A veces escribo poesía. Lo hago desde hace tiempo. Y no es porque yo quiera. Sino porque ella me elige. Yo soy una mera sirviente escuchando sus susurros para después ponerlos en papel. Más modernamente, en mi cuaderno digital de OneNote. Y ahora te preguntarás:

«¿Quién es ella?»

Déjame que te lo cuente...

Ella es ese arrebato de emoción perdida, que llega desde lejos con una ráfaga de viento. La noto en los mechones de mi pelo. Sonrío, porque sé que está llegando. En ese momento, suelo apresurarme en agarrar una herramienta de escritura: sea tradicional (instrumento de escritura y papel), sea digital (móvil, ordenador, iPod, iPad, cualquiera me sirve). Sé que sólo tengo unos instantes antes de poder atraparla. Sus palabras se vuelven cada vez más claras en mi cabeza cuanto más cerca esté. Pero debo darme prisa y ser una alumna concienzuda. Sé que el momento álgido de sus susurros es cuando la tengo justo delante de mí. No puedo verla, pero puedo sentir el calor intenso de sus emociones. Mi piel se estremece ante la dulzura de sus caricias. Su voz es cristalina y su palabra transparente. Unos segundos... Instantes atrapados en el ahora que se disipan cuando inmediatamente se aleja. Atrapo un par de palabras más de su poesía antes de que se haya ido para siempre. Y sé que volverá. Pero nunca será la misma de ayer. Nunca será la misma de antes. Ni yo seré la misma quién la haya escuchado tantas otras veces en el pasado.

Eso hace que nuestros encuentros sean únicos. Intensos. Diferentes. Como la vida misma. Como nosotros mismos. Somos los mismos, sin embargo, tan diferentes cada segundo que pasa.

¿Y tú? ¿Estás listo ahora para descubrir sus historias?

© Oana Frumuzache
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