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4

Julia y Nicolás abandonaron la escena del incendio con el corazón pesado y la mente llena de preguntas. Sabían que no podían dejar que la muerte de Xoel quedara sin resolver. Lo que había comenzado como una investigación sobre avistamientos de ovnis ahora tomaba un cariz mucho más oscuro. Estaban inmersos en algo más grande de lo que jamás hubieran imaginado, y la sospecha de una conspiración comenzaba a cobrar sentido.

De vuelta en el hotel, ambos estaban exhaustos. Las llamas, la destrucción y el hallazgo del cuerpo de Xoel les habían dejado emocionalmente destrozados, pero también estaban más determinados que nunca a descubrir la verdad. Mientras Nicolás se sentaba frente a su ordenador, intentando analizar los datos del disco duro que habían rescatado de las ruinas, Julia decidió salir un momento para despejar su mente.

Abrió la puerta del coche en el estacionamiento del hotel y, al sentarse, vio algo que no estaba allí antes. Sobre el salpicadero, una pequeña nota de papel doblada la miraba de forma inquietante. Su corazón dio un vuelco. Con cuidado, tomó la nota y la desdobló. Las palabras escritas a mano eran breves, pero claras: unas coordenadas y nada más.

Julia se quedó mirando el papel, con una mezcla de confusión y alerta. Sabía que no era una coincidencia. Alguien sabía lo que estaban haciendo, alguien los estaba observando. Pero, ¿eran aliados o enemigos? ¿Esa nota los llevaría a descubrir más sobre lo que le había sucedido a Xoel, o era una trampa?

Volvió rápidamente al hotel, donde Nicolás seguía revisando los archivos.

—Tenemos un nuevo problema —dijo Julia, levantando la nota para que él la viera.

Nicolás alzó la vista del ordenador, leyendo las coordenadas con el ceño fruncido.

—¿De dónde salió eso? —preguntó, alarmado.

—Estaba en el salpicadero de mi coche. Alguien la dejó ahí mientras estábamos en el incendio.

Nicolás tomó la nota y rápidamente tecleó las coordenadas en su ordenador. Lo que apareció en la pantalla era un mapa de la región, con las coordenadas apuntando a un lugar en las afueras de Cangas, un área costera aislada y apartada.

—Está justo cerca de los acantilados —comentó Nicolás—. Parece un lugar muy remoto. Perfecto para ocultar algo… o para tender una emboscada.

Julia cruzó los brazos, pensativa. Todo esto estaba tomando un giro peligroso. Si alguien estaba detrás de los misteriosos avistamientos y la muerte de Xoel, probablemente también sabían que ellos estaban investigando. ¿Debían arriesgarse y seguir las coordenadas, o informar a Suárez y esperar refuerzos?

—Si alguien nos está enviando a ese lugar, podría haber algo importante que quieran que veamos. Pero también podría ser una trampa —dijo Julia.

Nicolás se quedó en silencio por un momento, considerando las opciones. Al final, su determinación fue más fuerte que la cautela.

—Creo que tenemos que ir. Si esperamos demasiado, quienquiera que esté detrás de esto podría desaparecer, o borrar cualquier prueba que haya ahí. Sabemos que estamos en peligro, pero también sabemos que Xoel fue asesinado por lo que descubrió. Si vamos con cuidado, tal vez encontremos algo que nos dé respuestas.

Julia asintió, sabiendo que tenía razón. Llamarían a Suárez y le informarían de lo que estaban haciendo, pero sabían que no podían esperar. Esa noche, con las luces de la luna apenas filtrándose a través de las nubes, tomaron su equipo y salieron hacia las coordenadas.

Condujeron en silencio, ambos concentrados y tensos, mientras el paisaje de Cangas se volvía más oscuro y salvaje a medida que avanzaban hacia la costa. Los acantilados se recortaban contra el cielo como sombras imponentes, y el sonido lejano del océano se mezclaba con el rugido del viento.

Finalmente, llegaron al punto indicado por las coordenadas. Era un área desolada, sin casas cercanas y con una vista panorámica hacia el Atlántico. El lugar tenía un aire inquietante, como si algo más que el viento los estuviera observando. Aparcaron el coche y, con linternas en mano, comenzaron a explorar el lugar.

—Hay algo raro en todo esto —murmuró Julia mientras iluminaba el suelo en busca de pistas. El suelo parecía alterado, como si alguien hubiera estado cavando o moviendo algo recientemente.

