26
TaeHyun lo único que quería era que el mundo se parara en seco y le concedieran un minuto de paz, ¿era tanto pedir?
Estaba muy cansado de todo, agotado por esa situación, aunque solo llevaba unas semanas desde que llegó a Estados Unidos con sus cachorros.
Su embarazo le recordaba constantemente que él y BeomGyu fueron una familia, que se amaron y compartieron una vida juntos. Ese pensamiento provocaba que algo doliera demasiado en su interior.
Cuando sus hijos no le veían, acariciaba su vientre, pensando en ese bebé que BeomGyu le hizo en contra de su voluntad. La distancia no borraba los malos recuerdos, y TaeHyun tenía que vivir con estos todos los días. Desde su llegada a Nueva York, con sus hijos, no tuvo ni un respiro y, pese a que nadie podía hacerles daño ahora, todo eran complicaciones.
HeeSeung se negaba rotundamente a tener un nuevo hermanito, insistiendo en que abortara. TaeHyun comprendía ese rechazo: ese bebé no fue buscado, como tampoco lo fueron HeeSeung y SungHoon. Siendo su cuarto hijo, seguía con miedo de hacer las cosas mal, de no quererle cuando naciera y entrar en otra depresión.
Sin embargo, la reacción de SungHoon y JungWon fue distinta.
El primero respetó su decisión, era su cuerpo y tenía todo el derecho a tenerlo y no hacer caso a HeeSeung. JungWon lo tomó regular, celoso porque pronto dejaría de ser el hermano pequeño y toda la atención de su mamá se desviaría hacia el bebé.
TaeHyun lo discutió tranquilamente con ellos, muy seguro de lo que iba a hacer. HeeSeung no cedió sin protestar, elevando su tono de voz cuando vio que ni SungHoon ni JungWon le apoyaban. TaeHyun estuvo a tiempo de evitar una pelea, tratando de mantener a raya a HeeSeung, quien lucía verdaderamente molesto.
Por la noche, cuando sus hijos ya dormían, sintió que le acechaba la culpa. HeeSeung tomó el rol de Alfa de la manada y, como era lógico, su instinto le pedía cuidar de ellos. Pero HeeSeung aún era muy joven, y lo acontecido con su padre le dejó emocionalmente inestable. Como único Alfa de la familia, su deber era protegerlos, pero su hijo mayor no parecía discernir muy bien entre brindarles seguridad e imponerse.
Se preguntó cuántas más veces ocurriría lo mismo, viéndose obligado a frenar los intentos de HeeSeung por tomar el control cuando no estuviera de acuerdo con algo.
Notándose sin fuerzas debido a todo el estrés que llevaba desde que aterrizó en aquel continente, se metió en la cama matrimonial que ocupaban JungWon y SungHoon a cada extremo –HeeSeung insistió en dormir en el sofá–, con el único consuelo de que la escuela 143 Eleanor Roosevelt aceptó finalmente a sus hijos en el nuevo curso esa misma tarde, después de traer todo el papeleo y los documentos rellenados con sus datos.
No le quedó más remedio, la amenaza de los Servicios Sociales era más fuerte que las quejas de sus propios hijos. Calculó el costo de los libros y el material escolar, pero no alcanzó a ninguna cifra exacta porque su cerebro llegó a su límite por ese día, cesando toda actividad y durmiendo sin darse cuenta.
Por la mañana, despertó temprano, con un olor proveniente de la cocina; SungHoon y JungWon dejaron sus lados de la cama vacíos. Se levantó con una extraña sensación en el cuerpo, recordando todas las veces que él tuvo que despertar a los cachorros y llevarlos a la escuela. No pensó que esa rutina, con la que vivió resignado tantos años, pudiera romperse tan violentamente.
Salió del cuarto y escuchó las voces de los mellizos, como era un apartamento pequeño, se oía todo con claridad. En el comedor, se encontró a JungWon todavía en pijama, sentado en el sofá mientras veía una serie animada, aunque, por su expresión, supo que no estaba entendiendo nada.
Mientras dormía, ellos habían preparado la mesa del comedor para desayunar y, dentro de la cocina, HeeSeung y SungHoon peleaban por quién hacía cada cosa. Se rió al ver que apenas un plato de tostadas y mantequilla estaba armando tal revuelo.
— Ya les dije que bajaran la voz — comentó JungWon, abrazándose a sus rodillas. — Pero no me hicieron caso.
TaeHyun fue hasta su cachorro y le dio un fuerte beso en la mejilla. Su olor no se suavizó tras el celo, pero ya no viviría atemorizado por JaeJoong y su marca.
— ¿Cómo dormiste, bebé? — preguntó.
JungWon se encogió de hombros. No recordaba la última vez que durmió en condiciones, y prueba de ello eran las profundas ojeras que traía desde hacía meses. TaeHyun entendió, dándole otro beso y un achuchón antes de ir a poner paz entre los mellizos.
