『VEINTIUNO』
Parecía que mis manos se movían solas.
La sed me estaba sobrepasando.
Mi mano derecha se escondió entre mis piernas, sintiendo la temperatura altísima que allí se resguardaba, y me estremecí. Tenía demasiado tiempo desde que no me tocaba.
Con una vida sexual tan activa, y un novio que vivía más para tocarme que para hablarme, una semana me era una eternidad. Toda esa energía guardada y reprimida la descargaría en ese momento.
La imagen de Bon se me hizo presente con tan solo cerrar los ojos. Estaba vestido casi tal cual como a él le encendía, lo cual me hacía sentir orgulloso. Me encantaba ser el centro de sus fantasías. Me encantaba que se excitara con tan solo mirarme.
Tal vez no era yo mismo el que lo excitaba, sino mi ropa, o mi actitud, pero eso no cambiaba nada. Era yo quien se encargaba de ello. Y eso, era suficiente para complacerme.
Me senté relajado, fingiendo estar con él; como si fuera él quien me tocaba. Mis uñas terminaron clavadas en el suéter, sujetando mi piel para pellizcarme, tocando mis pezones, sujetándome las piernas con rudeza. Ni de cerca era tan placentero como cuando me dejaba, pero podía sumirme en esa fantasía.
Estaba algo nervioso, y temí que eso fuera a arrebatar la excitación que sentía, pero por el contrario, la tensión me mantenía vigoroso.
Me vi la entrepierna, sin poder creer que, sin tocarme apenas, ya estaba bastante duro. No entendía qué parte de la situación era la que me excitaba exactamente, pero con seguir con las fantasías, era suficiente para mantener el clima en su sitio.
Una vez más cerré los ojos, mas esta vez toqué suavemente mi miembro, una vez más imaginando que era Bon quien cumplía esa labor. Me mordí los labios, tratando de contener un suspiro que amenazaba salir, pero era muy difícil. Cuanto más le ponía esmero, más era el impulso de decir alguna tontería, o de soltar algún ruido extraño.
Enloquecía con la sensación ilusoria de él pegado a mí, susurrándome cosas en el oído; su respiración contra mi piel, sus manos heladas tocando mi cuerpo en llamas...
—Ngh... —exclamé sin quererlo— ... joder.
La excitación había escalado demasiado rápido. Me daban pequeños choques el imaginar sus besos, su lengua, sus manos, sus dientes... sus dientes clavándose en mí, como buscando arrebatar una parte de mi piel, soltándola justo en ese instante en que sentía que me lastimaría...
Con solo concentrarme un poco, ya tenía la vívida imagen de sus ojos; esos ojos que parecían brillar en la oscuridad, que me miraban con anhelo, que de un momento a otro se volvían oscuros, que pareciera que le pertenecieran a alguien más, o me miraran desde otro plano, pero no por eso perdían su vibra intensa...
Podía imaginar fácilmente su cabello... Ah, mierda, cuánto amaba, cuánto extrañaba su cabello... Casi podía sentir su textura... Hundí los dedos en el mío propio, fingiendo que lo tocaba a él...
Y eso me llevó a otra sensación, otra que me gustaba casi tanto como la anterior: los cortos tirones de pelo que me daba, tomándome como si se tratara de una correa, una correa imaginaria que yo le había entregado...
—Ay... —hice, aunque cuando lo hacía yo mismo no dolía tanto. Reí un poco ante mi propia voz, pensando que quizás debería intentar otra cosa.
Fue así cómo cambié de posición, para ponerme de rodillas en el suelo helado. Ya sin preocuparme tanto por el ruido que haría, me acomodé sobre el váter para estar cómodo, y aguanté la respiración. Me ponía nervioso lo que estaba a punto de hacer.
Llevé mi mano, que antes estaba en mi entrepierna, a mi parte trasera. Nunca lo había hecho... pero, con la suavidad de la duda, me toqué.
