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Julia y Nicolás intercambiaron una mirada llena de incertidumbre. El peso de la decisión los envolvía, mientras sus mentes luchaban por procesar lo que acababan de presenciar y las implicaciones de la pregunta del comisario Suárez. No era solo una cuestión de seguir órdenes; se trataba de su ética, de la promesa que se habían hecho como científicos de buscar la verdad a toda costa.
—Queremos respuestas.—dijo Julia finalmente, con firmeza. Su voz temblaba ligeramente, pero su convicción era clara.—Pero no a cualquier precio. Si nos piden que ocultemos lo que hemos visto... eso no es algo que podamos aceptar fácilmente.
Nicolás asintió, apoyando a su compañera.—Entendemos la gravedad de la situación, pero también creemos que el mundo tiene derecho a saber la verdad. No podemos simplemente guardar silencio ante algo tan grande. Si hay más avistamientos, si hay un patrón, lo que está ocurriendo va mucho más allá de lo que cualquier gobierno puede controlar.
El comisario Suárez suspiró, como si hubiera esperado esa respuesta. Se acercó a la mesa y tomó uno de los dispositivos USB, sopesándolo en sus manos.
—Entiendo su postura, pero deben saber que la verdad puede ser más peligrosa de lo que imaginan. Lo que está en juego aquí no es solo la seguridad nacional, sino la estabilidad global. Si la gente se entera de que estas naves, estos fenómenos, son reales y que no tenemos control sobre ellos... el caos será inevitable.
Hubo un silencio tenso en la sala. Julia y Nicolás sabían que Suárez no hablaba solo de amenazas físicas, sino del miedo, del pánico que podría desencadenarse al revelar la verdad.
—Aún así, no podemos ignorarlo.—respondió Julia con determinación.—Si no es ahora, eventualmente esto saldrá a la luz. Es inevitable. Lo que importa es cómo se maneje la situación. Y creemos que mentir solo empeorará las cosas.
Suárez los miró durante unos segundos, luego asintió lentamente, como si reconociera que su voluntad no iba a ser quebrada fácilmente.
—Está bien. Vamos a hacer las cosas a nuestra manera, pero quiero que sepan algo.—se inclinó hacia ellos, bajando la voz.—Si deciden seguir este camino, tendrán que enfrentarse a fuerzas mucho más grandes de lo que creen. Y no hablo solo del gobierno. Hay organizaciones, grupos, que han estado vigilando estos fenómenos durante años, décadas. Y ellos no van a dudar en tomar medidas extremas para mantener el secreto.
Julia y Nicolás sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos. Sabían que el viaje que estaban a punto de emprender era peligroso, pero su deseo de descubrir la verdad los impulsaba hacia adelante, sin importar las consecuencias.
—Estamos dispuestos a asumir el riesgo.—dijo Nicolás, con un tono de resolución que no dejaba lugar a dudas.
El comisario los observó en silencio por unos momentos más, luego se levantó de su asiento.
—Muy bien. Entonces, bienvenidos al equipo. Pero recuerden: una vez dentro, ya no hay vuelta atrás.
La reunión terminó, pero el misterio recién comenzaba. Julia y Nicolás salieron de la comisaría sabiendo que habían tomado una decisión que cambiaría sus vidas para siempre. Ahora, no solo eran ufólogos aficionados; estaban en el centro de una verdad que podría cambiar el curso de la humanidad. Y mientras las luces del atardecer caían sobre la ciudad de Vigo, una única pregunta les rondaba la mente: ¿qué les deparaba el futuro?
Días después de aquella tensa reunión con el comisario Suárez, Julia y Nicolás recibieron una nueva llamada. Era temprano por la mañana cuando el teléfono de Nicolás sonó, rompiendo el silencio de su pequeño apartamento en Vigo. Al otro lado de la línea, la voz de Suárez era clara y directa:
—Presentense a las 08:00 de la mañana en la comisaría. Hay un nuevo desarrollo.
Sin más detalles, ambos supieron que algo importante estaba ocurriendo. Se reunieron rápidamente y emprendieron el camino hacia la comisaría, recorriendo las calles vacías de Vigo a esa hora temprana. El aire fresco de la mañana aún conservaba el silencio inquietante de la ciudad, como si fuera consciente de los misterios que poco a poco se iban revelando a Julia y Nicolás.
Cuando llegaron a la comisaría, siguieron el mismo recorrido que en la ocasión anterior: los largos y fríos pasillos, la seguridad que les abría paso, hasta llegar a la misma sala donde, días atrás, les habían mostrado las impactantes grabaciones de naves desconocidas. Esta vez, el ambiente en la sala parecía aún más tenso. No solo estaban Suárez y algunos oficiales, sino que también había un grupo de personas con trajes oscuros, mirando con seriedad unos mapas y pantallas llenas de datos que Julia no pudo descifrar de inmediato.
Suárez les esperaba de pie, con los brazos cruzados, como si el tiempo fuera un lujo que no podían permitirse.
—Julia, Nicolás, gracias por venir tan rápido.—les dijo sin preámbulos, señalando una mesa donde había un par de carpetas.—Tenemos un nuevo problema, y necesitamos su ayuda de inmediato.
Julia y Nicolás se sentaron, sintiendo el peso de la expectación en la sala. Suárez, con un gesto de su mano, activó una pantalla en la que apareció un mapa de la zona costera de Galicia, específicamente la región alrededor de Cangas, una pequeña localidad situada frente a la ría de Vigo.