— Chicos, ya, cálmense. ¿Qué pasó?
— HeeSeung está haciendo muchas tostadas — contestó SungHoon, contrariado. — Necesitamos que duren una semana.
— Mamá y JungWonnie tienen que comer, están en los huesos — replicó el Alfa. Con el cuchillo untó la tostada que tenía en la mano con mantequilla, y la dejó sobre una pila. — Y tú también. Dos tostadas para cada uno, no tiene caso que armes tanto escándalo por eso.
TaeHyun no dijo nada por unos segundos, reconociendo que HeeSeung llevaba razón. Había adelgazado mucho en las últimas semanas, pero tampoco era como si tuviera mucha hambre: el estrés, los nervios, el dolor y el llanto le dejaban sin apetito. HeeSeung leyó en su rostro que no andaba equivocado, poniendo punto final a la discusión.
— SungHoonnie, no te preocupes por las tostadas, no son caras — dijo TaeHyun, restándole importancia. No iban sobrados de dinero, pero, como mínimo, quería alimentar bien a sus cachorros.
SungHoon salió de la cocina con ganas de replicar, pero se contuvo por su mamá. No estaba en su mejor momento, ni ellos tampoco.
Minutos después, los cuatro se pusieron alrededor de la mesa y empezaron a desayunar con un vaso de leche y dos tostadas con mantequilla. HeeSeung se puso solo una. Comieron en silencio, y TaeHyun quiso romper la tensión sacando un tema de conversación.
— ¿Están listos para comenzar el colegio?
HeeSeung enseguida puso mala cara, frunciendo los labios. SungHoon y JungWon tampoco estaban muy conformes, sobre todo porque no hablaban inglés y les iba a ser muy difícil integrarse.
— No sabemos inglés — señaló HeeSeung.
— Eso tiene solución — dijo TaeHyun. Se estuvo informando y, al parecer, existía un programa llamado Segunda Lengua (ESL) dentro de las escuelas para niños y niñas cuya primera lengua no era el inglés. — El centro ofrece un programa para los alumnos que no sepan hablar inglés, tomarán clases extra junto con otros estudiantes. Y tal vez yo también pueda echarles una mano cuando tengan que hacer la tarea.
Los chicos no se veían muy entusiasmados, no querían relacionarse con nadie. Habían hecho un nido alrededor de su madre y no querían salir de ahí, sin importar que todavía estaban en edad de escolarización.
— Vamos, no pongan esa cara — les dijo, intentando hacerles sentir bien. — Tienen que seguir estudiando.
— Yo puedo quedarme — habló HeeSeung, mirando a sus hermanos. — No es necesario que vaya a la escuela.
— Sí, HeeSeung, lo es — le rebatió TaeHyun, tratando de ser claro y lo más conciso posible. — Solo tienes quince años. Tendrás que acabar los estudios te guste o no.
— Como si eso importara ahora...
SungHoon y JungWon compartieron miradas tensas. El primero decidió intervenir antes de que la conversación se acalorara más.
— Mamá hace lo correcto. No te necesitamos todo el día en casa.
La expresión de HeeSeung se endureció.
— Alguien tiene que cuidarlos — replicó.
— Eso ya lo hace mamá — contestó JungWon.
HeeSeung quiso decir algo, pero se mordió la lengua. Sin estar conforme con esa decisión, siguió comiendo, no volviendo a abrir la boca en lo que quedaba del desayuno. Por su parte, TaeHyun les apremió para que terminaran de comer y se vistieran para ir a la escuela. Les hizo saber que ahí les proporcionarían los libros de estudio, y que no se preocuparan por el material, porque esa misma tarde iría a comprar cuadernos, lápices, gomas de borrar y todo lo esencial.
A quince minutos de que dieran las nueve de la mañana, HeeSeung, SungHoon y JungWon salieron de casa tras recibir un beso de su mamá, y se encaminaron hacia su nueva escuela. Las calles de Nueva York eran desconocidas, tan distintas a las de Corea, como también la gente de su alrededor. JungWon iba cogido de la mano de HeeSeung, sintiéndose intimidado por cualquier cosa que veía. SungHoon no se separaba de él, los tres iban muy pegados, como si intentaran protegerse del exterior. La escuela quedaba a unas cuadras de donde vivían, sin embargo, el viaje se sintió eterno y lleno de inquietud.
Cuando ya se encontraban a pocos metros de la escuela, los nervios de JungWon aumentaron, observando la cantidad de chicos y chicas que iban en la misma dirección. Entraron en el edificio y se pararon en la recepción, a lo que HeeSeung explicó su situación en un torpe inglés –habiendo memorizado algunas frases– a la secretaria, pero, como no se le entendió, dio sus nombres completos mientras la mujer buscaba en los cajones con el ceño fruncido.
