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cuatro: olor de su ropa.

El sol le saludaba y la brisa fresca se colaba por su vestimenta.

En completa soledad había decidido que sería su paseo por el jardín después del almuerzo, otro espacio tortuoso en el que Yoongi lo acompañó, ambos sumergidos en sus propios mundos.

Lo que quedaba de la mañana se entretuvo armando rompecabezas de más de cincuenta piezas en la sala recreativa que tenía el piso, lo cual terminó en desastre después de que se haya estresado por no encontrar una pieza faltante.

Después, se dedicó a observar su alrededor, contando los días para irse de allí y contar estos días como una muy horrible experiencia.

Se sentó en una banca de madera, el lugar simulaba a un pequeño parque cualquier que podrías encontrar en la ciudad, caminos de tierra, plantas que llegaban a sus rodillas y un extraño aroma a flores con medicinas, un olor que lo hacía sentir completamente asqueado.

Su nariz siempre fue sensible hasta el punto de no tolerar casi nada sin la consecuencia de provocarle vómito, de cualquier tipo, en exceso no podría soportarlo.

Comidas con bastante grasa a la vista, aquellas brillantes por el aceite en las que fueron cocinadas, mismas que dejaban tus dedos mantecosos al igual que el alrededor de tu boca, ni qué decir de la textura, su garganta sufría cuando se obligaba a sí mismo ingerir todo eso.

Por ello, prefería mil y un veces la habitación que le designaron, gracias al aire acondicionado que ventilaba todo el pasillo. Si bien la característica esencia a hospital estaba impregnada en cada una de las paredes, era mucho menos desagradable donde compartía con el pelinegro.

Incluso él mismo olía de esa manera.

El pijama de dos prendas que portaba era incómodo y poco agradable, constantemente procuraba abrir los primeros botones de su camisa al sentir que empezaba a asfixiarse, pero rápidamente volvía a abrocharlos, su vergüenza era mucho más grande.

No quería tenerla cerca, es más, si pudiera, la lavaría con cloro o algo así que le quite la maldita fragancia que le recordaba cuán enfermo estaba.

Lo único rescatable que veía de las prendas era su tamaño, todas las mangas quedaban largas a comparación de sus extremidades, su torso se movía con total libertad al no tener nada ajustado encima, se dio el permiso de respirar más a gusto, sin la necesidad de esconder todo el tiempo su abdomen.

Algo que realmente odiaba de sus presentaciones de bailes, siempre fueron esos estúpidos vestuarios que tenía que utilizar si quería subirse a un escenario. Momentos como esos, los cuales eran muy repetitivos, tenía que colocar en una balanza dos elementos claves que influenciaban en su decisión si ocupar o no la ropa que le daban.

¿Qué era más pesado? ¿El odio hacia su cuerpo o su amor por la danza?

En un principio, su amor siempre ganaba.

Pero, eventualmente, su odio crecía y crecía cada vez más, siendo incapaz de controlarlo hasta el día de hoy, un chico con un corazón sumergido en repulsivas aguas grises bautizadas en completa oscuridad.

Mientras cerraba su patético ciclo creyéndose un bailarín con buen futuro, toda la ropa ajustada que tenía en su armario se convirtió en desechos.

— ¡Park Jimin! — había gritado su madre después de revisar qué era lo que contenían las grandes bolsas negras que cargaba con dificultad, sus intenciones eran llevarlas hasta la calle, listas para que el camión de la basura las tome — ¿Por qué estás tirando todo esto?

El niño vio a la mayor con su mirada perdida, intercaló su mirada entre la salida de su hogar y lo que estaba dispuesto a tirar.

— Ya no la quiero.

— ¡¿Y eso significa que debes botarlas como si nada?! — Misuk, la señora Park, tomaba cada prenda con suma indignación — ¿No respetas el trabajo que hacen tus padres para poder darte de vestir? — siguió viendo dentro de la bolsa — ¡Esto te compré la semana pasada!

— Pero ya no me gustan — el rubio intentó arrebatar sus pertenencias con prisa, después de escuchar al camión cerca de la vivienda. Su progenitora no hizo más que tomar con fuerza la mano de su hijo y volver a su habitación, al ver que se rehusaba, jaló su oreja, ignorando sus quejas y un próximo llanto —. ¡Mamá, suéltame! ¡Me estás lastimando!

Cuando llegaron al lugar seguro del dueño, como él mismo lo había denominado, la nombrada ahogó un pequeño grito al ver todo el desastre que el menor causó y lo dejó en la puerta mientras se sobaba su pequeña oreja.

