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Capítulo 3


**Anotación: hubo un cambio en el sobrenombre de Valeria, ahora en vez de Vale, será Vera**

Osamu despertó y se incorporó en su hamaca, con los pies flotando a escasos centímetros del suelo. Miró a su alrededor, atento a la puerta y a las figuras dormidas en la penumbra de esa recamara dentro del barco. Se restregó el rostro y exhaló con fuerza. Había albergado una pequeña esperanza de que todo fuera un sueño, pero volvía a despertar en este mundo.

Analizó todas las palabras de Ketzala sobre este mundo. Las cosas se oían sumamente complicadas, y ya estaba demasiado acostumbrado a las comodidades de un mundo avanzado tecnológicamente como para perderlo todo. Volvería a la tierra, aunque era más fácil decirlo que hacerlo, ya que según Ketzala nadie había encontrado un camino para volver. Comenzó a sentir como se aceleraba su corazón, así que se puso de pie, caminando de lado a lado, descomponiendo el objetivo, convirtiéndolo en pequeños pasos a seguir, pequeños objetivos más alcanzables, algo que seguir, algo que hacer.

Según las palabras de Ketzala, podía quedarse quieto sin hacer nada, esperando que Abriel lo resolviera todo... pero no podía quedarse sin hacer nada, eso solo alimentaría su ansiedad. Tenía algo claro, lo principal en este mundo era ser fuerte, su fragmento de alma sería importante, pero no decisivo.

-Disciplina -susurró mientras salía a la cubierta vacía-, la disciplina siempre vence.

El amanecer comenzaba a asomarse por el horizonte. Respiró hondo, llenando sus pulmones del aire fresco y salado del mar. Aquellas extrañas aves aún dormían sobre los mástiles, y el suave sonido del oleaje le dio una paz momentánea. Debía empezar por algún lado, y empezaría por fortalecer su cuerpo. "Pequeños pasos primero", recordó las palabras de su abuela mientras respiraba hondo y comenzaba a estirar, "los pequeños pasos tarde o temprano se convierten en decenas de kilómetros".

Al cabo de tres rondas de ejercicios terminó ahogado, tendido en la cubierta, jadeando y con el pecho ardiendo intensamente. Estaba enojado con su propia debilidad, siempre había sido malo en los deportes... pero esta vez era diferente, esta vez no podía rendirse. Cerró sus puños con fuerza y se sentó como pudo sobre la cubierta, notando que Ketzala lo observaba con una sonrisa.

-Buenos días -susurró Osamu, inclinando inmediatamente su cabeza en señal de respeto.

-Veo que eres de los que no saben quedarse quietos -respondió Ketzala con una sonrisa de oreja a oreja. Las finas arrugas en su rostro demarcaban que sabía mucho más de lo que decía-, verdad.

-Perdón -respondió, inclinando su cuerpo.

Ketzala lo miró con leve confusión, pensó que le había dado un halago.

-¡No no! En este mundo eso es algo de admirar. Te llevarías bien con Abriel -agregó, caminando hacia la borda y apoyándose ahí-, él es otro que no sabe quedarse quieto, siempre tiene que estar haciendo algo... o rompiendo algo, una de dos.

-Todos respetan mucho a Abriel verdad -comentó Osamu, apoyándose en la borda junto a Ketzala-, ayer he visto que varios comentaron que pronto volvería, estaban muy emocionados.

Ketzala sonrió como una madre orgullosa, pero su sonrisa titubeo. En el fondo de sus ojos podía notarse un atisbo de preocupación. Aún lo consideraba su pequeño niño, lo único que aún le quedaba.

-Él es el pináculo de la humanidad -susurró para sí misma-, el héroe, es obvio porque todos lo admiran... -Guardó silencio, pensativa.

Osamu notó el silencio y el atisbo de preocupación en su rostro, así que asintió lentamente y la acompañó en su silencio. Dirigió su vista al horizonte, donde la densa jungla con copas de tonos rojos y naranjas desaparecía lentamente, para dar paso a interminables plantaciones tierra adentro. Se podía ver como labraban la tierra decenas de nativos junto con extraños animales de carga.

-Mira -dijo Ketzala, señalando al horizonte con la barbilla-, ya vamos a llegar a la ciudadela, ve a despertar a tus compañeros.

Apoyados en la proa, los tres jóvenes observaban sorprendidos la ciudadela. Desde el puerto, la ciudadela se alzaba imponente, defendida por murallas de tres metros de altura con piedras superpuestas que evitaban el acceso desde el mar, dejando poco espacio para la playa. Era majestuosa, con sus cientos de casas de dos pisos hechos con ladrillos y exóticas maderas coloridas, decoradas con piedras preciosas. A la distancia, dos grandes pirámides de estilo mesoamericano capturaban el cielo, eran templos para cada dios dual, según habían oído de Ketzala.

-La verdad -susurró Vera-, no tengo palabras.

