La ausencia del color verde y la perspectiva que le dan a este.

-La diferencia de los colores que tú ves a los colores que yo veo no me hacen menos contribuyente o influyente en todas las decisiones que conlleven a una decisión laica y justa entre todos los presentes, ya que a nuestras palabras no se le hará menosprecio.
Puede que yo no pueda ver los colores como ustedes, pero te garantizo que yo seguiré peleando para proteger y preservar la vida de ese color ausente para mis ojos. Ustedes humanos de asfalto nunca entenderán cuán importante es el medio ambiente ya que sólo ven recursos en donde todos nosotros vemos vida y prosperidad.

-¿Qué va a saber un pobre ciego de todo esto?- respondió aquel hombre de alta figura, dueño de aquel fruncido seño.

-Soy daltónico, no ciego. La ausencia de distinción de colores no me hace menos o pobre, pobre usted que no ve más allá que el  dinero. Efectivamente ambos nos hace falta poder ver más colores o a diferenciar cuál es más importante para el futuro.
Y mientras estemos aquí nadie ni nada se atreviera a dañar este bosque, ni a sus animales, así que ni el pueblo o yo se moverá de la entrada no les permitiremos pasar - respondió firmemente el hombre mientras se sujetaba de las manos con el resto del pueblo.

El jefe de producción hervía de histeria, él sólo seguía órdenes y éste debía acatarlas de su jefe superior o perdería el trabajo y ya no podría pagar los cuidados intensivos de su hija, las enfermedades estaban empeorando y la contaminación destruyendo comodidades. Necesitaba el dinero, necesitaba deshacerse de ese ciego que irrumpia su paso. La demencia lo alcanzó.

Agarró un arma que se encontraba en la cajuela de su auto y en un intento desesperado disparó sin resentimiento contra el ciego, matándolo al instante y amenazó a todas las personas presentes, aldeanos de aquel pequeño pueblo e hizo que las máquinas pasarán a la fuerza contra el último bosque del mundo y que se talara, se y matará a cada animal para llevarlos a la ciudad como alimento. El mundo estaba acabado.

Una vez no habiendo verde a la vista de los ojos del jefe de producción, se dio cuenta la falta y ausencia de este. Ahora su vista estaba como la del ciego pero con la diferencia de que aquel señor sabía que ese verde brillante y con vida existía aunque ausente a sus ojos, ahí permanecía. Y ahora él hizo de su ausencia una necesidad más notable, al grado del deseo de volverlo a ver y apreciar lo de nuevo.
Ambos tenían razón, cada quién luchaba por conservar el verde, pero un verde muy distinto del otro, el mundo pereció por su falta de percibir que verde necesitaba preservar en su vida.

-¿Nosotros pereceremos también?- se dijo para sus adentros aquel hombre que en sus manos el arma todavía sostenía.

Mientras que en otro lugar, en una sala de hospital, un corazón se detenía.