Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Historia #2: ''En el silencio del corazón''



En el Silencio del Corazón

''Mi héroe, la razón de mis más profundos y hermosos sueños, ese era él, Nicholas, el hombre que jamás dejaré de amar, el hombre que nunca me amará.

¿Por qué duele tanto tenerte tan cerca? ¿Por qué duele tanto tenerte tan lejos?, dejé que la ilusión me llevará muy lejos, dejé que el corazón tomará un paseo sin retorno.

¡Te Amo! ¿Por qué no puedes verme? Me perdí en el bosque persiguiendo tus huellas que se borraban a medida que llovía, a medida que llegaba la tormenta.

Me dolía, mi corazón te llamaba con todas sus fuerzas ¿Por qué no lo escuchabas? ¿Eras acaso sordo a mi voz, ciego a los sentimientos de mi corazón? No debí dejarme enamorar.

Tu hermosa sonrisa me estremece y tu mirada un millar de estrellas desbordan. Me destruyes, me corrompes, ya jamás volveré a ser la misma.

Solo me quedan las palabras escritas para expresar lo que siento, porque cuando te veo desaparece mi voz . Me prometí no derramar una lágrima más por ti, me prohibí volver a sentir.

¡Sal de mi cabeza! ¿Por qué no sales de mi corazón? No me duele que te irás, me duele saber que no puedo dejarte ir.

Las lágrimas caen por mis mejillas calladas, todas y cada una de ellas con un oculto significado, uno que solo yo conozco.

Soy masoquista, lo sé. ¿Por qué nadie dijo que amar dolería tanto? ¿Por qué nadie dijo jamás me amarías? ¡A quien engaño! Si lo hicieron, tantas veces que al recordarlas un escalofrío recorre mi columna, cada parte de mí. Pero, de nuevo, lo ignoré ¿Por qué?

Me salvaste en esos instantes en los que no creía en el amor, llegaste con ese gran caballero en su caballo blanco, tal cual cuentos. Pero eres solo eso, mi amigo, mi consejero, yo lo confundí con algo más.

¿Sabrás algún día lo que siento? Lo dudo y también lo lamento. ¿El que supieras lo que siento cambiaría tu decisión? ¿Aun así te casarías con ella? ¿Por qué no puedes verme así? ¿Por qué no puedes besarme así? ¿Por qué...no soy yo?

Me callaré, me niego a que sepas como me siento, a perderte en todo sentido. Seguiré en tu vida, viviré en este dolor. Te veré amarla todos los días mientras yo te amo en silencio, estaré en tus alegrías y tristezas porque soy no puedo irme. No puedo.

No dije nada mientras pude, entonces este es mi castigo, el insufrible silencio.

El amor de mi vida, mi Nicholas.

Te amo y siempre te amaré.

Gabriela.''

Un sonido fuerte hizo que Gabriela saliera de manera brusca de las palabras que escribía; arrugó el papel rápidamente y lo dejó sobre el escritorio, alguien abría la puerta de su pequeño estudio. Se limpió las lágrimas con la manga de la bata de baño, no podía permitir que nadie la viese llorar y menos si se trataba de él, y tenía que ser.

Había dormido en el estudio de vuelta; no había encontrado acomodo en el departamento que alguna vez compartió con su mejor amigo.

Entonces se volteó, y como sospechaba, ahí estaba él a centímetros de ella; con esa sonrisa radiante que siempre lo caracterizaba, y ese brillo especial en sus ojos marrones, que le derretían el corazón. Vestía la camisa a cuadros que Gabriela le había regalado por su cumpleaños el año anterior, unos zapatos desteñidos de los que se negaba rotundamente a deshacerse y el abrigo que acaba de retirarse (puesto que en el interior hay calefacción) sobre el hombro. La joven suspiró; no importaba cuánto tiempo pasara o dónde estuvieran, Nicholas tenía una capacidad infinita para hacerla perder el aliento.

—Hola, hermosa —saludó Nicholas con cariño. Acercándose los pasos que lo separaban de ella, la tomó por la cintura, apretándola contra su cuerpo; un hábito común entre ellos, que llevaban siendo amigos los pasados quince años.

