
Capitulo 1
00:51 AM.
Edimburgo, Escocia. A unos kilómetros fuera de la ciudad.
El tacómetro marcaba los 180 km/h. El vehículo avanzaba a la máxima velocidad permitida para su modelo, bajo el oscuro manto sin luceros que cubría el cielo nocturno, mientras la conductora se aferraba firmemente al volante para mantener su conducción sin altercados.
—Tengo que salir de este camino—. Se decía a sí misma la joven mujer con los dientes apretados, observando cada tanto por el retrovisor a aquellos vehículos que de cualquier manera le habían alcanzado el paso, aun cuando se había alejado varios metros antes que los hombres se subieran a sus autos.
Pero no había donde huir. El camino estaba parejo, no se veía ninguna entrada de finca ni nada que pudiera usar a su favor para despistarlos y salir de ese infierno. Tampoco se podía decir que el auto "prestado" era un 4x4 para que pudiera atravesar el cercado que dividía los terrenos con la carretera y adentrarse a lo loco por los valles.
Uno de los imponentes Jeep blindados, colisiona su lateral delantero con la parte trasera del inestable transporte de la joven, provocando que derrapara y sus ruedas comenzaran a perder su dirección. El volante parecía tener vida propia y ella no tenía suficiente experiencia en conducción. No sabía qué hacer más que intentar volver a tener control del vehículo, pero éste, al estar demasiado estropeado, hace que comience a sobregirar con brusquedad. Las ruedas traseras en algún momento se bloquean y vuelca varias veces antes de detenerse dentro de una zanja, quedando un tanto ladeada.
La chica debilitada respiraba con dificultad, sintiendo el sabor metálico de su sangre correr por su rostro y el ardor de las heridas en todo su cuerpo, tanto las provocadas por el accidente como por las de ese monstruo. Ese que no había parado de seguirla desde el momento que lo conoció.
Sus ojos eran opacos por las lágrimas y la fatiga, pero lograba ver varias luces de focos, deteniéndose justo donde se encontraba su moribunda figura, iluminando al tipo que se acercaba sin prisa.
Al vacío lograba escuchar ese característico sonido del corta-habano entre sus dedos. Era como su propio anuncio de llegada.
Gino Lombardi era conocido en el mundo de mafias y sicarios como un loco psicótico con el que nadie quería hacer negocios de manera permanente ni mucho menos ser un deudor en su lista. El problema de algunos (sobre todo de jóvenes ambiciosos) era caer en esa personalidad de fingida nobleza que les hacía pensar que eran importantes para él y que les ayudaría sin nada a cambio... sin saber que ese trato era un viaje sin retorno a la normalidad.
Siempre había un precio pendiente.
De vez en cuando y sin previo aviso, solía probar la lealtad de sus hombres. El tipo no confiaba en nadie. Solo en su adorable madre, la que había formado esa bestia en él, pero que lo llevó a ser uno de los más temidos.
La gran figura masculina se detenía a unos pasos del siniestro, deleitándose con la imagen que se le ofrecía. Chasquea su lengua y una mueca de lamento fingido se instala en su rostro recién cortado.
—¿Sabes? Tal vez te habría soltado en unos días si no fuera por esto— hace una seña al corte en su mejilla. —Pero lo arruinaste todo—. Suspira sonoramente dramatizando sus acciones, entre que uno de sus guardias le entrega un paño limpio para presionar en su herida aún sangrante.
El asqueroso olor del habano inundaba el olfato de la joven, dificultándole más el trabajo a sus pulmones para mantenerse con oxígeno.
—Es una lástima. Me entretuve contigo estos días. —mira de reojo a los demás que se reían burlones junto a él.
Ella sentía que su corazón, ya echo trizas, dolía por última vez hacia él, hacia el único que permanecía con un semblante serio, o eso es lo poco que lograba descifrar con su visión borrosa.
Ese hombre de hermosos hoyuelos, cabellos azabaches y ojos rasgados resultó ser un gran cobarde.
Joo Sung-Hoon.