De repente, Nicolás señaló hacia una pequeña entrada excavada en la roca de los acantilados. Apenas se veía desde donde estaban, oculta por la vegetación y las sombras, pero era clara una vez que se acercaban: una cueva.

—Esto no parece natural —observó Nicolás—. Es como si alguien hubiera trabajado para ocultarla.

Con una mezcla de emoción y nervios, se adentraron en la cueva. Al principio, parecía un túnel angosto, húmedo y oscuro, pero conforme avanzaban, la cueva se ensanchaba, revelando un espacio más amplio. Y entonces lo vieron.

Al fondo de la cueva, cubiertos por lonas polvorientas, había varios equipos que reconocieron de inmediato: dispositivos electrónicos avanzados, similares a los que Xoel había tenido en su casa. Pero eso no fue lo más impactante. Lo que realmente los dejó boquiabiertos fueron las estructuras metálicas que estaban en el centro de la cueva, brillando tenuemente bajo la luz de sus linternas.

—¿Qué es esto? —susurró Julia, incapaz de creer lo que veían sus ojos.

Eran restos de algo que no parecía hecho por humanos. Fragmentos de una nave, piezas que parecían de un material desconocido, algunas aún vibrando débilmente con una energía inexplicable. Los restos parecían haber sido arrastrados o traídos a la cueva por alguien, quizás para estudiarlos o ocultarlos.

—Esto es… tecnología alienígena —dijo Nicolás, apenas pudiendo contener el asombro—. Xoel tenía razón. Todo esto es real.

Julia, todavía tratando de procesar lo que veían, se dio cuenta de algo más: no estaban solos. Desde el fondo de la cueva, el eco de unos pasos les hizo girarse bruscamente. Una figura emergió de las sombras, y a medida que se acercaba, Julia sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Llevaba tiempo esperando que llegaran —dijo una voz grave y familiar.

Era Suárez.

Julia y Nicolás intercambiaron una mirada de incredulidad. ¿Qué estaba haciendo Suárez allí, y cómo sabía todo sobre este lugar?

—Tenemos mucho de qué hablar —añadió Suárez con una sonrisa enigmática—. Más de lo que os imagináis.

Julia y Nicolás se quedaron paralizados ante la inesperada aparición de Suárez en la cueva. El jefe de la comisaría, quien les había asignado la investigación en un primer momento, ahora se encontraba frente a ellos en un lugar que, hasta hacía un momento, parecía ser el corazón de un misterio más allá de cualquier explicación lógica. ¿Cómo sabía él de la existencia de esa cueva? ¿Y qué hacía allí?

El silencio que siguió fue denso, casi sofocante. Julia intentó buscar respuestas en el rostro de Suárez, pero lo que encontró fue una sonrisa fría y calculada.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó finalmente Julia, sin poder ocultar su sorpresa y desconfianza.

Nicolás, por su parte, apretaba con fuerza la linterna en su mano, su mirada alternando entre Suárez y los restos alienígenas que yacían a sus pies. Algo en toda la situación olía a traición.

Suárez suspiró y caminó hacia los restos metálicos que brillaban tenuemente. Con una especie de reverencia, tocó una de las piezas, como si hubiera esperado ese momento durante mucho tiempo.

—Lo que estáis viendo aquí —dijo lentamente, como saboreando cada palabra— es lo que los gobiernos y las organizaciones han intentado ocultar durante décadas. Avistamientos, objetos no identificados, tecnologías más allá de nuestro entendimiento… todo ha sido parte de una gran conspiración para evitar que la verdad salga a la luz. Y vosotros, mis jóvenes amigos, os habéis topado con algo que es más grande de lo que jamás habríais imaginado.

Julia sintió cómo el miedo y la incertidumbre la invadían. Hasta ese momento, había confiado en Suárez. Lo había visto como un líder pragmático, un hombre de acción. Pero ahora, allí, en esa cueva llena de secretos alienígenas, todo cambió. Era obvio que Suárez estaba profundamente involucrado en algo oscuro.

—¿Por qué nos enviaste aquí? —interrumpió Nicolás, dando un paso hacia adelante, la tensión evidente en su voz—. ¿Nos estabas usando? ¿Sabías que Xoel estaba en peligro?

El rostro de Suárez se ensombreció ligeramente al escuchar el nombre de Xoel, pero mantuvo la compostura. Dio unos pasos hacia ellos, pero no de manera amenazante, más bien como si quisiera explicarles algo que consideraba importante que supieran.