—En los últimos días, hemos recibido informes de avistamientos en esta zona.—comenzó Suárez, señalando Cangas en el mapa.—Las descripciones varían, pero la mayoría de los testigos hablan de luces brillantes sobre el mar, objetos que flotan en silencio y se desplazan a velocidades imposibles. Algunos de los pescadores locales afirman haber visto estos objetos emerger del agua, lo cual es inusual incluso para los reportes que hemos recibido en el pasado.
Julia frunció el ceño, escuchando con atención. Sabía que, aunque los avistamientos no eran nuevos en Galicia, las descripciones de objetos emergiendo del agua eran extremadamente raras. Por su parte, Nicolás tomó nota mentalmente de cada palabra de Suárez, anticipando que algo mucho más serio estaba ocurriendo.
—Hasta ahora, hemos mantenido estos informes fuera del dominio público.—continuó Suárez.—Pero la situación está empezando a salirse de control. La gente en Cangas está asustada. El pánico está creciendo y los rumores se están extendiendo rápidamente.
Julia, que hasta ese momento había permanecido en silencio, levantó la vista y preguntó:
—¿Cómo vamos a manejar esto? No somos policías. No tenemos la autoridad para investigar ni mucho menos para intervenir en situaciones como esta.
Suárez sonrió levemente, como si hubiera esperado esa pregunta.
—Por eso les he hecho venir.—dijo, sacando dos placas metálicas de una caja que tenía en la mesa.—A partir de este momento, ustedes dos son oficialmente agentes especiales de la Policía Nacional, asignados a casos sin explicaciones o sin resolver. No estarán solos en esto, pero necesitan estas credenciales para tener acceso a información clasificada y para poder moverse sin restricciones en áreas de investigación.
Julia tomó una de las placas con incredulidad, sintiendo el peso del metal en sus manos. Era un símbolo de algo que jamás había imaginado: ya no solo eran ufólogos aficionados, ahora eran agentes de policía con una misión mucho más peligrosa.
—¿Nos han hecho policías?—preguntó Nicolás, mirándolo sorprendido.—¿Así, de repente?
Suárez asintió.—Es una medida especial. Los incidentes de avistamientos como el de Galiñeiro y ahora en Cangas son solo la punta del iceberg. Necesitamos a personas como ustedes, con conocimientos científicos y la capacidad de manejar lo que está por venir. No es una tarea para la policía convencional.
Julia miró la placa nuevamente y luego a Suárez, sintiendo una mezcla de temor y emoción ante lo que significaba. Ser agentes oficiales les daba acceso, pero también implicaba un riesgo mucho mayor.
—¿Qué es exactamente lo que vamos a hacer en Cangas?—preguntó Julia, consciente de la responsabilidad que acababan de asumir.
Suárez caminó hasta el proyector y cambió la imagen en la pantalla. Esta vez mostraba fotografías borrosas de luces sobre el agua, captadas desde diferentes ángulos por pescadores locales y cámaras de seguridad.
—Van a investigar in situ.—dijo Suárez con voz firme.—Quiero que hablen con los testigos, que recopilen toda la información que puedan sobre lo que está ocurriendo. Tenemos agentes encubiertos en la zona, pero no han podido obtener ninguna prueba concluyente. Todo lo que han visto hasta ahora son luces que desaparecen antes de que puedan acercarse. Ustedes dos tienen la capacidad de analizar estos fenómenos desde un punto de vista científico y pueden detectar patrones que nuestros agentes no pueden.
Julia y Nicolás intercambiaron una mirada. Sabían que esta misión los pondría en el corazón de un misterio que llevaba acechándolos desde su experiencia en el monte Galiñeiro. Pero también sabían que no podían retroceder ahora. Estaban en el centro de algo mucho más grande de lo que habían imaginado, y esta era su oportunidad de descubrir la verdad.
—Partirán hacia Cangas hoy mismo.—continuó Suárez, interrumpiendo sus pensamientos.—Les hemos asignado un vehículo y un pequeño equipo de apoyo. No estarán completamente solos, pero confío en su discreción. No podemos permitir que este asunto se convierta en una histeria colectiva.
—¿Hay algo más que debamos saber antes de salir?—preguntó Nicolás, preparándose mentalmente para lo que estaba por venir.
Suárez hizo una pausa antes de responder, su rostro adquirió una expresión más seria, casi sombría.
—Solo esto.—dijo lentamente.—En Cangas, la situación puede ser más peligrosa de lo que parece. Las autoridades locales han informado de desapariciones recientes, y aunque no está claro si están relacionadas con los avistamientos, no podemos descartar ninguna posibilidad. Tengan cuidado.
Julia sintió un escalofrío recorrer su espalda. La emoción por la investigación se mezclaba ahora con una creciente sensación de peligro. Si los avistamientos eran reales, y si las desapariciones estaban de alguna manera conectadas, significaba que estaban lidiando con algo mucho más aterrador de lo que habían imaginado.
—Entendido.—respondió Julia con determinación, sintiendo que no había vuelta atrás.
—Buena suerte.—les deseó Suárez, mientras les entregaba los últimos documentos. Luego, con una última mirada, añadió en voz baja.—Y recuerden, esto no es solo una misión de investigación. Sus vidas pueden depender de las decisiones que tomen allá afuera.
Con esas palabras grabadas en su mente, Julia y Nicolás dejaron la comisaría, conscientes de que lo que los esperaba en Cangas no sería solo luces en el cielo o testimonios de pescadores. Algo más oscuro y peligroso se escondía en las sombras, y ahora, como agentes oficiales, tendrían que enfrentarlo de frente.
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