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『Diecinueve』

Veía mi reflejo en la ventana distorsionarse por las consecuentes gotas que chocaban contra él. El suave y constante sonido de la lluvia afuera era perfecto para relajarse, como una música de fondo para mis pensamientos, los cuales anhelaban el descanso. Noche y día, despierto y dormido, no paraba de pensar. Por más que quisiera no podía evitarlo, y aprovechaba cada instante que podía para desconectarme y sólo mirar mi reflejo en la ventana.

Un azotador sentimiento de melancolía me acompañó durante una agónica semana en cama. Semana, quizás de seis días, quizás de ocho, en la cual solo me levantaba de tanto en tanto, a veces al baño, a veces a comer, o a sentarme junto a la ventana, donde añoraba el exterior a través del susodicho cristal.

Me sentía encerrado, ahogado, abatido, todo un revuelto de emociones que me cerraron el estómago y me impedían avanzar con juicio.

No tenía dónde ir en el más allá. Cruzando la puerta de salida no había nadie esperando por este despojo. Solo estaban los señores en casa, donde tendría que trabajar, y en el estado en el que estaba, lo último que necesitaba era barrer un piso.

Estaba en un punto más cercano a querer morirme que a querer limpiar. Eso era una realidad innegable, tanto Elene como Freddy lo callaban pero estaban conscientes de ello. Entre los tres se había generado una especie de pacto silencioso donde nadie tocaba ese tema, pero sus miradas eran acusadoras de sus pensamientos. Sus ojos reflejaban pena, lástima, y no hay nada peor que sentir que te miran con lástima.

Me levantaba constantemente solo para evitar ese asqueroso sentimiento de ser el centro de atención de un circo por el simple hecho de estar afiebrado. Quizás el primer día o el segundo estuvo bien; todos necesitamos sentirnos un poco queridos. Pero no supe cuándo pasó a ser una especie de mano en mi cuello.

Porque no podía negarme al cariño, después de todo no tenía nada mejor, y así y todo no tardé en entender que estaba actuando contra mi propia naturaleza, sonriendo con fragilidad para mostrarme agradecido, aceptando abrazos a deshora, comiendo en la cama.

Me sentía bastante desagradecido, sí, no lo negaré. No era nada grato sentirse así. Pasé una semana culpándome de ser un niño caprichoso, de esos que nada contenta y nada los llena. En parte era cierto, nunca fue parte de mí simplemente aceptar las cosas. En cuanto me adaptaba a un ambiente ya estaba deseando cambiarlo, así es como viví en siete casas diferentes a lo largo de mi vida, trabajando para siete familias diferentes.

En parte, mis problemas con Meg tenían esa raíz: soy de esos casos perdidos en lo que obtienen lo que quieren, y añoran lo que han perdido para conseguirlo.

Joder, esa frase por sí misma podría describir la forma desgarradora en que extrañaba a mi novio. Por más que intentara no pensar en ello y me llenara la cabeza con «así estoy bien, no necesito más», nada consiguió quitarme ese pensamiento de la cabeza. Supongo que eso colaboró a agotarme más rápido, porque mientras más me convencía de lo contrario, más lo extrañaba.

La necesidad se había convertido en un hormigueo en las piernas, en los latidos de mi corazón acelerándose. No me desagradaba del todo. Prefería extrañarlo, porque personas como Bon más vale perderlas que encontrarlas, y después de lo que había pasado era mejor no volver a tentar la suerte. En ese limbo desagradable y doloroso yo estaba extrañamente cómodo.

Era un limbo donde lloraba porque Bon no me había llamado en ningún momento; donde me enojaba deseando quitarme a Freddy de encima; donde todo era hermoso pero a la vez una auténtica pesadilla. Todo era confuso, incoherente, y más doloroso de lo que puedo expresar. Porque ya no sabía lo que quería.

