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Una de las cosas que más disfrutaba Danielle de la cocina era hornear tartas. En el momento en que la masa iba tomando forma, ella dejaba su mente en blanco y solo se concentraba en que los ingredientes se compactaran. No se permitía pensar en nada más porque según le había dicho su abuela, quien le enseñó la receta, toda esa energía se la transmitía a sus pastelillos. Los buenos pensamientos si estaban permitidos, pero no debía exagerar, pues no quería que le quedaran demasiado dulces. Para Danielle no era difícil ponerle pausa a su vida y entrar en un estado neutral donde lo único que importaba eran los gramos de mantequilla y los litros de agua. Sin embargo, aquel martes mientras preparaba la masa para su tarta de manzana, algo no la dejaba concentrar.

Estaba mirando la bolsa de harina frente a ella y no era capaz de abrirla para empezar. ¿A caso estaba nerviosa? Estaba sola, nadie la veía, ¿por qué tendría que estarlo? No se trataba de ningún concurso de cocina. Era "un día más en la oficina", como solía decir Uriel. Aquella receta la podía hacer incluso con los ojos cerrados, pero allí estaba, de pie frente a la mesa sin poder abrir una simple bolsa de harina.

Tomó aire y movió un poco los brazos. Se fijó en que las mangas de su uniforme blanco estuviesen bien dobladas hasta los codos y entonces se frotó las manos. Abrió lentamente la bolsa y colocó la harina en una taza que tenía cerca. Cuando iba a verter el agua sobre la harina, Uriel entró estrepitosamente a la cocina y consiguió que el agua mojara la mesa.

—Vamos a abrir esta noche y no pienso empezar a quedarle mal a los clientes cuando me pregunten por los cupcakes de ciruela. Así que apresúrate con ese encargo...— Danielle se dio cuenta que no le hablaba a ella sino a alguien detrás de su celular.

Uriel colgó la llamada, tomó una manzana que estaba cerca del fregadero y volteó a ver a Danielle que estaba inmóvil frente a la taza de harina.

—¿Estas bien? —Ella asintió— Creí que ya estaban en el horno. ¿En dónde tienes la mente hoy?

—No lo sé —Dijo ella con suavidad.

—No estés nerviosa, Danielle. —Uriel se acercó a ella, la tomó de los hombros y su amiga lo miró— Esto es una gran oportunidad para los dos. ¡Ya verás cómo nos irá de bien!

Danielle sonrió un poco y volvió su atención a la harina.

—¡Incluso preparé un discurso!

Ella sabía que sí. El celular de Uriel volvió a sonar, pero antes de contestar le recordó a su amiga que había pastelillos y cupcakes que esperaban por prepararse. Ella frunció el ceño y él entendió la señal.

—Yo acá —Dijo ella señalando el piso— Tu allá —Remató al tiempo en que le mostraba la salida.

Uriel sonrió y contestó su celular al tiempo en que salía por la puerta de la cocina.

La navidad del año anterior Danielle y él habían tomado la decisión de abrir el café. Ella se acababa de graduar de la Escuela de Culinaria Gato Negro, mientras que Uriel había recibido dinero de parte de su abuelo para iniciar el negocio que quisiera. "Tú eres el talento y yo el cerebro" le había dicho a Danielle mientras caminaban un domingo por la ciudad en búsqueda de un local disponible. Una casualidad los había llevado a la calle 38 donde vieron el apartamento de la segunda planta que incluía el arriendo del espacio en el primer piso.

—¡Es perfecto! —Había dicho su amigo— Por fin seremos roomies.

Danielle miró a los alrededores y encontró cerca una tienda naturista, una boutique de ropa, una papelería y al lado del que sería su local, vio un anuncio que la sorprendió.

—¿Un bar de cereales? —preguntó en voz alta.

El bar estaba cerrado y era una construcción de ladrillos rojos sin más pisos hacia arriba. La puerta estaba hacía un lado, y del otro un gran ventanal que mostraba el logo del bar: Dos cucharas cruzadas con un tazón pequeñito encima de ellas. Abajo en una fuente ovalada se leía: Fox & Kris, Cereal bar. Mientras su amigo marcaba el número del arrendatario, Danielle no dejaba de pensar en ¿Cómo las personas iban a un lugar a comer cereales? ¿Acaso no podían comerlos en sus casas?