Gabriela sonrió contra su pecho; impregnándose con su aroma: café. Su amigo era un fanático; por lo que siempre su aroma lo delataba.

—Hola a ti, feo —lo saludó.

Si se ponía a pensar en profundidad, no podría decir con certeza cuándo se enamoró de él. Tal vez porque no había en sí ningún momento específico; tan solo había despertado un día teniendo la certeza de que ahora todo era diferente. Tampoco es que fue desde un inicio ¡Por favor! Si apenas eran unos niños cuando se conocieron; y en aquel entonces él era solo el baboso vecino con el que pasaba las tardes escalando los manzanos en casa de la vieja Penvinse.

Luego fue el escandaloso adolescente, que la llevó a su baile de graduación. Sin embargo, todavía para aquel entonces eran solo eso: amigos. Muy buenos amigos.

Lo sabían todo sobre el otro y lo habían compartido todo. Algunos inclusive llegaron a clasificarlos como "hermanos"; lo que hacía sus sentimientos actuales todavía más vergonzosos. Probablemente, si pudiera entonces recalcular la época en dónde despertándose se dio cuenta de que el cuerpo de su amigo despertaba en ella cosas más allá de una simple "hermandad", volvería cinco años atrás; cuando compartieron un departamento en la ciudad mientras asistían a la universidad.

Ambos, escritores; habían estudiado una Licenciatura en Literatura Moderna en la Universidad de Nueva York, ciudad en la que después se establecieron.

En la actualidad, Gabriela escribía libros de romance para una editorial reconocida en la ciudad. Había comenzado publicando en una página en línea; y tras haber probado suerte enviando uno de sus manuscritos a un concurso y el mismo haber resultado en tercer lugar: su vida había cambiado para siempre. Es raro decir que puedes vivir de lo que te gusta, y aún más a los veintisiete años.

Nicholas, por su parte, había publicado un par de novelas policíacas con una editorial un tanto más chica, que también había tenido bastante éxito. Sin embargo, le llenaba muchísimo enseñar; así que por las tardes llenaba su tiempo dando clases de Literatura en un secundario cercano a su domicilio.

Todo era perfecto; lo fue por un largo tiempo. Hasta que Cecilia llegó a sus vidas.

—Voy a casarme hoy... —suelta Nicholas de pronto; sacándola con brusquedad de sus pensamientos. —Es increíble lo rápido que pasa el tiempo.

Punzadas; fuertes punzadas. Gabriela intentaba respirar hondo cada vez que su amigo traía el tema a colación, intentando ocultarlo en algún lugar cerrado de su cerebro. Pero no podía, hoy no.

Cecilia y Nicholas habían conocido un año atrás en una fiesta de disfraces, en Halloween. Ella, vestida como conejita de Playboy y él como vaquero. Su conexión había sido instantánea y pasaban un montón de tiempo de "calidad" juntos.

No era que tenían mucho en común fuera de la cama; pero oh Dios, Gabriela era testigo de que se entendían muy bien dentro de ella.

Maldijo las paredes delgadas de su departamento en un montón de ocasiones; y muchas veces tuvo que hacer escapadas nocturnas, en donde iba a quedarse en casa de alguna amiga, porque no podía soportarlo.

No es que le desagradara Cecilia, en lo más mínimo (más allá del hecho, claro está que se acostaba con el hombre que amaba); en realidad, era una chica muy gentil, para su corta edad de veinte años. Sin embargo, fue como una sorpresa que la atravesó como una especie de rayo cuando, dos meses atrás, mientras desayunaban en casa, le comunicaron que iban a casarse.

Gabriela por poco no se desmaya; había dejado caer el plato en donde había servido todo su desayuno en el piso, haciendo un estruendo terrible.

Y luego tocó la peor parte: disimular y pretender estar feliz.

Más que todo, porque ella no sabía que Nicholas estaba enamorado de Cecilia. Hasta ese punto, consideraba aquella relación como deseo intenso e inclusive obsesivo. Pero... ¿amor? Era algo que nunca le había pasado por la cabeza.