—Xoel… —murmuró, casi con pesar—. No tenía que morir. Era brillante, pero demasiado curioso para su propio bien. Se acercó a algo que estaba fuera de su control, y no supe hasta demasiado tarde que otros también estaban detrás de él. Pero su trabajo no fue en vano. Dejó rastros, pistas, y vosotros las habéis seguido con determinación. Quizás más de lo que hubiera querido.

—¿Quiénes son esos ‘otros’? —preguntó Julia, sintiendo que se adentraban más en un terreno peligroso. Era evidente que algo más grande estaba en juego.

Suárez la miró con un brillo en los ojos que ella nunca había visto antes. Era como si por primera vez en mucho tiempo estuviera dispuesto a decirles la verdad, o al menos una parte de ella.

—Hay facciones —dijo en un tono grave—. Grupos dentro y fuera del gobierno. Algunos creen que debemos hacer público lo que sabemos sobre la existencia de vida extraterrestre y sus tecnologías. Otros, como el grupo con el que trabajo, piensan que esto debe permanecer en las sombras, por el bien de la humanidad. La verdad… la verdad es peligrosa. Desataría el caos, el miedo, y cambiaría el orden mundial tal como lo conocemos.

Nicolás apretó los dientes, sintiendo que una mezcla de rabia e impotencia lo consumía.

—¿Así que toda esta investigación fue una farsa? ¿Nos hiciste venir hasta aquí solo para mantenernos alejados de la verdadera investigación?

—No exactamente —respondió Suárez—. Necesitaba que descubrierais lo suficiente para entender la magnitud de lo que estáis presenciando, pero no tanto como para que os convirtierais en un problema. Sin embargo, no contaba con que llegarais tan lejos… ni con que encontrarais esta cueva.

Julia comenzó a entenderlo todo. Los movimientos sospechosos, la muerte de Xoel, los restos en la cueva. Todo encajaba. Habían sido peones en un juego de sombras donde fuerzas mucho más poderosas y peligrosas tiraban de los hilos. Pero, aun así, había algo que no cuadraba.

—¿Y las coordenadas? —preguntó Julia, recordando la nota que había encontrado en su coche—. ¿Quién nos las dejó?

Suárez sonrió con una expresión enigmática.

—No todo está bajo mi control —admitió—. Hay otros actores en este juego. Alguien más quiere que veáis esto, que sepáis la verdad. Tal vez están intentando reclutaros o advertiros. No lo sé, pero lo que sí sé es que ahora que habéis visto esto, no hay vuelta atrás.

El aire en la cueva se volvió más pesado. Julia sentía que algo grande estaba a punto de suceder. No podían simplemente dar media vuelta y fingir que nada de esto había pasado. No después de la muerte de Xoel. No después de ver con sus propios ojos lo que había en esa cueva.

—No vamos a dejar que te salgas con la tuya —dijo Nicolás con voz firme, mirando directamente a Suárez—. Xoel murió por esto. No vamos a dejar que su muerte sea en vano.

Suárez dio un paso hacia ellos, con una mirada cargada de algo que parecía entre advertencia y resignación.

—No sois los primeros en intentar detener esto. Pero dejadme daros un consejo: si queréis sobrevivir, dejad de indagar. Volved a casa. Seguid con vuestra vida y olvidad que esto existió. Las personas que están detrás de esto no dudan en eliminar cualquier amenaza. Yo os he protegido hasta ahora, pero si seguís este camino, no habrá vuelta atrás.

Julia y Nicolás se miraron. Estaban en un cruce de caminos. Sabían que Suárez tenía razón en un aspecto: estaban frente a un peligro real y mortal. Pero también sabían que no podían dejarlo ahí. No iban a rendirse. No después de todo lo que habían descubierto.

—No vamos a detenernos —dijo Julia finalmente, con una voz firme—. Vamos a llegar al fondo de esto, cueste lo que cueste.

Suárez los miró con una mezcla de decepción y respeto.

—Entonces os deseo suerte —dijo, antes de dar media vuelta y desaparecer en las sombras de la cueva.

Julia y Nicolás se quedaron en silencio por un momento, procesando lo que acababa de ocurrir. Sabían que lo que les esperaba era peligroso, pero también sabían que estaban más cerca que nunca de descubrir la verdad.

—¿Y ahora qué? —preguntó Nicolás, mientras la oscuridad de la cueva los envolvía.

Julia respiró hondo.

—Ahora seguimos adelante. No vamos a dejar que Xoel haya muerto en vano. Descubriremos la verdad… y la sacaremos a la luz.

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