Capítulo 4
Las personas en el exterior,
no entienden lo que pasa,
¿cómo pueden entender cuando ni siquiera saben lo suficiente?
Sintiéndose como un niño perdido llorando por el amor de madre,
siempre afuera, demasiado asustado para abrirse y hablar.
Heart Open – Kodaline
SCARLETT.
Pensar en el futuro es tan deprimente.
No el futuro en el que cuentas con un cuerpo fornido, los coches y celulares de último modelo. Hablo de aquel en el que ves a cada una de las personas importantes de tu vida, en donde todos son felices, cuentan con sus propias familias, cumplen con todos sus sueños y van por más. Y, a la par de todo eso, también los ves sufrir, llorar, arrepentirse, caer y volverlo a intentar.
Yo veía todo eso en ella.
Llegué a ver como cada una de sus metas se hacía realidad, y ahora son trizas frente a mí. Cada una de ellas se marchitó mientras la veía a ella marchitarse cada día más en aquella habitación llena de máquinas que intentaban dejarla en este mundo por unos segundos más. Y si alguna vez dude de la existencia en un ser todo poderoso, en ese instante imploré como jamás en mi vida, y, aun así, no pudo.
Ahora, con la maestra explicando algún algoritmo del demonio, me duele ver cómo mi desgastado cerebro intenta luchar por un futuro que no anhelo.
MESES ATRÁS
31-12-2019
Ella se inclina un poco para dejar un tazón con frutas sobre la larga mesa en donde almorzaremos en algunos minutos.
—Pásame un mantel, Scarlett —ordena con autoridad.
—¿Por qué no me llamaste por el diminutivo de mi nombre? —Frunzo el ceño—. ¿Y ese mantel qué?
Bufa y agita las manos con exasperación.
—Solo pásame otro, ¿sí?
—Pues si me lo pides así lo único que recibirás será... —Enarca una ceja, expectante—. ¡Un abrazo!
Extiendo mis brazos y la abrazo de forma exagerada, apretujándola en el acto.
—¡Scar! —Ríe e intenta alejarme—. Ya, ve por el mantel.
—Solo si dices que soy la mejor y que tú eres la de los piojos.
—Ninguna tiene piojos.
—Pues di que tú los tienes. —La apretujo mucho más.
—¡Bueno! —Aflojo un poco mi agarre—. Yo tengo piojos y tú te comes los mocos.
Debería enojarme, pero río porque en cierta parte es cierto, no ahora, claro, pero cuando era pequeña lo hacía, por lo que el recuerdo me produce mucha gracia. La suelto.
—Con eso me basta.
Sonrío. Al girarme y dirigirme hacia cocina, veo a un diablillo con forma de niño pequeño regando las plantas, no de la forma que es recomendada. Sus pantalones están abajo, en el suelo, mientras ayuda a las reliquias de la abuela a seguir con vida. Él mueve las caderas de un lado a otro, dejando mucha orina sobre las flores mientras tatarea alguna canción que se aprendió en algún programa que suele ver.
—¡Karl! ¡No!
Lo tomo por debajo de los brazos, él ríe mientras nos dirijo hacia la cocina. Encuentro a su madre junto a mamá preparando lo que será el almuerzo.
—¡Tía Karla! —La susodicha se gira con una sonrisa que es eliminada al ver las condiciones en las que le entrego a su diablillo.
—¡No puede ser! ¡¿Pero qué hiciste ahora, terremoto?! —Lo toma por debajo de los brazos, Karl se sacude para intentar liberarse, así que mi tía lo baja en el suelo y le acomoda los pantalones—. ¿Qué hizo, Scar?
—Al parecer estuvo regando las flores de abuela. —Frunce el entrecejo sin entender a lo que me refiero—. Así. —Aprieto mis labios para no reír e imito los movimientos de cadera del niño, ella abre mucho los ojos al entender.
—¡Karl! —El pequeño da un pequeño brinco—. ¡Si la abuela o la tía Margot se enteran de esto te darán palmaditas en el trasero! —Lo intenta asustar y él da otro brinco, pero luego gira su rostro hacia atrás, se inclina un poco, observa sus pompis ahora cubiertas por la tela del pantalón, y lo mueve.
—¡Trashero!
Mi tía lo señala con un dedo, diciéndole que no vuelva a decir eso. Luego, como si la invocáramos, mamá ingresa a la cocina con unos platos.
—¿A quién daré palmaditas?
—¡Ño! —Karl niega frenéticamente con la cabeza—. ¡A mi ño!
Mamá ríe por su dramatismo, hasta que le cuento lo sucedido.