Los padres de Cecilia eran dueños de una importante empresa de transporte aéreo en Texas, de donde ella es originalmente; por lo que habían planeado una de las bodas más costosas que Gabriela recuerda alguna vez haber visto a alguien planear; ya saben, de esas que se ven en los programas de televisión.

El corazón de la joven de ojos verdes estaba roto. Muy roto. Y no estaba segura de saber cómo repararlo. Pero sí sabía una cosa: lo mucho que significaba Nicholas para ella. Estuviesen o no juntos románticamente.

Por lo que, con la voz temblorosa y los ojos cristalizándose, respondió: —Estoy muy feliz por ti, Nicholas. Te casarás con la mujer que amas.

Supo que su amigo no estaba del todo convencido cuando rompió el abrazo para observar mejor su rostro tomándola levemente por la barbilla:

—¿Estás segura de eso, Gabriela? —sintió un vuelco en el corazón ante la mención de su nombre y suspiró, sabiendo que tan bien se conocían uno al otro, como ella era ya de alguna forma, una parte de él.

"No, no lo estoy" quiso gritar; sin embargo, como siempre, lo que salió de su boca fue:

—Completamente segura —habló más rápido de lo que pretendía, así que carraspeó un poco antes de continuar—. Si eres feliz, yo lo soy.

Él la observó poco convencido, pero sin embargo no insistió más en el tema, haciendo que ella soltase un suspiro de alivio.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó ahora con una voz más animada—. ¿No deberías estarte preparando?

—Lo mismo podría preguntarte —se defendió el joven de veintisiete años con un deje de diversión; observó a su amiga de arriba a abajo, negando con la cabeza ante la vista de ella en su bata de baño—. Me caso en diez horas y quiero que mi madrina de boda esté presente en ella.

Otra punzada en el corazón.

¡Díselo! Gritó esa voz familiar dentro de ella. ¡No dejes que se case, dile que lo amas! Gritó otra, pero ella no podía hacerlo; ella no podía perderlo.

—De acuerdo, de acuerdo —Gabriela, ruborizada, levantó las manos en deje de rendición—. Comenzaré a arreglarme.

Nicholas dejó un pequeño beso en su frente.

—Te quiero hermosa, lo sabes ¿verdad? Significas un mundo para mí.

—Lo sé, igual que tú para mí —respondió ella, volviendo a abrazarlo. La verdad es que Nicholas jamás se podría hacer una idea de la profundidad de sus sentimientos hacia él.

—Bueno, será mejor que vaya a arreglarme —comentó Nicholas, aún abrazándola con fuerza. Como si no quisiera, como si no pudiera dejarla ir—. Te veré en la iglesia a las cinco —carraspeó, finalmente soltándola; Gabriela asintió.

"Esto es lo mejor" trató de convencerse mientras lo veía salir por la puerta.


Gabriela solo quería que el tiempo se detuviese, ''No avances'' le rogaba al reloj de pared de su habitación, pero las cuatro con treinta minutos de la tarde llegaron justo en el momento que la limusina anunciaba su llegada; era hora de partir.

Se miró por última vez en el espejo de su pequeña habitación, su largo pelo castaño ahora planchado caía con cuidado a la altura de su cintura; el vestido color azul cielo era hermoso, eso no podía negarlo. Dejó que su mente vagara a través de los años y todas las cosas que habían pasado, pensó de igual forma en todas las oportunidades que tuvo para decirle lo que sentía, todas esas veces que quiso decirle ''te amo'', y no pudo. Lo lamentaba, el cómo aquellas palabras jamás fueron pronunciadas en voz alta.

Dejó escapar un largo suspiro, uno, que de habérselo permitido, podría haberle congelado el alma. Se obligó a sí misma a esbozar una sonrisa en el espejo, pero el resultado fue una tan triste y corrompida que la borró inmediatamente de su rostro. ''¡Esto es por él!'' se repetía a sí misma una y otra vez mientras caminaba hacia la puerta de la habitación.

Mientras subía a la limusina donde se encontraban las damas de honor tuvo un impulso inmenso de saltar de ella y correr hasta desaparecer, pero no, se obligó a permanecer sentada; ya no había marcha atrás.