— ¿SungHoon Choi? ¿HeeSeung Choi y JungWon Choi? — preguntó, alzando los ojos a través de sus gafas y pronunciando sus nombres con cierta dificultad.
A los tres chicos se les hizo raro oír sus nombres de esa forma, pero HeeSeung terminó por asentir.
— Bien, estas son sus aulas asignadas. Al mediodía les llamarán para que recojan sus libros.
Los tres miraron el documento donde se especificaba el curso junto con el aula: SungHoon y HeeSeung, ambos en preparatoria, undécimo curso, aula B y JungWon en secundario, séptimo curso, aula D. La recepcionista les entregó otros papeles, pero HeeSeung no tuvo tiempo de leerlo todo, pues, justo en ese momento, sonó el timbre, anunciando que faltaban cinco minutos para que empezaran las clases.
SungHoon y JungWon andaban desorientados, de modo que HeeSeung buscó alguna señalización o cartel que pusiera en qué piso estaban sus respectivos cursos
— Acompañemos a JungWon — dijo, subiendo las primeras escaleras que vio.
No fue difícil encontrar el aula del Omega, en el primer piso estaban las aulas de sexto y séptimo curso.
— Nos vemos luego en el recreo — le despidió HeeSeung finalmente, no queriendo dejar solo a su hermano, pero sabiendo que no podía entrar con él al curso.
JungWon tampoco parecía muy dispuesto a separarse de sus hermanos, aunque resignado, les dijo adiós con la mano y se encaminó hacia el aula, cabizbajo.
— Creo que nuestro curso está en el tercer piso — indicó HeeSeung. No continuó subiendo las escaleras hasta que JungWon desapareció por el hueco de la puerta.
Los mellizos estaban inquietos, pero no les quedó de otra que dejar a JungWon e ir a clase también.
Su incorporación no pasó desapercibida para nadie. Llamaron mucho la atención, y muchos querían saber sobre ellos. Sin embargo, ninguno de los tres se desenvolvía bien hablando inglés, y la comunicación fue un desastre desde el principio, aunque tampoco se esforzaron por llevarse bien con los compañeros.
HeeSeung cogió mala fama casi desde el primer día, con esa mirada que no invitaba a acercarse y siendo grosero con todo el mundo. SungHoon simplemente quería pasar inadvertido, que la gente no se fijara en él ni cuchicheara cerca suyo. Ignoraba lo que decían, pero no era tan idiota como para no darse cuenta de que hablaban de él. Y JungWon fue quien atrajo todas las miradas por culpa de la marca que llevaba en el cuello. Le era muy incómodo saber que todos en clase comentaban su marca a escondidas, lanzándole miradas curiosas; se sintió como un mono de feria.
Durante los recreos, los tres se apiñaban haciendo su nido, comentando lo horrible que era ese colegio y los compañeros. Lo único bueno era que estaban juntos para las clases de inglés, pero les era imposible coger el ritmo de las otras materias. JungWon sentía ganas de llorar cada vez que entraba a clase, pues todos querían saber de esa marca, pero nadie se atrevía a preguntarle. HeeSeung parecía especialmente irascible con eso.
— Si alguien te toca o te hace algo, lo reventaré a golpes.
JungWon sabía que no estaba exagerando. HeeSeung cargaba con demasiado estrés y una buena pelea le hubiera venido de perlas para desahogarse, pero, por suerte, nadie osaba acercarse a JungWon hasta ese momento.
Dos meses después de ingresar en el colegio, TaeHyun fue llamado para el seguimiento académico de sus tres cachorros. Como supuso, no escuchó nada bueno de los profesores.
— HeeSeung progresa bien con el inglés, pero su actitud con los demás compañeros es grosera y violenta — decía una de las profesoras, leyendo detenidamente el informe. — No da muestras de querer integrarse. Le sugiero que hable con él y le haga recapacitar.
TaeHyun entendió casi todo, asintiendo mientras seguía oyendo los informes de su otro cachorro.
— SungHoon tiene dificultades para aprender el inglés, sus últimas calificaciones han estado muy por debajo de la media. Si no hace un esfuerzo, los profesores no podrán enseñarle nada.
— JungWon es quien más nos preocupa — dijo la tutora de este en tono severo. — Creemos que la constante sobreprotección de sus hermanos le impide entablar amistad con sus compañeros. Debería hablar con ellos y decirles que le den su espacio. No es bueno que su hijo se relacione únicamente con sus hermanos mayores.
TaeHyun recibió los informes por escrito y salió del despacho con desánimo. En verdad, nada de lo que escuchó le sorprendió. Era obvio que no estaban contentos con ese colegio, les oía quejarse durante la cena, y él ya no sabía qué más hacer.
Había empezado a trabajar de lavaplatos en un local de comida rápida un mes atrás, y no podía ocuparse de sus hijos tanto como quería. Si bien el sueldo que recibía no era muy elevado, le llegaba lo suficiente para ahorrar un poco. Su contrato era solo de seis meses, hasta el nacimiento del bebé aproximadamente, así que él seguía echando currículums con la esperanza de encontrar algo mejor.