¿Volver?, ¿quedarme? Horas y horas me quedé reflexionando sobre qué hacer. ¿Qué era lo mejor para mí? Seguramente Freddy. Entonces, ¿por qué no se detenía ahí el asunto?

Quizás porque mi celular no había sonado, y eso solo podía significar una cosa: Bon no me extrañaba. Si algo era más doloroso que añorarlo a pesar de todo, era ese sentimiento de que un abrir y cerrar de ojos me había olvidado. Ni siquiera le había dicho adiós.

Huir de ahí, era lo razonable, lo que incontables veces me repitieron. Eso había hecho. Y, claramente, no me llenaba.

Tenía tantas cosas qué decirle, tanto qué expresarle, pero se vio en un segundo infinitamente lejano. Tenía miedo de volver, porque quizás estaría enojado, y no podría enfrentarme a eso. No de nuevo. Era mi deber enfrentar las consecuencias de mis actos, pero carecía del valor necesario.

Mucho había tomado de mí poder tomar la decisión de irme, pero ya estaba arrepentido. Entendí entonces que no era la decisión correcta.

Quería a Bon conmigo. La idea de él yéndose lejos de mi vida me estaba matando. ¿Qué haría sin mí? ¿Con quién estaría? ¿A quién miraría a los ojos? ¿A quién le diría «te adoro» sin parar?

Ah... Reconozco que su voz diciendo «te adoro» era insoportable, pero a la vez era como una droga. Una droga con un sabor asqueroso, amargo, que al tragar es dulce como la miel, para terminar dándote un insoportable dolor de estómago.

No, no podía concebir la idea de Bon yéndose. No podía. Ya era parte de mi piel, de mi vida, de mi corazón, se había adueñado de cada parte de mí, de mi razón y de mi pasión. Aunque luchara contra eso... era un hecho. Me había devorado con su... ¿amor? Con lo que sea eso que me daba.

Me encontré anhelando un beso suyo. Justo contra los labios de Freddy, en el momento en que me buscó para besarme de nuevo.

Freddy... Freddy besaba de forma dulce. Era sumiso, no sabía qué hacer con sus labios, con su lengua, ni con sus manos. Era como un pequeño virgen, como ese que yo fui hace ya años atrás.

Qué aburrido era.

Yo solo quería esos besos que me adormecían; que parecía que me arrebatarían el aire, o que me harían atragantar; que me hacían suplicar por más y más. Quería esas manos que sabían exactamente dónde tocar, cómo sostenerme, cómo hacerme tocar el cielo. Fuera Bon, o cualquier otro.

Pero yo sabía bien que no había otro como él. Que por más que lo buscara, nunca me sentiría pleno con otro mientras lo siguiera comparando. Debía detenerme, pero mi cuerpo quemaba, tenía una necesidad tan grande como la de comer o dormir.

Porque tal vez no deseaba a Bon, deseaba eso que él me daba. Cuando me ataba, cuando me mordía, cuando me sometía a tal punto que pensaba por mí. Nunca pensé que algo así me volvería curioso, pero ahí estaba, investigando conmigo mismo qué era lo que tanto me gustaba y porqué, sin ninguna respuesta lógica.

Así pensaba: ¿cómo pedirle a esos dulces ojos azules que me hiciera algo de eso? Simplemente no podía, era una especie de crimen, como si estuviera mancillando algo puro. Tampoco admitía del todo mis pensamientos, creía que si lo decía en voz alta sonaría como una tontería. Para evitarme esa vergüenza, solo me lo callé.

Pero terminaba insatisfecho con esos besos sosos, en los cuales debía tener cuidado por esos condenados aparatos.

***

[...]

Qué gris que estaba el cielo.

Quizás fue solo impresión mía, pero parecía que lloraba.

No era muy diferente a mí: por momentos, brillante; por momentos, deshecho en lágrimas.

Siempre tan inconveniente.

Prefería ser atrapado por la lluvia afuera, pero estando dentro debía vigilar las goteras para que el piso no se empapara.

