A TU MANERA
"Existen muchos lenguajes y lenguas en el mundo, pero el más complejo y, a la vez, el más hermoso e impresionante, es el del amor. Quien logra aprender a leerlo y escucharlo, lo comprendió todo."
Miré al cielo exactamente a las 2:04 de la tarde. El día era perfecto, con un cielo despejado, majestuoso e infinito. Apenas unas pocas nubes adornaban el horizonte, revestidas de un blanco puro y esponjoso. Una sonrisa de alegría se dibujó en mi rostro, mientras mi alma se llenaba de emoción. De repente, una avioneta atravesó el firmamento, llevando consigo un mensaje escrito, una declaración de amor que logró arrancarme lágrimas de felicidad.
Seis meses exactos habían pasado desde que aquello comenzó. Seis meses en los que, cada día, aquella avioneta cruzaba el cielo con un mensaje diferente, siempre terminando con mi nombre y apellidos al final.
Mis lágrimas se derramaron al comprender que, en algún lugar, alguien me amaba. Alguien sabía llenar ese vacío en mi corazón que, tristemente, mi marido no sabía llenar. Todo sería perfecto si, al menos una vez, él hiciera lo mismo que aquel extraño.
Mi marido solía trabajar hasta altas horas de la noche; rara vez lo veía. Pero, incluso cuando llegaba a casa, las cosas no mejoraban. Intentaba mantener viva nuestra conexión, hablándole de mi día, preguntándole cómo había estado, intentando captar un poco de su atención. Sin embargo, siempre respondía con frases cortas, desinteresado, enfocándose en otros asuntos: llamadas, papeles del trabajo, documentos...
A veces me preguntaba si realmente me amaba. En mi mente, una idea inquietante tomaba forma: ¿habría alguien más llenando ese lugar? Quizás, solo quizás, ya había encontrado mi reemplazo.
Aún con mis mejillas húmedas, aparté aquel pensamiento. Me hacía daño solo imaginarlo. Y entonces lo comprendí: a pesar de todo, aún lo amaba. Aquella avioneta, con sus mensajes, solo llenaban por unos segundos el vacío en mí, pero mi corazón seguía rogando por mi esposo. Deseaba con todas mis fuerzas que mis ideas y sospechas fueran erróneas, que todo se redujera a estrés o desesperación, y me aferré a esa excusa.
Cuando el avión desapareció, volví a mi hogar. Corrí hacia el salón y me senté a esperar. Sabía que en unos minutos llegaría otra sorpresa. Y no me equivoqué.
El timbre resonó por toda la casa, señalando que mi regalo del día ya había llegado. Me levanté con entusiasmo y abrí la puerta. Allí estaba el mensajero de siempre, sosteniendo un enorme oso de peluche blanco con un lazo rosa. El oso tenía atado a sus manos un hermoso ramo de tulipanes, mis flores favoritas, y, en la otra mano, una caja con los mejores chocolates de la ciudad.
—¡El presente del día! —dijo el mensajero con una sonrisa mientras me entregaba el regalo.
—Sé que lo he preguntado constantemente, pero... ¿podría darme una pista? —pregunté emocionada, esperando obtener al menos un pequeño indicio.
Él negó con la cabeza, aunque en su rostro había una sonrisa divertida.
—Mis labios están sellados —respondió con tono juguetón. Luego se despidió con su habitual frase: —Nos vemos mañana, otra vez.
Y se marchó, dejándome con la incógnita y la emoción.
Contemplé el regalo y me regocijé con él. Probé algunos de los chocolates y, después, llevé el obsequio para colocarlo junto a los otros. Toda una habitación repleta de presentes. Quien quiera que estuviera intentando cortejarme, estaba haciendo un esfuerzo muy grande.
Al día siguiente, la rutina se repitió. La avioneta surcó el cielo con un mensaje escrito, y, más tarde, recibí otro regalo sorprendente.
—¿Qué es? —le pregunté al mensajero cuando me entregó una carpeta.
—Debería abrirlo. Ahí encontrará su respuesta —respondió con su característica sonrisa.
Intrigada, deslicé mis dedos para abrir la carpeta que contenía los documentos. Al leerlos, me quedé en shock, completamente anonadada y sin palabras.
—¿Una estrella... lleva mi nombre? —murmuré con incredulidad. —¿Alguien... la compró para mí...?
