Capítulo 2. Segunda parte
El puerto estaba repleto de personas, vestidos con coloridas ropas holgadas y sandalias de cuero. Todos les mantenían su distancia, menos los niños, a quienes sus padres regañaban por querer acercarse. Varios ancianos los miraban con repudio, pero disimulaban cuando el chamán estaba cerca. Incluso había varios que los vigilaban disimuladamente, parecían guardias, ya que eran los únicos que parecían cargar armas, unas extrañas mazas planas con filosas piedras negras a ambos lados, que bien podían ser obsidiana por su parecido.
—La verdad es que son más grandes de lo que esperaba —admitió Liam, observando ambos barcos de madera, tenían un único mástil que sostenía la vela que tenían y eran dos o tres veces su altura.
—¿Qué tan avanzados creen que estén? —preguntó Osamu, analizando las vestimentas y las herramientas que tenían.
—Claramente electricidad no hay... —susurró Vale.
Ambos barcos acoplaron a puerto y tiraron puentes de madera con escalones, comenzó a bajar una docena de tripulantes, cargando sacos, cajas y barriles. Una mujer de moño alto, que podría rondar los cuarenta años, caminó hacia el chaman, saludándose de mano en el encuentro. Ambos comenzaron a hablar, señalando a los tres jóvenes.
—Ella es fuerte —susurró Vale, observando como se tensaban los tonificados músculos del brazo bajo la piel bronceada de aquella mujer. Incluso podía notar los monstruosos cuádriceps dentro de ese pantalón holgado y de tela transparente. Cada paso remarcaba su musculatura tonificada.
—Se ve musculosa la verdad, pero nada extravagante —mencionó Liam.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Osamu, mirando a Vale.
—Sus nudillos están demasiado marcados, como los de una boxeadora o artista marcial, y tiene las famosas orejas de coliflor —Vale la observó con admiración, deseando enfrentarse a ella.
—¿Fan de la MMA?
—Sí, además enseño artes marciales a niños.
El chamán les hizo señas, llamándolos. Los tres jóvenes se pusieron nerviosos ante la mirada intensa de aquella mujer, ahora intimidados por lo que había mencionado Vale. Caminaron hacia ella, viendo como las tripulantes de los barcos seguían bajando sacos y barriles. Al llegar a su lado, Liam la observó desde arriba, soltando el aire al ver que le sacaba más de una cabeza de altura... de lejos se veía más intimidante, por el momento seguía siendo el más alto.
—Mi nombre es Ketzala —mencionó a la mujer, viéndolos directamente a los ojos.
Los tres jóvenes quedaron sorprendidos al verla de cerca. Su cuerpo estaba lleno de finas cicatrices, y como Vale había mencionado, sus nudillos sobresalían bastante, claramente una artista marcial. Pero sus ojos eran otra cosa, de un color miel avellana con tres fragmentos naranjas en sus iris. Tres fragmentos de alma, tres magias.
—Eres extrañamente hermosa —susurró Liam—, como una rudeza hermosa, algo así.
Osamu y Vale le dedicaron una mirada extraña, claramente confundidos. Ketzala solo se dedicó a sonreír tiernamente, algo que, por extraño que pareciera, encajaba con su rostro.
—Espero no haberlos hecho esperar mucho —agregó Ketzala—. Pero debemos marchar después de terminar de bajar los alimentos y los polvos medicinales.
—¿Polvos medicinales?
—Sí —respondió Ketzala, mirando a Vale a los ojos— Polvos medicinales, como los de su mundo.
—¿Polvos medicinales como los de nuestro mundo?
Un fuerte viento cálido empujó desde el mar, llevando consigo hojas y brisa. Los árboles se sacudieron con el viento, que, en vez de refrescar, intensificó la sensación de bochorno. Ketzala le dedico una mirada confundida al chamán, luego se dirigió a los tres jóvenes.
—Lo inventó uno de los suyos, un exiliado, decía que en su mundo había algo que llamaban medicina, había liquida, sólida y en polvo.
—¿Tal vez como pastillas molidas? —Le preguntó Liam a Osamu, quien solo alzó sus hombros.
—Mi señora —interrumpió uno de los tripulantes—, ya entregamos todas las mercancías.
—Bien, diles a todos que se preparen para volver —Se dio la vuelta, observando a los tres jóvenes—, ya podemos marcharnos, seguiremos hablando todo lo que quieran en el barco, vamos.
El barco era mucho más espacioso de lo que se veía por fuera. Estaba lleno de tripulantes y hamacas en los camerinos. Extrañamente limpio y aseado, tomando en cuenta lo que se esperaba de este tipo de épocas.