Tampoco es que le hubiera dado mucha importancia.

Sequé una vez y no pude más. Me sentía sin fuerzas, sin ganas de nada.

Papá se iba a enojar cuando hallara el piso mojado, pero qué más daba.

No había nada terrible que pudiera hacerme.

Cuando te miras al espejo y ves tu rostro hecho mierda a golpes entiendes que no tienen forma más grande de humillarte.

Quizás una, pero no pasaría.

Qué lento pasaba el tiempo.

Estar sentado en un rincón, mirando el celular y siguiendo el paso de los minutos, era muy engorroso.

Pero no tenía nada más interesante qué hacer.

Mis días eran demasiado aburridos desde que Foxy se había ido.

Todo estaba muy callado, aunque jamás en silencio.

Vivir contigo mismo y tus demonios es una soberana porquería.

Pensar en él me mantenía bastante cuerdo, pero no dejaba de ser una mierda.

En cuanto perdía la paciencia, me quebraba.

Pero no podía distraerme con nada.

Ya no tenía mi guitarra, y no me apasionaba dibujar, ni escribir, ni nada relacionado al arte.

Salir a caminar no me ayudaba en lo absoluto.

La música tampoco.

¿Comer? No me apetecía volver a engordar.

Y terminaba descargándome contra mi cuerpo.

No era algo tan descabellado, después de todo era lo que más odiaba en el mundo.

Luego veía los cortes y me daba mucha pena.

Qué idiota, ese, que se corta. ¿Por qué no disfruta de su vida, en vez de andar deprimiéndose?

Lloraba mucho por culpa de ese idiota.

Me daba pena que ya nada lo hiciera feliz, que su felicidad haya sido arrancada por sus malos actos.

¿Yo? Yo estoy bien.

Solo debo esperar, ¿no?

¿Debo dejar de cometer tonterías? ¿O empiezo a accionar bien? No puedo todo, soy demasiado idiota.

Quizás por eso él se fue y te dejó solo.

Todos lo hicieron, vamos, no es como si me sorprendiera. Ni me duele.

Ya no. Ya nada duele.

O eso quisiera.

No, yo... soy un ser estoico, fuerte. Insensible.

Aun así, es imposible no sentir pena, ¿sabes?

Porque podría encontrar la felicidad, pero no sabría qué hacer con ella.

Tan idiota, ese que cree que está enamorado solo porque el amor todo lo cura.

¿Llamas «amar» a abandonar a tu pareja?

El amor es algo demasiado complejo.

Ya ni siquiera sé qué es amar.

Solo sé que me da muchísimo asco.

Nunca querría amar, porque si no me ama, ambos saldríamos lastimados. Si tengo ganas de morirme ahora, imagínate «enamorado».

Podrías matarte y ya, en vez de tanto amenazar.

Ya no me importo. En serio que no.

¿Quién podría amar la vida, viviendo la mía?

Pero si lo hiciera, le estaría haciendo más daño a él...

Y eso es algo que nunca podría soportar.

Sí. Por eso no debo volver, ¿no? Porque le hago daño.

Entonces no tiene sentido que pienses en eso, porque si sin ti está mejor, irte definitivamente sería un alivio para él.

Qué satisfacción le daría saber que ya nunca podrías volver...

No sé qué habría pasado si mi papá no hubiera entrado por la puerta poco después.

***

[...]

—¿Vas a quedarte otro día más?

La pregunta, tan súbita, esfumó la ligera sonrisa que el pelirrojo tenía en los labios.

—¿A dónde iría? —dijo en voz baja, mirando con recelo el vaso medio vacío que tenía en la mano.

—No sé, yo...

—Ya no sé qué quiere de mí —continuó, asumiendo lo que seguía—. Pensé que me quería, pero ya no lo sé.

—Entonces termina con él —dijo abruptamente, como si hubiera esperado la oportunidad de decirlo.

—Tampoco quiero eso, Freddy...