Llegaron a la pequeña iglesia. Gabriela se colocó el abrigo al bajarse del auto, sintiendo un escalofrío que no era del frío, sino del recuerdo de cómo, años atrás, Nicholas le había contado su sueño de casarse en invierno. Cerró los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas que ya comenzaban a brotar. ¿Por qué tenía que doler tanto?

Ella fue la última en entrar, siguiendo a uno de los padrinos. Buscó a Nicholas con la mirada y lo encontró hablando con uno de sus primos. Se quedó clavada en el suelo, observándolo en silencio.

Vestido con un elegante esmoquin negro, Nicholas saludaba y sonreía, sus rulos desordenados en la cabeza hicieron que Gabriela soltara una risita. Nicholas odiaba peinarse, y eso era una de las cosas que más le gustaban de él. Cuando su mirada se encontró con la de ella, Gabriela sintió un mareo. El joven corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. Ese calor, esa protección que sentía cada vez que la abrazaba, escuchar sus latidos junto a los suyos, era y siempre será la mejor sensación del mundo para ella.

¡Díselo! gritó la voz interior de Gabriela justo cuando Nicholas la soltó.

—Estás preciosa... —le dijo, mirándola con admiración.

—Y tú estás increíblemente guapo —respondió ella, devolviéndole la mirada con un destello de complicidad. En esos ojos, notó algo que no había visto antes: ¿un atisbo de miedo? El brillo que solía estar ahí ahora parecía eclipsado por una sombra de duda.

Nicholas soltó una risa, pero no era su risa habitual; era tensa y nerviosa, como si en su interior una tormenta estuviera arremolinándose.

—¿Estás bien? —preguntó Gabriela, notando su incomodidad, una preocupación surgiendo en su pecho. Él la abrazó por la cintura, tomándose un momento para encontrar las palabras que parecían evadirlo. Varias miradas curiosas se posaron sobre ellos, pero nadie se atrevió a interrumpir. Su relación era conocida y aceptada, aunque en momentos como este, el aire estaba cargado de tensión.

La sala, casi vacía ahora, era testigo del dilema que se gestaba entre ellos. Finalmente, Nicholas rompió el silencio, su voz llena de incertidumbre:

—No lo sé —admitió, claramente confundido, como si estuviera luchando con pensamientos enredados en su mente—. Siento... que no estoy seguro de nada.

Gabriela sintió que le faltaba el aire. Las palabras resonaban en su mente, repitiéndose en un eco angustioso. ¿Podía creer lo que acababa de escuchar o era otra fantasía absurda? Nicholas la miraba con una intensidad que demandaba una respuesta, y el corazón de ella latía con fuerza, atrapado entre la esperanza y el miedo.

—¿Qué? —intentó ella, tratando de calmar sus nervios, pero el temblor en su voz era innegable—. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Una real —respondió él, su mirada fija en la suya, con una sinceridad que la sorprendió—. Si hubiera una razón para no casarme... confío en que me lo dirías.

La presión en su pecho se volvía casi insoportable. Era ahora o nunca. ¿Qué botón se debe presionar para silenciar esa voz que gritaba dentro de ella? Gabriela sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas nuevamente, su corazón latía lentamente, amenazando con detenerse ante la enormidad de lo que estaba en juego.

—Son solo nervios —dijo ella, incapaz de creer las palabras que salían de su boca—. Debes casarte. El dolor en su pecho se intensificó con cada palabra que decía, y una parte de ella se rompía por dentro, ahogada en el sacrificio de su amor.

Nicholas tardó unos segundos en reflexionar, como si también esperara una respuesta diferente, un giro inesperado que podría cambiar todo. Finalmente, asintió y, en un gesto lleno de ternura, besó la cabeza de Gabriela.

—Te quiero —dijo él, y ella escondió la cabeza en su pecho, tratando de que él no viera sus lágrimas. Con un nudo en la garganta, le susurró un "yo también" al oído, deseando que esas palabras pudieran sostener el mundo que se desmoronaba a su alrededor.

En ese instante, el sonido de una voz los interrumpió. Alguien los llamaba: el sacerdote estaba listo. Era hora.