Se sentía muy extraño. No podía decir que exactamente bien. Pero no me detuve por ello; sabía que era de lo que Bon más disfrutaba haciéndome. Me mordí el labio pensando en ello, y le puse más ganas.
No estaba seguro si quería hacerlo, pero lo deseaba. Es lo que él hubiera hecho.
Al intentar entrar, me dolió, aunque ya estuviera acostumbrado. Me quejé un poco en voz baja, y mi fantasía sola me hizo dar una oleada de calor por todo el cuerpo; casi podía sentir su peso recargado sobre mi espalda, oírlo gruñir de placer en mi oído, a la vez que su mano intentaba entrar en mí... aunque yo me resistiera a aquello.
Mi cuerpo no dejaría de retorcerse, suplicando que fuera más despacio, o que se detuviera, pero él no escucharía.
"¿Te duele?", diría él en tono sarcástico, consciente del daño que me estaba provocando.
Y yo diría que no.
Entonces, me apretaba contra él, tratando que siguiera sin tener que decirlo, pero a la vez siendo consciente de que estaba mal, que realmente no lo quería. Que lo estaba haciendo por él.
Me dolería. Dolería mucho. No tendría ningún cuidado. Me trataba como una muñeca inflable, solo que en vez de quedarse inerte, se queja. Y por alguna razón, eso parecía excitarle incluso más que a mí.
Entonces, él intentaba que me quejara más. Al punto de llegar a hacerme llorar.
O que suplicara clemencia. Lo cual nunca ocurría.
Porque, aunque no lo quería en un primer lugar, no intentaría que parara. Quería que hiciera lo que quisiera conmigo... Eso me excitaba. Me hacía perder la cordura.
No importaba cuánto daño me hiciera al final. Yo quería estar a su merced, ser totalmente suyo. Que me sujetara, que me marcara como su propiedad, que se enojara conmigo por no responder como quería, que se hiciera de mi cuerpo hasta hacerme tocar el cielo...
Joder... había tanto que deseaba de él, aunque sabía que no era correcto... Deseaba que me embistiera como un animal, que me rasguñara, que me mordiera, que me dejara chupones, que me pegara...
Quería que sobrepasara mis límites, que no me oyera gritar por auxilio, que me obligara a hacerle caso, que me hiciera llegar al orgasmo tras enseñarme ese mundo al que tanto le tenía miedo...
—Agh, coñ-... —mascullé, tratando de mover mis dedos dentro de mí, intentando imitar esa forma tan peculiar que tenía de trabajar—. ¿Cómo hace él para que duela tanto...?
Con una mano me toqué, con otra me autopenetré. Ya no se sentía mal. Por el contrario, empezaba a ser increíblemente placentero.
—Ngh... Ah... —gemí, sintiendo que mis ojos se llenaban de lágrimas—. Me duele... Bon... duele... ah...
"Te gusta que duela, ¿eh?", susurraría en mi oído de forma pedante, sabiendo que tenía toda la razón, que yo se la daría.
Porque el sexo era más que un juego. Era una demostración de poder, una reafirmación de quién llevaba las riendas.
Él demostraba su autoridad sobre mí, forzándome a hacer eso que él tenía ganas de hacer; obligándome a obedecer, doblegarme, quebrarme, haciéndome sentir la peor mierda del planeta.
Y yo le demostraba mi devoción.
Bon se alimentaba de mi devoción.
De mi adoración...
"Te adoro", me decía entonces, mirándome a los ojos con ternura, casi como si me estuviera haciendo un favor.
Y sin poder aguantarme más, aumentando la intensidad de mi masturbación al sentirme hastiado, llegué al orgasmo sin poder reprimirme. Mi cuerpo se arqueó en un escalofrío intenso, y mi esencia se desprendió de mi cuerpo, para acabar en mi mano y el suelo, acompañada de un suspiro ahogado que intentaba no convertirse en un inminente gemido.