No podía creer lo que tenía frente a mis ojos. Una estrella en el cielo ahora llevaba mi nombre, un regalo tan único como inesperado. Un regalo que llenó de emociones mi corazón.
Unos días después, tras recibir mis regalos, decidí salir a dar un paseo. Mis pies, guiados por un impulso invisible, me llevaron a un lugar especial, un rincón maravilloso y único. Fue aquí donde lo conocí a él, a Damián, mi esposo.
Ese lugar tenía un doble significado para mí: el primero, una época maravillosa de nuestras vidas, y el segundo, un peso melancólico. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez que Damián y yo estuvimos aquí? Ya ni siquiera lo recuerdo.
—Buenos días, Nathalia —saludó Valentina. Era una señora amable y maternal. Había sido testigo de cómo nuestro amor floreció en este local. —¿Qué quieres que te sirva en esta ocasión? Hace mucho que no te veía. ¿Cómo van las cosas con Damián?
—Quisiera un café caliente, por favor —murmuré con tristeza, bajando la mirada—. No muy bien, llevo días sin verlo. La verdad es que desde hace tiempo nuestro matrimonio no está bien.
Valentina asintió, primero con una mirada melancólica, como si comprendiera mi dolor, pero pronto su expresión cambió. Sus ojos se iluminaron con algo que parecía ser una mezcla de comprensión.
—Sé exactamente qué café podría animarte. —dijo con una sonrisa, como si hubiera recordado algo, o quizás como si estuviera tramando algo.
Ella se fue, dejándome sola con mi tristeza, pero también con una duda provocada por su comportamiento juguetón y determinado. ¿Qué estaría tramando?
Solté un suspiro resignado justo cuando la campana del lugar sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Al levantar la mirada, mis ojos se cruzaron con los suyos, allí estaba él, Lucas, uno de los empleados más cercanos de Damián.
—¿Nathalia?...Oye, ¿cómo estás? —preguntó con amabilidad, su tono cargado de entusiasmo al reconocerme.
—Yo... bueno, muy bien —decidí mentir, sin querer revelar la verdad de mi situación—. ¿Y tú?
—Pues bien. Hace unos días que no te veía por aquí, pero es bueno volver a encontrarte —dijo sonriendo amablemente.
Él se sentó en la misma mesa, mientras nos sumergíamos en una charla amena, poniéndonos al corriente de todo lo que había pasado en estos días. El tiempo pasó rápidamente entre risas y anécdotas hasta que Valentina apareció con nuestros respectivos pedidos.
Con su característico toque sutil, dejó una carta junto a mi taza. Al notar el gesto, levanté la vista buscando una explicación, pero ella simplemente me sonrió y, con un suave "Con permiso", se retiró sin más.
Noté que Lucas sonreía mientras levantaba una ceja en mi dirección de manera juguetona, como si supiera algo sobre los presentes que había estado recibiendo.
—¿Otro detalle de tu admirador secreto? —preguntó, divertido.
—Sí... eso creo... —respondí, aunque su comentario despertó una nueva sospecha. ¿Cómo sabía él de los regalos? —Supongo que sí. ¿Tú sabes algo de eso? —añadí.
Lucas se encogió de hombros, pero su sonrisa pícara demostró que estaba al tanto de todo.
—Quizás —dijo como única respuesta.
—Y... ¿no quieres ser un chico amable y decirme quién es? —pregunté, con un toque juguetón al igual que él, intentando obtener alguna pista.
Lucas soltó una leve risa ante mi juego, pero su celular sonó de repente, interrumpiendo lo que sea que iba a decir.
—Lo siento, Nathalia, pero debo irme, me esperan en el trabajo y parece algo urgente —dijo algo apresurado—. Quizás volvamos a encontrarnos más adelante — enunció despidiéndose cálidamente.
Y así salió de manera apresurada sin dar más detalles.
Intenté obtener respuestas de Valentina, pero ella también se mostró esquiva. Cada vez que cruzaba mi mirada con la suya, se giraba hacia otro lado, como si estuviera evitando cualquier conversación que pudiera revelar más de lo necesario.
Cuando terminé mi café, pagué y salí del lugar, aún cargando con mi tristeza. Caminé hacia casa con la carta en mis manos, sin ánimos siquiera de leerla. Supuse que, más tarde esa noche, cuando la soledad y el vacío se hicieran más intensos, la abriría para intentar consolarme.
Al llegar a casa y abrir la puerta, mi sorpresa fue grande al ver que Damián estaba allí.
