12
Julia y Nicolás regresaron a la costa con una mezcla de adrenalina y miedo, sabiendo que lo que habían presenciado era solo el comienzo de algo más grande, pero sin ninguna pista clara de hacia dónde los llevaba todo esto. El apagón tecnológico que siguió a la desaparición del cubo negro no era solo local; afectaba a todo el país. Las comunicaciones eran caóticas y la gente estaba sumida en el pánico. Nadie sabía qué esperar a continuación. Y sin satélites ni energía eléctrica, la situación se volvía aún más desesperante.
Al llegar a la costa, encontraron un caos absoluto: vehículos abandonados en las calles, personas desesperadas buscando respuestas, y las autoridades completamente sobrepasadas por la situación. La tensión era palpable, pero Julia y Nicolás tenían una misión: entender el significado de los símbolos y encontrar la clave para detener lo que fuera que estaba ocurriendo.
Una vez en el centro de mando improvisado que el ejército había establecido en Vigo, se reunieron con Alejandro, quien parecía más agotado que nunca, pero con una chispa de determinación en sus ojos. Había continuado descifrando el código incluso después del apagón, utilizando generadores de emergencia para mantener sus sistemas activos.
—He estado revisando todo el material que tenemos —dijo Alejandro mientras los recibía—. Esos símbolos que vimos en el cubo y en el código no son solo comunicación; son un mapa.
Julia se sorprendió.
—¿Un mapa? ¿De qué?
Alejandro respiró hondo antes de responder.
—De portales. No solo en la Tierra. Parece que estos símbolos corresponden a ubicaciones en otros puntos del universo, conectados por algo parecido a lo que nosotros entenderíamos como agujeros de gusano. El cubo no era solo una nave; era una puerta a otra dimensión o, incluso, a otro tiempo. Lo que sea que se activó cuando apareció, parece estar abriendo esos portales de alguna forma. Y lo que es peor… esos portales no son estables.
Nicolás frunció el ceño, tratando de asimilar la información.
—¿Quieres decir que podríamos estar viendo más de estos cubos, o cosas aún peores?
Alejandro asintió con seriedad.
—Exacto. Y si no los cerramos, podrían traer algo que no podemos ni imaginar.
Justo cuando Alejandro decía esas palabras, una explosión sacudió el edificio. Las ventanas vibraron, y las luces parpadearon, apenas mantenidas por los generadores. Julia y Nicolás se abalanzaron hacia la ventana más cercana. Lo que vieron fuera fue aún más desconcertante.
El cielo sobre Vigo, que había sido despejado y tranquilo después de la desaparición del cubo, ahora estaba fracturado. Literalmente. Como si la misma tela del espacio se hubiera desgarrado. Una grieta inmensa, de un color oscuro e imposible de describir, se extendía por el horizonte. A través de esa grieta, podían ver formas moverse, pero no eran naves como los ovnis anteriores. Eran estructuras imposibles, figuras que no seguían ninguna geometría que pudieran entender.
—Eso es un portal, ¿verdad? —preguntó Nicolás, con los ojos muy abiertos.
—Sí —respondió Alejandro—, pero mucho más grande de lo que habíamos anticipado.
En medio de esa grieta, un destello brilló y algo salió de ella. No era un cubo ni una nave. Era una especie de colosal entidad, una figura que parecía cambiar de forma continuamente, como si fuera líquido y sólido al mismo tiempo. No tenía una forma definida, pero su sola presencia llenaba el aire de un zumbido agudo que hacía vibrar el suelo.
Julia sintió un frío recorrerle la espalda. Sabía que lo que estaban viendo no era de este mundo. Y lo peor de todo es que parecía consciente. A medida que esa entidad se deslizaba a través de la grieta, su tamaño era tan inmenso que cubría una parte del cielo, oscureciendo la luz del sol.
—Tenemos que detener esto —dijo Julia, aunque no tenía idea de cómo lo harían.