Quedé al instante rendido, sin fuerzas. Tenía el cuerpo acalorado y tembloroso; ni siquiera quise abrir los ojos para, de alguna forma, no volver a la realidad. Me sentía avergonzado de mí mismo.
—No puedo creerlo... —me dije, pasándome mi mano limpia por el pelo—. Me duele la barriga... agh.
Cogí mucho aire, y lo expulsé muy lentamente, tratando de estabilizarme.
Me sentía sucio.
Vi mi mano, manchada, y sentí un nudo en el pecho.
Esto no estaba bien.
¿Qué me estaba haciendo Bon?
¿Tenía algo que ver con su obsesión con los zapatos? ¿Su obsesión conmigo? ¿O algo que se escapaba a mi comprensión?
Aunque sabía que él me haría tragármela o alguna cosa extraña como esa, ya no quise seguir con el juego, y me lavé las manos. Tras pensarlo un poco, me desnudé despacio, y me metí en la ducha, bajo el agua helada.
Quizás pensaba que el agua se llevaría mi culpa consigo... o, al menos, me ayudaría a bajar mi temperatura corporal.
A pesar de todo, de todos mis intentos por juzgarme y cargarme con una culpa inconcebible, no pude evitar sonreír con alivio. Me pasé las manos por el pelo, quitándome el agua de los ojos, y suspiré.
No me había sentido tan bien en toda mi vida.
***
Desperté recién al mediodía. Me sentía desgastado y agotado. No quise sentarme en la cama; las piernas me pesaban, la cabeza me dolía y hacía frío; sin contar que mi cabello seguía húmedo, por lo que seguro me pescaría un resfriado. Más allá de eso, me sentía pleno. Como si me hubiera sacado un enorme peso de encima.
Miré alrededor, para notar que Freddy no estaba ahí. Otra vez se había levantado antes. Suspiré. De alguna forma, era mejor así. Cuando despertaba con sus ojos sobre mí no era exactamente grato.
Me tomé mi tiempo para desperezarme, levantarme, vestirme e ir al baño. En esto último me tardé relativamente poco, ya que no tenía mucho qué hacer más que lavarme la cara. Solo entonces, bajé a la cocina, donde supuse que estarían los Fazbear almorzando, por lo que me llevé una sorpresa al no encontrar a Freddy por ningún sitio. Solo estaba Elene a la mesa, saboreando una taza de café mientras miraba las noticias, en un volumen tan bajo que dudo mucho que estuviera escuchando algo.
En cuanto me sintió llegar, volteó hacia mí y me regaló la más amplia de sus sonrisas. ¿Es posible que alguien tenga los dientes tan blancos y rectos y que sean naturales?
—¡Foxy! —exclamó como si no nos hubiéramos visto en siglos—. ¡Buen día, tesoro! ¿Has descansado bien?
—Hola, señora... —respondí tomando asiento a su lado—. Sí, eso creo...
—¿Crees? ¿Por qué?
En serio, tenía la misma inquisidora mirada de Freddy, y ese tono de voz como si te estuviera recriminando algo. El parentesco era aterrador.
—Oh, pues... tuve un... sueño agitado. ¡P-pero estaré bien, no se preocupe!
Me miró de arriba abajo, con una desconfianza que no se podía disimular.
—Está bien... —suspiró de todas formas—. Cualquier cosa, me dices, ya sabes...
—Sí, sí, descuide. En serio que no es nada.
Al mentirle tan descaradamente, mi cara en ese momento se puso roja, pero creo que ella no se dio cuenta.
—Ehm... —murmuré, buscando de dónde sacar un tema de conversación que se alejara a lo ocurrido la noche anterior—, ¿dónde está Freddy?
—Oh, salió a hacer un recado —dijo con naturalidad. Casi como si lo hiciera a diario. Aunque yo pocas veces me he encontrado con que Freddy no estuviera en casa.
—¿Cree que vuelva pronto?
—Eso me gustaría —rió algo confundida—. ¿Necesitabas decirle algo?