Pensó ingenuamente que, con el transcurso de los días, la cosa mejoraría progresivamente, pero se equivocó. Todo estaba resultando muy difícil, haciendo de tripas su corazón para sobrevivir cada mes.
Y luego estaba su embarazo, su bebé creciendo sano, según la doctora, y eso le tranquilizaba mucho mientras pasaba horas de pie lavando platos. En sus días más sensibles, cuando el jefe no le veía, rompía en llanto, pensando en BeomGyu y en lo feliz que hubiera sido si supiera que esperaba otro bebé.
Se limpiaba las lágrimas con el delantal, notando cómo BeomGyu seguía tirando de su lazo a pesar de la distancia. Se preguntó si estaría comiendo bien, el Alfa no sabía cocinar, aunque igual MinHo iba a visitarlo para comprobar que su hijo estaba bien. Al menos, eso le prometió.
Pero estaba seguro de que no estaba bien. Ni él tampoco. A veces, se quedaba sin lágrimas, con los ojos rojos e hinchados después de salir del trabajo, sintiéndose el Omega más miserable por abandonar a su Alfa.
Desafortunadamente, su llanto duró muchos tristes y dolorosos meses más.
— Felicitaciones, BeomGyu, volviste a sacar la máxima puntuación — le felicitó el profesor de matemáticas.
El chico de doce años sonrió, tomando su examen y regresando a su pupitre. Su amigo, JiSung, le miró con recelo, apretando los dientes porque él no obtuvo la misma calificación.
— ¡Increíble! Con esta, ya van cinco pruebas y las sacaste todas sin descontarte una décima — dijo JeongIn, quien estaba sentado detrás de BeomGyu.
El chico agradeció el comentario, pero, a diferencia de lo que muchos pensaban, él no buscaba competir con sus compañeros. Solo quería destacar por encima del resto para que su mamá se sintiera orgullosa de él. Si conseguía ser el mejor estudiante, seguro su mamá sería más cariñosa.
Guardando el examen en la mochila, mantuvo la esperanza de recibir una felicitación o un beso de su mamá cuando llegara a casa y viera que tan buen estudiante era.
O eso era lo que pensaba meses antes de que le abandonara.
El BeomGyu adulto se preparó la cena tras frotar sus ojos para alejar las punzantes lágrimas; últimamente estaba reviviendo demasiados recuerdos de su infancia, más concretamente desde que acudió a terapia por primera vez. Sin embargo, no sentía que eso le estaba ayudando. Al contrario, desde que empezó a hablar de su madre con Sandara, que estaba soñando con ella, y lo detestaba por completo.
Apagó el fuego y salió de la cocina, con sus fideos instantáneos ya listos para comer. Pese a que pasó un tiempo desde la marcha de TaeHyun y los cachorros, la casa seguía viéndose enormemente vacía y muy silenciosa. A veces, tenía la descabellada idea de arrendar ese lugar e irse a otro más pequeño, así, al menos, no tendría que ver todos los días los cuartos vacíos de sus cachorros cada vez que cruzaba el pasillo para irse a dormir.
Pero una parte de él no quería hacerlo. Porque, así como esas paredes estaban llenas de malos recuerdos, también los había de felices, o eso quería creer.
Encendió el televisor, intentando distraer la mente mientras comía, pero no le resultaba fácil cuando no hacía ni dos horas que salió de su sesión con Sandara; esa fue especialmente dura, sobre todo porque evocó muchos recuerdos dolorosos que él mismo enterró en el subconsciente.
— ¿Qué sentimiento te transmitía YeJin? — le preguntó la psicóloga esa tarde.
BeomGyu lo estuvo pensando unos instantes, pero encontró la palabra exacta luego de pensarlo mucho.
— Miedo — respondió. — Le tuve miedo a mi madre desde bien pequeño. Sentía que yo no era suficiente para ella, y, al mismo tiempo, intentaba ganarme su aprobación. Cada cosa que hacía era para que ella dejara de mirarme como si yo fuera... como si fuera una molestia.
Sandara anotó en su libreta, por lo que BeomGyu lo interpretó para que siguiera hablando. En ese momento, las palabras barboteaban de su boca sin control alguno, sorprendiéndolo a pesar del temblor de su voz.
— Recuerdo la vez que... que le pregunté si se alegraba de tener un hijo Alfa, yo debía tener diez años. Ella dijo: "No, no me importa lo que seas". Y luego respondí: "¿Hubieras querido que fuera Omega?", y ella entonces, suspiró y me miró con pena: "Hubiera querido que no nacieras" — relató, de nuevo con lágrimas en los ojos. — Después de eso subí a mi cuarto y me eché a llorar.