—¡Karl! ¡Las flores! —Lo reprende y el pequeño hace un puchero con su labio inferior. Todos saben lo mucho que mi mamá cuida de esas flores.
—¿Ño pipí? —Su voz chillona, pero adorable, logra que las dos mayores relajen sus facciones.
Me llevo una mano a la boca para evitar reír.
—No, en las plantas de abuela, no. —Mamá toma algunas cosas para llevar a la sala y lo vuelve a observar—. ¿No tienes nada que decir?
Se remueve en su lugar, juega con sus manitos y la observa.
—¿Pedón?
—Te perdono, corazón. —Sonríe y le deja un beso en la mejilla, que al girarse no logra ver que se lo limpia con una mano, realizando una mueca.
—Por lo menos ya no tendré que regarlas.
Mamá se vuelve a girar, enarcando una ceja.
—Ah no, no, no. En un rato me las riegas. —Resoplo y la veo salir por completo de la cocina.
Karl se gira hacia su mami.
—¿Jugal?
—Sí, ya puedes. —Le da un beso en una de sus regordetas mejillas y él sonríe, mostrando sus pequeños dientes y dejando salir más baba, para luego salir corriendo hacia el jardín.
—¡Scar! ¡¿Y lo que te pedí?!
Alzo las cejas recordando lo que se me había encomendado. Estaba entretenida con el diablillo, fui tentada por el mundo del riego natural.
Mi tía me observa, curiosa.
—¿Qué quiere?
—Otro mantel.
—¿Otro? Dios, pero si ya se llevó dos.
—¡Ya sé! ¡Eso es lo que yo le dije! —exclamo, imitando la voz de la galleta de jengibre de Shrek. Me giro hacia la ventana—. ¡¿Cuál quieres?!
—¡El verde! —grita devuelta Ross.
—¡¿Cuál verde?!
—¡Es el único verde!
—¡Creo que sabría si hubiera un solo mantel verde en la casa de mi abuela!
—¡Y yo creo que estás perdiendo tiempo!
Reprimo una risa.
—¡Cierto!
Busco en el cajón correspondiente para los manteles y tomo el único verde. Sí, ella tenía razón.
—Ah, dile que ya es el último. —Asiento hacia mi tía—. ¡Y trae los otros!
—¡De acuerdo! —respondo en otro grito. En eso, tres de mis primos me pasan por un lado corriendo.
—¡Todos morirán! ¡Pium, pium, pium! —grita Chris, de siete años.
—¡El monstruo de los pedos! —grita su hermanita Sara, de cinco años.
—¡Golpe de trasero oxidado! —Sigue Zoey, también de cinco años.
¿En dónde demonios aprendieron esas palabras?
Agh, no me sale lo de hacerme la inocente.
Escucho más gritos detrás de mí, giro el rostro y veo a dos niños más. Rain y David, ambos de tres años. Pasan corriendo tan rápido como sus cortas piernecitas les permiten, como si ese monstruo de los pedos fuese real, cuando todos saben que el único monstruo de los pedos soy yo por las noches.
Somos una cantidad inmensa de primos, y mis abuelos no esperaban menos con sus diez hijos. A veces me da risa la forma tan ridícula en la que quedamos todos apretados en una mesa, y más cuando tenemos que traer otra para caber.
Llego hasta Ross y le muestro el mantel con las cejas alzadas, esperando que por fin le guste.
—¡Este sí! —Pasa su mano por la tela y luego lo extiende por la mesa.
—Es lo mismo, Ross. Una tonta tela de un color para nada llamativo como los demás.
—Cada uno tiene su encanto, sin importar el color.
—Si cada uno es tan especial, ¿por qué discriminaste a los otros?
—No lo hice.
—¿Entonces por qué no los usaste?
—Porque tiene que ser perfecto.
—Entonces si estás discriminado.
—¡Que no! —Bufa—. Mejor lleva estos manteles.
—Los llevo. —Tomo las telas y las aprieto contra mi pecho—. ¡Porque tú las desprecias! ¡Discriminamanteles!
Me giro, alcanzo a dar unos pasos hacia la cocina, cuando unos brazos alrededor de mí me detienen, giro un poco el rostro para ver el suyo.
—Tal vez sí discrimine a los horrendos manteles. —Enarco una ceja al oír que me da la razón—. Pero nunca a mi hermanita. —Sonrío.
—Y eso tiene que hacerme sentir... ¿bien?
—Eres mala. —Empuja uno de mis hombros, haciendo que me separe de ella. Yo solo río por lo fácil que se me hace hacerla enfadar.