—No, no... Quisiera hablar con usted. Respecto a lo que... me dijo la última vez.
Ante la mención de eso, podría jurar que le brillaron los ojos. Al parecer a esa mujer le encantaban las charlas motivacionales.
Ya quisiera yo haber tenido una madre así.
—¡Dime, cariño!
—Creo que... lo he pensado lo suficiente, y...
—¡Ah, espera! —me interrumpió de forma inmediata—. ¿Café o té?
—Descuide, no necesito-...
—¿Café o té?
—... Café.
Como si tuviera un resorte en el asiento, Elene se levantó de un salto, corrió hasta la cocina, que era básicamente el fondo del comedor, y volvió con la jarra de café media vacía y una taza, la cual apoyó con brío frente a mí, como diciendo "te lo tomas, o te lo tomas". Agradecí con una sonrisa nerviosa mientras lo servía, para luego rechazar el azúcar que me ofreció.
—Lo prefiero amargo, gracias.
—Eres tan dulce que debes compensar, ¿no es así?
—Bah, no diga tonterías...
—Soy una madre. Nunca digo tonterías.
No pude evitar reírme. Era tierna a su manera.
—Me decías... —dijo, alcanzando un plato con bollos que estaba del otro lado de la mesa hasta donde estaba yo—. Soy todo oídos.
Abracé con mis manos la taza caliente, mirando de recelo la comida que tenía delante, y solté un suspiro. Sabía que me obligaría a comer.
—No tengo hambre—le dije en voz baja. No quería hacerla sentir mal, ni ser grosero. No con ella.
Sin embargo, sonrió apenada.
—Solo cuéntame. Ya se te hará un hueco en el estómago.
—Estem... bueno, le decía... he pensado en lo que me dijo. Ayer, antes de dormir.
—¿Y a qué conclusión llegaste, tesoro?
—Quisiera hablarlo con él. Con mi pareja, ¿sabe? No quisiera que... todo quede en el aire, o...
—Oh, ¿es un él?
Eso último me tomó por sorpresa. Me puse rojísimo, y no pude más que tartamudear buscando una respuesta, como si acaso tuviera que excusarme. Siempre se me olvidaba que le contaba las cosas a medias. Ella sólo se rió ante mi reacción.
—No te preocupes... Freddy también es gay.
Y tomó un sorbo de su café, mirándome con picardía.
—Ah... yo... a veces me olvido que... hay gente que no lo acepta. Lo siento.
—¿Por qué no lo haría? Él te hace feliz, ¿no es verdad?
—Pues, sí...
Se encogió de hombros, como si no necesitara decir nada más. Sonreí con alivio; esa mujer era realmente maravillosa.
—En... fin... —suspiré, intentando continuar, ahora un poco más relajado—. Supongo que tiene razón. A veces la... gente discute, y eso, pero eso no quiere decir que el amor haya muerto, ¿no es verdad?
—En efecto.
—Y si se charla, se puede solucionar, ¿no?
—La mayoría de las veces.
—Es que, quisiera que él diera el primer paso. Él cometió el error; debería preocuparse porque en una semana no le he hablado. ¿No le intereso en lo más mínimo? ¿Ni siquiera se puede tomar la molestia de marcar mi número? No lo entiendo.
Elene arqueó las cejas; no estoy seguro de qué quiso transmitirme. Quizás me miraba con ingenuidad, como si hubiera dicho una tontería. Tomó otro sorbo, en el que la miré con paciencia, y finalmente, dijo tras pensarlo un poco:
—¿No te has puesto a pensar que él quizás siente lo mismo?
—¿Qué cosa?
—Quizás te está esperando. El orgullo a veces es demasiado grande, y puede jugar en contra cuando ambos son orgullosos. ¿Por qué no lo intentas?
—Pero... ¿eso no es darle en bandeja de plata mi arrepentimiento? ¿Y si no lo valora? ¿Y si... se enoja conmigo? ¿Y si en realidad me odia? ¡Quizás cree que ya terminamos, yo...!