Los otros dos asintieron, compartiendo el asombro. Decenas de niños esperaban emocionados en el puerto, que desembocaba a una ancha calle por donde pasaban cientos de personas y unos cuantos carruajes. Los tripulantes comenzaron a bajar en orden, cargando cajas y baúles vacíos.

-Vamos -ordenó Ketzala-, les mostraré sus aposentos temporales y luego los lugares más importantes de la ciudadela.

Ketzala los condujo por la ancha calle, a la cual llamó el mercado del puerto. Tenía el ancho de tres carriles, y a la orilla izquierda junto al muro, se alineaban pequeños puestos mercantiles, con todo tipo de pescados exóticos, productos del mar no comestibles y bisutería, junto con diferentes especias de colores vibrantes.

-Creo que este va a ser mi lugar favorito -susurró Liam, con sus ojos iluminados.

-¿Por qué? -preguntó Vera.

-Porque me gusta cocinar. De hecho, estaba estudiando para ser chef -respondió sin apartar su mirada de los cientos de ingredientes nuevos que tenía frente a él-. Tardaré semanas en experimentar con todas estas maravillas -susurró, perdido en las recetas que se le ocurrían.

Vera y Osamu intercambiaron una mirada divertida. Al parecer, habían encontrado a su máster chef personal.

Osamu observaba con interés la vestimenta de aquel lugar. Era bastante colorida, una fusión de estilos persas e indígenas, adaptada al calor y la humedad. Hombres y mujeres vestían con pantalones holgados de tela ligera, las mujeres lo usaban estilo campana y los hombres lo ceñían en los tobillos con tiras de diferente color. Algunas mujeres usaban vestidos coloridos con acabados brillantes, en el torso superior se usaban camisas abiertas y anchas o solo con ponchos de seda o telas frescas. Entre la multitud, ellos eran los únicos que desentonaban con sus ropas de otro mundo.

-Esta será su morada temporal -dijo Ketzala, señalando una posada llamada Entre Mundos-. Lo mejor de lo mejor por acá, es manejada por un matrimonio entre una exiliada y un mercader. Vamos, yo cubriré el primer mes.

La posada era una enorme construcción de tres pisos con decenas de cuartos. En el primer piso estaba el recibidor, el comedor y una sala de reuniones. El interior estaba acabado con madera rojiza y decorado con cuadros de pinturas, había algunos que claramente eran representaciones de lugares de la tierra: el coliseo romano, las pirámides egipcias y el canal de panamá, entre otros. Los dos pisos superiores albergaban las habitaciones.

-Este será tu cuarto -dijo Ketzala, abriendo la puerta de uno de los aposentos del tercer piso y entregándoles una copia de las llaves a Vera-, tiene una cama y un baño algo parecido al del mundo de ustedes.

El piso era de una madera blanco hueso, con una mesa de noche junto a la cama, que estaba al lado contrario de la puerta que daba al baño. Y un par de lámparas de aceite colgadas del techo con cadenas negras.

-Se ve bastante cómodo -comentó Liam, sorprendido.

-El cuarto de ustedes será el de al lado -agregó Ketzala, llevándose a los dos jóvenes.

Vera se quedó un instante en silencio, luego se puso manos a la obra, revisando que tan seguros eran los cerrojos de la ventana y las de la puerta. Revisó completamente el cuarto, asegurándose de que fuera completamente seguro dormir ahí. Salió al pasillo y observó en ambas direcciones, escuchando a los otros en el cuarto de al lado. Volvió a entrar y revisó el baño, tenía una pequeña mesita, no había retrete, pero si algo parecido a una ducha, un tubo metálico negro que bajaba del techo y terminaba en un rociador, justo debajo tenía una ancha tina de madera negra que contrastaba fuertemente con el piso blanco hueso. Había dos jabones con olores agradables y un paño de tela áspera. El baño tenía varias pequeñas ventanas tintadas de negro por donde entraba la luz de aquel sol rojizo. Soltó el aire y relajó su cuerpo, era un lugar seguro.

Se dio la vuelta y dio respingo del susto. Ketzala estaba recostada contra el marco de la puerta con una sonrisa enorme, luciendo imponente mientras sostenía varias prendas entre sus manos. No la había escuchado llegar.

-Aquí te traje ropa de cambio, me imagino que querrás bañarte -dijo, colocando la ropa en la pequeña mesita-. Ese jabón verde es para el pelo, lo deja bastante suave, el otro es el del cuerpo -Se dio la vuelta para marcharse-, y los sanitarios están en el primer piso. Los espero afuera, no tardes.

Vera salió de Entre Mundos, la calle estaba abarrotada de personas y carretas, siguiendo un orden claramente preestablecido. Al otro lado de la calle, la esperaba Ketzala junto con Osamu y Liam. Ambos llevaban el característico pantalón holgado y de tela beige, ceñido en los tobillos, pero Liam usaba una camisa abierta mientras que Osamu se había puesto un largo poncho holgado. Ella se había puesto el mismo tipo de pantalón, pero llevaba una camiseta con corte en uve, holgada y cómoda, ideal para el calor y la humedad de esta ciudadela.