Verlo en ese momento era un dolor intenso que se iba transformando en una furia que endurecía sus sentimientos, aunque de nada servía ya. Ni siquiera quería hacer el intento de hablar para decirle lo desagradable que era mirarle la cara. Ahora solo podía sentir cómo la vida se le iba de las manos, aunque eso ya lo había sentido en el instante que dejó el cuerpo inerte de su madre en un lugar donde nadie la encontraría jamás. Nunca nadie la encontraría para al menos darle una sepultura digna.
Una lágrima rodó por su cien hasta perderse en su cabello.
Gino se enderezó listo para dar por terminado el asunto. —Lo bueno de esto es que me has facilitado el trabajo de tener que matarte. Sería realmente difícil asesinar un rostro tan hermoso—sonríe y lame su labio inferior.
La rabia acumulada de la chica se iba desvaneciendo. Deseaba tanto poder reírse en su cara... pero solo logró curvar sus labios débilmente. Se daría el gusto de irse del mundo, fastidiándolo y con los más profundos recuerdos de su madre. Con su voz, llamándole la atención por cualquier cosa estúpida en la que no obedeció y que luego la hizo reír para que no permanecieran enojadas; escuchándola cantar tan alegre, tan feliz, bailando frente a ella y sus hermanos para hacerlos reír.
Sus hermanos... ¿Qué habría pasado con ellos?
Kai y Cory... ambos eran tan duros como una roca, tanto por fuera como por dentro. Ninguna persona jamás vio lágrimas derramarse por sus ojos o alguna señal de dolor. Solo su hermana, el día anterior, por primera vez en su vida, les había visto romperse en mil pedazos cuando uno de los hombres de Gino le arrebató la vida a su madre frente a esos tres pares de ojos.
Esperaba que al menos ellos hayan podido escapar exitosamente. Deseaba fervientemente que pudieran estar en camino hasta su padre para contarle quienes habían sido los responsables de su muerte y la de su madre.
Le habría gustado estar presente en la tortura y ejecución de todo el maldito clan Lombardi.
Por su puesto, ELLOS no dejarían pasar algo tan grave como esto. E incluso si no existieran leyes, ella misma les habría cazado uno por uno, haciéndoles saber cuánto disfrutaba de su agonía. Mas, para su pesar, debía confiar en sus hermanos mayores y perderse de la diversión.
Ella ya no sentía dolor y sabía lo que significaba.
Finalmente, la chica se da por vencida y cierra sus ojos, lanzando una tos que escupía sangre a borbollones, lo que le hacía sonreír con satisfacción a su enemigo. Le parecía tan hermosa que le encantaba verle con ese color rojo como el vino brotando de su cuerpo. Solo lamentaba no haberla disfrutado por más tiempo.
—Morirás aquí sola...—susurra a su cuerpo inmóvil y lanza un gesto a aquel traidor a su lado, quien comprende la señal y se acerca a la chica colocándose unos guantes de látex para tocar su cuello.
Con el corazón acelerado y logrando mostrar un rostro neutro, mira de vuelta a su jefe confirmando la muerte de su adversaria, y éste se da media vuelta moviendo su cuerpo al ritmo de una música de vals que solo él puede escuchar, entre tanto sube al vehículo seguido de todos los demás.
Marca una tecla en su teléfono para llamar a su hombre especializado para borrar las escenas de sus sucios crímenes, quien no tarda en responder:
—Trae a tus hombres a las coordenadas que te enviaré. Solo necesito el cadáver— y con esas cortas palabras, sin esperar una respuesta, corta la llamada sonriendo de oreja a oreja.
Su madre sin duda estaría muy feliz con él.
Aún faltaba mucho por hacer. Debía encargarse de los demás hermanos y de conservar el cuerpo del otro cadáver femenino, tirado sobre el frío y húmedo suelo de su celda, hasta que pudiera reunir a toda la familia para acabar con el plan.
Claramente, no contaba con que el destino no fuera su mejor aliado aquella noche.
Después de tanta desconfianza y minuciosidad en todo, había olvidado el consejo más subrayado recibido de su madre.
"Nunca olvides hasta el más pequeño detalle. Jamás dejes cabos sueltos".
Fue su grave error. A unos metros de donde había abandonado a su suerte a aquella muchacha, dos jóvenes varones volvían a la ciudad.
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