BeomGyu lloró, pensando que ese fue el tercer momento más doloroso que vivió, que estaba detrás del abandono de su mamá. En primer lugar, estaba la partida de TaeHyun y los cachorros. La marcha de TaeHyun hizo que todo por lo que luchó dejará de tener valor, aunque ahora era consciente que debió luchar de una forma distinta, y mucho más, por su familia.
— ¿Crees que YeJin y TaeHyun guardan algún parecido?
— No, en absoluto — contestó, convencido en absoluto. Cogió la caja de pañuelos y se limpió las lágrimas. — YeJin fue una mamá horrible ahora que lo veo, nunca nos quiso, ni a mi padre ni a mí. En cambio, TaeHyun ama a los cachorros, a pesar de que yo le presioné para tenerlos. TaeHyun siempre ha sido y será la mejor mamá para los cachorros
— Puedes decirme pues, ¿qué cualidades tenía TaeHyun como madre de tus hijos? — preguntó Sandara.
— Muchas. Ahora me doy cuenta de todos los sacrificios que hizo por mí y por ellos — respondió, notando que aún le picaban los ojos por el llanto. — Era muy protector y, aunque a veces los cachorros se quejaron por eso, lo hacía porque les quería y eran lo más importante para él. Dicho así, suena obvio, pero en ese momento yo... yo no le apoyé. Él se desvivía por nosotros, y nunca le di las gracias. Tuve que habérselas dado, tuve... tuve que haberle hecho saber lo importante que era para mí, para nosotros.
— Y tus hijos, ¿qué cualidades crees que tienen?
BeomGyu pensó en sus hijos y en lo mucho que habrían crecido desde que los vio por última vez. Quería verlos, deseaba verlos y darles un abrazo, pedirles perdón y decirles que los quería mucho. A pesar de haberles fallado, daría cualquier cosa en ese momento para poder darles una muestra más de cariño.
— JungWon no se resignó como muchos otros Omegas. Él quería ser tratado igual que un Alfa, con los mismos derechos — explicó, apretando los puños cuando la imagen de JaeJoong apareció en su mente. — Luchaba por lo que quería, y eso... hace que me sienta muy orgulloso de él.
Si tan solo hubiera sido lo suficientemente valiente como para afrontar lo de JaeJoong, quizás ahora todo sería distinto. Si no hubiera hecho muchas de las cosas que hizo, como ignorar el problema o mirar por su propio bien, tal vez TaeHyun no habría tomado esa drástica decisión. Fue un padre horrible.
Concentrándose otra vez en la terapia, pensó en los mellizos y en lo feliz que se sintió cuando ellos nacieron.
— HeeSeung fue educado en su naturaleza, para ver a los Omegas como inferiores a él. Sin embargo, cuando ocurrió el incidente con JungWon, no lo aceptó. Se pegó con JaeJoong, protegiendo a su hermano pequeño a pesar de que otro Alfa se hubiera resignado a decir "esto es así". HeeSeung es... HeeSeung es protector y piensa siempre en sus hermanos y en su mamá.
¿Se habría convertido HeeSeung en el Alfa de la familia? Estaba seguro de que lo estaría haciendo mucho mejor que él. HeeSeung siempre fue muy maduro, no le cabía duda de que seguiría protegiendo a sus hermanos.
— Y SungHoon... Ayudó mucho a JungWon cuando lo marcaron, a veces era como una mamá para él. Cuando TaeHyun no daba abasto, SungHoon se ocupaba de su hermano. Aportaba mucho equilibrio a nuestra familia, sobre todo cuando todo se venía abajo — hizo una breve pausa, sus ojos fijos en sus manos, que sujetaban el pañuelo lleno de lágrimas. — Pienso mucho en ellos. Espero que estén bien.
No les dio tiempo a seguir avanzando con la sesión, pero Sandara le dijo que estaba viendo algunos progresos. BeomGyu no supo qué pensar. Era cierto que ahora veía las cosas muy diferentes a cómo lo hacía antes, pero eso no le iba a ayudar a enmendar los errores que cometió.
El televisor encendido mostraba una película de acción y, aunque sus ojos miraban fijamente la pantalla, apenas escuchaba algo. Terminó de comer, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera TaeHyun o sus hijos. Esa noche, se acostó temprano, dando vueltas en la cama hasta que le venció el agotamiento.
Sin embargo, no descansó bien. Soñó con su mamá, quien, parada frente a la puerta de casa, le decía que no podía venirse con ella, que se ocupara de su propia familia. BeomGyu echaba la vista atrás, y veía a TaeHyun de la mano de sus hijos.
— ¡Vuelve! ¡Por favor, TaeHyun! ¡Siento todo lo que hice!
Y, entonces, aparecía su padre con expresión triste a su lado.
— Conoció a su Alfa destinado.
Y volvía a tener trece años, llorando porque su mamá no le quería, y TaeHyun tampoco.
