13
El puerto de Vigo, normalmente bullicioso y lleno de vida, había quedado convertido en un improvisado campamento militar y de emergencia. Las autoridades habían tomado el control de la situación, mientras civiles, científicos, y todo tipo de curiosos y periodistas se amontonaban en la zona, expectantes ante lo que parecía ser el epicentro de un fenómeno extraterrestre jamás antes visto. En medio de todo aquel caos organizado, Julia, Nicolás y Alejandro se encontraban procesando lo que acababa de suceder.
La voz que resonó en sus cabezas fue clara y, a la vez, incomprensible para todos los demás. Nadie sabía qué significaba, pero el hecho de que una presencia alienígena, de algún tipo, los hubiera seleccionado a ellos tres para "ir a la esfera" no dejaba lugar a dudas de que estaban en el centro de algo mucho más grande.
El puerto estaba envuelto en un silencio inquietante tras aquella misteriosa transmisión. Nadie hablaba, pero los ojos de todos estaban fijos en Julia, Nicolás y Alejandro. Los murmullos comenzaron a crecer entre la multitud mientras algunos militares se acercaban a los tres con seriedad, buscando explicaciones que ni siquiera ellos tenían.
—¿Qué hacemos? —preguntó Nicolás, rompiendo el silencio mientras miraba a Julia con una mezcla de incredulidad y ansiedad.
—Tenemos que hacerlo. Esto no es una elección —respondió Julia, con un tono decidido, aunque su rostro reflejaba la tensión de la situación.
Alejandro, que había estado observando en silencio hasta ese momento, asintió lentamente.
—Si nos han llamado a nosotros, es por algo. No sabemos qué es esa esfera, pero claramente estamos implicados en esto de una manera que aún no comprendemos —dijo Alejandro, intentando aportar algo de lógica al caos que los rodeaba.
En el horizonte, a apenas unos metros de donde se encontraba la multitud, la esfera había aparecido. Era completamente negra, sin ningún tipo de brillo o reflejo, como si absorbiera la luz a su alrededor. Aunque parecía sólida, había algo en ella que desafiaba cualquier comprensión humana. No había ningún ruido proveniente de la esfera, pero el aire alrededor de ella vibraba de una forma extraña, como si tuviera una presencia casi palpable.
—El tiempo corre —dijo un oficial de la NASA, acercándose a ellos con un tono apremiante—. Tenemos un equipo listo para ustedes. Neoprenos de última tecnología. No sabemos qué van a enfrentar ahí dentro, pero estos trajes están diseñados para protegerlos de temperaturas extremas, presión atmosférica variable y cualquier agente externo desconocido.
Julia, Nicolás y Alejandro aceptaron sin decir palabra. Sabían que, fuera lo que fuera que estaban a punto de enfrentar, tenían que estar preparados para cualquier cosa. Los trajes de la NASA eran livianos, pero parecían indestructibles. Se ajustaban a la perfección a sus cuerpos, y en cuestión de minutos, ya estaban listos para lo que vendría. Mientras se equipaban, los murmullos entre la multitud seguían creciendo. Algunos observaban con asombro, otros con miedo, y no faltaban quienes dudaban de lo que estaba ocurriendo. Pero lo innegable era que todos sentían que algo trascendental estaba a punto de suceder.
Con los neoprenos puestos, el trío se dirigió hacia la orilla del puerto, donde la esfera flotaba, aparentemente esperando por ellos. Mientras caminaban, podían sentir la intensidad de las miradas de todos los presentes, pero nada podía distraerlos del destino que les aguardaba.
Cuando llegaron frente a la esfera, algo extraño ocurrió. El aire a su alrededor parecía espeso, casi como si la misma atmósfera se plegara ante la presencia de aquel objeto desconocido. Sin previo aviso, una pequeña abertura apareció en la superficie negra y mate, desmaterializándose ante sus ojos, como si estuviera invitándolos a entrar. Julia sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero mantuvo la calma.
—Bueno, este es el punto de no retorno —dijo Nicolás, mirando a sus compañeros, buscando un último atisbo de duda. Pero no la encontró.