—Nathalia —saludó con su típica voz, sin una sola palabra de cariño, sin preguntar sobre mi día o como estaba.
—Damián —respondí del mismo modo. Ya no tenía caso seguir intentándolo.
Sus ojos se posaron en el sobre que llevaba en mis manos. Frunció ligeramente el ceño y ladeó la cabeza, como si le intrigara, pero no dijo nada. En lugar de eso, se levantó al escuchar su celular, y se perdió en otra llamada.
Más tarde esa noche, mientras él dormía plácidamente en nuestra cama, yo permanecía inquieta. Me levanté con sigilo y tomé la carta que había dejado sobre la mesa. Salí al corredor, buscando un lugar donde pudiera estar sola, y me senté con la carta entre las manos.
Con un leve temblor, rompí el sobre y comencé a leer. Cada palabra parecía cargar un peso que iba directo a mi corazón.
Vida mía, mi amada Nathalia,
Quiero abrir mi corazón y expresar lo que siento cada vez que pienso en ti. Sé que soy un cobarde por no poder decírtelo cara a cara, por no atreverme a gritarlo al mundo, pero mi amor por ti es tan fuerte, tan inmenso, que trasciende cualquier palabra o gesto.
Te amo como desde el primer instante, con la misma intensidad y pureza. Siempre supe que serías tú, la mujer destinada a habitar en mi corazón, la que ha llegado más allá de mi alma, dejándome marcado por toda la eternidad.
Mis palabras y regalos jamás podrán igualar lo que llevo dentro. Mi amor es sincero, eterno, infinito. Todo lo que soy te pertenece, y seguiré amándote más allá de cualquier límite.
Con todo mi ser,
Damián.
Algunas lágrimas corrían por mi rostro mientras leía la carta. Lágrimas de impacto, de felicidad y de amor, todo al mismo tiempo. Aún me costaba asimilar que el autor de aquellos mensajes y de los obsequios, había sido siempre mi esposo.
De repente, todo encajó. Recordé con más claridad esos momentos en los que había comentado casualmente mis sueños, deseos y pequeñas necesidades. Cosas que anhelaba profundamente, aunque siempre pensé que él no me escuchaba. Pero no. Damián siempre había estado atento, guardando cada detalle. Cada regalo había sido una prueba silenciosa de que siempre me llevaba en su corazón y pensamientos, incluso cuando yo creía que no le importaba.
—Nathalia... ¿estás bien? —su voz grave y, esta vez, llena de ternura, me sacó de mis pensamientos.
Lo vi de pie en el marco de la puerta, mirándome con una mezcla de preocupación y amor.
—¡Oh, Damián! —exclamé antes de correr hacia él y envolverlo en un abrazo.
Él respondió de inmediato, rodeándome con sus brazos con fuerza y calidez. Sentí un suave beso en la coronilla de mi cabeza, y algo dentro de mí se quebró en el mejor sentido.
—Te amo —dijo, con un tono dulce y lleno de emociones sinceras que rara vez había escuchado de su boca.
—No sabía que... —intenté responder, pero él me interrumpió suavemente.
—Fue mi culpa —admitió—. Nunca supe cómo expresarme... Nadie me enseñó cómo hacerlo.
Sus palabras me golpearon profundamente, porque sabía que su pasado estaba lleno de dolor, de carencias emocionales que lo habían marcado.
—Pero nunca lo dudes, Nathalia. Mi amor por ti siempre ha sido sincero y honesto —continuó.
—Lo sé ahora —dije mientras lo miraba a los ojos. Mis lágrimas seguían cayendo, pero esta vez no eran de tristeza, sino de comprensión y amor. Él las limpió con sus pulgares, de la manera más delicada posible.
—Tú me amas a tu manera —añadí con una sonrisa suave—, y eso es lo más hermoso que tengo. Te amo, Damián.
—Yo también te amo —susurró, antes de inclinarse y besarme.
Fue un beso lleno de emociones, de sentimientos que no podían traducirse en palabras.
A partir de ese momento, él se esforzó por demostrarme su amor de una manera más abierta, aunque siempre había sido el mejor esposo para mi. Y yo me propuse ser para él la mujer que siempre soñó y amó. Juntos aprendimos que el amor tiene muchos lenguajes, y que el nuestro era especial. Nuestra manera de amar, imperfecta pero verdadera, nos unió más que nunca.
FIN
ANNETTA_LUX
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