Despertó sobresaltado, sus ojos tratando de enfocar el entorno. Seguía echado en la cama, pero con el pulso acelerado. Miró la hora en su móvil, pero apenas habían pasado un par de horas desde que fue a acostarse. Se puso en el borde de la cama, apoyando la cabeza sobre sus dos manos, respirando entrecortadamente. No fue una buena noche para él, como tampoco lo fueron las anteriores.
Y como no serían las siguientes, BeomGyu tenía claro eso desde hace mucho.
El llanto de YeSeo fue lo único que cortó el tenso ambiente que se formó en apenas unos instantes. HeeSeung hizo el amago de disculparse al ver la expresión llena de congoja de su mamá.
— YeSeo está llorando — dijo TaeHyun, aunque era bastante obvio pues el llanto se oía como si estuviera en el mismo comedor. — Iré a ver cómo está.
Abandonó el comedor sin mirar a ninguno de sus hijos, sintiendo que iba a llorar él también de la angustia que oprimía su pecho. Se encerró en su cuarto y cogió a YeSeo, susurrándole para que se calmara.
— Ya, preciosa, mamá está aquí.
La niña siguió llorando, aferrándose al cuello de TaeHyun mientras él rompía a llorar también, pero sin emitir ningún sollozo para que sus cachorros no le oyeran. YeSeo notó que su mamá estaba triste, contagiándose más de ese llanto. Tardó en salir y aparentar que las palabras de HeeSeung no le afectaron.
Durante la cena, el Alfa quiso hablar de lo ocurrido, pero TaeHyun lo evitó con todos sus esfuerzos. No quería que sus hijos supieran lo mucho que aún le dolía todo lo sucedido con BeomGyu. SungHoon y JungWon tampoco mencionaron nada al respecto, demasiado concentrados con la comida.
No intercambiaron más que breves palabras antes de irse todos a la cama. TaeHyun fue el que se quedó más horas despierto, apenas pudiendo conciliar el sueño con YeSeo enferma. No sabía por qué, pero el estado de la niña empeoró en un par de horas.
A la mañana siguiente, JungWon no olvidó que, por culpa de HeeSeung, no tuvo su tan esperada cita con Jay. Los tres cachorros se dirigían al colegio después de que TaeHyun se quedara un día más en casa para cuidar de YeSeo. SungHoon caminaba en medio de sus dos hermanos, sin llegar a meterse en su discusión, pero tampoco ignorándola.
— Cambia ya esa cara, JungWonnie — dijo HeeSeung con impaciencia. Empezaba a hartarse de verse a sí mismo como un Alfa opresor, cuando solamente pretendía cuidar de ellos. — Seguro que Jay volverá a pedirte otra vez para salir. No te quita el ojo de encima — añadió, con una mueca en el rostro por el disgusto que eso le provocaba.
— Ahora ya no lo hará — replicó, molesto. — ¿Por qué tuviste que meterte? Deberías disculparte con él.
— ¡¿Qué?! ¿Cómo? — exclamó sin dar crédito a lo que oía.
JungWon no parecía dispuesto a retirar lo dicho, sin hacer caso de la expresión llena de indignación que tenía HeeSeung. Solo era una cita, no tenía por qué pasar nada. Él solo quería conocerlo un poco más, no iba a cometer los mismos errores que con SungJun. No era ningún estúpido.
— Lo que hiciste estuvo feo, HeeSeung — dijo SungHoon, queriendo que el mayor recapacitara.
— Yo no dije nada cuando Ghislaine te invitó a su fiesta — le reprochó JungWon. — No es justo.
— ¡Eso es distinto!
— ¿Por qué? — exigió saber.
— ¿Ghislaine te invitó a una fiesta? — preguntó SungHoon.
— No dije que fuera a ir — se defendió, sonrojándose ligeramente. — Solo que tenía que pensarlo.
— Entonces tú sí puedes hacer lo que quieras, pero yo no — replicó el menor, adelantándose y entrando primero, cruzando las puertas del colegio.
SungHoon le siguió con un suspiro, sin decirle otra cosa a HeeSeung. El mayor empezaba a enojarse, sintiéndose despreciado porque ni sus hermanos ni su mamá no le habían dedicado aún ni un solo gesto o palabra de agradecimiento por todo lo que estaba haciendo por ellos. ¡Lo suyo sí era injusto!
HeeSeung, SungHoon y JungWon se separaron para ir cada uno a su clase, mezclándose con el resto de los estudiantes.
Horas después, JungWon salió de química, guardando los libros en el casillero y yendo hasta el aula de Jay. Cruzó el pasillo, pasando por entre los alumnos de cursos superiores y deteniéndose frente a la puerta de clase, donde aún impartían lección.
Esperó impaciente, escuchando a los pocos minutos al profesor recoger sus cosas y el ruido de sillas y voces llenar el aula. La puerta se abrió, saliendo los de décimo grado y, entre ellos, Jay.
