Capítulo 3. Compartir el Dolor
La iglesia de Los Últimos Santos tenía una fachada antigua como tallada en piedra, con grandes ventanales coloridos de cristal que retrataban figuras de santos. Al entrar, en el fondo había una enorme cruz de madera, sobre el presbiterio estaba el féretro de Charlie. En los asientos más cercanos al atril estaba la familia de Charlie, el primero que ví fue a Lukas, lloraba sin pudor gruesas lágrimas escurrían por sus mejillas, su cara estaba enrojecida de tanto llorar. Tenía puesto un elegante traje negro, aunque su cabello lucía despeinado y su aspecto era de alguien que no había dormido en días. Su madre tenía puestas unas gafas oscuras que no permitían ver sus ojos, pero lloraba. Se aferraba al brazo de su marido y se podían ver las gotas que resbalaban por su rostro mojando el saco del hombre. El padre de Charlie no lloraba, me parecía que se contenía porque su mandíbula estaba tensa, se notaba que se esforzaba para no romper en llanto.
Mis padres y yo nos sentamos en medio, delante de nosotros estaban Nicole, la novia de Charlie, y Lisa, su mejor amiga. Nicole era muy guapa y segura de sí misma. Poseía una larga melena rubia, ojos color miel, y una figura envidiable, además, siempre usaba ropa que resaltaba sus atributos. Pero esta ocasión se notaba frágil, rota. Las lágrimas inundaban sus ojos, tenía un pañuelo con el que las limpiaba incluso antes de salir. Lisa no dejaba de abrazar a Nicole para consolarla.
Yo me había puesto un vestido negro sencillo algo corto acompañado de unas medias negras traslucidas. Me puse unos mocasines negros con tacón, y me recogí el cabello en una coleta baja.
De pronto el clérigo encendió su micrófono y dijo casi cantando: —En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo —con su mano dibujó una cruz en el aire.
—Amén —hablamos todos en una sola voz.
Aunque sí creía en Dios, no iba muy a menudo a la iglesia, así que no sabía muy bien el protocolo, además nunca había estado en un funeral.
—¡La paz esté con ustedes! —exclamó el sacerdote.
Sentí que alguien tocó mi espalda, por lo que volteé instintivamente para descubrir que se trataba de Nick, un amigo mío del club de teatro, que también había sido compañero de Charlie. Nick usaba un saco negro desabotonado con las mangas remangadas, debajo una camiseta de un tono distinto de negro. Su cabello rizado, despeinado como siempre, se veía tan casual que más bien parecía que iba a una fiesta y no a un funeral. Pero así era Nick.
Acercó su cabeza a la mía —Acompáñame —me susurró.
Se puso de pie y yo lo seguí, aunque traté de disimular que no iba tras él. Caminó hasta una sala que estaba cerca de los sanitarios. En la habitación había una mesita con una cafetera, vasos, botecitos de crema y sobres de azúcar. Nick abrió unos cuantos sobres de azúcar y los vertió en su boca. Se relamió el azúcar de los labios y dijo —Se me bajó el azúcar.
—¿Quieres que haga algo?, ¿qué necesitas? —inquirí un tanto preocupada.
—No, solo quédate conmigo —me pidió y le dio de toquecitos a una silla para invitarme a sentarme. —No te preocupes, se me pasa rápido —dijo sereno.
—De acuerdo —acerqué la silla a la suya y me senté a su lado.
—Oye, ¿de verdad te sientes triste? —me preguntó de pronto, pero antes de que pudiera formular una respuesta él añadió—. Yo no lo estoy. Siento pena,pero no tristeza.
—No lo sé.
—Es muy jodido que haya muerto, pero Charlie era un idiota con todos.
Agaché la mirada, tenia razón. —Sí, pero no por eso merecía morir —lo miré directo a los ojos— Ninguno de los que murió lo merecía realmente.
—No creí que Elton fuera capaz de tanto... —parecía que iba decir algo más, pero solo exhaló.
—Sobre todo lo siento por su familia, se veían tan devastados.
—¿Y por Lukas? —Noté una segunda intención en sus palabras, pero lo pasé por alto.
—Sí, también.
—Después de aquí voy a ir al funeral de Miranda —anunció— ¿Irás?