Gabriela tragó con dificultad y lo soltó mientras avanzaba hacia el final del pasillo, justo frente a las damas de honor. Pudo sentir la mirada de Nicholas en su espalda, pero decidió ignorarla.

No dejes que se case. La voz en su cabeza se hacía cada vez más débil, al igual que ella.

De repente, ahí estaba, parada junto a Nicholas, esperando que la novia saliera. Se había retrasado un poco por un problema con el vestido.

Es tu última oportunidad, díselo o lo perderás para siempre.

Tantas oportunidades. Tantos "te quiero." Tantas veces llorando hasta quedarse dormida.

¿Y si ya era suficiente?

Antes de que pudiera arrepentirse, tomó con fuerza el brazo de su mejor amigo, haciendo que este volteara hacia ella. La miró confundido. "Ahora o nunca", y lo hizo.

Se acercó a su oído y le susurró:

—Por favor... no te cases —su voz se quebró—. Estoy loca y perdidamente enamorada de ti.

Los ojos de Nicholas se oscurecieron y miles de emociones tomaron posesión de su rostro en cuestión de segundos. Gabriela se asustó, pero ya lo había dicho. No había vuelta atrás. Comenzó a llorar, y la atención de todos se centró en ellos, pues habían visto la reacción de Nicholas. Él la sostenía del brazo con fuerza, pero sin llegar a lastimarla.

—¿Por qué ahora...? —dijo él en un tono apenas audible para ella. Pero antes de que pudiera decir más, la marcha nupcial comenzó a sonar y todos se levantaron.

La novia salía radiante, tomando el brazo de su padre, y juntos caminaban hacia el altar. La cara de Nicholas reflejaba confusión. Fue en ese momento cuando Gabriela se dio cuenta de lo que había hecho: él no la amaba, al menos no de la manera que ella deseaba. Lo más probable era que acabara de perderlo para siempre. Soltó su brazo y, sin darle tiempo para reaccionar, salió corriendo por el largo pasillo, pasando al lado de la novia y su padre, quienes la miraban extrañados. Salió de la iglesia y siguió corriendo a través de la nieve, las lágrimas ya le impedían ver con claridad.

¿Cómo había podido ser tan estúpida? Ahora lo había arruinado todo. Había guardado el secreto durante años. ¿Por qué tuvo que revelarlo ahora? ¿Por qué? Se encontró en una pequeña plaza y, llorando mares, se sentó en un pequeño banco, escondiendo su cabeza entre las piernas con sumo dolor, arrepentimiento y amor.

Ya no había podido callarlo más.

La vibración de su teléfono en el bolsillo del vestido le avisaba que las llamadas no dejaban de entrar, pero ella no contestó. Comenzó a nevar nuevamente, y había dejado su abrigo en la iglesia, pero no le prestó atención al frío. Ya no le importaba nada.

Las horas pasaron, pero ni ella ni nadie podrían decir cuántas con exactitud.

Un auto se estacionó a metros de donde ella se encontraba, pero ella no lo escuchó. Una figura salió de este corriendo lo más rápido que pudo hacia ella.

—¿Gabriela? —una voz masculina la sacó de su ensimismamiento. Ella levantó la vista, y en el momento en que reconoció la voz, su corazón dio un vuelco. Sus ojos, rojos e hinchados de tanto llorar, le dificultaban ver con claridad.

—¿Nicholas? —respondió en un hilo de voz, sintiendo que las lágrimas volvían a brotar. Se levantó con cuidado del banco, deseando mirarlo fijamente, y de repente sintió dos brazos que la rodeaban con fuerza, atrayéndola hacia él, hacia su calor.

—¿Estás loca? —Nicholas frunció el ceño, separándose un poco para poder mirar su rostro. Con ternura, soltó una de sus manos de la cintura de Gabriela y la colocó en su rostro, limpiando las lágrimas que caían de esos hermosos ojos color castaño—. ¿Querías matarte o qué? ¿Tienes idea de cuántas horas llevo buscándote? ¡No vuelvas a hacerme esto! —concluyó, volviendo a abrazarla con fuerza, como si temiera que se desvaneciera de nuevo.