Los jóvenes observaban como el pueblo se alejaba poco a poco, con el chamán y varios de aquellos guardias observando desde el puerto y niños corriendo hasta los confines de aquel hermoso lugar, tratando de seguir los barcos. El pueblo estaba rodeado de jungla y cerros en varias direcciones, era como ver civilización en medio de la nada, rodeado de playas paradisíacas.
—Este sería un excelente destino turístico —susurró Liam, observando las tranquilas aguas transparentes y los extraños peces que rodeaban el barco—. Muy caliente y húmedo, pero paradisíaco.
—Hay lugares así en su mundo, verdad —interrumpió Ketzala, acercándose junto a ellos, mirando el pueblo.
—Sí, son lugares turísticos —respondió Liam, viendo como Ketzala lo observaba confundida y en silencio—. Lugares turísticos son... lugares a los que vas a pasear para conocer y disfrutar de sus maravillas... algo así.
Vale y Osamu se volvieron a ver de reojo, alzando sus hombros. Compartieron un momento en silencio observando las transparentes aguas mientras Liam seguía tratando de definir el concepto de lugar turístico. En el fondo había estructuras parecidas a corales, la mayoría de los peces tenían colores intensos, los más pequeños parecían tener cuerpos gelatinosos, los demás tenían dos extraños tentáculos planos simulando aletas traseras.
—Entiendo —susurró Ketzala—, extraño concepto, pagar para ir a ver un lugar que en teoría debería ser de todos los habitantes de ese mundo, pero bueno, cada uno con sus cosas.
—Ketzala —interrumpió Osamu—, mencionaste que había más exiliados como nosotros, ¿verdad?
—Sí, tenemos toda una ciudadela llena de gente de su mundo.
—¿Son todos de la tierra? —preguntó Vale, extrañada— ¿Y no que éramos rechazados?
Ketzala observó para un lado y asintió lentamente, buscando una explicación sencilla.
—Sí, hasta el momento todos siguen siendo rechazados, pero solo fuera de la ciudadela.
—¿Y como es que somos tan iguales? O sea, todos aquí son humanos.
Varios tripulantes que estaban cerca se detuvieron de golpe, mirando a los exiliados por un instante antes de seguir con sus tareas. Ketzala sonrió y asintió, como dándoles la razón.
—Vamos, síganme, hablaremos en privado en mi recamara hasta que llegue la noche.
—¿Por qué hasta que llegue la noche?
—Para mostrarles algo magnífico, deja de piedra a la mayoría de exiliados.
La recamara de Ketzala parecía toda una exhibición de algún museo, mapas de ciudades abarrotaban la mesa redonda del centro, decenas de dibujos sobre artilugios, armas y objetos decoraban las paredes, anotaciones sobre iluminados y caídos se repetían en varios escritos.
—En efecto, todos somos humanos —continuó Ketzala, tomando asiento en la mesa—, de hecho, Abriel y nuestro difunto señor Hurielo tenían una teoría muy loca con respecto a eso, aunque se basa en los escritos de una de las religiones más antiguas que hay.
—¿Abriel el héroe de la humanidad? —preguntó Osamu—. ¿El que debía venir en este barco?
—Ah, veo que el chamán les habló sobre Abriel —dijo Ketzala, sonriendo como una maestra orgullosa—, si, iba a venir con nosotros, pero escuchamos ciertos rumores que debíamos comprobar, así que fue solo a tierras hostiles.
—¿Tierras hostiles?
Ketzala les dedicó una mirada silenciosa, luego se dirigió a uno de los muebles cercanos a la puerta y sacó un gran plato de madera, donde puso hogazas de pan, queso, frutas y carnes secas. Colocó suficiente comida para los cuatro en la mesa redonda y les hizo señas para que se acercaran. Tomó un tazón de vidrio con cerveza dentro y les sirvió en un vaso metálico a cada uno.
—Tomen asiento, y comamos mientras les cuento un par de cosas.
Los tres jóvenes obedecieron sin decir palabra, comiendo y bebiendo mientras Ketzala se preparaba, aclarando su garganta. El pan estaba algo seco y duro, la cerveza tenía un sabor intensamente amargo, mientras que las frutas, aunque dulces, guardaban un leve parecido con algunas de la Tierra. El queso, salado, contrastaba con la carne, que aunque insípida, estaba tostada y crujiente. A pesar de lo rudimentario de la comida, todo resultaba delicioso, pues el hambre transformaba lo más simple en un festín.
