Capítulo 18. Odio los monólogos
Tomé el autobús, el lugar a donde me dirigía era bastante lejano como para ir andando en bicicleta. Mi destino era la última parada, visitaría a una vieja amiga. Me senté al fondo, en uno de los asientos cercanos a la ventana, me puse los audífonos y reproduje las canciones de manera aleatoria, viendo los coches pasar.
En el regazo llevaba un ramo de tulipanes envuelto en hojas de periódico. Para no aburrirme, me dispuse a leer lo poco que era legible del diario. En una columna se relataba la historia de un joven que murió atropellado por un camión, en un boulevard. No continué con la lectura, por eso no me gusta el periódico, ahora me sentía triste por la muerte de un extraño.
La gente subía y bajaba, yo permanecía. Cuando el autobús se quedó vacío me tendí sobre los dos asientos, joder, me dolía el trasero. Si el tiempo se midiera en canciones, diría que me tomó catorce canciones llegar hasta el punto de encuentro. Bajé del autobús y eché un vistazo a los alrededores, todo lucia tan solitario, casi fantasmal. Caminé, y aunque el pasto había crecido lo suficiente como para desdibujar el sendero, yo conocía perfectamente el lugar. Me abrí paso entre la yerba, que estaba cubierta de una ligera capa de rocío, a cada paso que daba se mojaban más mis botas.
Cuando estaba frente a ella, me quedé en blanco. Inhalé profundo esperando que todas las palabras que quería decirle tomaran sentido en mi boca.
—Hola, sé que no había venido en bastante tiempo, pero había estado ocupada con tantas cosas —suspiré—. Y ojalá solo fuera una tonta excusa, pero me ha pasado bastante...
Sabía que ella no iba a responderme, ¿cómo podría si había muerto hace más de dos años?
1996 – 2011
Esa fecha estaba inscrita en su lápida, y su nombre grabado en mi memoria.
—Hoy me escapé para venir a visitarte, te traje tulipanes —Los coloqué a un costado de su tumba—. He venido a contarte las buenas nuevas, la verdad no tan buenas. De hecho, tristes.
Me senté en el césped. Sentí la humedad impregnando mis medias, pero poco me importó.
—Elton, mi amigo. Él hizo algo terrible... —titubeé—. No es fácil de decir, pero él asesinó a unas personas de la escuela y después se suicidó.
Se me formaba un nudo en la garganta.
—¿No hay ya suficientes ángeles en el cielo? ¿Por qué tienen que morir las personas? —le pregunté en un grito ahogado—. ¿A cuántos amigos más voy a perder? Apenas tengo 16, en un par de días cumpliré 17, y ya no quiero ver morir a nadie más. Ya no quiero amigos con alas, que se impacienten y emprendan el vuelo antes...
Las lágrimas comenzaron a brotar, inundaban mis ojos, nublando mi vista.
—Primero te perdí a ti y luego a él —le recriminé al cielo—. ¡Dios, quiero amigos que me duren toda la vida y que mueran después de mí!
Intenté limpiarme el rostro con la manga de mi suéter, pero apenas las secaba y nuevas lágrimas salían.
—Quizá todo lo que me pasó con Charlie fue porque te falle —Reflexioné—. Cuando eso me sucedió, comprobé que no necesitamos un lugar como el infierno para pagar nuestros pecados, la vida ya nos hace sufrir suficiente.
Recordé lo que Elton escribió en su carta, y sentí una opresión en el pecho —Creo que es más fácil perdonar a Miranda que a mí misma, porque yo era tu amiga y no debí... Mierda, ya no quiero llorar —Sentí otra vez ganas de llorar, pero esta vez pude contenerme. —No sé cómo me siento —Intenté tranquilizarme—. Perdí a mi único amigo, pero de alguna manera no me siento sola.
Me acerqué un poco más a su tumba.
—Bueno, no todo ha sido malo. Todo lo contrario, nuevas personas han llegado a mi vida —le dije en tono más animado. —Por ejemplo; Morgan, ella podría ser una buena amiga, es muy agradable, casi demasiado —Una tímida sonrisa se dibujó en mis labios—. Creo que tener alguien como ella cerca me hará bien.
—Y Twenty es tan ocurrente, tiene unas anécdotas muy divertidas y me sigue el juego para molestar a Nick —solté una ligera risita—. ¿Recuerdas a Nick? "el come-libros", con él te hubieras entendido bien. Él ama leer igual que tú, te encantaría.
—Bueno —hice una pausa breve —, también tengo novio, se llama Lukas. Es muy lindo y tiene la sonrisa más cálida y resplandeciente que haya visto, me derrito cada vez que sonríe. A mi mente viene la imagen de Lukas. —Es como si con ese simple gesto, me reconfortara el alma.
Me cubrí la cara con mis manos —Ay, estoy diciendo cursilerías igual que él —Me avergoncé por mis propias palabras—. No puedo sentirme triste cuando pienso en Lukas.
Noté que el cielo se estaba oscureciendo, me puse de pie y sacudí mi falda —Ya está anocheciendo. Si pudiera me quedaría acostada aquí a tu lado, pero debo volver.
Antes de irme, acomodé los tulipanes y susurré —Odio los monólogos, necesito réplica o enloqueceré. Te necesito.
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