Fue en ese momento cuando Alejandro recibió una notificación en su computadora, que aún estaba conectada a un servidor subterráneo. El código que había estado descifrando había cambiado repentinamente. Había una nueva entrada, una nueva línea de información que no estaba allí antes.
—Esto no puede ser una coincidencia —dijo Alejandro mientras leía la pantalla—. Parece que alguien más está intentando comunicarse con nosotros a través del mismo código. Es como si estuvieran respondiendo a nuestra decodificación.
Julia y Nicolás se acercaron a la pantalla, donde una nueva secuencia de símbolos parpadeaba. Esta vez, Alejandro los reconoció de inmediato.
—Son coordenadas —dijo, casi en un susurro—. Pero no son de aquí. Son de… Marte.
El silencio en la sala fue absoluto por unos segundos. Julia fue la primera en reaccionar.
—¿Estás diciendo que alguien o algo en Marte está intentando ayudarnos?
Alejandro asintió.
—Es lo único que tiene sentido. El mensaje es claro: debemos ir a ese lugar. Puede que haya algo allí que nos ayude a cerrar estos portales o a detener lo que está viniendo.
Nicolás soltó un suspiro incrédulo.
—¿Y cómo vamos a llegar a Marte? Todos nuestros sistemas están caídos.
Alejandro sonrió levemente.
—Eso es lo interesante. Este mensaje viene con instrucciones… para activar algo aquí, en la Tierra. Algo que podría ser nuestra única esperanza.
Julia entrecerró los ojos, tratando de procesar todo.
—¿De qué estás hablando?
Alejandro tecleó furiosamente en su computadora antes de girarse hacia ellos.
—En la década de 1960, hubo un proyecto clasificado en el que varias agencias espaciales colaboraron. Se trataba de crear un tipo de propulsor capaz de transportar materia a través del espacio casi instantáneamente, un proyecto que fue abandonado porque la tecnología era inestable. Pero ahora… parece que esos mismos principios han sido integrados en el código de estos seres. Es como si supieran lo que habíamos intentado hacer… y ahora nos estén diciendo cómo hacerlo bien.
Julia lo miró fijamente.
—¿Estás diciendo que podemos construir una especie de portal hacia Marte?
Alejandro asintió.
—Si seguimos estas instrucciones, sí. Pero necesitamos la energía suficiente para hacerlo. Y eso es lo que ellos nos han proporcionado.
En ese momento, todo cobró sentido. El cubo, la grieta, la extraña entidad en el cielo: todo formaba parte de un rompecabezas interdimensional. La única forma de detenerlo era seguir el rastro que los propios extraterrestres habían dejado, y esa pista los llevaba más allá de la Tierra.
La carrera para salvar al planeta acababa de tomar un giro completamente inesperado. Y el tiempo se estaba acabando.
Los días que siguieron fueron una mezcla de agotamiento físico y mental para Julia y Nicolás. Después de semanas de enfrentarse a lo inexplicable y de estar inmersos en la confusión de portales, naves extraterrestres y códigos imposibles, ambos sentían la necesidad de desconectar, aunque fuera por un breve período. Habían vivido cosas que jamás podrían haber imaginado, y aunque aún no comprendían del todo lo que había sucedido, sabían que necesitaban recargar energías.
Julia decidió regresar a Coia, un barrio de Vigo donde su madre aún vivía. El barrio, lleno de edificios altos y calles estrechas, siempre había sido su refugio. El lugar donde los problemas del mundo parecían más pequeños. Llegó al apartamento de su madre un viernes por la tarde. Al abrir la puerta, la abrazó con fuerza, sintiendo una extraña mezcla de nostalgia y alivio. No podían hablar mucho sobre lo que había vivido, pero el simple hecho de estar en casa le trajo una sensación de paz que no había sentido en días.
—¿Cómo estás, hija? Te noto un poco cansada —le dijo su madre, mientras le servía una taza de café.
—Es el trabajo, mamá. Han sido semanas muy duras, con mucho estrés —respondió Julia, intentando sonar tranquila. No podía contarle sobre los ovnis, los portales, ni las desapariciones. Todo lo que había experimentado parecía irreal, incluso para ella misma. Pero era real, y esa realidad la estaba agotando.