—Pero si él no te quiere, no debes seguir lastimándote así —le dijo con cierta dulzura, acariciándole la muñeca con el pulgar. —Sabes que no vale la pena. Mereces algo mejor.

Fox se quedó un segundo en silencio, tratando de hallar algo en su mente que le otorgara la razón a las palabras recibidas. Si debía ser sincero, no se sentía del todo bien en su relación. Habían pasado demasiadas cosas malas en poco tiempo, tantas que ni siquiera iba llevándole el ritmo. Bon era impredecible, agresivo, cambiante. Nunca podría saber cuándo lo tendría en un altar, o querría verlo sometido, doblegado y lastimado.

El recuerdo del cuchillo llegó de nuevo. Le dio un escalofrío intenso, y el rostro se le puso tan pálido como podía estarlo. Apretó las piernas, que seguían adoloridas, y la sensación —todavía viva— del filo contra su piel le arrebató el aliento un instante.

Ninguna emoción que recordara había sido parecida a la que lo atravesó en ese instante, tan incierta, tan incomprensible, tan intensa. Mientras más lo analizaba, más confuso se volvía. ¿Por qué lo había hecho? ¿Estaba consciente acaso que, con tan poco, le arrebataría el sueño durante días? ¿Qué quería provocarle? ¿Era realmente la muerte? ¿O... alguna otra cosa?

"Quiso matarme", pensó, tratando otra vez de convencerse de eso. "Quiso matarme. Bon... quiso matarme...".

—No lo sé —murmuró casi sin voz, tratando de recobrar el hilo de la conversación.

Los ojos azules de Freddy parecía que lo traspasaban, como si pudieran leer lo que estaba pensando. El miedo se apoderó de él en un instante, un miedo mucho más intenso del que hubiera experimentado jamás.

No podía saber.

No podía saber.

No podía.

No debía saber.

Si le decía, ¿quién sabe a qué oídos llegaría? ¿Qué opinarían? ¿Intentarían de nuevo avasallar su pensamiento con sus "opiniones"? No, su secreto solo estaba a salvo consigo mismo.

—No quiero dejarlo —insistió, retirando la mano—. Lo... ¡lo amo! —Su voz salió quebrada, forzada; como si ni él se creyera lo que decía.

—Siempre me dices que quieres olvidarlo, ¿no es verdad? —dijo Freddy, ligeramente irritado—. Siempre te hace llorar, te lastima o te manipula.

No respondió. Sus palabras le hicieron pensar que Freddy ya lo sospechaba, sino es que ya lo sabía. No, no, no podía saber. Se había encargado de que no se enterara por ningún medio, ¿no? Sí, solo sabía lo que decía por medio del llanto. Nada más.

A pesar de eso, no paraba de temblar, imaginando que Freddy le estaba ocultando algo.

—Eso no es amor, Fox.

—El amor también trae dolor —dijo con la voz temblorosa.

—No esta clase de dolor.

—Calla, por favor —se estremeció, llevándose las manos a la cara.

—Fox, necesito que entres en razón... Bon no es saludable para ti, en se-...

—¡Ya basta! ¡Basta, te lo suplico!

Sus palabras cortaron la voz de Freddy en seco. Se sorprendió por el miedo que percibió en su persona, cómo se levantó y salió corriendo como si alguien lo persiguiera.

Subió las escaleras prestamente, y así se metió en el dormitorio de Freddy, ya deshecho en lágrimas, sin poder aguantar un solo segundo más. Las manos le temblaban, no podía sujetar el picaporte y todo parecía ir demasiado lento. Necesitaba algo y calmarse, quizás un cigarrillo o el efecto placebo de alguna golosina.

No llegó a nada de eso. Cerró la puerta, desesperado, y se tiró en la cama una vez más. Se sentía desolado, mareado, totalmente destrozado. Respiraba profundamente, tratando de recobrar el aliento que tan ridículamente había perdido, pero el llanto lo estaba ahogando. Imágenes que tanto tiempo habían estado dormidas, regresaban solo para seguir manteniendo y empeorando su sufrimiento. El cuchillo, el cinturón, los gritos, el llanto, las llamas...

