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Capítulo 4. Parte 2

Un incómodo silencio se cernía sobre los dos jóvenes, que observaban inquietos a Ketzala. Habían escuchado los sollozos de Vera, lo que había cortado de tajo la conversión qué tenían.

—Como que ya llevan mucho rato en silencio, ¿verdad? —susurró Liam.

—¿Por qué susurras? —preguntó Osamu—. No nos pueden escuchar desde acá.

Ambos voltearon hacia Ketzala. Esta solo negó con la cabeza sin desviar la mirada de la puerta. Sus ojos estaban llenos de preocupación. Suspiró profundamente.

—Lo más probable es que su amiga decidió despertar sus fragmentos de alma de la manera rápida —comentó, sin desviar la mirada de la puerta.

No sabría explicar el por qué, pero Ketzala sospechaba desde el inicio que era sería su decisión. Había algo en esa joven, parecía estar sedienta de poder y gloria.

—¿Cuál es la manera rápida? —Se atrevió a preguntar Osamu.

Ketzala les explicó con lujo de detalles. Había visto demasiados exiliados pasar por ese proceso rápido, sin comprender los costos emocionales. Al final, algunos ocupaban terapia constante para poder vivir con ellos mismos.

—Mierda —Liam se acomodó los rizos rubios hacia atrás—, mi competitividad no me deja escoger otra forma que no sea esa...

La puerta se abrió en ese momento y Pallcha apareció junto a Vera, ambas sonriendo amablemente. Liam y Osamu se quedaron de piedra, no era la imagen que esperaban ver después de haberla escuchado llorar.

—¿Qué tal tus poderes? ¿Puedes volar? —preguntó Liam con una sonrisa burlona.

Osamu lo miró con incredulidad. No entendía como es que se seguía sorprendiendo.

—Ningún fragmento de alma permite volar —interrumpió Ketzala—. ¿En su mundo hay magias que les permiten volar?

—Depende de cuánto quieras pagar —comentó Osamu, encogiéndose de hombros.

—Hay unos cuantos superhéroes que pueden volar.

—A Liam no le hagas caso —comentó Vera, dándole un suave golpe en el hombro—. De hecho, no le hagas caso en la mitad de las cosas que diga.

Osamu asintió con disimulo sin desviar su mirada preocupada de Vera.

—¿Entonces quien sigue? —interrumpió Pallcha con una sonrisa nerviosa.

—¿Quieres mi puesto, Osamu?

—Obvio que no, tu querías ir de segundo.

Liam lo miró de reojo, haciendo un puchero, pero al ver que Osamu lo ignoraba, alzó sus hombros, resignado. Entró a la estancia, pasando junto a Pallcha, a quien le sacaba poco más de dos cabezas. Se sentó con descaro en el sofá más cómodo. Pallcha quedó atónita por un momento, pero decidió hacer caso omiso.

Pallcha repitió el mismo proceso que con Vera. Molió las hojas medicinales con el brebaje, le dio de beber a Liam, luego colocó sus manos sobre las de él, sorprendiéndose por lo grandes que eran.

—Lo sé —comentó Liam, sonriendo burlonamente—. Son las manos más bonitas que has visto, ¿verdad?

Iba a seguir otro comentario cuando se quedó helado, Pallcha lo observaba con intensidad y ojos brillantes. La mirada era tan penetrante que, cuando se dio cuenta, ya caía de espaldas, hundiéndose lentamente en un helado lago oscuro. Entró en pánico, pero no podía moverse, aunque sí respirar. De repente, su vida comenzó a pasar ante él en destellos veloces.

Se vio despertando en este mundo, confundido; luego se vio en el avión. Los destellos se sucedían rápidamente en reproceso: en el hospital, junto a su madre, acompañándola en la quimioterapia y escuchando su última petición. Se vio trasnochando en las madrugadas, ayudándola mientras vomitaba y tomaba sus medicamentos. La mirada de Liam se tornó sería, eliminando el miedo de su cuerpo. Se vio derrumbándose emocionalmente, llorando en el baño para luego salir con una sonrisa y motivar a su familia. Un nudo se formó en el pecho de Liam mientras tensaba la mandíbula. Se vio motivando a su madre y sus hermanos menores; buscando chistes en internet y formas de levantar los ánimos. Vio cómo abandonó la universidad para poder trabajar doble turno y así poder mantener a su familia; se vio durmiendo pocas horas para así poder dejar las comidas listas antes de irse al trabajo. Liam ya sabía lo que vendría, así que se llenó de ira de antemano. Vio su joven reflejo frente a un espejo, lleno de lágrimas y odio hacia su padre, decidiendo que no lo necesitaba y que él sería el hombre de la familia, el pilar emocional de su madre. Los destellos seguían retrocediendo vertiginosamente. Vio el momento que se enteraron del cáncer avanzado y a su padre abandonándolos ese mismo día, incapaz de lidiar con personas enfermas. Se vio de niño, feliz y despreocupado, abandonando su país natal y viajando a los Estados Unidos... donde solo tenían a su padre gringo.