Alejandro fue el primero en moverse. Dio un paso al frente y se introdujo en la abertura de la esfera sin vacilar. Julia y Nicolás lo siguieron de inmediato. Cuando los tres estuvieron dentro, la entrada se cerró tras ellos, sumiéndolos en una oscuridad total.
El interior de la esfera era completamente diferente a lo que esperaban. En lugar de un espacio frío y metálico, la atmósfera era cálida, y la sensación de gravedad se desvanecía por completo. La oscuridad que los envolvía no era opresiva, sino curiosamente acogedora, como si hubieran entrado en un lugar fuera del tiempo y del espacio. Flotaban suavemente, sin sentido del arriba o abajo.
De repente, unas luces comenzaron a encenderse a su alrededor. No eran luces comunes; parecían patrones de energía que brillaban y se movían por las paredes de la esfera, formando símbolos y códigos que parecían vivos. Julia reconoció algunos de los símbolos de los códigos que Alejandro había estado intentando descifrar. Eran los mismos que había visto años atrás en Japón.
—Esto es increíble —susurró Alejandro, observando los patrones con ojos desorbitados—. Es como si toda la historia de la humanidad estuviera escrita aquí… pero a una escala que no comprendemos.
Julia se dio cuenta de que esos símbolos no solo representaban lenguajes antiguos. Había algo más, una especie de conexión entre esos símbolos y la tecnología extraterrestre que habían presenciado. Todo empezaba a tener sentido, aunque de una manera que aún no podían descifrar por completo.
De repente, las luces se apagaron, y ante ellos apareció una figura humanoide, aunque claramente no era humana. Tenía una forma etérea, como hecha de luz pura, y flotaba delante de ellos, observándolos.
—Hemos estado observando a la humanidad durante milenios —dijo la figura, su voz resonando en sus mentes como lo había hecho antes—. Ustedes tres han sido elegidos porque son los únicos que pueden comprender lo que está a punto de ocurrir.
Julia, Nicolás y Alejandro se quedaron inmóviles, asimilando lo que estaban escuchando.
—Lo que suceda a partir de ahora definirá el futuro de su especie. Las decisiones que tomen dentro de esta esfera no solo afectarán a la Tierra, sino a todo el universo. Este es solo el principio.
Y, con esas palabras, la figura se desvaneció, dejando a los tres amigos flotando en la oscuridad, conscientes de que estaban a punto de enfrentar algo más grande de lo que jamás hubieran imaginado.
Mientras flotaban en la oscuridad, un repentino cambio en el ambiente los sacó de su aturdimiento. De la penumbra etérea emergieron dos figuras frente a Nicolás y Alejandro: un niño de ojos brillantes y una anciana de rostro surcado por arrugas profundas. Julia, por su parte, vio aparecer a su lado una niña pequeña de cabello desordenado y una anciana con una presencia tranquila, casi etérea. Había algo familiar en cada una de esas figuras, pero al principio, ninguno de ellos podía discernir qué era. Solo sabían que aquella situación, ya de por sí extraña, estaba a punto de volverse mucho más surrealista.
Las figuras no dijeron nada al principio. Solo se quedaron ahí, flotando junto a ellos, mirándolos con una calma perturbadora. Julia sintió un leve escalofrío al ver la expresión tranquila en la cara de la anciana que flotaba a su lado. Había algo en su mirada, en la profundidad de sus ojos cansados, que parecía reflejar años de sabiduría y sufrimiento. Y de repente, se dio cuenta.
—¿Tú... tú eres yo? —susurró Julia, mirando a la anciana con incredulidad.
La mujer sonrió, asintiendo lentamente.
—Soy lo que podrías llegar a ser —dijo, con una voz suave pero llena de una especie de paz inquebrantable—. Represento el camino que recorrerás si tomas ciertas decisiones. El futuro es fluido, Julia. Nunca es una sola línea. Tú tienes el poder de decidir quién serás.
Julia se quedó sin palabras. Su mente se debatía entre el asombro y la incredulidad. Mientras tanto, la niña pequeña que flotaba a su otro lado la miraba con una sonrisa traviesa, como si todo aquello fuera solo un juego.
—Soy tu pasado —dijo la niña, con una risa ligera—. Recuerdas lo que soñabas, ¿verdad? Lo que querías ser antes de que todo se volviera tan complicado.
