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9

Con la tensión a flor de piel, Julia, Nicolás y Alejandro se encontraban en un pequeño barco, anclado en medio de la ría de Vigo. El agua estaba inusualmente tranquila, pero la atmósfera parecía vibrar con una energía extraña. A lo lejos, las luces del puerto eran un recordatorio de la vida cotidiana que continuaba, ajena a la gravedad de lo que estaba ocurriendo bajo la superficie. Lo que había comenzado como una simple investigación se había transformado en algo mucho más grande, y ahora, con la ayuda del ejército, estaban a punto de sumergirse en el corazón del misterio.

Frente a ellos, el dron de última tecnología que les habían proporcionado los militares estaba listo para ser desplegado. Este dispositivo no era un dron ordinario; era un híbrido capaz de volar y sumergirse en las profundidades marinas, diseñado para misiones de exploración en condiciones extremas. Su estructura compacta y resistente permitía que se desplazara con precisión tanto en el aire como bajo el agua, y su equipo de sensores avanzados era ideal para rastrear cualquier anomalía en el entorno. El objetivo era claro: encontrar el supuesto dolmen que, según las teorías que manejaban, había sido retirado por los ovnis desde el fondo de la ría.

Alejandro, siempre meticuloso, revisaba por última vez los controles mientras Julia y Nicolás se preparaban para lo que venía. La sensación de estar al borde de un descubrimiento sin precedentes se sentía en el aire, pero también estaba el temor de lo que podrían encontrar.

—Estamos listos —dijo Alejandro, asintiendo con firmeza.

Nicolás, que mantenía una mano sobre el costado del barco, observaba la superficie del agua, oscura y misteriosa. Finalmente, activaron el dron, y con un suave zumbido, el aparato se elevó del suelo del barco, volando hacia la zona exacta que Alejandro había identificado como el "punto de convergencia" en sus estudios anteriores.

Al llegar a la posición marcada, el dron cambió de modo. Las hélices comenzaron a girar de manera diferente, y, tras un momento, el aparato se sumergió suavemente en el agua, desapareciendo en la oscuridad. La pantalla de control en el barco mostró de inmediato la transmisión en vivo del fondo marino. Julia, Nicolás y Alejandro observaron con atención mientras la cámara del dron descendía más y más en las profundidades de la ría.

A medida que el dron bajaba, las luces de sus focos iluminaban la arena y las rocas dispersas en el fondo. Todo parecía normal al principio, solo un paisaje submarino común, pero cuanto más avanzaba, más evidente se hacía que algo no encajaba.

El fondo del mar se volvía más inestable, con pequeñas sacudidas que enviaban nubes de sedimento al agua. A través de la pantalla, vieron cómo el dron captaba extrañas formaciones en el suelo: grandes bloques de piedra, algunos apilados en lo que parecía ser una estructura rudimentaria. Alejandro observaba con fascinación.

—Eso debe ser parte del dolmen —dijo, con los ojos fijos en la pantalla—. Parece antiguo, muy antiguo.

Sin embargo, antes de que pudieran examinar la estructura más de cerca, el dron detectó una anomalía en su radar. Un pulso electromagnético proveniente de una zona cercana. Julia frunció el ceño.

—¿Qué es eso? —preguntó, señalando la lectura que aparecía en la pantalla.

Alejandro tecleó rápidamente en su computadora portátil, intentando analizar el fenómeno. El pulso era rítmico, casi como un latido, y venía desde las profundidades más oscuras de la ría, justo donde se creía que el dolmen había sido retirado.

—No estoy seguro —respondió Alejandro—, pero parece una especie de energía... No natural, eso es seguro.

El dron comenzó a moverse hacia el origen del pulso, y a medida que se acercaba, la señal se intensificaba. De repente, las luces del dron iluminaron algo que dejó a todos sin aliento: una cavidad enorme en el fondo marino, como si alguien —o algo— hubiera arrancado un pedazo de tierra del lecho oceánico. Era una hendidura perfectamente circular, demasiado precisa para ser un fenómeno natural. A su alrededor, rocas y sedimentos se habían desplazado en patrones extraños, casi como si la estructura original hubiera sido succionada hacia arriba.

—Es aquí —susurró Nicolás, comprendiendo al instante. Este era el lugar donde había estado el dolmen, y ahora, el vacío era testigo de su desaparición.

El dron se adentró más en la cavidad, y mientras lo hacía, detectó algo aún más perturbador: fragmentos de una extraña tecnología incrustados en el lecho marino, como si partes de las naves que habían emergido de la ría hubieran dejado rastros. Los restos parecían inorgánicos pero también biológicos, con una textura similar a un material que ni Alejandro ni el ejército habían visto antes.

