Historia #5: ''Él ya no estaba''
Glasgow, Escocia 1845.
Él estaba, pero no estaba
Los ojos estaban ahora desnudos
Y sus sentimientos a flor de piel
Parecía ilógico de que creer que era cierto
Puesto que ella nunca dio muestra de sus sentimientos
Y él como todo caballero
Había esperado de manera paciente
Pero el día nunca llegó
Y la noche cayó
Nunca se dijo
Y el castigo de los ojos vestidos
Es la ignorancia de saber que ahora están desnudos
Los pelos de su piel se erizaron en el momento en que lo sintió entrar en la habitación. Todo estaba en silencio, tan solo interrumpido por los leves suspiros del viento contra la ventana abierta. Habían pasado un par de horas desde que todo había culminado y apenas un par de minutos desde que finalmente había podido detener su ya incansable llanto. Un sollozo helado escapó de sus labios en el momento en que sus pasos se hicieron más cercanos.
Él estaba, pero no estaba.
Seguía siendo parte de la vida incomprendida
Del sentimiento que muy tarde dejó escapar.
Él estaba, pero no estaba
Y su corazón en llamas
Estaba ahora frío y roto en pequeños trozos
El caballero de brillante armadura
Dio rienda suelta al caballo
La princesa de cabellos dorados
Dejó de lado la escalera
Ella quedó atrapada
Y él ya no pudo seguir esperando.
Él estaba, pero no estaba
Él siempre estuvo, pero lo ignoró
Y cuando ella bajó la escalera
La noche había caído
Y él se había ido.
Era como el canto triste del amor verdadero jamás comprendió. Muy tarde fue dicho a pesar de que ambos sentían lo mismo. Lucinda descansó la cabeza en la ventana fría mientras que con sus dedos nerviosos, acariciaba la tela de su costoso vestido color negro como la noche.
—Lucinda, madre pide vuestra presencia en la estancia —el tono dulce y bajo empleado por Edward, su hermano mayor, tan bajo que pudo habérselo llevado el viento.
Una pequeña risa irónica escapó de sus labios entumecidos y un dolor profundo provocó leves punzadas en su garganta.
—No he de repetirlo, puesto que ya lo he dicho anteriormente, pero por ti, hermano mío, tal vez haya de no ser tan cruelmente insensata —suspiró y, por un segundo, le dio un vuelco el corazón—. Ya le he dicho a madre que esta noche no bajaré a cenar; le he pedido un tiempo de soledad, uno en el que pueda acallar de alguna manera este insufrible dolor que siento —le observó, su voz quebrada y sus ojos llorosos—. Has de excusarme, hermano, no he querido sonar insolente, pero no cambiaré de opinión respecto a lo que he dicho.
—¿Podréis perdonarle algún día? —Lucinda bajó la mirada ante tal atrevimiento y, dejando escapar un sollozo, esta vez uno más audible, observó a Edward, que esperando una respuesta la miraba con tristeza.
Negó levemente con la cabeza y, mirando nuevamente hacia la ventana, le contestó:
—Nunca podré perdonarle.
—¿Y habrás de vivir con el rencor?
—Así como habré de vivir con el dolor cada amanecer y cada caer del sol hasta que exhale mi último aliento.
Él estaba, pero no estaba
Y ahora jamás lo sabrá
Que ella también lo amaba
Y que huiría con él si se lo hubiese pedido
Si tan solo no hubiese sido tan insensata
No habría tenido que vivir en la desgracia.
—De haber sabido que vuestros sentimientos por ese hombre eran verdaderos, no hubiese consentido los deseos de nuestra madre.
—No te culpo, si eso es a lo que le temes —respondió la joven de dieciocho años con calma, sin ganas de seguir hablando del tema.
—No llores más —rogó su hermano, cayendo de rodillas frente a ella, escondiendo la cabeza en su regazo—. No podré vivir sabiendo que no habréis de ser feliz de nuevo.
Y Lucinda lloró, empañando de igual forma la cabellera dorada de su hermano mientras se la acariciaba con ternura. El dolor la embargó y, con las pocas fuerzas que le quedaban, recordó cómo le habían arrebatado al hombre que amaba y cómo él, sin saberlo, había muerto por las manos y malas acciones de su propia madre.
