CAPÍTULO I: Pérdida
—Lo siento. Lo siento tanto —sollocé mientras me arrodillaba junto a ella.
El sonido de su trabajosa e irregular respiración apenas se escuchaba sobre el errático latido de mi corazón, pero estaba allí. Eso era todo lo que importaba.
—Por favor, quédate conmigo. La ayuda viene en camino, lo prometo.
Mi voz se rompió, tensa y desesperada. De hecho, yo estaba desesperado. ¿Cómo no estarlo? Estaba desesperado por salvar a mi compañera, desesperado por que eso sólo fuera una horrible pesadilla, desesperado por que ella estuviera bien. Su cuerpo yacía frente a mí, sangrante y destrozado. El suelo debajo de ella se iba saturando gradualmente, manchado por el líquido carmesí que se filtraba por la herida abierta en su costado.
La mezcla de sangre, suciedad y sudor que desfiguraba mi rostro la olvidé hace mucho tiempo. No me importaba estar desnudo o que mi pierna se había roto. Nada de eso importaba. Nada lo hacía, excepto ella. La vista de su hermoso rostro con forma de corazón, el cual lentamente adquiría un cadavérico tono blanquecino, me causó dolor como nada nunca lo había hecho. Eso me atravesó desde el intestino al pecho. Yo no había llegado a ella a tiempo. La culpa me abrumó mientras las lágrimas se acumulaban en mis ojos.
Miré alrededor del conocido claro, cubierto por una variedad de flores silvestres, en espera de encontrar ayuda, incluso aunque sabía que no había nadie. El bosque estaba anormalmente tranquilo. Ni siquiera se podía escuchar el crujir de las hojas. El frío viento de otoño había cesado su brutal embestida, como si supiera también la gravedad de la situación.
Bajando la vista de vuelta a ella, yo estaba devastado al ver la gran cantidad de sangre que brotaba de su abdomen. El brillante líquido rojo comenzó a gotear de entre sus labios separados y el subir y bajar de su pecho se ralentizó dramáticamente. Su cabello dorado estaba extendido a su alrededor, enredado con suciedad, sangre y hojas.
Una mano temblorosa sostuvo mi mejilla. Sus dedos estaban fríos, mucho más fríos de lo que debían estar. Ella me ofreció una sonrisa débil, aunque ésta no llegó a sus ojos.
—Logan, todo va a estar bien —Olivia dijo en un susurro ahogado.
Yo quería decirle que no hablara, que no perdiera energía, pero no podía. Necesitaba escuchar su tranquilizadora y cariñosa voz una última vez.
—Lo sé, amor. Lo vas a lograr. Sólo quédate conmigo un poco más. La ayuda casi llega.
En pánico, me despierto de golpe. Mi cuerpo está enredado entre la delgada cobija de lino. Por un momento, estoy desconcertado por la vista de mi débilmente iluminada habitación. Mis ojos automáticamente se van al otro lado de la cama. Vacío. Tal como ha estado cada mañana durante los últimos años.
Incapaz de alejar el vacío que siento en mi interior, renuncio a toda esperanza de tener un sueño reparador. Salgo a tropezones de la cama y arrastro los pies hacia el baño. La sensación del frío piso de madera contra mis pies descalzos causa que un escalofrío me atraviese mientras me acerco al lavabo. Miro mi reflejo en el espejo agrietado, algo que evito hacer la mayoría de los días porque odio ver la sombra del hombre que una vez fui.
Es fácil ver cómo mis rasgos han cambiado en tres años desde que Olivia murió. Una barba de tres días cubre mi rostro, lo cual es algo que ella nunca habría tolerado. Una pequeña sonrisa repta su camino a mi rostro apenas pienso en cómo ella despreciaba la más mínima presencia de vello facial. «Es como lija contra mi piel», ella siempre se quejaría. El pelo negro en mi cabeza se está haciendo demasiado largo para mi gusto—y el de ella. Necesito hacer una nota mental para cortarlo, aunque probablemente no lo haré. Mi cuerpo está más escuálido que antes y los huesos se han hecho más visibles debajo de mi piel bronceada debido a mi falta de apetito. Yo ya no estoy viviendo, sólo sobrevivo. Sin ganas de aire frío en mi piel mojada, decido no tomar una ducha, descuidando mi forma de empezar el día.
Incluso después de todo el tiempo que ha pasado, el dolor todavía está ahí, pero revivir los recuerdos es la parte más inaguantable. Al principio, yo había disfrutado mis pesadillas. Bromeaba conmigo mismo sobre creer que verla, aunque sólo fuera en sueños, era mejor que nada. Pero cada vez que despierto es como fallarle una y otra vez.
—Buen día, Alfa —Griffin saluda de forma burlona mientras pasa a mi habitación sin ser invitado.
No puedo evitar sonreír un poco al volver a mi alcoba. El hombre aún tiene que aprender el significado de llamar a la puerta.
—¿A qué debo el disgusto de tu compañía? —medio bromeo hurgando en mi vestidor en busca de una camiseta limpia. No hay mucho de donde elegir. El cesto desbordado a mi lado podría atestiguar eso.
—Bueno —él dice arrastrando las palabras, con su característica mueca maliciosa—. Pensé que era mi deber informarte que tu escritorio está a punto de colapsar por el gran peso de todo el papeleo que aún tienes que terminar de revisar. Me refiero a que, sé que soy asombroso y todo, pero no puedo hacerlo todo aquí —dice con mucho dramatismo mientras se lanza sobre mi cama deshecha.
Griffin intenta ayudar, pero sinceramente, él no entiende por lo que yo estoy pasando. No puede, nunca ha perdido a una pareja. De hecho, Griffin aún tiene que encontrar la suya. Él siempre bromea sobre que es demasiado asombroso y que la diosa Luna no puede encontrar una loba que pueda manejarlo. Lo cual creo mucho que puede ser cierto. Aceptado, no creo en la diosa Luna.
—Entonces, ¿estás aburrido? —pregunto ya sabiendo que esa es la razón de su visita.
—Sí —responde de la misma forma en que alguien podría decir "Duh"—. Asher decidió ir por su lado hoy.
Eso no suena como Asher. Suena mucho más como Griffin.
—¿Irse dónde? —pregunto escéptico empujándolo fuera de mi cama.
Él rueda sin gracia en el piso y su cabeza casi choca contra la pequeña mesa de noche. Ojalá eso le enseñe a respetar mi espacio personal, aunque lo dudo.
—Se fue a entrenar a un par de vigilantes o algo así. —Es probable que Griffin conozca a Asher mejor que yo. Así que él sabe sin duda qué es lo que Asher está haciendo—. Sabes que si lo querías rudo, sólo tenías que pedirlo —dijo con un guiño al ponerse de pie.
Rodando mis ojos, camino hacia la puerta sin molestarme en responder a su lascivo comentario. Cualquier cosa que dijera se hubiera torcido en algo igual de vulgar, si no que peor. Es mejor ignorarlo y eso es lo que hago cerrando la puerta detrás de mí.
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