Terminó gritando contra la almohada para desahogar toda la frustración que llevaba dentro. Años, y años, y años, de reproches, de recordatorios de la culpa que debía sentir, de fracasos, de días enteros sin tener qué comer, por culpa suya y solo suya.

Si hubiera salvado a sus padres, quizás todo sería diferente. No tendría que trabajar para nadie, ni tener que estar tirado en cama de nadie más. No tendría que arrodillarse para tener algo para comer, ni robar para pagarse las cosas de la escuela.

Quizás su posición sería diferente.

Quizás nunca hubiera conocido a Bon.

Quizás... todo sería mejor.

Pero ahora, ¿qué haría? Ya no había forma de volver.

Tenía el deseo de ahogarse contra esa almohada, morirse de una vez por todas, y así renacer y empezar de nuevo.

—¿Foxy?

Era una voz de mujer.

—Ah... tranquilo, tesoro —susurró, acariciando su espalda. No estaba invadiendo su espacio, iba lento, seguro, esperando a que él deseara su compañía. —Aquí estoy, ven...

Lo envolvió en sus brazos, como una madre arrulla a un bebé, protegiéndolo, calmando poco a poco la ansiedad que devoraba su mente.

—Shh... —hacía muy bajo, llevando las manos a su cabello, dándole suaves caricias. —Tranquilo...

No era una orden, ni una petición. Era... algo distinto. ¿Qué era? ¿Por qué lo tranquilizaba tanto?

—No necesitas contarme qué ocurre, ¿eh? —dijo dando un apretón al abrazo. —Pero aquí me tienes, ¿está bien?

Foxy entonces correspondió, casi sin darse cuenta. La cabeza le palpitaba, y el aire aún no le llenaba los pulmones, pero poco a poco, encontró la calma en esos brazos con tenue aroma a vainilla.

—Gracias —dijo él. Tosió, algo ahogado por las lágrimas. —Perdón.

—No te disculpes, ni necesitas agradecer —rio ella, algo enternecida. Le dio un beso en su frente, y suspiró entrecortadamente. —Me preocupas.

—Perdón...

—No te disculpes —repitió con una sonrisa. No demostraba ni un poco de irritación, ni un poco de ironía. —En serio. Está bien que... estés mal a veces.

—No me gusta estar mal —murmuró, molesto.

—Lo sé, tesoro —contestó secando sus lágrimas con sus dedos. —¿Cómo estás ahora?

Foxy se incorporó entonces, se secó los ojos por su cuenta, y se encogió de hombros. Elene volvió a suspirar, preocupada.

—Bueno; si vuelves a sentirte así... me avisas, ¿vale?

—Sí —dijo, aunque supo que no lo haría.

Durante un rato, lo miró. No quería dejarlo solo tan pronto, no al menos hasta asegurarse de que estuviera mejor.

—¿Quieres conversar? —le propuso. Foxy se volvió a encoger de hombros.

—Creo.

—Ven —dijo, sentándose recta y dándole un sitio a él frente suyo, ambos en el borde de la cama. —Cuéntame. Solo si quieres —se apuró a decir.

Obedeció tranquilamente, aún débil, y dio un pequeño respingo. Evitó los ojos de la mujer, y se secó de nuevo los suyos, sintiendo que lloraría de nuevo. Sentirse tan quebrado le era muy insoportable.

—Yo... no sé por dónde empezar —rio, tratando de liberar la tensión.

—Por donde desees. ¿Qué lo disparó? —propuso. —¿Freddy te dijo algo?, ¿te enteraste de algo?, ¿o...?

—No, es... ah... tengo...

Una vez más, sintió una presión en el pecho. Soltar las palabras era una tortura digna de la Antigua Grecia. Dolía, y cómo dolía. No sabía qué decir para no quedar en evidencia consigo mismo.