Julia sintió una punzada en el pecho al escuchar esas palabras. Aquella niña representaba una versión de sí misma llena de esperanza, de sueños que se habían desvanecido con el tiempo. Mirarla era como ver una parte de sí misma que había olvidado.
Mientras tanto, Nicolás y Alejandro estaban viviendo experiencias similares. El niño que flotaba frente a Nicolás tenía sus mismos rasgos, pero con la vitalidad y el brillo en los ojos de un niño lleno de curiosidad y sin miedo. A su lado, un anciano encorvado lo miraba con paciencia y sabiduría, sus ojos reflejando el peso de las decisiones que aún no había tomado.
—Has buscado respuestas durante toda tu vida —dijo el anciano a Nicolás, su voz resonando en su mente como un eco—. Las decisiones que estás a punto de tomar definirán no solo tu destino, sino el de muchos otros. Pero debes recordar quién eres y lo que realmente importa.
Nicolás sintió una mezcla de admiración y miedo. No solo por las palabras del anciano, sino por el hecho de que, al igual que Julia, estaba confrontando versiones de sí mismo, tanto del pasado como del futuro.
—Siempre quisiste ser alguien diferente —dijo el niño pequeño que representaba su pasado—. Recordabas lo que querías antes de que las responsabilidades te hicieran olvidar. Querías cambiar el mundo, ¿te acuerdas? Aún puedes hacerlo, si eliges el camino correcto.
Alejandro, por su parte, no podía apartar los ojos de su propio futuro. El anciano que flotaba ante él no solo era una versión envejecida de sí mismo, sino que había algo en su mirada, algo que le decía que estaba observando un destino inevitable.
—Has estado persiguiendo conocimiento durante toda tu vida —dijo el anciano Alejandro, con voz calmada—. Pero hay verdades que el conocimiento no puede revelarte. Hay preguntas que la ciencia no puede responder. Pronto te enfrentarás a una decisión que no se basará en lógica, sino en instinto. No lo olvides.
El niño que representaba su pasado se mantuvo en silencio, pero lo miraba con una inocencia que Alejandro había perdido hace mucho tiempo. Esa versión de sí mismo era antes de que el peso del mundo lo hubiera transformado en el hombre que ahora era.
De repente, las figuras comenzaron a hablar todas a la vez, sus voces entrelazándose como un eco constante, llenando el espacio alrededor de ellos.
—Lo que ven en este momento es solo una de muchas posibilidades —dijeron—. El futuro es maleable, y los caminos que están a punto de recorrer no están escritos en piedra. Lo que decidan en esta esfera cambiará el curso de sus vidas y el de toda la humanidad. Pero deben recordar quiénes son, y no perderse en lo que está por venir.
Julia, Nicolás y Alejandro se miraron entre sí, cada uno tratando de procesar lo que acababan de escuchar. Aquellas versiones de sí mismos —su pasado y su futuro— les estaban dando pistas, advertencias veladas, pero sin revelar el verdadero alcance de lo que les esperaba.
—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó finalmente Julia, mirando a su anciana versión, esperando una respuesta clara.
Pero las figuras no respondieron directamente. En cambio, comenzaron a desvanecerse lentamente en la oscuridad, sus formas etéreas desapareciendo como el humo disipado por el viento.
—El camino lo decidirán ustedes —dijo la anciana Julia, antes de desaparecer por completo—. Pero recuerden... el tiempo no espera.
Con esas últimas palabras, las figuras desaparecieron, dejándolos flotando en el vacío, con las mentes llenas de preguntas y los corazones cargados de incertidumbre. El interior de la esfera volvió a sumirse en el silencio absoluto, pero ahora, una nueva sensación se apoderaba de ellos: estaban en el centro de algo mucho más grande de lo que jamás hubieran imaginado. Algo que afectaba no solo su destino personal, sino el futuro de toda la humanidad.
Julia respiró hondo, sintiendo el peso de la decisión que debía tomar. Sabía que no podía ignorar las advertencias que acababan de recibir, pero también entendía que debía confiar en su intuición, en las lecciones de su pasado y las promesas de su futuro.
—No hay vuelta atrás —dijo en voz baja, mirando a Nicolás y Alejandro.
Ambos asintieron. Sabían que el momento había llegado.
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