Érase una vez un niño con una pelota,

la bola cubierta de espinas.

Él jugaba, jugaba y jugaba,

ignorando el dolor de sus heridas.

Se divertía con ella,

estaba obsesionado,

oídos sordos,

demasiado encaprichado.

Pero un día la pelota lo lastimó sin precedentes;

le provocó un desgarre, incapacitándolo.

Y en un acto de estupidez impertinente,

el niño espero hasta recuperarse y siguió jugando.

El círculo vicioso no ha culminado,

un infante miserable juega y juega, ni siquiera ha dormitado.

Y continuará haciéndolo por mucho tiempo;

nadie sabe si algún día podrá detener su sufrimiento.