Salió lentamente del fondo del lago, regresando a aquella estancia. Su mirada era seria, su rostro distante. No se le ocurría ningún chiste mientras observaba el piso de roca en silencio, sintiendo las cálidas manos de Pallcha sobre las suyas. Sentía culpa en su pecho, había tomado esos días a la ligera, tenía una responsabilidad, debía volver con su familia, lo necesitaban, su madre no tenía a nadie más con quien apoyarse, no en ese país.

—Nunca fue tu responsabilidad ser el adulto de la casa —susurró Pallcha, viendo como aquel hombre de rizos rubios seguía con los ojos fijos en el suelo—. Ni cuidar de tus hermanos, ni estar siempre emocionalmente bien para todos... y aun así lo hiciste —apretó sus manos con fuerza y cariño—. Y aquí sigues, preocupándote por ellos e intentándolo. Y todo lo has hecho solo. Eres un hombre increíble.

El aire escapó de los pulmones de Liam mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, luchando por no llorar. Era la primera vez que alguien se lo reconocía, la primera vez que se sentía comprendido. Un gran peso se liberó de sus hombros. Inhaló profundamente.

—Obvio que lo he hecho solo —Dibujó una sonrisa falsa en su rostro, esa que había practicado tantas veces que ya era una indistinguible de una real—. Soy el hermano mayor, siempre puedo con todo.

Levantó su mirada, observando a Pallcha a los ojos. La vio cansada, con ojeras marcadas, hombros caídos y los ojos apagados. Instintivamente supo lo que tenía que hacer. Él era el pilar emocional, el apoyo de los que lo necesitaban, así que activó su fragmento de alma. En un segundo, devolvió la vitalidad al cuerpo de Pallcha: un segundo impulso, un descanso completo. Los ojos de Pallcha se llenaron de vida, las ojeras desaparecieron y su rostro recobró color.

Ambos se miraron a los ojos en silencio, sintiendo el calor de sus manos y el suave roce de la piel. Pallcha se sonrojó y sonrió enormemente, entrecerrando los ojos. Liam quedó congelado en ese instante, flechado, pero sacudió su cabeza, no tenía tiempo para esas cosas.

—Es un hermoso fragmento de alma—susurró, sin soltar las manos de Liam—, un reflejo de tu corazón amable.

—Gracias —susurró Liam, sin comentarios chistosos ni arrogantes, sintiendo aún las cálidas manos de Pallcha—. Me imagino que ahora sigue Osamu.

Pallcha abrió sus ojos con sorpresa y asintió, levantándose del sofá. Liam también se levantó y la siguió hasta la puerta. Al salir, vio a Ketzala y Vera conversando enérgicamente mientras Osamu observaba en silencio, impasible. Se detuvo frente a ellos y alzó su brazo derecho, sacando músculo.

—Soy el hermano mayor —proclamó con orgullo—, el que siempre puede, el que sigue adelante cuando los demás se rinden —Por primera vez en meses sonrió con sinceridad, entrecerrando los ojos—. Pueden apoyarse en mí, yo seré su pilar.

Todos sonrieron. Ketzala lo observaba con orgullo, le recordaba a Abriel. Vera se levantó, le dio la mano y activó el segundo de sus fragmentos, con este pudo sentir que Liam era un hombre en el cual sí se podía confiar.

—También puedes apoyarte en mí cuando necesites —Le dio una palmada en el hombro y se volteó hacia Osamu—. Tu turno.

Osamu se levantó y siguió a Pallcha hasta la habitación. Se detuvo un momento en el umbral, buscando por instinto un lugar para dejar sus sandalias, pero al ver que el piso estaba hecho también de roca, hizo caso omiso y dio un paso dentro, cerrando la puerta tras de sí.

Pallcha se volteó hacia Osamu y sonrió, viendo que era lo opuesto a Liam. Le señaló el sofá, y él, en un gesto de agradecimiento, se inclinó ligeramente y se sentó. Pallcha le explicó todo con detalle, repitiendo los mismos pasos. Activó su fragmento, hundiéndose en el lago junto con Osamu, pero este, al igual que todos, no notaban su presencia. Viviría y sentiría lo mismo que él vivió. Siempre terminaba emocionalmente agotada.