Sus dudas fueron respondidas el lunes cuando llegaron a terminar la mudanza y vieron el bar abierto. "Es nuestra oportunidad" le había dicho su amigo que la arrastró hacia el local vecino. Apenas entraron lo entendieron todo. En la pared del fondo del local había una gran cantidad de cajas de cereales que ellos creían ya extintos. Cuando la chica de cabello negro les extendió la carta, Danielle se dio cuenta que ofrecían wafles acompañados de cereales y helado, que las leches podían tomar el color que fuese y que efectivamente, había todo tipo de cereales.

Danielle siguió con la preparación de la masa de las tartas y entonces se dio cuenta que sí había algo que no la dejaba concentrar. Había sido esa chica, la que los atendió ayer en el bar de los cereales. No supieron su nombre, pero había algo de ella que ahora no salía de la mente de Danielle. Tal vez eran sus medias azules con mosaico de bananas o la manera en que había cambiado de humor cuando Uriel preguntó por la que, según ella les dijo, era su hermana. Su amigo había estado obsesionado con ella desde que unas semanas atrás la vio sentada afuera del bar leyendo un libro de Julio Verne.

—Es una mujer muy bonita. No puedo decir cuántos años tiene, pero no creo que sea mayor que yo. Se ve bastante madura.

—Eso se llama acoso —Había dicho Danielle y Uriel empezó a protestar.

—Tu no entiendes. Ya verás cuando la conozcas.

Pero el día anterior Danielle no la había visto bien. Uriel sí y no pudo aguantarse las ganas de preguntar por ella, cosa que al parecer no le gustó a la chica mesera.

—Es obvio, Uriel —le dijo su amiga— Suenas como un acosador.

Danielle había intentado mantenerse al margen de hacer preguntas e interesarse por sus vecinas, pero Uriel insistía en que debían ser cordiales. No es que ella no lo fuese, era solo que... Danielle suspiró y se alegró de saber que en el dúo que había formado con su amigo, él era el extrovertido y quien se encargaba de socializar. En ese momento ella supo que jamás hubiese podido abrir un restaurante sin la ayuda de él. Todos esos trámites y reuniones con personas de la construcción le parecían terribles. Cuando Uriel le comentó la idea del café ella aceptó solo con una condición: Ella se encargaría solo de cocinar, "Yo acá, tu allá".

Así que solo se tenía que dedicar a ello. No tenía por qué ir a socializar con los vecinos o entrometerse en los problemas del barrio. Para Danielle el único mundo que importaba era el que incluía mantequilla, bollos y cucharas. Sin embargo, cuando terminó de hornear las tortas y los cupcakes de aquella mañana, se sorprendió deteniéndose frente al bar de los cereales en su tiempo libre de la tarde.

Adentro no había clientes y tampoco veía a la chica mesera. Danielle miró su reloj y supo que tenía tiempo. Hizo algunos cálculos mentales y con el tamborileo de su mano sobre su pierna, se decidió por entrar y ocupar la mesa que estaba cerca del ventanal. Se recostó a la pared y abrió el libro que había llevado y con el que se cubrió el rostro. Estuvo ahí unos segundos, pero seguía sin escuchar nada del otro lado del local. ¿Y si no había nadie? Pues la puerta estaba abierta, alguien debía estar, sino... en ese momento escuchó voces de un cuarto que estaba detrás del mostrador y tragó en seco. Aquello era una mala idea, aún tenía tiempo de salir y regresar al café, pero entonces escuchó como una voz se hacía nítida y salía de la habitación.

—¿Cómo es que no le gusta el chocolate? Es ridículo... —La chica se detuvo un momento y Danielle supo que la había visto— ¡Ah! ¡Qué pena!, ya te llevo la carta.

No había vuelta atrás. Escapar ahora sería demasiado extraño y ella pensaría que solo fue a espiar su almacén. Danielle escuchó unos pasos acercarse y sintió que la respiración se le iba.

—Hola, ¿Qué puedo...—Cuando la mesera llegó hasta donde ella, Danielle se negaba a quitarse el libro del rostro— ¿Estás bien?

Una respiración profunda y el libro lentamente pasó del rostro de ella a la mesa. Danielle vio como la expresión de la otra cambiaba de la confusión a la sorpresa.

—Ah, eres la chica del nuevo café, ¿no? —No lo dijo despectivamente, sino con el tono de que esperaba a todo el mundo menos a ella.

—Sí... anoche... —empezó a decir, pero las palabras se le perdieron.

—¿Puedo ayudarte algo?

Aquella chica parecía más alta o tal vez era que Danielle estaba encorvada con ganas de salir corriendo.

—Ah, es un buen libro —Dijo de pronto la pelinegra mirando hacia la mesa— Mi hermana lo leyó el mes pasado.