—Foxy, corazón... —suspiró posando su mano en mi brazo, buscando calmarme—, tú, ¿estás mejor así? ¿Lejos? ¿Preguntándote qué sería lo mejor? ¿Con la duda de que quizá te extraña tanto o más que tú a él?
Eso me dejó sorprendido. No lo había tomado en cuenta para nada.
—... No.
—Entonces, ¿qué haces aquí sentado, charlándolo conmigo?
No me di tiempo a analizarlo. Me levanté de un brinco, con el corazón a punto de salirme por la boca, y con un júbilo incontrolable tomé mi abrigo, listo para salir contra la brisa helada que me aguardaba.
Pero fui interrumpido.
—¡Oye! No has comido nada.
—...
—No me mires así... Aunque sea un bollo, vamos.
La expedición tendría que esperar.
***
—Pero... ¿por qué no comes?
—No sé; siento que si trago algo... lo voy a terminar devolviendo.
—¿Aún te sientes mal? —preguntó acariciando mi frente. Negué con la cabeza.
—No, yo... estoy bien. Y no es que quiera despreciar su comida; es muy amable, señora, pero...
—No puedes estar sin comer nada.
—Estoy sin ganas —le dije con molestia. Me estaba haciendo sentir incómodo.
Lo sabía. Yo ya me conocía. Esa dulzura que me daban terminaba por cansarme. ¿Por qué siempre era así? ¿Por qué seguía comiendo con esa mujer que me miraba con pena, cuando tendría que haberme ido hacía mucho? ¿Por qué le daba el pie para llegar a mí?
—Pero...
Y fue cuando insistió de nuevo cuando exploté, sin poder contenerme:
—¡Ya basta, Elene! —grité, levantándome de mi asiento con brusquedad—. ¡No eres mi madre! ¡Deja de comportarte como si lo fueras!
Me arrepentí al instante.
Ni siquiera llegué a analizar lo que pensaba, y aquellas insensatas palabras escaparon de mi boca.
Su expresión de dolor me hizo trizas.
¿O era desilusión?
Una enorme desilusión...
—... Tienes razón —dijo con la voz hecha un hilo.
Torciendo ligeramente la boca, en su terrible expresión que antecede al llanto, se levantó con elegancia y, sin dirigirme la mirada, se retiró de la sala.
Tragué saliva.
Me sentí horrible.
Si bien era una verdad, porque ella no era más que la madre de mi mejor amigo, era la mujer que me estaba cuidando, la única mujer que alguna vez se hizo cargo de mí, la única mujer a la que alguna vez le importé en mi vida.
Yo no tenía derecho alguno de lastimarla.
Me mordí el labio, tratando de contener el enojo hacia mí mismo, y le di un golpazo a la mesa para desahogarme, haciendo que parte de las cosas que allí reposaban cayeran al suelo. Caminando con firmeza, subí las escaleras, tomé la bolsa con mis cosas, y me fui así mismo por la puerta de salida.
Me crucé con ella, pues estaba arreglando el desastre que yo había dejado, pero no me atreví a mirarla.
Era un cobarde.
***
Mi primer impulso fue salir corriendo. Pero no pude. Me tapé la cara con las manos, lleno de frustración, y recargué mi espalda contra la puerta con fuerza, para que resonara. Respiré profundamente un par de veces. Me sentía molesto. Quería golpear a alguien.
Tendría que haber comido algo. Me empezaba a rugir el estómago, y eso solo me ponía de peor humor.
Me dispuse a caminar, tratando de disipar mi mente dificultosamente, y entonces, empecé a maquinar qué haría. Si no planeaba algo, terminaría por arruinar la situación. Solo tendría una primera oportunidad para hacerle ver a Bon que todavía lo quería, que no lo había olvidado, pero a la vez marcarle un límite para que las cosas no terminaran por salirse de control.
Seguir el consejo de un adulto por una vez no podía hacerme daño.
