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Angustia

-¿Quieres saber lo que un demonio siente?
!Ja!- Reprochó Aleida de una forma tan arrogante y sarcástica como le fue posible.

-¡Ni siquiera sabes lo que quieres! ¡¿y me estás recriminando a mi?! ¡a mi especie y todo lo que soy!- dijo con un tono dolido y angustiante.

-Ya cálmense las dos, Aleida, por favor ya no le sigas respondiendo a Lumina, no quiero lidiar con otra de sus peleas- repuso una joven de cabellos castaños. Trato de que su voz fuera lo más neutra posible o Lumina se enojaría.

-¿Qué está pasando aquí?¿Por qué tanto escándalo a estás horas de la noche?- pregunto un joven de cabellos rubios vestido de blanco. Un ángel de cuatro alas, son muy difíciles de ver en el limbo del Inframundo tan veraniego caminando como si fuera su casa. Lo que daba más miedo era su sonrisa, ¡¿Quien puede sonreír en un lugar así?!

-¡No te metas en esto, Ariel!- le advirtió Aleida, refiriéndose al intruso de cuatro alas, su rostro se veía triste y enojado.

-¡Mi amor! ¿Pero que te hizo esta vez el mounstro de Lumina?- respondió con ironía el muy dichoso Ariel a la exaltación de Aleida.

- Efectivamente, Ariel, no te metas en esto, no quiero que termine mal, no planeo morir en pleno limbo del Inframundo- le respondió un joven con cadenas en los brazos y el cuello.

-¿Los demonios se ponen de acuerdo para hacer más insoportable a la bestia de Lumina?- pregunto sarcásticamente Ariel.

-¡Solo si los angeles son unos payasos como tú!- le gritó en respuesta Aleida.

-Por eso tenemos mala reputación últimamente- dijo en forma aflijida la castaña.

-Ilara, por favor, dile a Lumina que no se desquite conmigo- le dijo en forma suplicante aquel demonio con cadenas en el cuerpo a la castaña de alas blancas y pequeñas.

El ambiente era tenso y crudo, ,¡¿Y cómo no serlo?! Lumina desprendía un intenso aroma a muerte y sangre, la sangre atrae a los demonios, más aun si está sangre huele a rareza.

- Este no es lugar para discusiones- repuso el demonio encadenado. -hay que movernos o vendrán por nosotros-

-¡No!- gritó Aleida.

-¡¿Tú quieres saber que es lo que un demonio siente, Lumina?!- Pregunto exaltada, Aleida.

-¡Bien! Te voy a decir- sentenció de forma amenazante.

Su cara comenzó a desfigurarse, le estaban saliendo los colmillos y las garras, las orejas aún más afiladas, la piel se torno de un color oscuro y entre más hablaba más demonio se veía - ¡TODO! A comparación de ti o de cualquier otro ángel, nosotros los demonios sentimos ¡TODO! Sea DOLOR, TRISTEZA, MIEDO, ANGUSTIA. Nosotros no tenemos bloqueado los sentimientos y emociones, ¡así que se nos hace más difícil todo! Para ser un "Verdadero Demonio" debemos quitarnos lo que los humanos llaman MORAL y REMORDIMIENTO- sus ojos se volvían cada ves de un tono rojo brillante, emanaba oscuridad detrás de ella.
-No podemos ser NORMALES, ninguno de los que estamos aquí presentes lo es. ¡Sabes lo que muchos daríamos por ser humanos! Es lo que piensan muchos de nosotros. Solo por el simple hecho de ser demonios nos consideran una basura, mounstros sin corazón, criaturas horrendas vagando por el mundo con el único propósito de sobrevivir- las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
-Pero los demonios no somos solo nosotros, los humanos son en su mayoría más demonios que nosotros y aún así los defiendes, ¡Que te han dado a cambio para que hagas eso!... ¡Te diré lo que a mi me dieron a cambio!... ¡DOLOR! ¡ANGUSTIA! ME ARREBATARON LO ÚNICO HUMANO QUE TENÍA, ¡MI HERMANO!- después de decir eso, Aleida fue apresada por unas cadenas que aparecieron alrededor de su cuerpo, tan pesadas que le impedian moverse, aunque siempre estaban ahí, solo que no se notaba a simple vista.

Lumina estaba perdiendo la paciencia, los Demonios se acercaban rápidamente a dónde ellos se encontraban. Pronto amanecería y por fin podrían salir de ahí. Pero no podrían salir ellas tres si Aleida no se destransformava.
Quedarse en el limbo del Inframundo no era una opción muy práctica. Al poseer un cuerpo humano, tendría que regresar a este todas las mañanas o sino preocuparía a los humanos familiares del cuerpo que portaba.
¿Debería matarla? ¿Ahora, después de tantos años, solo por algo tan patético como una discusión en dónde ella llevaba las de ganar?
Ya estaba muy cansada como para pensar con claridad. No sabia que hacer.

- Te entiendo- dijo secamente y de una forma un tanto angustiada, Ariel sonó de una forma muy seria como para ser él.

Todos se quedaron pasmados.

- Se lo que se siente ahora, te entiendo perfectamente- sonaba triste y melancólico aquel ángel rubio.

- Hay veces en que no sé cuáles son los verdaderos mounstros, pero si desobedesco órdenes moriré. De todas formas moriré, pero no quiero que se decepcione ella de mi, se lo prometí y no puedo romper una promesa. Ya escogí mi camino. Esto es lo que soy, soy Arial.
¿Quien eres tu, Aleida? ...

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