—Apenas estoy comenzando —Respondió Danielle— pero tiene buenas críticas.

—Sí, a mi hermana le gustó mucho. Si aún no te decides puedo volver más tarde...

—Leche.

La otra la miró extrañada, pero si tenía algo que decir, no lo dijo. Le preguntó si quería de un color especial su leche y Danielle no respondió.

—Bien, lo escogeré yo.

Danielle la vio dar media vuelta y caminar hasta el mostrador. En ese momento se fijó en que, de nuevo, los pantalones de aquella chica tenían las botas dobladas hacia arriba para que los calcetines estuvieran a la vista. Esta vez eran negros con rayas azules, amarillas y blancas.

Danielle no tuvo tiempo para quejarse de su actitud porque la mesera regresó con una botella mediana de vidrio que adentro tenía un líquido color ojo. La otra pareció leer su reacción y se apresuró a responderle.

—Escogí el color rojo porque tu libro es de ese color y además es mi color favorito, espero que no...

—Está bien —Respondió ella dándole un corto sorbo— Gracias.

—Bueno te dejo leer. Iba a colocar algo de música, pero mejor no. Así te concentras. Realmente a esta hora no es que lleguen muchos clientes y... ya estoy hablando mucho. Buen provecho.

La chica iba a dar media vuelta cuando regresó y le extendió la mano.

—Soy Connor.

Danielle miró la mano extendida y quiso responder el gesto, pero su cuerpo no le respondía. Connor algo incómoda guardó las manos en sus bolsillos y cuando iba a irse, la voz apresurada de Danielle la detuvo.

—Disculpa... soy Danielle.

—Mucho gusto, Danielle —Connor le volvió a sonreír y caminó hasta el mostrador en donde se colocó sus audífonos.

Durante todo el rato que estuvo allí, Danielle solo leyó dos páginas. No podía concentrarse sabiendo que, a unos metros de ella, Connor la observaba y pensaba lo peor de ella. ¿Cómo era que no le había respondido el saludo? Había quedado como una chica descortés y tonta, porque ni siquiera podía pronunciar una frase completa.

Cuando el reloj marcó las cuatro de la tarde, Danielle se levantó, dejó un billete en la mesa y salió del bar sin mirar atrás. No era que no quisiera, era solo que, si volteaba a ver a Connor, sentía que de nuevo su cerebro haría corto circuito.

Danielle subió al apartamento y bajó al rato con su uniforme blanco. Entró al café y encontró a Uriel dando órdenes a dos chicos jóvenes sobre la ubicación de las mesas. Las luces ya estaban encendidas, así como el aire acondicionado y la música. Al fondo, al lado de los baños, se percató de la presencia de una chica que traía una guitarra y trataba de conectar unos cables.

—¿Y qué tal? — le preguntó su amigo cuando la vio— ¿Muy cool no?

Ella asintió y empezó a caminar por el lugar. Las paredes de ladrillos rojos tenían colgados varios cuadros con frases de libros y canciones que ella misma había seleccionado unas semanas antes. Las mesas y sillas de maderas estaban relucientes, así como el piso y la barra del bar del fondo. Los dos ayudantes que había contratado tenían camisetas negras y delantales color guinda.

—Quedó muy bien —admitió ella.

—Es nuestro primer bebé —Uriel se acercó y le pasó el brazo por los hombros.

Estuvieron un rato contemplado el lugar y luego Uriel dio unas palmadas avisándole a todos que estuviesen listos. En poco tiempo los invitados y primeros clientes llegarían y ellos tenían que estar preparados para todo. La chica de la guitarra empezó a entonar algunas melodías mientras afinaba su instrumento y los ayudantes se ubicaron en la entrada del café. Uriel se ajustó la corbata negra sobre la camisa guinda y empezó a recorrer el lugar asegurándose que todo estuviera listo.

—Por cierto, Danielle... la tarta de manzana creo que quedó un poco dulce. ¿La probaste? —Ella lo miró horrorizada— Hey, hey... no me mires así. Solo digo, yo no soy experto... prueba y me avisas. ¡Empezamos!

Cuando su amigo desapareció de la vista, Danielle cruzó los brazos molesta. Fue hasta uno de los hornos apagado donde reposaba una de las tartas y la probó. Uriel tenía razón. Danielle sabía que no había sido problema de la receta, sino de ella, porque esa mañana estaba pensando en Connor y como decía su abuela; los buenos pensamientos mientras se cocina solo logran agregarle más dulzura a la comida.  

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