Y Ross tuvo razón, todo fue perfecto, hasta que Karl derramó jugo en su adorado mantel. Fuera de eso, todos sonríen alegres por lograr una vez más la reunión familiar que hacemos cada año con éxito para recibir un nuevo año.
En un momento, me paralizo, los observo servirse sus comidas, algo raro, la verdad. Pero se siente tan bien en pensar al observarlos así, tan unidos, en que:
No puedo pedir mejor familia.
Pero, a pesar de ser tan unidos, no compartimos los mismos pensamientos, de hacerlo terminaríamos en discusiones. No nos abrimos. Pero está bien, y todo seguirá así de bien, lo sé.
PRESENTE
—Armistead, ¿me está escuchando?
De un movimiento alzo la mirada, topándome con la de la maestra, fría.
—Eh... —Observo todo lo que se escribió en la pizarra, ¿en qué momento llegó a la tercera pizarra? —. Sí, por supuesto.
Se cruza de brazos.
—Entonces podrás explicarme con tus palabras lo que yo acabo de explicar.
Ay, atrapadaAaAAa.
—Oh, bueno. —Hago una mueca, simulando analizar todos esos jeroglíficos—. Perdón, pero me perdí en esa parte. —Señalo con un dedo cualquier parte de la segunda pizarra.
—¿En cuál específicamente?
—En esa letra junto al número siete, ¿cómo apareció?
—No apareció, siempre estuvo ahí. —Señala la misma letra mucho antes de en donde yo apunté, en el inicio.
—¡Claro! No lo había visto, disculpe. —Río un poco para aligerar el ambiente.
Entrecierra sus ojos, observa mi cuaderno, también lo hago. No he colocado ni siquiera la fecha.
—Preste más atención, Armistead. —Trago grueso y asiento. Queda conforme con eso y vuelve al pizarrón, en donde continúa con su explicación.
Decido que esta vez si prestaré atención, pero maldigo al ver que borra el largo ejercicio para colocar otro. Genial.
Al pasar alrededor de cinco minutos logro captar algo de la explicación, aún así, mi mente divaga de vez en cuando.
Siento el peso de una mirada en el cuello. Frunzo el entrecejo ante la idea de girar, no sería bueno, considerando las duras palabras de la maestra y que sus ojos se posan en mí cada cierto tiempo.
—Ay no. —Se queja ella al darse cuenta que la última tiza, la que utiliza, está por acabarse—. Iré por más tiza, mientras pueden repasar lo que dimos. Ya vuelvo.
Apenas ella cruza la puerta, y que esta se cierre, todos extraen sus teléfonos de sus mochilas o bolsillos, otros si se concentran en realizar lo ordenado por la maestra, quiero ser una de estos últimos, pero vuelvo a sentir esa mirada. Observo la puerta y, sin pensarlo mucho más, me giro.
Algo a veces falla en mi cerebro, está más que comprobado. Esa es la razón por la que giro a una velocidad mayor que la de los autos que maneja Toretto, y doy de bruces con una mano.
Aparto la mano de mi rostro y observo con molestia al dueño de ella.
—Perdón, perdón, no quería, bueno, sí, pero no así, digo... —Resopla, me da una sonrisa de labios pegados y vuelve a pasarme la mano, nota mi semblante y la baja—. Dios, qué tonto, perdón.
Es Niall, ¿ahora lo encontraré en todos lados? Porque hay como tres colegios alrededor de la zona y viene a este. Debe de haberse mudado a la ciudad y no estar de vacaciones como en algún punto llegué a pensar, esa sería la razón por la que no lo había visto los primeros días de clases.
—¿Qué pretendías con esa mano?
Al observarla distingo que la otra cuenta con una hoja blanca doblada una y otra vez.
—Vi que no estabas prestando atención, no me creo la mentira que le dijiste a la maestra. —Ríe y me pasa la hoja—. Ahí está el primer ejercicio. Desde aquí puedo ver que no colocaste ni la fecha.
Con la boca formo una O por el asombro. No puede estar haciendo esto, ¿por qué lo hace?
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Debo ayudar a los míos, y... —Frunce los labios en una mueca—. Perdón de nuevo.
No lo entiendo. Quiero preguntar a qué se refiere, agradecerle y decirle que no hace falta disculparse tantas veces. Pero la maestra ingresa y ordena a todos volver a prestar atención. Le echo un último vistazo al rubio teñido, le sonrío en forma de agradecimiento y volteo.
¿A los suyos? ¿Qué me quiso decir con eso?
Sea lo que sea, me alegra saber que me considera de los suyos, eso me salva de perder puntos en la materia.
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