— No podrás bajar hasta que esto esté completamente limpio y como nuevo — ordenó, después le entregó la ropa —. ¡Alza todo y aprende a respetar el trabajo de tus padres!

Sólo tenía trece años. Y así, muchas más discusiones carcomían a su familia, todo por su culpa.

Con el pasar de los días, aquellas prendas aguardaban en su armario con mucho polvo encima, también empezó a robar camisas de su padre, evidentemente, más grandes que su cuerpo que, cada vez, se iba haciendo más delgado.

Hacía tareas de sus compañeros por un par de miles de wons, logrando comprar un par de pantalones y abrigos en revistas que le llegaban a sus padres por parte de vecinos, al comprar de una talla adulta, nadie sospechaba que eran para él.

No le importaba tener el mismo atuendo todos los días o si debía de lavarlo seguido, haciendo que se desgaste más rápido la tela, él creía que así se sentía más cómodo cuando, verdaderamente, lo único que estaba haciendo era ocultarse hasta de su propio reflejo.

No comprendía cuando veía a los demás no tomar importancia en qué aroma tenía su ropa, personalmente, él detestaba cualquier olor que no sea algún jabón que su madre compraba para la lavadora. Lo peor era cuando creían que, con un poco de perfume, todo rastro de fuertes fragancias se desaparecerían.

Pacientes y enfermeros pasaban a su alrededor mientras lo ignoraban; allí, era na hormiga más en el suelo, insignificante y poco merecedora de atención. Yoongi se lo comprobaba, quien no se dignaba en hablarle, todos tenían problemas más severos que un patético hombre que estúpidamente dejó de comer.

Alzó su mirada, el verde y celeste prevalecían en lo que estaba frente a él. Aún había charcos de agua y lodo, el rocío de la lluvia era gélido y se pronosticaba algún arcoíris en el cielo. Unos jugaban baloncesto y otros, ajedrez. Algunos sólo veían el aire pasar mientras disfrutaban lograr ver más colores que el blanco.

Vio a lo lejos al pelinegro en su silla de ruedas junto al enfermero Jung, parecían estar hablando, pero su compañero jugaba con la pelota naranja entre sus manos y, cada vez que se le escapa, el mayor era el encargado de ir a verla.

Min Yoongi, ¿qué le habrá pasado para acabar así?

Evidentemente, el contrario tenía un caso mucho más grave de anorexia, le provocaba cierto dolor ver sus huesos totalmente marcados, cuando en cualquier hora de la noche, tomaba la medida de sus muñecas con sus dedos o como cuando lo escuchaba hacer algunos abdominales en su propia cama, haciendo creer al otro que ya se encontraba adormitado.

"Intenté superarme y lo único que conseguí fue caer en picada." Quedó grabado en su memoria, podría decirse que él también pasó por lo mismo, engañándose al creer que empezó a restringir sus comidas simplemente por ser un mejor bailarín, escondiendo la aceptación social que tanto deseaba.

Porque todas las personas estamos sedientas de eso en algún punto de nuestra vida, unos más que otros, pero siempre con el sueño de encajar en un estereotipo ya establecido en lo que sea que hagamos.

Él debía de ser más alto, más delgado, más carismático, más flexible. Debía dejar de ser él mismo para ser alguien.

¿Habrá pasado lo mismo con el mayor?

Sus ojos se movieron a la par que la silla de ruedas empezó a avanzar a una parte del campo de baloncesto, directo al aro con redes en una gran altura para él. Miró con atención, Jung agitaba sus manos a la par que sonreía en grande hacia el pelinegro, al cual ya no podía ver su rostro, estaba queriendo encestar, pero no cree que podría hacerlo en esa posición.

¿Ese deporte será aquello en lo cual intentaba superarse?

Alzó sus cejas con emoción y sorpresa cuando, después de unos determinados intentos, los gritos de celebración del enfermero atrajeron la mirada de todos a su alrededor mientras vitoreaba a su paciente luego de hacer una canasta limpia.

Inevitablemente recordó la emoción que sentía al momento de bailar, las veces en las que el público aplaudía a su espectáculo al terminarlo, pero siempre creyó que ese ruido era para sus demás compañeros, menos para él.

Lo que parecían ser detalles sin importancia que pasaba por alto, eran en realidad alertas que le gritaban que todo lo que hacía estaba mal.

Porque, así como le era insignificante el hecho de que Yoongi haya encestado, para alguien más le podría resultar insignificante el olor de su ropa o él mismo.

¿Ya comieron? Yo hoy sólo he tomado dos tazas de café.

Estoy orgullosa de ustedes por el hecho de estar aquí. <3

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