El día pasó rápidamente mientras los jóvenes escuchaban absortos las historias, leyendas y teorías sobre el mundo en el que se encontraban. Descubrieron la existencia de otras cuatro razas no humanas, cuya sabiduría rivalizaba con la humana. Dos de esas razas, sin embargo, eran ferozmente hostiles hacia los humanos. Aprendieron de una antigua religión olvidada que narraba cómo los humanos habían llegado a este mundo hace milenios, elegidos por los mismos dioses. Ketzala les habló de los dioses duales, quienes, al abandonar a la humanidad, les otorgaron fragmentos de su alma como consuelo. Esta magia les otorgó la capacidad de defenderse de las otras razas, lo que desató una serie de conflictos que culminaron en la guerra de los dos siglos, un enfrentamiento que arrasó con cientos de miles de vidas. Fue entonces cuando nació la práctica del "campeón" en cada raza, para evitar que las batallas se cobrasen más víctimas innecesarias.
Les relató también la historia de Abriel, el invencible, el campeón humano que desequilibró la balanza de poder entre las razas, provocando nuevas tensiones. Las razas hostiles sabían que no había ninguno de su especie capaz de derrotarlo en un duelo, lo que desató aún más enfrentamientos. Ketzala les aseguró que estarían relativamente a salvo mientras se mantuvieran fuera de las tierras enemigas, pero también les advirtió sobre los peligrosos animales y monstruos de leyenda que habitaban ciertos bosques. Lo más importante, sin embargo, era lo que les dijo a continuación: si se encontraban con un Iluminado o un Caído, debían arrodillarse, no alzar la mirada, evitarles la vista y no hablar, a menos que se les hablara primero. Enfrentarse a uno de esos seres significaba la muerte segura, sin importar cuán grande fuera el ejército que los desafiara.
También les reveló que existía la posibilidad de regresar a su mundo. Antiguas escrituras hablaban de un árbol prohibido que conectaba diferentes lugares, pero no podía garantizar que funcionara. No obstante, les prometió algo más: les enseñaría a comprender su magia y los entrenaría para sobrevivir en ese mundo, mientras buscaban una manera de regresar.
Una campanada interrumpió el relato de Ketzala, devolviendo a los tres jóvenes al presente, quienes habían permanecido en un silencio profundo, absortos en cada palabra. Ketzala los observó con una sonrisa cómplice.
—Vamos, que les quiero enseñar como son las noches de Íizax en medio del mar.
—¿¡Ya oscureció!? —preguntó Liam sorprendido—. ¿Cuánto dura un día aquí?
—En esta parte de la luna dura un total de diez horas de luz y diez horas de oscuridad, parpadeos más, parpadeos menos.
Salieron del camarote y se quedaron sin aliento al mirar al cielo. Miles de millones de estrellas iluminaban el firmamento con un resplandor mágico, centelleando entre el espectro de rojizos a blancos, con una extraña estela de galaxia cruzando el horizonte. Aves dormían en los palos que sostenían la vela de forma horizontal, meciéndose con el vaivén de la marea, mientras la brisa marina les acariciaba el rostro.
—Esta es la mejor parte —susurró Ketzala, guiándolos a la proa y señalando al mar.
El agua que chocaba con el barco desprendía destellos celestes fluorescentes, incluso el agua que agitaban los peces al moverse emitía una luz tenue. En el fondo, los corales parecían latir con tonos rojizos y naranjas, mientras que, a lo lejos, grandes animales marinos saltaban del agua, creando espectaculares escenas, brillantes y maravillosas. Observaron el espectáculo durante horas, fascinados con ese mundo.
—¿Y el gigante gaseoso?
—No se ve durante la noche, no en estas épocas del año —Ketzala observó sus rostros maravillados y sonrió con dulzura—. Abriel está buscando una manera de que los exiliados que quieran puedan volver a su mundo —reveló Ketzala, atrayendo la atención de los jóvenes—, pero pueden quedarse en este mundo, en la ciudadela serán bienvenidos, pueden ser de ayuda, pueden encontrar un propósito en estas tierras, una razón para vivir aquí, si quieren... pero lo que quiero que recuerden, es que ahora este también es su mundo, y no dejen que nadie los haga menos por ser exiliados.
Los tres jóvenes la observaron con agradecimiento, mientras que Liam desviaba su mirada hacia las estrellas... debía volver, su madre lo necesitaba. Tal vez, si tan solo tal vez, sacudió su cabeza, alejando esos pensamientos de su mente. Quedarse no era una opción.
Vale se aferró a las palabras de Ketzala, una razón para vivir, un propósito para quedarse en ese mundo. Lo encontraría, no volvería a la tierra, ya que ahí no tenía nada ni a nadie. Osamu era el que más dudaba, sin estar plenamente decidido, pero no se angustiaba, aún faltaba mucho para tomar esa decisión.
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