Él estaba, pero no estaba
La había amado y por ello le habían asesinado
Le entregó su corazón sin importarle las consecuencias
Y ella no pudo ser igual de valiente.
Él la había la había mandado a llamar al establo aquel día
Ella había bajado sin saber qué ocurriría
Todo se volvió negro
Y le fallaba la respiración
Cayó al suelo con un grito desolado
Al lado del cuerpo del hombre que amaba
Que respirando con dificultad, se desangraba
Gritó por auxilio, pero nadie acudiría en su ayuda
Su amado moría, una daga le había traspasado el pecho.
Él estaba, pero no estaba
—Te amo —había susurrado él cuando ella lo sostuvo entre sus brazos.
—¡No! —sollozó ella llena de desesperación—. No puedes morir, si me amas no... puedes.
El hombre sonrió débilmente y ella un beso había depositado en sus labios.
Un último aliento y el hombre que amaba había muerto.
''Te amo'' le susurró ella, pero ya no podría escucharle.
Él estaba, pero no estaba
Y ella lloró con profunda amargura
Su madre entró en el establo
Seguida de un oficial en cuestión
Arrebatando a Lucinda el cuerpo de su amado
La tomó fuerte del brazo
Ella se resistió
Pero sus piernas no le respondían
Él estaba, pero no estaba
Y cuando salieron el establo ardió en llamas
Él estaba, pero no estaba.
Lucinda acarició el cabello de su hermano unos minutos más y el aire gélido le cubría los sentidos.
—He de entregarte esto —Edward se levantó sin dejarse ver las lágrimas que en su momento había derramado—. Lo he encontrado entre las cosas de nuestra madre.
Un pequeño sobre sellado fue depositado en su regazo manchado de lágrimas y, con manos temblorosas, ella lo tomó.
—Lo lamento tanto, Lu.
Y su hermano se marchó
Él estaba, pero no estaba
Su nombre se leía en la inscripción del sobre
Era para ella
Él estaba, pero no estaba
Y ella rompió el borde con delicadeza y un pedazo de pergamino se encontraba en su interior
Lo tomó queriendo leer lo que decía
Con la muerte de su pobre alma
Él estaba, pero no estaba.
''Amada mía, confidente de mis más profundos y tormentosos secretos.
Lo he hecho tal como te dije que lo haría, he hablado con vuestra madre respecto a cómo me sentía, me ha prometido que lo pensaría, espero que, por voluntad de este majestuoso cielo, de este poderoso Dios, pueda yo, este humilde servidor convertirme en tu esposo.
Te he dicho que te amo y espero algún día escuchar salir de tus hermosos labios carmesí esas mismas palabras por mí, ¡sé que lo sientes! Lo he leído en tu diario, perdóname el atrevimiento, lo he encontrado abierto y no he podido resistirme.
Sé que aun estás molesta por aquel beso, pero debo decir, mi hermosa Lucinda que no me arrepiento de lo ocurrido esa noche en el establo, una noche que estará eternamente en mis recuerdos y más que nada en mi corazón.
Te amo hermosa joven de cabellos dorados y jamás he de cansarme de decírtelo.
Espero algún día tener el derecho de clamar mi amor por ti ante todos y que el mismo no esté prohibido.
Soy un humilde herrero, pero eso no ha de impedirme decir lo que siento.
Te amo, gracias por amarme, lo sé, no tengas miedo.
Espero hacerte llegar eso a través de tu madre, espero te la entregue.
Estoy, aunque no me veas.
Siénteme aun cuando no pueda tocarte.
Ámame aun cuando no pueda decirte que te amo.
Siempre tuyo,
Hamish''
Una ráfaga de viento entró en la habitación, llevándose las lágrimas perdidas de Lucinda.
''Te amo'' le susurró el viento al oído.
—Te amo —respondió ella por primera vez en voz alta. Abrazó la carta contra su pecho y sonrió inconscientemente.
Él estaba, pero no estaba.
Y esa noche en el establo era la testigo
Él estaba, pero no estaba
Ella lo amaba,
Y él lo sabía.
NA: En este proceso de seguir desempolvando historias, les dejo esta que también escribí en mi adolescencia; hay historias de amor que también tienen finales agridulces.
Gracias por leer :)
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