Julia miró a Nicolás, con el corazón acelerado.

—¿Qué crees que es? —preguntó en voz baja.

Nicolás negó con la cabeza, incapaz de encontrar una respuesta adecuada. La tecnología alienígena era algo que había visto en películas y libros, pero ahora estaba ante una prueba tangible, y no sabía cómo procesarlo.

En ese momento, la pantalla comenzó a distorsionarse ligeramente, con interferencias estáticas que aparecían en la transmisión del dron. Alejandro intentó ajustar la señal, pero algo estaba interfiriendo. Y entonces, sin previo aviso, la cámara del dron captó una sombra inmensa moviéndose en las profundidades, acercándose lentamente desde el abismo.

—¿Qué demonios es eso? —exclamó Alejandro, mientras ajustaba los controles frenéticamente.

La sombra se movía con fluidez, como si fuera parte del agua misma. Era masiva, mucho más grande que cualquier nave que hubieran visto salir de la ría, y parecía proyectar una energía que distorsionaba todo a su alrededor. De repente, el pulso electromagnético que había estado detectando el dron aumentó de intensidad, hasta que las lecturas en los equipos de Alejandro comenzaron a sobrecargarse.

—¡Tenemos que sacar el dron de ahí! —gritó Nicolás, consciente de que estaban en peligro.

Antes de que Alejandro pudiera reaccionar, la sombra avanzó hacia el dron, y la transmisión se cortó abruptamente. La pantalla se volvió negra.

—Lo perdimos —dijo Alejandro, con voz apagada.

Julia, mirando la oscuridad en la pantalla, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Lo que habían visto bajo el agua no era solo tecnología avanzada o ruinas antiguas. Era algo más grande, algo que estaba más allá de su comprensión.

—Esa cosa sigue ahí abajo —dijo Julia, apenas en un susurro—. Y está esperando.

El silencio que siguió fue sepulcral. Sabían que lo que habían encontrado en la ría de Vigo no era solo una cuestión de ovnis o misterios antiguos. Estaban en medio de algo mucho más peligroso, y ahora, tenían que decidir cómo seguir adelante sin perderse en el abismo insondable que se había abierto ante ellos.

Al día siguiente, la situación en torno a la ría de Vigo había escalado a un nivel que ni Julia, Nicolás ni Alejandro podrían haber imaginado. El hallazgo del dron había encendido las alarmas a nivel global. Lo que se había capturado en las profundidades del mar, esas imágenes de la cavidad misteriosa y la sombra titánica que acechaba en la oscuridad, no solo había impactado a los militares, sino que había alcanzado oídos en las más altas esferas científicas. La NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA), y otras agencias espaciales y científicas alrededor del mundo no tardaron en reaccionar.

Desde primeras horas de la mañana, equipos internacionales comenzaron a movilizarse. Vuelos especiales fueron organizados desde Estados Unidos, Europa y otras regiones, trayendo consigo lo mejor en tecnología y expertos en campos tan diversos como oceanografía, astrobiología y física cuántica. La atención del mundo estaba sobre Vigo, y Julia y Nicolás, aunque seguían siendo los agentes principales en la investigación, sabían que lo que habían destapado estaba mucho más allá de su entendimiento inicial.

En cuanto a Alejandro, quien había estado trabajando sin descanso para tratar de analizar los datos recopilados por el dron antes de que la señal se perdiera, recibió una llamada directamente desde el centro de operaciones de la NASA. Quedaron tan impresionados con las imágenes del dron que habían decidido involucrarse directamente en la investigación.

Julia y Nicolás llegaron a una zona especialmente acordonada cerca del puerto, donde un centro de operaciones provisional se había instalado en menos de 24 horas. Los militares de España, ahora coordinados con las fuerzas internacionales, habían establecido una base temporal desde la que monitoreaban todo lo relacionado con los fenómenos en la ría. Vehículos blindados, estaciones móviles de radar y antenas de comunicación punteaban el área, mostrando lo crítico que se había vuelto todo.

Al entrar al centro de operaciones, fueron recibidos por un equipo de científicos y oficiales militares de distintas nacionalidades. Las pantallas del centro de mando mostraban los videos captados por el dron, analizados una y otra vez. Se veían las imágenes inquietantes de la cavidad submarina, los restos de tecnología alienígena y, por supuesto, esa inmensa sombra que aún no lograban identificar.

—Esto es más grande de lo que pensamos —dijo Julia, observando la sala llena de expertos hablando en diferentes idiomas. Se sentía abrumada por la magnitud del evento que habían desatado.