Aunque, ¿cómo decirle algo así a alguien como Bon? Probablemente se sentiría atacado. Y no lo culpo. ¿Cómo decirle, de forma sutil, que quería cambiar ciertas cosas? Está bien que debía aceptarlo como era, porque por algo me enamoré de él, pero yo sabía que podía ser mejor. ¿Lo entendería así?
Fue en medio de esa cruzada mental que me crucé con alguien que venía en sentido contrario a mí. Ese chico que me había acompañado arduamente durante todo mi tiempo en cama. La última persona con quién quería encontrarme.
—¡Fox! —exclamó Freddy con júbilo al verme. Ya estaba decidiéndome a ignorarlo, pero nunca podría escapar de aquellos ojos de búho—. ¿A dónde vas?
Si todavía quedaba algo de enojo en mí, incrementó mil veces ante su presencia. Necesitaba estar solo. Y quería ir a ver a mi novio. A solas. Sin siquiera pensarlo, le pasé por al lado con violencia, chocándole el hombro. En ningún momento pensé que eso lo detendría, pero no evitó que me irritara oírlo preguntar:
—¿No vas a siquiera decir hola?
Bufé fuertemente al sentirlo correr hacia mí. Se puso en medio del camino para evitar mi paso, y abrió los brazos rápidamente, como si eso cambiara en algo el que pudiese esquivarlo. Igual, no lo hice. Me detuve en seco, con las manos en los bolsillos, y lo miré con la mejor de mis malas caras.
—Muévete, Fazbear.
—¿Estás enojado? —dijo sorprendido.
—No.
Apretó los labios, algo confundido.
—¿... Hice algo malo? ¿Por qué me ignoras?
—Solo déjame pasar.
—¿Vas donde Bon?
—Si no quieres que te golpee, déjame pasar.
—¡Respóndeme, por favor!
—¡Yo voy a donde yo quiero, y ustedes no pueden controlarme, ¿me oyes?! ¡Me he cuidado solo durante casi 10 años, y puedo seguir haciéndolo! ¡No necesito darle explicaciones ni a ti, ni a nadie!
Y sin darle lugar a que respondiera, le di un empujón, con el que casi cae el piso, y me hice paso hecho una furia.
—¡Foxy, espérame!
—Déjame tranquilo.
—¡No, no...!, ¿vas a lo de Bon?
—Sabes que sí, idiota.
—¡Quiero ir contigo!
Sentí como si me hubieran tirado un baldazo de agua fría. ¿Había escuchado bien?
—... ¿Qué?
Me detuve de nuevo, para que él me alcanzara, jadeante. Se detuvo a coger aire, aunque no había corrido ni media cuadra, y me dijo agobiado:
—Déjame... acompañarte... por favor.
—¿Por qué querrías hacer eso?
Se veía muy nervioso, aunque quisiera disimularlo arreglando su ropa.
—... No sé, quiero ir.
—Freddy.
—¿Acaso no puedo?
—... No lo sé, Bon es un poco... agh.
—¿Crees que se enoje si me ve contigo? —dijo, al parecer algo temeroso.
Me tardé demasiado en buscar una respuesta que lo contradijera. Mi silencio terminó otorgándole. Suspiró pesadamente, antes de continuar hablando.
—Solo... quisiera... entablar una pequeña conversación con él. Luego los dejo tranquilos. Por favor.
Me lo pensé, mientras sentía mi corazón calmarse poco a poco. Ya podía pensar con un algo más de claridad. Es verdad que Bon parecía odiar a Freddy, pero, por otra parte, no estaba mal la idea de ir con alguien. Me daba un poco de cosa ir solo, y que las cosas terminaran como la última vez. Al menos tendría a alguien para defenderme, o que mediara si las aguas se ponían turbulentas.
—... Pues, ya qué.
Aunque, si se llegaba a poner celoso, podría terminar siendo una total catástrofe.
Y... esa idea no terminaba de disgustarme.
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