—No lo creo, esto es pesado y aburrido —suspiré. Hace mucho que yo había dejado de dirigirle la palabra.
—Los funerales no deben ser divertidos —dijo tratando de ocultar una sonrisa. —No se hacen para que a la gente le guste. Se hacen para compartir el dolor —explicó en tono más serio.
—Disculpame, que imprudente soy —dije apenada—. No quería sonar insensible. Nick puso su mano sobre mi hombro.
—No, creo que tienes razón —replicó Nick—. Es decir, Charlie nunca fue muy adepto a la iglesia. Todo esto le resultaría muy fastidioso.
—Será mejor que regresemos.
—Sí, ya me siento mejor.
—Espera —Con mi mano sacudí suavemente su camisa para quitarle los restos de azúcar. —Listo —dije mostrando una ligera sonrisa. Ví por el rabillo del ojo que alguien se había asomado donde estábamos, pero no logré distinguirlo. —¿Quién era? —le pregunté a Nick.
—Ni idea —expresó alzando los hombros. —Volvamos, o te perderás toda la diversión —dijo acompañado de un gesto burlón, a veces le gustaba fastidiarme.
Cuando volví con mis padres, el sacerdote había cedido el micrófono del padre de Charlie.
—Les leeré un poema que se suponía que Charlie leería el día que yo muriera. Pero ahora soy yo el que está aquí —dijo con la voz quebrada.
—Dice: Extrañame, pero déjame ir
Cuando llegó al final del camino
y el sol se ha puesto para mi
No quiero ritos en una habitación llena de penumbra
Por qué llorar por un alma libre
Extrañame un poco, pero no... —Se cambió el micrófono de mano y se cubrió los ojos con su antebrazo. Lloraba.
Me partía el corazón ver a un hombre tan afligido. Sentí un nudo en la garganta.
Lukas se levantó y se acercó a su padre. —No puedo terminarlo —Se le oyó decir. Lukas abrazó a su padre y ambos volvieron a sus asientos. El clérigo volvió a tomar el micrófono.
Corrí al baño, tenía que llorar. No había llorado desde la tragedia. El padre de Charlie logró transmitirme todo su sentimiento, su dolor y todo el amor que sentía por Charlie. Quería llorar hasta quedarme sin lágrimas, pero alguien entró.
—¿Por qué? Me va a hacer mucha falta —soltó Nicole mientras se limpiaba los ojos con las manos
—Sécate esas lágrimas —la confortaba Lisa—. A él no le gustaría verte así.
—Quisiera dejar de llorar, pero no puedo —Gimoteaba Nicole. —No puedo creer que esté muerto —Chilló.
—Yo lo quería de verdad, era mi novio —dijo entre sollozos.
—Tranquila —decía Lisa acariciando sus cabellos para consolarla.
—Nicole, lo lamento —me atreví a decir.
Giró su cabeza hacia mi dirección, al parecer apenas se había percatado de mi presencia. —No quiero tu lástima —contestó ella, y pude percibir por su voz que estaba enfadada. —Fue tu amigo quien lo mató —gruñó.
Nicole tenía razón. Descubrí que el sentimiento que me impulsaba a donar mi sangre a un chico que me caía mal o ir al funeral de otro al que detestaba, no era la empatía, la compasión o el perdón, era la culpa. Solo quería ayudarlos porque Elton era mi amigo, y él causó todo eso. Sentía que era mi responsabilidad hacer algo para aminorar el dolor y la pena que había provocado.
EXTRAÑAME, PERO DÉJAME IR
Extrañame, pero déjame ir
Cuando llego al final del camino
y el sol se ha puesto para mi
No quiero ritos en una habitación llena de penumbra
Por qué llorar por un alma libre
Extrañame un poco, pero no demasiado
Y no con la cabeza gacha
Recuerda el amor que una vez compartimos
Extráñame, pero déjame ir
Porque este es un viaje que todos debemos hacer
Y cada uno debe ir solo
Todo es parte del plan del Maestro.
Un paso en el camino a casa
Cuando estás solo y enfermo del corazón
Ir a los amigos que conocemos
Y entierra tus penas en hacer buenas obras
Extráñame, pero déjame ir
- Janice M. Fair-Salters
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