Osamu sintió un terror asfixiante cuando se hundió en el lago oscuro, tratando de moverse sin éxito. Los destellos de su vida a comenzaron a aparecer a su alrededor. Se vio en el avión, su intención era la de viajar por el mundo en un último intento por superar su depresión. Se vio frente a las vías de un tren, a punto de saltar, pero siendo detenido por un mensaje de texto de sus amados abuelos. La culpa que Osamu había estado suprimiendo emergió desde las profundidades de su ser. Se vio en el funeral de su padre, llorando como nunca lo había hecho, sosteniendo el reloj que este le había dado como muestra de agradecimiento por haber sido un buen hijo. Se vio en el hospital, de rodillas frente a la camilla de su difunto padre, gritando desesperadamente por la culpa de no haber llegado a tiempo. Osamu comenzó a llorar mientras caía al fondo del oscuro lago. Se vio corriendo desesperadamente desde el karaoke hacia el hospital, suplicándole a los dioses que por favor le dieran un poco más de tiempo; se vio ignorando los mensajes de su abuela, en los cuales descubriría poco después que su padre agonizaba. Los siguientes destellos pasaron fugazmente, pero todos dolían de la misma manera. Se vio odiando a su padre por las decenas de veces que abandonaba a sus amigos, estudios o actividades para correr hacia el hospital, donde se enteraba que solo eran falsas alarmas o ligeras fiebres. Se vio de pequeño, en brazos de su padre mientras se mudaban a la casa de sus abuelos después de la muerte de su madre; vio a su padre llorar, abrazándolo, susurrándole qué era lo único hermoso que le quedaba en la vida, que seguiría adelante por él. Ese último recuerdo solo aumentó el nudo asfixiante que sentía en el pecho.

Salió arrastrado del lago, regresando a la estancia. Lágrimas silenciosas caían por su rostro. Sus manos temblaban con fuerza, el ruido a su alrededor lo saturaba y respirara aceleradamente. Incluso la luz lo aturdía, así que cerraba sus ojos. Comenzó a jadear, luchando por mantener la compostura.

—Amabas a tu padre con todas tus fuerzas, ¿verdad? —susurró con voz amable.

Algo se quebró dentro de Osamu, y no pudo resistir más. Rompió en llanto mientras Pallcha se levantaba para abrazarlo con firmeza. Se sentía enfermo, como un traidor, sin honor ni dignidad.

—Tu no sabías que eso pasaría, no es tu culpa.

—¡Yo debía estar ahí! —susurró, lleno de ira—. ¡El seguía peleando por mí!

—Aun así no era tu responsabilidad —Lo abrazó con amor maternal.


Liam se levantó, estirando el cuerpo con un suspiro. Había sucedido lo mismo que hace rato, el llanto de un compañero los había dejado en un incómodo silencio. Era momento de romper el silencio con alguna broma.

—Al parecer, solo los guapos no lloramos.

—Que mal me caes a veces —murmuró Vera, indignada.

—Caer mal es parte de mis encantos.

—Tal vez solo significa que has sufrido menos.

—¡Eh! —reclamó Liam, ofendido—. No vamos a hacer una competencia sobre quién ha sufrido más en la vida.

Desvío la mirada hacia los ojos de Ketzala: tres fragmentos, no quería imaginar por lo que debía haber pasado. De repente, notó que ella se ponía alerta, fijando su mirada en el pasillo. Escuchó pasos apresurados, y vio a Ketzala sonreír, yendo al encuentro del niño que se asomaba en el pasillo. Este le susurró algo al oído, y la postura de Ketzala se relajó, como si hubiera soltado un peso. El niño se marchó apresuradamente.

En ese mismo momento, la puerta de la estancia se abrió, y Osamu y Pallcha salieron. Este agradeció, inclinando su cuerpo ligeramente antes de reunirse con los demás, mientras Ketzala charlaba con Pallcha.

—¿Cómo te fue? —preguntó Liam, palmeándole la espalda.

—He tenido mejores días.

—¿Qué tal tus poderes?

Vera lo fumigó con la mirada, incrédula ante el descaro de Liam.

—Creo... —susurró Osamu—, que puedo ralentizar el tiempo.

—¿¡Qué!? ¡Eso debería estar en contra de las reglas de la naturaleza! —Liam miró a Vera, preocupado por la idea de ser el único con una magia de soporte—. ¿Y tú, Vera?

—Es un secreto.

—Es hora de marcharnos —interrumpió Ketzala—. Abriel ha vuelto con información importante. Creo que tal vez podrán volver a su mundo en un par de semanas —Se volteó hacia Vera—. Si es que quieren volver. 

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