—La pregunta es… ¿qué es esa cosa? —dijo Nicolás, señalando la pantalla donde la sombra aparecía justo antes de que la transmisión del dron se cortara.

Alejandro, que había estado revisando las grabaciones toda la noche, se les acercó, con los ojos enrojecidos por el cansancio.

—He estado hablando con los expertos en astrobiología y con los físicos de la NASA —dijo Alejandro—. Nadie ha visto algo como esto antes. Las señales que captamos del pulso electromagnético que venía de esa cosa… son de otro mundo, literalmente. Están intentando descifrarlas, pero hay patrones que no coinciden con nada que conozcamos.

Un oficial de la NASA, un hombre alto y delgado con gafas, se acercó a ellos. Su nombre era Dr. Michael Freeman, un astrobiólogo reconocido a nivel mundial.

—Lo que encontraron ustedes en el fondo del océano —dijo Freeman, ajustándose las gafas—. Es un fenómeno nunca antes registrado en la Tierra. Los pulsos electromagnéticos que captaron tienen una estructura similar a los que encontramos en algunos planetas distantes, pero lo que nos inquieta más es esa sombra. Esa cosa, lo que sea, está emitiendo energía a una escala que no podemos comprender del todo. Podría estar viva, o ser alguna forma de tecnología biológica, algo completamente nuevo.

Julia se estremeció. La idea de que algo tan inmenso y desconocido estuviera oculto bajo el agua todo este tiempo era aterradora.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Nicolás, sintiendo la gravedad de la situación.

—Lo primero es investigar a fondo la cavidad submarina —respondió Freeman—. Hemos traído un equipo especializado en exploración de profundidades abisales. Estamos hablando de tecnología que solo se ha utilizado en Marte y en las lunas de Júpiter. Si hay algo más ahí abajo, lo encontraremos.

Al mediodía, una serie de drones submarinos más avanzados, equipados con cámaras de alta resolución y escáneres electromagnéticos, fueron lanzados al agua desde diferentes puntos de la ría. Estos drones, mucho más sofisticados que el que Julia y su equipo habían usado previamente, comenzaron a mapear cada centímetro del fondo marino, especialmente alrededor de la cavidad.

Los minutos pasaron con lentitud, y los equipos de monitoreo en tierra seguían cada movimiento de los drones en tiempo real. La tensión en el centro de mando era palpable. De repente, uno de los científicos que estaba analizando las lecturas de los escáneres electromagnéticos dio un grito.

—¡Estoy captando algo! —exclamó, señalando la pantalla que mostraba una anomalía masiva moviéndose bajo el agua, similar a la sombra que habían visto antes.

La sombra estaba de regreso, y esta vez, parecía estar mucho más activa. Se movía con velocidad, pero no en dirección a los drones. En lugar de eso, estaba ascendiendo.

—¡Está subiendo! —gritó Alejandro—. Sea lo que sea, está saliendo del agua.

Julia y Nicolás observaron con horror mientras las lecturas en las pantallas mostraban que la sombra inmensa se movía a una velocidad impresionante hacia la superficie. El equipo de drones trató de seguirla, pero la cosa se movía demasiado rápido.

Y entonces, ocurrió.

En el horizonte, frente a Vigo, el agua comenzó a agitarse violentamente, como si una fuerza invisible estuviera levantándola desde el fondo. El mar comenzó a hervir, y en cuestión de segundos, una enorme estructura emergió de las profundidades. Era colosal, más grande que cualquier nave que hubieran visto en los videos anteriores. No era solo una nave. Parecía una ciudad flotante, hecha de un material extraño, brillante, y emitiendo una luz pulsante.

Las alarmas en el centro de mando se activaron. Todo el mundo quedó paralizado al ver la inmensidad de la estructura que se levantaba ante ellos. La televisión nacional, que ya tenía cámaras apuntando al área debido al fenómeno OVNI, comenzó a transmitir en vivo el espectáculo. Los noticieros de todo el mundo cortaron sus programas habituales para mostrar la impactante imagen de una estructura alienígena ascendiendo desde el fondo del océano.

Julia, con el corazón en la garganta, miró a Nicolás. Sabían que lo que venía a continuación cambiaría la historia de la humanidad para siempre.

—¿Qué crees que quieren? —preguntó Nicolás, su voz apenas un susurro.

Julia no tenía una respuesta. Nadie la tenía.

Lo único que sabían era que lo que habían despertado, esa colosal estructura alienígena, ya no estaba dispuesta a quedarse oculta.

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