-¿Qué tal mi estilo? -preguntó Liam con voz campante-. ¿Siempre guapo?

Vera negó con la cabeza, ocultando una sonrisa mientras dirigía su mirada hacia Ketzala, que los miraba a los tres con una sonrisa alegre. Las personas que pasaban observaban con asombro a Ketzala, inclinando sus cabezas con respeto y halando a los niños que querían desviarse hacia ella.

-Bueno -interrumpió Ketzala-, continuemos.

La siguieron por el tumulto de personas. Vera pudo distinguir varias etnias de la tierra entre las personas que se topaban, aunque muchos se notaban eran mezclas genéticas con los nativos. En el camino vio lo que parecían ser parques, escuelas, incluso hasta un templo con una cruz en su techo. Siguieron a Ketzala mientras Liam hacia chistes sobre todo lo que veía, varias veces haciendo reír a Osamu, hasta que llegaron frente a uno de los grandes templos con forma de pirámide, donde varios sacerdotes bajaban o subían los largos escalones. Estaba rodeado por un canal de aguas claras con fondo dorado, de donde sobresalían varias estatuas de piedra talladas con forma de animales nativos, con dientes de oro y ojos de piedras preciosas.

-Las estatuas tal vez no... pero esto es claramente una pirámide precolombina -mencionó Vera, mirando extrañada hacia la punta de la estructura- ¿Lo diseñó algunos de los exiliados?

-No -respondió Ketzala, frunciendo el ceño-, es la arquitectura de nuestros templos. Los dioses han sido adorados aquí desde siglos.

Los tres jóvenes se miraron, intrigados por el claro parecido con la arquitectura terrestre y sintiendo la extraña conexión entre mundos. ¿Era posible que los de este mundo compartieran antepasados o secretos con la tierra?

-Alienígenas ancestrales -susurró Osamu, con tono serio y respetuoso.

-¡Aliens! -repitió Liam, haciendo la referencia al meme con las manos, mientras reía.

Osamu y Liam se volvieron a ver, al parecer uno de los dos se tomaba el tema de los aliens en serio. Liam simplemente hizo una seña de disculpa y dejó el tema morir. A Vera le parecía extraño que Ketzala nunca los interrumpía cuando hablaban entre ellos, solo los observaba, como si estuviera aprendiendo de ellos.

-Este es el templo de Aonía -comentó-, el dios de las agonías, a la cual la mayoría de los nativos le somos devotos, ya que es el mayor dador de fragmentos, el otro templo que se encuentra más allá -dijo señalando casi el otro lado de la ciudadela-, es el templo de Aleía, la diosa de las alegrías, la cual la mayoría de sus devotas son mujeres, ya que suele bendecir más a las mujeres que a los hombres -comenzó a subir los largos escalones-, pero lo importante está arriba, síganme.

Los escalones se volvieron tediosamente cansados e interminables. Liam y Osamu rápidamente quedaron atrás, deteniéndose varias veces a descansar las piernas o respirar con fuerza, incluso cuando habían competido para ver quién se detenía primero. Una vez en la cima, la vista los dejó sin habla.

-La verdad es que valió la pena subir -comentó Liam con una risa al final.

-Subiría solo para ver esto -agregó Osamu, maravillado con la majestuosa arquitectura de aquella ciudadela-, y de paso hacer ejercicios.

Allí, en lo alto, la ciudadela se desplegaba como un vasto tapiz de colores y movimientos de cientos de personas. Al este, las olas rompían sobre la playa mientras el mar se extendía hasta donde daba la vista, con animales que desafiaban la gravedad y brincaban majestuosamente fuera del agua. Muy al norte, una densa jungla se alzaba como un reino aparte, con enormes y frondosos árboles llenos de vida, con aves que se aventuraban fuera de los confines de la selva. La cálida brisa marina empujaba sus cuerpos mientras enfocaban su vista al borde del cielo, donde el planeta gaseoso parecía vigilarlos mientras lo orbitaban.

-No planeo volver -susurró Vera, cerrando sus puños con fuerza mientras miraba de reojo a Ketzala, quien también observaba maravillada el panorama.

-Muy bonito y todo -interrumpió Liam-, pero... ¿subimos solo para esto?

-¿Pero no acabas de decir que valió la pena subir? -preguntó Osamu, extrañado.

-Cierto, pero no creo que nos haya hecho subir esas infinitas escaleras para solo mostrarnos esto -dijo señalando el majestuoso paisaje.

-Tiene razón -agregó Ketzala entre risas-, los traje hasta aquí para ayudarlos a despertar sus fragmentos de alma.

Los tres jóvenes se volvieron a ver al mismo tiempo, emocionados con la idea de tener poderes mágicos. Una fuerte ráfaga de viento marino chocó con ellos, refrescando sus cuerpos cansados mientras sus corazones se aceleraban de la emoción.

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