— ¡Jay! — le llamó por encima del alboroto.
El chico se volteó, su rostro dibujando una sonrisa cuando distinguió a JungWon entre la multitud de estudiantes.
— ¿No puedes resistirte a mí que ya incluso vienes a verme al salir de clase?
JungWon le golpeó en el brazo, pero sin usar mucha fuerza.
— Qué eres tonto — dijo, aunque no lucía molesto por su comentario. Al contrario, le alivió ver que Jay no estaba enojado con él. — Esto... Siento lo que pasó ayer, mi hermano es idiota.
— Oh, no te preocupes — contestó, restándole importancia. — Lo entiendo, de veras.
JungWon no estaba conforme con eso. Realmente, no quería perder su amistad con Jay, se había portado muy bien con él y quería darle una oportunidad a pesar de todo. Jay jamás le dijo algo sobre su marca o ese olor que destilaba.
El Alfa y su familia provenían de China, emigrando cuando Jay tenía once años. Su mamá era estadounidense, mientras que su papá era un empresario chino muy importante. Debido a eso, desde pequeño se le enseñaron varios idiomas a Jay y a sus hermanos: sabía hablar fluido inglés, chino, coreano y japonés. A veces, para vacaciones, viajaban a alguna ciudad de Asia, pero ese año, según le había contado el muchacho, iban a ir a Europa. JungWon lo envidiaba mucho por eso.
— Si tú todavía quieres ir conmigo a Beard Papa's o a cualquier otro sitio... — su voz fue apagándose, temiendo que le dijera que no.
— Claro que quiero ir — respondió, sin pensarlo dos veces. — Eso no lo pongas nunca en duda, bonito gatito.
JungWon se sonrojó ante el apodo, volviendo a pegarle, avergonzado.
— ¡Eres horrible!
Jay se echó a reír.
— Cuando quieras, vamos juntos a comernos unos dulces.
El Omega sonrió tímidamente, preguntándose si realmente se veía como un bonito gatito. Mirando a su alrededor, se percató de que la mayoría de los alumnos ya se fueron a comer. Titubeó unos segundos antes de preguntar:
— Como sea, ahora iba a almorzar, ¿quieres acompañarme?
— Con mucho gusto.
Jay sonreía de forma encantadora, y JungWon tuvo que pegarle otra vez. El Alfa se quejó, lloriqueando porque el Omega lo odiaba. El chico no lo negó, pero en su rostro se asomaba una sonrisa, sintiendo que su corazón volvía a latir esperanzado.
Por otro lado, el resfriado de YeSeo fue a peor. La tos no le dejó dormir por la noche y le dolía la garganta.
— Mami... Hurt.
Eran la una del mediodía, TaeHyun iba y venía de su cuarto cada media hora, procurando que YeSeo conciliara el sueño, pero era imposible. La medicación que le recetó el pediatra no hacía mucho efecto y, aunque la fiebre le bajó unas décimas, seguía moqueando. Ahora, además, estaba con tos.
Sacó un pañuelo y la ayudó a sonarse, apreciando lo irritada que tenía la nariz. Acarició su pelo mientras la niña se acurrucaba con él, buscando el calor de su mamá. TaeHyun intentó no alarmarse, a veces los resfriados tardaban en curarse, pero el caso era que él tampoco se sentía muy bien. Pudo notar que estaba entrando en celo, pero se obligó a priorizar a YeSeo y su resfriado. El lazo con su pequeña cachorrita tiraba y tiraba en clara necesidad.
Sumado a eso, no dejaba de pensar en lo que le dijo HeeSeung, que, por muy doloroso que fuera, no dejaba de ser cierto. Todo era culpa suya. No era capaz de cuidar de sus hijos, y ahora YeSeo estaba enferma porque él era una mala madre. No pudo contener las lágrimas, llorando en silencio mientras mecía a YeSeo entre sus brazos para que se durmiera.
El celo lo estaba poniendo más sensible, pero intentaba reprimirlo todo lo posible, pensando únicamente en YeSeo. Y, a pesar de todo, su cuerpo desprendía feromonas de pena, viéndose de lo más inestable que en sus períodos de celo anteriores. No sabía cómo, pero su cuerpo estaba colapsando por todo el estrés, el cansancio y la angustia de la situación.
Por un instante, fue como si hubiera retrocedido a esos dolorosos primeros meses en los que llegó a Estados Unidos y no sabía qué hacer.
Hubiera sido más fácil y cómodo buscarse un Alfa para pasar el celo como le aconsejó el médico. Huening Kai, sin ir más lejos, aceptaría sin pensarlo dos veces, aunque TaeHyun no lo permitiría. Se negaba en rotundo a depender otra vez de un Alfa, a rendirse y aceptar que no podía sacar adelante a sus hijos sin la necesidad de otra persona. Él ya lo hizo, quizás mal, pero lo logró tras muchos sacrificios. Eso nadie podía quitárselo ya.