—Tengo... pareja —dijo finalmente, buscando cómo finalizar la oración. —Y... no sé, estamos... pues...

—Entiendo.

Foxy sonrió, comprendiendo que Elene no buscaría que él dijera algo que no deseaba. La miró un segundo a los ojos, sintiendo su complicidad, y entonces, formuló pronto una pregunta que lo estaba acribillando hace días:

—Señora... ¿usted cree que está mal extrañar a alguien que te hace mal?

—Depende, creo —respondió, algo confundida.

—No sé, todos me dicen que me hace mal, pero yo lo extraño, y yo... ya no sé, es que... argh.

—Escucha, Fox —dijo, tomando su mano. —Yo tuve varias parejas. Muchas —se corrigió, tornándose sus mejillas de un color rojizo. —¿Y sabes qué? Siempre hay malas épocas.

—¿Es normal?

—Claro que sí, tesoro —respondió, sorprendida ante su inocencia. —A veces las parejas discuten, se dicen cosas feas, se lastiman... Pero, ¿sabes qué? Cuando sientes que no quieres perder a alguien, es por todas las cosas bonitas que sí hay, que pesan por sobre las malas.

—Creo que sí.

—Yo estuve a punto de perder al amor de mi vida varias veces. Richard, el padre de Freddy —Ante la mención del hombre, su expresión se volvió risueña—. Era muy explosivo cuando se enojaba. Una vez, casi rompe el sofá —dijo divertida. Foxy pestañeó, algo aturdido. —Pero yo lo miraba y me decía: "puedo comprar un sofá nuevo, pero, ¿otro como él? ¿Con su humor, sus disparates, tan buen padre, tan compañero? No existe".

Foxy se miraba las manos, pensativo. Digería cada palabra que ella decía.

—No sé qué haya pasado —dijo, algo seria. —Pero considera, ¿cambiarías a tu pareja por sus cosas malas? ¿Perderías lo bueno, o ya no vale más la pena?

No respondió.

—No me digas nada. Es para que lo analices. Y... si algo te afecta, háblalo con esa persona y no te lo guardes, ¿vale?

—Gracias, señora —suspiró, con los ojos iluminados. Parecía ligeramente fascinado.

—Dime Elene —rio, dándole un mimo en el pelo y luego levantándose elegantemente de la cama. —Por cierto, no olvides tus zapatos cuando te vayas. Son tuyos, y no es broma.

—No lo haré.

Y sin decir más, la mujer sonrió con picardía y se marchó por la puerta, dejando a Foxy pensando profundamente sobre lo hablado.

***

[...]

—Exijo una explicación, Bon.

¿Qué debía decir? ¿Qué era lo que deseaba escuchar? ¿Había algo que valiese la pena?

—Lo siento, papá...

—No, no quiero disculpas. Quiero que me digas porqué mierda estabas con esto.

De un golpe, el cuchillo fue clavado en la mesa, provocando en Bon un sobresalto. Se sentía avergonzado y algo asustado. Nunca creyó que su padre volvería a encontrarlo en una situación similar.

—Muéstrame tu brazo.

—Ya te prometí que no me cortaría más.

—Dije que me muestres.

—¿No confías en mí?

—No.

El joven chistó la lengua. Por más que quiso extender la situación lo máximo posible, con el rostro pálido, tuvo que alzar la manga de su buzo, mostrando cientos de cortes ya cicatrizados que iban desde la muñeca a la parte interior del codo.

—Son viejas —dijo con total calma. —¿Ves?

—El otro brazo.

—Papá...

Sin aguantar un segundo más, el señor Smith tomó a Bon por el brazo, revelando lo que había debajo de la otra manga. Efectivamente, se había estado cortando de nuevo.

—Pendejo mentiroso —le escupió con un enorme desprecio.

—Viejo de mierda —replicó.