Su madre la observó con preocupación, pero decidió no insistir. Sabía que Julia siempre había sido reservada con los detalles de su trabajo, y confiaba en que, cuando estuviera lista, le contaría lo que pudiera. Pasaron la tarde charlando de cosas triviales, de la familia, del vecindario, del día a día. Era justo lo que Julia necesitaba: un respiro de lo extraordinario, aunque fuera por un par de días.
Mientras tanto, Nicolás también se tomó su tiempo para regresar a la Vila de Bouzas, donde vivían sus padres. Bouzas, un antiguo pueblo marinero absorbido por la ciudad, conservaba ese aire tranquilo, casi detenido en el tiempo. Sus padres, ya mayores, siempre lo recibían con una calidez que hacía que Nicolás se sintiera como un niño nuevamente. Al llegar a casa, lo primero que hizo su madre fue ponerle un plato de pulpo a la gallega frente a él, su plato favorito.
—Se te ve cansado, hijo —dijo su madre, mientras lo observaba devorar la comida—. ¿Qué es lo que estás haciendo en el trabajo? Pareces agotado.
Nicolás sonrió, sabiendo que no podía contarles mucho. Lo que habían vivido recientemente no era algo que pudiera explicar fácilmente, ni siquiera a su propia familia.
—Es complicado, mamá. Estamos en medio de una investigación grande, pero no puedo hablar mucho de ello —respondió con cautela. No mentía, pero tampoco decía toda la verdad. ¿Cómo les contaría a sus padres sobre la gigantesca nave que desapareció en el cielo? ¿O sobre los símbolos que parecían de otro mundo? ¿Cómo podrían comprender algo que ni él mismo lograba asimilar del todo?
Su padre, que estaba sentado en una silla junto a la ventana, levantó la vista del periódico y lo miró por encima de las gafas.
—Bueno, lo importante es que estás aquí, en casa, y que estás bien. Eso es lo que importa.
Nicolás asintió, agradecido por las palabras de su padre. Durante ese fin de semana, paseó por las viejas calles de Bouzas, observando el puerto donde solía jugar de niño, sintiendo la brisa del mar y el ritmo tranquilo de la vida de pueblo. A pesar de la calma, no podía dejar de pensar en lo que había vivido, en las imágenes que no se borraban de su mente: el cubo flotante, las naves desvaneciéndose en el cielo, los códigos que parecían ser más antiguos que la misma Tierra.
De vez en cuando, enviaba mensajes a Julia. Ambos se mantenían en contacto, sabiendo que, aunque habían decidido tomarse un respiro, el mundo al que regresarían pronto no les daría tregua. Había algo grande en marcha, algo que aún no habían comprendido del todo, y que tal vez nunca comprenderían. Pero por ahora, ambos sabían que necesitaban este momento con sus familias, aunque fuera breve.
Julia, mientras caminaba por las calles de Coia en la mañana del domingo, se detuvo en un pequeño parque que solía frecuentar cuando era niña. Sentada en un banco, observó a los niños jugar y a los mayores pasear con sus perros. Se dio cuenta de lo ajeno que todo esto se sentía después de lo que había vivido. El mundo cotidiano continuaba, sin saber que en las profundidades del universo, en el borde de lo comprensible, algo estaba cambiando. Algo que los afectaría a todos.
Sabía que no podían quedarse mucho tiempo en esa burbuja de normalidad. Las imágenes que aún llevaba consigo, los códigos y los símbolos que Alejandro descifraba lentamente, todo apuntaba a una verdad más grande, algo que estaba más allá de la comprensión humana. Pronto, ellos dos volverían al campo de batalla, donde ya no sería solo una investigación más. Sabían que lo que habían comenzado a descubrir podría cambiar el destino de la humanidad.
Pero por ahora, en ese preciso instante, Julia respiró profundo, disfrutando del sol que brillaba sobre su rostro, mientras el mundo seguía girando como siempre.
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