Sintiéndose sin fuerzas, acabó por dormirse con YeSeo en brazos todavía con el surco de lágrimas en su rostro. Despertaba entre horas, tomándole la temperatura por si le subía la fiebre. Si bien ambos durmieron lo suficiente, no descansaron bien porque la pequeña no dejaba de toser y sollozar por el dolor.
TaeHyun no sabía qué más hacer por ella.
Escuchando a los cachorros entrar por la puerta de casa, pensó que tal vez era hora de afrontar las cosas. Sin soltar a YeSeo, que se acurrucó en sus brazos entre lloriqueos, salió del cuarto cargando con la niña, reuniéndose con sus hijos en el salón.
Los tres muchachos vieron el aspecto agotador de su mamá, las ojeras marcando su rostro, el aspecto enfermizo que tenía, y olisquearon las feromonas de celo a su alrededor. Sin embargo, antes de que cualquiera de ellos pudiera decir algo, TaeHyun se adelantó:
— Chicos, necesito hablar con ustedes.
Por el tono empleado, enseguida comprendieron que no era nada bueno. HeeSeung creía saber de qué se trataba, de modo que se apresuró a disculparse antes de que su mamá lo esquivara como hizo durante la cena.
— Lo lamento, no fue mi intención decir eso — dijo, mirando a su madre. — Yo solo trato de hacer las cosas bien.
— Solo piensas en ti — le acusó JungWon.
— ¡Eres un desagradecido! ¡No he dejado de preocuparme por ti desde que llegamos a Nueva York!
— Chicos, por favor, no se hablen así — les regañó TaeHyun con cansancio, notando que se le venía encima un gran desastre.
— ¡No! ¡Ya estoy harto! — estalló HeeSeung, furioso. El Alfa sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero las retuvo. — ¡No he recibido más que reproches y críticas por querer cuidarlos! ¡Estoy harto de sentirme como un villano! ¡Yo ya no quiero...! ¡No puedo más! Si papá no hubiera...
Se volteó antes de echarse a llorar, deseando estar solo. No quería que sus hermanos o su mamá le vieran derrumbarse. Los Alfas no lloraban.
Un pesado silencio cayó sobre ellos, nadie habló ni se movió del lugar. TaeHyun asumió toda la responsabilidad, más convencido aún de que no podía seguir ignorando el problema. Sin embargo, quien dio el primer paso fue JungWon. Se acercó a HeeSeung y lo abrazó por detrás, escondiendo el rostro mientras un par de lágrimas caían de sus párpados.
SungHoon observó la escena, sobrecogido, antes de dirigirse a su madre.
— ¿Qué era eso de lo que querías hablarnos? — preguntó en voz débil.
—Estuve pensando mucho estos días — empezó, escuchando los sollozos de HeeSeung rompiéndole el corazón —, y creo que sería bueno que fuéramos a terapia todos juntos.
La noticia cogió desprevenido a los cachorros, hasta a HeeSeung, que dejó de sollozar, pero nadie que les viera negaría que no lo necesitaban. Como no obtuvo respuesta inmediata, TaeHyun prosiguió:
— El doctor Jason llevaba tiempo insistiendo en que visitara un psicólogo, pero yo tenía miedo de oír que me equivoqué en mis decisiones — explicó, arrepintiéndose de no haber acudido antes al psicólogo. — HeeSeung, lamento mucho haberte hecho cargar con tanta responsabilidad. Yo solo quería lo mejor para ustedes, pero solo conseguí hacerlos sentir mal. Perdónenme, no puedo ser una buena mamá.
Decir esas últimas palabras en voz alta le hizo romper en llanto, ya imposible de seguir aguantándolo, y YeSeo también comenzó a llorar por el lazo que les unía. Se sentía como una persona horrible, incapaz de valerse por sí mismo en ese momento y de cuidar a las personas que más amaba en ese mundo.
SungHoon fue el primero en moverse, abrazando a su mamá, con su rostro también empañado en lágrimas.
— Está bien, mamá, siempre hiciste lo mejor para nosotros — dijo, sorbiendo por la nariz. — Y te queremos mucho.
JungWon tomó de la mano a HeeSeung, regresando con TaeHyun, YeSeo y SungHoon, y uniéndose al abrazo. Los cachorros abrazaron a su madre, quien les rodeó mientras pedía perdón entre sollozos por todo lo que les hizo sufrir. Estos, sin embargo, no dejaron de repetir lo mucho que le querían, y que, sin duda, era la mejor mamá del mundo.
TaeHyun se deshizo en lágrimas, pero, por primera vez en mucho tiempo, no se sintió mal por llorar. De alguna forma, el dolor pareció aminorar un poco y hacerle sentir un poco mejor. No completamente bien, pero sí un poco mejor. Y eso ya era suficiente para él en ese momento.
¡Gracias por leer!
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