Eso le ganó un golpe en la parte trasera de la cabeza. Estaba tratando de controlarse, pero el chico le hacía temblar de ira.

—¿Tú quieres que te lleve al médico? —bramó. Bon, que se acariciaba la parte golpeada, resopló. —¿Quieres que te empastillen, a ver si así se te acomodan las ideas?

—No.

—Entonces calla tu cuentito de la "depresión" y "los demonios" y vete a dormir, si no quieres terminar en problemas conmigo en serio.

—No te importa cómo me siento —dijo en voz baja, tratando de no llorar frente a su padre.

—No.

—¡Te odio!

—Yo también te odio. Vete a dormir.

Lleno de frustración y un ardiente cólera, Bon pateó una silla, que cayó al suelo en un estruendo, y no conforme, la tomó y la golpeó contra el suelo. Su padre solo lo miró.

—¿Ya está?

Sin mirarlo, el chico se marchó escaleras arriba.

—¡Ojalá te mueras! —le gritó desde arriba, cerrando la puerta de su cuarto de un portazo.

—Igualmente, hijo mío —respondió irónicamente y con desgano, incorporando la silla que yacía en el suelo. Suspiró, dándose cuenta que quizás se había pasado. —Ya no sé qué hacer contigo.

Lo oyó llorando desgarradoramente desde su cuarto, y quizás lo que serían los golpes de sus muebles. Pero no se metió.

—Supongo que ya se te pasará...

Se sentó pesadamente en una silla, y hundió la cara entre sus manos. Se sentía agotado; el día había sido muy largo, igual que cada uno de sus días de trabajo. Dentro de un par de horas debía marchar, pero le daba pánico dejar a Bon solo de nuevo. Tampoco podía pagar una niñera, y nada le constaba que fuera a la escuela.

—Quisiera entenderte, pero no lo hago.

Poco después, como supuso, el estruendo se calmó. Solo entonces, se fue hasta el sofá, que le quedaba cerca, para ver sin mirar un rato de televisión y quedarse dormido al rato, presa del agotamiento físico y mental.

Bon, una vez más, no pudo dormir. Escuchaba el sonido del televisor abajo, y no podía evitar pensar en la apatía que su padre sentía hacia él. En vez de acercarse a hablarle, o tratar de llegar a él, se ponía a ver TV. Por más que ya estuviera acostumbrado, luego de 18 años de convivencia, no hacía que le doliera menos. Era su padre, la única persona que le quedaba en el mundo, su única familia; quizás pretendía demasiado de él, pero lo único que quería era poder platicarle cómo se sentía sin recibir una reprimenda, u oír un "hay cosas peores"; "exageras"; "ya se te pasará".

Se cuestionaba mucho si así debían comportarse los padres. Luego recordaba los padres de sus ex-amigas, y le daba mucha envidia. "Seguro ellos no les quitan sus cosas por tonterías", se decía. Nunca las había oído excusarse con un "lo siento, no traje mi instrumento porque papá me lo sacó de nuevo". ¿Qué tenían ellas que él no?, ¿tan mal hijo era?

Quedó medio dormido en medio de las lágrimas, esta vez silenciosas. Salió el sol, y no había dormido casi. Entre sus manos estaba el teléfono, que con lo último de batería aguantaba a ver si alguien le llamaba. A esa altura, ¿qué perdía? La mínima ilusión lo hacía feliz.

—"Cuando ya no tienes nada, todo puede ser mejor" —murmuró distraído, rememorando esa frase que había oído hacía mucho. En su momento le había hecho mucho bien, pero... —Qué gran mentira.

Él no entendía aún que no estaba en la nada. Poco sabía que sentirse solo no es lo mismo que estar solo. No estaba consciente que había alguien que añoraba su compañía, creyendo para sus adentros que sería una carga.

Incluso cuando el sentimiento es mutuo, alguien debe dar el primer paso.

No era algo que pudiera durar por siempre.

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