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Rechazada

Estos one-shots tratan sobre los personajes de mi novela original Dolce Inferno, pero son relatos sueltos que suceden antes del comienzo de la historia, por lo que se pueden leer igualemente aunque no la conozcáis.

Caín es un diablo unialado rey de Enoc e Ireth, una mitad ángel-mitad demonio que Caín resucitó y desde entonces vive con él aunque haya perdido la memoria.

Espero que os guste^^

Sus húmedas pestañas temblaron e instantes después sus almendrados párpados se abrieron lentamente haciéndose poco a poco a la oscuridad que la envolvía. Había tenido una pesadilla, como siempre que conseguía conciliar algo de sueño, y sus ojos seguían empañados. La mujer estiró sus músculos para desperezarse y contempló aún algo adormecida las suaves plumas blancas que acariciaban su negra piel. Aún podía sentir el fresco aliento de él dibujando arabescos sobre su clavícula, pero para variar el otro lado de su colchón se hallaba vacío. Ante esta realidad, arañó su propia ala albina con su mano demoníaca. ¿Por qué eran tan blancas y molestas? Detestaba ser tan diferente… porque ella no era un demonio, ni un ángel, sino un híbrido. Su mitad derecha era negra, diabólica, su iris resplandecía como un rubí ante la luz del fuego y su ala imponía, con aquellas suaves y sensuales plumas de ébano. Sin embargo, la mitad izquierda era tan blanca y fría como una estatua de mármol. Caín la había asegurado que algún día, cuando recuperase su poder la convertiría en un demonio completo, pero las décadas se habían sucedido dando paso a los siglos y tenía que contentarse con cubrirse el cuerpo con pintura negra.

Unas voces procedentes del exterior terminaron por despabilarla y sintió el inconfundible aura del diablo muy cerca. Se incorporó de su lecho y al hacerlo sus cabellos anaranjados que le llegaban por debajo del cuello cayeron desordenadamente haciéndola cosquillas en su piel. La frialdad de las losas del suelo en contraste con la calidez de sus pies la molestó, pero aún así se dirigió descalza al enorme ventanal que ocupaba buena parte de la pared. Retiró con precaución las cortinas de seda y las altas y luminosas torres de la ciudad de Enoc la saludaron. Desde su habitación en una de las torres más altas del castillo podía vislumbrar toda la ciudad desde lejos, aunque los remolinos luminosos se percibían como pequeños farolillos de colores arremolinándose bajo sus pies. A pesar de que los cristales estaban cerrados, se filtraban los ecos de los gritos del exterior, tanto los de diversión como el de sus víctimas. Abajo, cerca de la puerta, advirtió la silueta de Caín quien iba agarrado del brazo de dos mujeres de aspecto bastante indecente. Su inconfundible melena negra y el magnetismo que producían sus iris de plata líquida nunca pasaban desapercibidos. Una de ellas se acercaba a su rostro peligrosamente y la otra le susurraba vete a saber qué en su oído. Él las separó y sin despedirse se dirigió al gran portón. Ellas pusieron cara de desilusión y aquello la hizo sonreír para sus adentros.

Caín había vuelto, después de haber pasado un rato con esas golfas, claro. Ireth se alejó de la ventana y volvió a recostarse. Las grandes puertas resonaron en el silencio del castillo gótico que gobernaba la ciudad maldita de Enoc. Decidió que sería mejor hacerse la dormida.

Minutos después entró Caín abriendo cuidadosamente la puerta. Primero se asomó lo suficiente para ver si ella se había dormido, y al verla reposar tan plácidamente entró sin hacer ningún ruido. Se despojó de sus ropas, también del mismo color que su cabello, hasta quedarse semidesnudo y se acercó a la cama. Una sonrisa se dibujó en su imperturbable rostro al contemplarla tan hermosa. Sus abultados pechos subían y bajaban al compás de su cálida respiración y sus labios se curvaban tentadoramente. Ansiaba besarlos más que nada, pero sabía que no podía hacerlo, por ella. Alzó sus ágiles dedos y retiró un mechón cobrizo de la cara de la mujer que amaba. Su piel estaba tan suave… No pudo evitarlo y acercó sus labios dejándolos muy próximos a los de ella. Podía sentir su aliento acariciándole. A Ireth el corazón comenzó a palpitarle demasiado rápido, y temía perder el control y que él la descubriese. Finalmente Caín se inclinó aún más y besó su amplia frente.

"Idiota", pensó ella completamente desilusionada y fingió que se despertaba soltando un tenue gemido.

—Lo siento, te he despertado —se disculpó él arrepentido consigo mismo por haberla molestado. Sus metálicos ojos grises centelleaban con intensidad en la oscuridad e Ireth deseó con todas sus fuerzas besar aquella carita que puso.

—Al final me quedé dormida… —susurró la semidemonio con voz ronca—. Quería esperarte despierta para recibirte cuando llegaras.

—No deberías hacer eso, no me lo merezco —la regañó con ternura.

Era cierto que no se lo merecía, pero el amor le hace a uno hacer cosas estúpidas como quedársele esperando todas las noches mientras él se dejaba calentar por otras con la esperanza de que al regresar pasara algo por fin entre ellos.

—Tengo frío, he tenido otra pesadilla —ronroneó la semidemonio.

Ireth no podía dejar de admirar por el rabillo del ojo el torso al descubierto de Caín. Necesitaba sentir su presión sobre ella.

Él hizo ademán de querer introducirse en la cama e Ireth le dejó un hueco inmediatamente. Cuando ya tenía al deseado diablo pegado a ella se encaramó a su torso, buscando que él la rodeara con sus fibrosos brazos. El cabello azabache de él resbalaba elegantemente sobre la almohada y suspiró tras sentirla tan cariñosa. No soportaba verla pasándolo mal y no iba a permitir que el frío la hiciera temblar por lo que la rodeó con su única ala. Se quedaron un tiempo así, ella recostada sobre el pecho de Caín, sintiendo mutuamente el palpitar de sus condenados corazones y sin atreverse a hablar por no romper aquel momento mágico. Al final él se incorporó con brusquedad.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Ireth sobresaltada.

—He recordado que tenía algo que hacer —mintió él.

—Pero tienes todo el tiempo del mundo para hacer lo que sea, eres inmortal. Sin embargo yo te necesito ahora —le rogó.

—No, no puedo quedarme ahora contigo —sentenció muy serio.

Ireth se aferró a su brazo, pero él la apartó.

—Perdóname —le susurró al oído justo antes de desaparecer.

Se había vuelto a quedar sola. Siempre pasaba lo mismo, él la deseaba, podía sentirlo, pero después huía amparándose en alguna escusa barata. Clavó la mirada en el techo tratando de evocar sus hipnóticos y preciosos ojos, pero sólo le salieron más lágrimas.

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