus maltratos tanto físicos como sicológicos, él así la amaba de una forma enfermiza. Ella guardaba tanto poder sobre él, que nunca se atrevió a tocarla o siquiera pensar en lastimarla. Se limitaba a hacer todo lo que ella quisiera para así sentir su afecto cuando todo le salía bien, siendo que solo recibía una misera y cínica sonrisa lobuna.
Dario no tardó en darse cuenta de las intenciones de su esposa y no se quedó de brazos cruzados. Él se encargaría de dejarle un seguro a su hijo; un acta para después de su muerte. Si él llegaba a morir, todas sus posesiones serian de Gino y Stella, como hija de traidores, no tenía derecho a nada. Y si Gino fallecía antes que ella, las posesiones quedarían guardadas para la OTA, dejando automáticamente a su esposa sin protección, sin hogar ni dinero.
Desde ese momento, el ahora monstruo creció protegido de no ser asesinado por su madre pero no de sus abusos.
Y solo ese recuerdo hacía que la mujer controlara su furia cuando casi mandaba al diablo toda esa mierda.
Todavía necesitaba al bastardo.
De un movimiento rápido, suelta el objeto de tortura y Gino tose repetidamente tratando de buscar el alivio de respirar con normalidad. Su cuello ardía. Seguramente una marca quedaría allí.
—Mi pequeño e inútil hijo.— pone sus manos en sus mofletes y le obliga a mirarla. —Recuerda que tú eres lo que eres gracias a mí.—besa su mejilla y le susurra. —Encargate de recuperar sus cuerpos, querido.
—No ha sido fácil...
—¡No seas imbécil! ¡Eres parte del ente dominante más grande del jodido mundo, Gino!— regula sus respiraciones, sin borrar esa desfachatada sonrisa.— Encuentralos. No me obligues a cortarte un dedo por cada error que cometas desde ahora.
El hombre abre los ojos aterrados por decepcionar a su madre. Tiembla y sus lágrimas amenazan con salir, pero su soberbia las comprime.
Le asusta más el hecho de que la mujer pueda leer sus pensamientos. Esos invasivos que no ha podido controlar desde hace un tiempo y que lograba dejarlos a un lado.
Mata a la perra, Gino.
Sacude la cabeza y se la golpea con las manos para despejarse. Stella estaba acostumbrada a verlo de esa forma tan inusual, mas no dejaba de serle repulsivo y muy, pero muy gracioso.
Le da una palmada a su hombro y se ríe burlona pero elegantemente.
—Oye, tranquilo. Relajate, cariño. Solo vine a visitarte.— dice sin dejar de burlarse de él.
Gino no descifraba si relajarse como le había dicho y reír con ella (no captando por qué lo hacía) o simplemente quedarse ahí y esperar a lo que ella ordenara, sin embargo esta toma un aperitivo dulce de la mesa y se aleja del lugar con vestigios de lo que fue su ataque de risa, hasta que la ve desaparecer.
Él se queda congelado allí, de pie, rebobinando lo último que su madre le dijo. Era todo cierto. Claramente no tenía deficiencia para pensar y entender las cosas. Era consiente que su padre le había dejado como heredero y ahora jefe del puesto como cabecilla de Los Lombardi, sin embargo su madre era quien le entregó en bandeja de plata todo lo que necesitaría para llegar a efectuar sus planes, para ser temido como él quería.
¿Y a qué costo?
Era un misterio para Gino, pero el costo lo pagaría él. Stella era la creadora de esta obra, la manipuladora de todas las piezas para conseguir ese algo que seria para su beneficio, todo a las sombras de su hijo.
Después de tantos años, treinta y seis para ser exactos, al fin estaba cada vez más cerca de Los Duncan y su presidencia.
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Buenas, buenaaaaas!
Espero este siendo de su gusto y no me queda más que agrader el apoyo.
No olvides dejar tu estrellita :* muak muak
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