Ella no respondía. Todo le parecía tan irreal; por un momento creyó que esto podía ser otro sueño, así que simplemente se dejó abrazar, disfrutando del calor de su cuerpo mientras durara.

—Estás helada —murmuró Nicholas más para sí mismo que para ella. Sin pensarlo, se quitó uno de los abrigos que traía puesto y se lo colocó con cuidado sobre los hombros de Gabriela, como si deseara protegerla del frío del mundo y del dolor en su interior.

—¿Qué estás haciendo aquí? —logró articular ella cuando tuvo suficiente fuerza para hablar, la realidad empezando a filtrarse en su mente—. Deberías estar con Cecilia —dijo, separándose de él, como si la distancia pudiera ayudar a aclarar sus pensamientos—. Debes irte.

Sus ojitos hinchados, su nariz roja y el dolor que expresaba su mirada partieron el corazón de Nicholas en mil pedazos. ¿Cómo había podido ser tan estúpido?

—Ella vio la expresión en mi rostro en el momento en que huiste de la iglesia y simplemente lo supo. Supo lo que ni yo mismo me había permitido aceptar aún después de tantos años, y me dejó ir —se acercó a ella, pero Gabriela dio otro paso atrás, colocando ambas manos en su rostro, como si estuviera tratando de esconder su propia confusión. ¿Pero qué había hecho?

—Vuelve —el dolor en la voz de Gabriela la quemaba, pero había sinceridad en sus palabras—. Tienes que estar con la mujer que amas.

—No tengo que volver a ningún lado —dijo él, tomando su cintura con firmeza—, porque ya estoy con ella.

En un impulso, Gabriela se separó de manera abrupta de él.

—¿Qué? No... —dijo mientras se cubría la cara con las manos, las lágrimas fluyendo sin control—. No quiero tu lástima.

—¿Lástima? —inquirió Nicholas, incapaz de dar crédito a lo que oía. Con cuidado, retiró las manos de la joven de su rostro, acercándola más hacia él, sintiendo cómo los latidos de ambos corazones se volvían incontrolables y sinceros—. Si no me hubieses dicho que me amabas en ese momento, me habría casado con la mujer equivocada. Yo quiero a Cecilia, Gabriela, pero no la amo, jamás la amé, y probablemente ella jamás me haya amado tampoco. Lo único que lamento es que tú y yo perdiéramos tanto tiempo. Te amo, mi hermosa Gabriela, siempre te he amado, y fui un completo imbécil por no haberme dado cuenta.

La distancia que había entre sus labios se desvaneció en milésimas de segundo, uniendo sus bocas en un beso cargado de pasión pura, de un amor verdadero que había permanecido oculto entre las sombras durante tanto tiempo.

—Perdóname... —susurró ella sobre sus labios, sintiendo el peso de su sinceridad—. Por haber sido tan estúpida. Debí decírtelo hace años, pero tenía miedo y... —su voz fue callada cuando sintió su boca sobre la suya, sus labios cálidos jugando con los de ella con una ternura capaz de derretirla.

—Aquí estamos ahora, juntos —dijo él, tomando la mano de su mejor amiga y llevándola directo hasta su pecho—. ¿Sientes eso? —Ella asintió, su corazón latiendo con fuerza—. Late solo por ti, siempre ha sido así.

La nieve caía con delicadeza sobre ambos, y ellos volvieron a besarse: una, y otra, y otra vez. Y lo único que se escuchaba, eran sus corazones, que unidos, latían de manera desbocada.

En el silencio de nuestros corazones siempre hay una voz que nos llama, pero tienes que permitirte escucharla. Solo sigue caminando, tal como Gabriela y Nicholas lo hicieron. El corazón te llevará a donde tengas que ir.



NA: Otra historia desempolvada. Esta la escribí en mi adolescencia, probablemente tendría unos quince, o dieciséis. La edité un poco, pero me sigue gustando como queda.

Perdóneme, soy una fanática de los finales felices y el cliché, como se habrán dado cuenta. Es que a veces la vida real puede ser tan dura, que no está mal por un rato leer algo que te llene de manera diferente.

¡Nos seguimos leyendo!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro