BeomGyu no llegó al día siguiente.

HeeSeung tuvo que ayudarlo y llevarlo a la bañera para bañarse otra vez el día domingo, mientras un enmudecido SungHoon preparaba el almuerzo, apenas capaz de preguntar algo. JungWon no quería salir del cuarto de los mellizos.

El silencio en la casa era pesado, consumidor, cada pequeño ruido se escuchaba desde el extremo más lejano. Ninguno de sus hijos hablaba, excepto para intercambiar algunas palabras rápidas, pero sin ahondar demasiado en algún tema. Ni SungHoon ni JungWon preguntaron qué había ocurrido en el cuarto de sus padres horas atrás. TaeHyun se mantuvo en un aterrador silencio todo el día.

Todos sabían qué algo se quebró allí, que ya nada volvería a ser igual, que las cosas parecieron romperse como un espejo, en cientos de pedazos desperdigados por el suelo. Y un espejo quebrado, por mucho que sus piezas fueran pegadas, no volvería a funcionar de la misma manera. Peor aún: si las piezas de ese espejo no se recogían y botaban, entonces seguirían cortando a cualquiera que caminara por allí.

Era una dolorosa verdad que nadie quería hablar, porque, cuando las verdades eran dichas en voz alta, entonces eran más reales de lo que uno ya sabía. Más reales y, por lo tanto, más dolorosas.

TaeHyun no durmió en su habitación, porque estar allí le provocaba vómitos. En cambio, fue al cuarto de los mellizos, acostándose junto a JungWon, que estaba envuelto en una manta sobre la cama de HeeSeung.

Ninguno habló. No había palabras qué decir para tratar de mejorar lo que estaba ocurriendo.

BeomGyu no apareció, tampoco, el lunes.

Los niños no fueron al colegio. HeeSeung durmió junto con SungHoon en la cama de arriba, y JungWon se acurrucó en el pecho de TaeHyun.

TaeHyun no durmió. Llevaba dos días sin dormir.

El dolor de su cuerpo disminuyó un poco, con el paso de las horas. HeeSeung sugirió, la mañana de ese día, hacerle curaciones, revisarle para saber si no tenía alguna herida. Pero TaeHyun tembló al escuchar la voz de su hijo, hablándole directamente. HeeSeung no dijo otra cosa, aunque sus ojos parecieron romperse en dolor ante lo que significaba ese simple gesto por parte de su mamá: él le tenía miedo.

No solo llevaba dos días sin dormir, sino que también, dos días sin pronunciar palabra alguna.

SungHoon, otra vez, se encargó de cocinar. TaeHyun sintió más dolor en su interior al ver a sus cachorros mayores encargándose de la casa, como si ellos fueran dueños de ella. Como si JungWon y él fueran los hijos.

Pero no se movió. No podía salir de la cama.

BeomGyu no dio indicios de vida el martes.

A TaeHyun no podía importarle. Una parte suya, esa pequeña parte que debía suprimir, murmuraba que era mejor eso, que quizás BeomGyu no iba a volver jamás a esa casa, y quiso sentirse alegre, pero no hubo emoción alguna. TaeHyun sentía sus emociones como si le fueran ajenas, como si no le pertenecieran, viéndose a sí mismo como un robot.

Quizás eso era mejor. No sentir algo era mejor que sentir dolor.

Si BeomGyu quería irse, qué le interesaba a él. Ojalá se buscara otro Omega y lo marcara, para que así lo dejara morir.

— Mami — le susurró JungWon durante la tarde.

TaeHyun lo miró. Las palabras se agolparon en su garganta, seca por no haber dicho algo en dos días. Los ojos de su hermoso cachorro estaban llorosos, su nariz colorada por el llanto, sus labios agrietados por las constantes mordidas que se hacía.

— Lo siento — susurró el niño —, lo siento...

TaeHyun quería decirle que no era su culpa, que eso jamás sería su culpa, sin embargo, solo lo abrazó, porque las palabras seguían sin salir. Sentía que, si abría la boca, rompería a llorar. TaeHyun no quería llorar.

TaeHyun quería morir.

Se vio con diecinueve años, llorando en la cama, oyendo a los mellizos llorar en sus cunas, exigiendo su atención, pero él no podía darles nada. TaeHyun también quiso morir durante esos dolorosos días, tratando de ignorar los gritos exigentes de BeomGyu, de que se hiciera cargo de sus hijos, sin embargo, TaeHyun solo lloraba más, como si el bebé fuera él.

Se sentía tan vacío por dentro, como si fuera un cascarón que se estaba rompiendo.

El miércoles, BeomGyu llegó.

Lo supo enseguida.

SungHoon lo llevó a la bañera del baño principal, diciendo que debía bañarse. TaeHyun se sintió como una especie de niño pequeño, mientras su hijo le sonreía débilmente, ayudándolo a ponerse de pie, el dolor de su cadera estallando. La tina ya estaba con el agua caliente, e incluso permitió que SungHoon le lavara el cabello, dejándolo a solas varios minutos después.

HeeSeung apenas le dijo algo, porque cada vez que lo veía, TaeHyun observaba esos ojos tan parecidos a BeomGyu, y se sentía morir.

Mientras salía de la ducha y se envolvía en la bata, fue que escuchó la puerta principal siendo abierta. Se quedó congelado, el agua chorreando de su cabello.

— ¡¿Qué mierda estás haciendo acá?! — pudo escuchar decir a HeeSeung, en voz baja, pero furiosa.

— ¿HeeSeung? Esta es mi casa...

— ¡No es más tú casa! ¡No luego de lo que hiciste!

TaeHyun se estremeció ante esas palabras. Lo que hizo. Lo que BeomGyu hizo con él.

Pudo recordar los movimientos contra él, su inevitable llanto, las palabras hirientes y crueles que su esposo le dijo, y las náuseas lo golpearon. SungHoon apareció cuando estaba de rodillas en el inodoro, vomitando la poca comida que logró tragar.

— Está bien, mami... — murmuró SungHoon, acariciándole el cabello.

TaeHyun no quería ver a BeomGyu. No quería verlo nunca más.

Pero eso no era una posibilidad, porque BeomGyu era su Alfa. Y eso hacía que TaeHyun fuera su pertenencia, por mucho que no quisiera serlo.

El Alfa apareció en el baño, cuando TaeHyun estaba lavándose los dientes furiosamente. SungHoon se retiró momentos atrás, al escuchar a JungWon llorar.

El Omega sintió la presencia inmediata de BeomGyu, detrás de él, pero gracias al vapor de la ducha no pudo verlo. Se inclinó, escupiendo la espuma formada en su boca, enjuagándose una última vez. Cerró la llave, respirando profundamente, concentrándose un instante en las gotas de agua que caían de la boca del grifo. Una, dos, tres veces.

Se volteó.

— Hola, bebé.

TaeHyun lo miró en silencio antes de bajar la vista. BeomGyu se veía pálido, con ojeras bajo su rostro, su cara algo delgada. El traje que llevaba lucía algo raído –de dónde demonios lo sacó–, y sus manos temblaban, mientras sostenía un ramo de flores –unas benditas rosas– contra su pecho.

TaeHyun seguía mirando el suelo.

Lo miró.

Lo miró.

BeomGyu se removió en su lugar, luciendo tan incómodo, tan fuera de lugar, como si no supiera exactamente qué estaba haciendo allí.

Pero TaeHyun no dejaba de observar el suelo.

— ¿Po-podemos hablar? — preguntó BeomGyu, su tono sonando apretado.

"Muérete. Muérete."

Las palabras seguían atascadas en su garganta, sin salir, ahogándolo. Sus feromonas olían a miedo y terror. El cuarto estaba inundado de dolor.

— Alfa — fue su primera palabra en tres días.

Los ojos de BeomGyu brillaron en dolor, pero TaeHyun los ignoró, concentrado en un punto detrás del más alto, como si hubiera algo interesante allí. El Omega no quería mirarlo nunca más a la cara.

BeomGyu dio un paso, y TaeHyun retrocedió automáticamente. El Alfa no se movió más.

— Sé que... que lo que hice no... no estuvo bien — comenzó a decir BeomGyu —, te prometo que... que no lo haré más, ¿está bien? No voy a... Nunca más te haré algo así.

— Sí. Está bien — respondió TaeHyun, su voz ronca, sonando como el graznido de un pájaro. Su garganta ardió debido a ello.

El Alfa puso una expresión de esperanza.

— Entonces... ¿e-estamos bien?

"No. Jamás. Jamás, jamás, jamás."

TaeHyun asintió con la cabeza, automático. Su instinto Omega estaba a flote en ese cuarto, temblando en su cuerpo, haciéndolo sentir tan, tan aterrado. Tan asustado de que BeomGyu levantara la mano, lo golpeara, lo sometiera.

BeomGyu dio dos pasos. TaeHyun no podía retroceder más porque el lavabo estaba detrás.

— No me toques — espetó, sin pensarlo. Su Alfa se detuvo y el pánico lo golpeó, porque no podía decir esas cosas, porque eso solo lo decían los Omegas malos. — No. Lo siento. Lo siento. No más, Alfa. No más. Lo siento. Lo siento.

Su voz era un barboteo loco, desesperado, volviendo a esa noche en el cuarto. BeomGyu agarrándole las mejillas, apretándoselas, obligándolo a hablar, a confesar la verdad. BeomGyu lo hizo una vez, entonces podría hacerlo más veces, y TaeHyun no podría soportarlo. Si el Alfa lo tocaba otra vez de esa forma, él sería capaz de matarse.

TaeHyun sería bueno, bueno, para que BeomGyu no hiciera eso otra vez. Para que no lo golpeara.

— ¿Podemos ir al cuarto para hablar? — preguntó BeomGyu, sus manos temblando.

TaeHyun no quería volver allí nunca más, no quería acostarse junto a BeomGyu, no quería estar cerca de él.

Pero eso no estaba bien, porque BeomGyu era su Alfa. Era su dueño. BeomGyu ya le demostró lo que pasaría si no era un buen Omega, si seguía desafiándolo, si seguía pensando que él tenía derechos.

BeomGyu dijo que le dejaría un ojo morado.

— Sí. Está bien — repitió, débilmente.

El más alto se giró primero, caminando hacia el cuarto matrimonial, y TaeHyun se forzó a tomar aire para salir al pasillo. Pudo ver a SungHoon observándolo desde su cuarto, el llanto débil de JungWon y a HeeSeung tratando de consolarlo. El Omega quería ir con ellos, quería abrazar a sus cachorritos y desaparecer, pero no podía hacerlo. TaeHyun era de BeomGyu y, por lo tanto, sus hijos también lo eran.

Entró a la habitación detrás de BeomGyu, que cerró la puerta. TaeHyun debería haber ido a sentarse sobre la cama, pero se le quedó mirando un instante, viéndose a sí mismo sobre ella, acostado, desnudo, dejando que el Alfa hiciera lo que quisiera con su cuerpo.

Caminó hacia la ventana, envuelto en la bata, temblando por el frío. Pero no quería vestirse, no frente a BeomGyu.

— No actué bien — dijo el Alfa, tratando de hablar suave, sin acercarse —, pero TaeHyun... Yo realmente me enojé mucho por lo que hiciste.

Por supuesto. Por supuesto. La culpa era suya, nunca del Alfa. BeomGyu jamás le haría algo a menos que TaeHyun hubiera cometido un error, se hubiera portado mal. El Omega era el malo, nunca el Alfa. Jamás el Alfa.

La amargura lo golpeó, sin embargo, siguió observando la ventana. En ese mundo tan injusto para el Omega, ¿acaso tenía alguna posibilidad?

— Lo siento — se disculpó, aunque una parte suya no lo lamentaba. Lo único que lamentaba era haberlo amado. Lo único que lamentaba era no haber huido en su momento.

No. No. ¿Qué estaba pensando? TaeHyun jamás podría huir. TaeHyun jamás podría dejar a BeomGyu, porque BeomGyu lo buscaría hasta el fin del mundo para traerlo de regreso.

Lo traería de vuelta con un ojo morado.

— Te traje estas flores, para que las pongas donde quieras — agregó BeomGyu, todavía queriendo llamar su atención. — Ven, siéntate aquí.

TaeHyun se giró, sin mirarlo a la cara, caminando en dirección a la cama. Se sentó al lado del Alfa, apenas respirando, observando a cualquier parte menos a su esposo. La presencia del mayor parecía ahogarlo, someterlo, dominarlo con facilidad.

— ¿Podemos salir a comprar algo bonito para ti después — dijo BeomGyu —, e ir a comer a un lugar lindo, te parece?

— Si tú quieres.

Sabía la expresión que debía estar poniendo: su mandíbula apretada, sus labios apretados, sus ojos entrecerrándose un poco. La misma cara que ponía cuando TaeHyun no se comportaba como él quería. La misma cara que puso la noche del sábado, mientras le apretaba el brazo, le gritaba, lo abusaba.

TaeHyun no sabía qué quería BeomGyu de él. ¿Su cuerpo? BeomGyu podía tenerlo. ¿Su amor? Eso se esfumó por completo, como el humo de los cigarrillos que consumía cuando era más joven, y que tuvo que dejar porque a su esposo no le gustaba.

— TaeHyun, mírame.

Mordió su labio inferior, su Omega temblando. La primera advertencia, sabía que, luego de esa, vendría un "Omega, mírame". Y, si seguía sin obedecer, entonces lo haría con la voz Alfa.

Así que obedeció. Sería bueno. Muy bueno.

Lo miró a los ojos, viendo el afecto allí. Pero TaeHyun solo sintió repulsión: ¿era afecto o posesividad?

¿Su mamá no le dijo que ambas cosas eran lo mismo? ¿En la escuela no se los enseñaban así?

— Me siento muy mal por lo que te hice — dijo BeomGyu —, te lo prometo. Estaba enfurecido por tus mentiras y... y... me descargué de una forma que no correspondía contigo — rápidamente, el Alfa lo agarró de las manos, ignorando los tiritones del Omega. — ¿Me puedes perdonar?

TaeHyun no dejaba de observarlo, su expresión congelada por completo, a pesar de los temblores de sus manos, de sus brazos. Quería huir tanto de allí, de ese lugar, de ese hombre, esconderse para siempre de él, quitarse su aroma, sus besos, su esencia.

Pero no podía hacerlo, porque TaeHyun era un buen Omega.

— Sí. Está bien — repitió, por tercera vez en el día.

BeomGyu no pareció satisfecho con su respuesta, aunque pareció ceder ante ella. TaeHyun solo quería que lo soltara, porque sabía que no había terminado. Sabía lo que vendría ahora, podía verlo en la mirada indecisa de BeomGyu, en sus repentinos gestos nerviosos.

Santo dios, lo conocía tan bien.

— No quiero que esto vuelva a ocurrir — le dijo BeomGyu, lentamente, acercándose un poco. Un día normal, TaeHyun lo habría encontrado un poco pegajoso, pero ahora le pareció amenazador —, así que debes ser mejor, TaeHyun. Debes ser bueno.

El Omega sintió sus labios temblando, sus ojos picando, su garganta ardiendo por las lágrimas que estaba tratando de contener. Pero no quería quebrarse frente a BeomGyu, no quería darle más de él.

Si rompía a llorar, el Alfa lo querría consolar, y TaeHyun no quería que fuera tan hipócrita para hacerlo.

— Sí — aceptó.

BeomGyu se inclinó hasta quedar a su altura.

— Te quitaré el celular, ¿está bien? — dijo BeomGyu, casi como si estuviera hablando con un niño pequeño. — No quiero que hables más con ChaeYoung, de ninguna forma. Voy a quitarte las llaves del auto y lo usarás solo cuando yo te deje. No puedes salir de casa a menos que me pidas permiso y que yo te lo dé. Solo te daré dinero para comprar las cosas necesarias — bajó la voz a una más suave. — No quiero ver más anticonceptivos, TaeHyun.

TaeHyun no lo soportó: comenzó a sollozar, asintiendo con la cabeza, sintiéndose tan horrible en ese instante, tan destruido por lo que le estaba diciendo a quién vio como el amor de su vida por quince años. Por quién consideró como su otra mitad, su media naranja, y a quién desconocía por completo en ese instante.

TaeHyun siempre se consideró afortunado por creer que tenía un Alfa bueno, tan amable, tan permisivo. Ahora se sentía como un idiota ciego, que cayó directo a un pozo inundado en agua, y se ahogaba sin tener una opción para salir de allí.

BeomGyu le agarró la barbilla, obligándolo a mirarlo a pesar de sus lágrimas. Su expresión lucía tan indecisa, pero sus ojos se veían decididos, incluso fríos.

— Te prometo que, con esto, las cosas van a mejorar — le dijo BeomGyu. — Volveremos a ser felices como antes, bebé.

Tuvo que quedarse quieto cuando su Alfa lo besó, queriendo que fuera dulce y tierno, pero TaeHyun no dejó de llorar en todo instante. Sentía que todo él estaba aterrado, tanto su parte Omega como su lado humano, tan triste y asustado por lo que le estaba diciendo su esposo.

BeomGyu se alejó, acariciándole el labio, y lo soltó. Agarró el ramo de flores, dejándoselo en el regazo.

— Ahora, ¿qué tal si vas a hacer la cena? — dijo BeomGyu, poniéndose de pie. — No he tenido buenos días y extraño mucho tu comida. Limpia esa carita, bebé, te ves más bonito sonriendo.

El Omega se obligó a tragarse el resto de las lágrimas, sorbiendo por su nariz para asentir, observando a BeomGyu salir del cuarto, con los hombros caídos.

Una vez quedó solo, TaeHyun soltó un gemido bajo, derrumbándose sobre la cama y permitiéndose temblar sin control.

Pero, a pesar de todo ello, no pudo permitirse romper a llorar en ese instante, porque BeomGyu le dio una orden y debía cumplirla.

Un buen Omega, TaeHyun tenía que serlo. TaeHyun siempre quiso ser un buen Omega, pero, en ese instante, parecía algo demasiado lejano

La casa apestaba a pena y dolor, y BeomGyu sabía que ese olor no se iría en muchísimo tiempo.

El silencio, a pesar de lo irónico que pudiera ser, era ensordecedor para el Alfa. Estaba tan acostumbrado a los gritos de los mellizos, las risas de JungWon, los regaños de TaeHyun, que ese repentino y pesado silencio, resultaba demasiado devorador.

Recogió sus ropas una vez se cambió por algo más cómodo: esos últimos días se estaba quedando donde su padre, a quién le contó lo ocurrido y con quién discutió también. BeomGyu quiso mantenerse alejado más días para pensar mejor lo que había ocurrido, sin embargo, no soportó estar demasiado tiempo con los ojos acusadores de su padre encima de él, así que decidió volver.

Salió del cuarto, yendo a la habitación de lavado para dejar sus ropas en la cesta de prendas sucias, pero, al voltearse, se encontró con la mirada enfurecida de HeeSeung.

— Quiero que te vayas — fue lo que dijo su hijo mayor.

A lo lejos, escuchó a SungHoon en la cocina, hablando con su mamá mientras le ayudaba a cocinar. TaeHyun se mantenía en silencio.

— HeeSeung... — empezó a decir BeomGyu —, lo que ocurrió con tu madre...

HeeSeung soltó un ruido de desagrado, yendo a la lavadora y abriéndola. Se inclinó para sacar unas cosas, volviendo a mirarlo una vez las agarró, lanzándoselas a los pies. BeomGyu observó las sábanas blancas, con manchas rojas.

— Es la sangre de mamá — espetó HeeSeung. — Mamá dijo que me deshiciera de ellas, pero tú tenías que verlas primero. Es lo que tú le hiciste.

BeomGyu sintió su estómago contraerse ante la visión de la sangre seca en las prendas. Las palabras en su boca murieron, en tanto HeeSeung respiraba aceleradamente, tratando de contener su ira.

Sabía que fue brutal. Sabía que fue un monstruo. Penetrar a TaeHyun sin que estuviera lubricando, embestirlo a pesar de que su Omega estuviera llorando... Irse sin ayudarlo un poco cuando acabó. TaeHyun ni siquiera se corrió, su cuerpo helado, sin una gota de excitación.

BeomGyu trataba de no pensar mucho en eso, a pesar de que cada vez que cerraba sus ojos, veía a su Omega sin moverse, dejando que lo follara.

Verlo, ahora, era cien veces peor: sus ojos hundidos con marcadas ojeras bajo ellos, los labios agrietados y rotos, su rostro delgado, su expresión vacía. El llanto a medida que le decía sus nuevas reglas.

Su padre le dijo que no hiciera eso, pero ¿quién se creía él, cuando su Omega lo abandonó? ¿Cómo su papá le daría consejos, cuando no hizo nada para impedir que su Omega se marchara?

BeomGyu tenía claro que fue cruel, pero debía actuar así para que TaeHyun no se fuera. En unos meses, cuando todo volviera a la normalidad, TaeHyun se daría cuenta de que fue lo mejor.

— HeeSeung... — trató de decir BeomGyu otra vez.

— Mamá me tiene miedo — sollozó el muchacho. — Mamá no me habla, no me mira, no me toca. Mamá me tiene miedo por tu culpa. Te odio, te odio tanto...

No pudo detenerlo cuando el adolescente se giró, marchándose de allí a paso enojado, tragándose las lágrimas para no mostrarse vulnerable. BeomGyu se quedó mirando las sábanas ensangrentadas hasta que pudo moverse para agarrarlas, echándolas a la basura.

La hora de la cena fue un martirio.

TaeHyun preparó algo simple, yendo a buscar a JungWon, volviendo con el niño llorando. Las pocas mejoras que presentó el cachorro parecían haber desaparecido, actuando otra vez como un niñito de seis años, solo que ahora TaeHyun lucía como si no fuera capaz de protegerlo. Por eso mismo, SungHoon se encargó de darle de comer. HeeSeung no dijo cosa alguna, sin mirar a nadie. BeomGyu trató de hablar sobre sus días en el trabajo, pero no obtuvo mayor respuesta que unos cortos "qué bien" o "me alegro" por parte de TaeHyun.

Una vez acabaron, HeeSeung se ofreció a lavar la loza.

BeomGyu limpió su boca con la servilleta.

— Mañana deben volver al colegio — dijo BeomGyu.

SungHoon hizo un mohín, abrazando a JungWon, que empezó a llorar una vez más. HeeSeung soltó un gruñido.

— Yo los llevaré en la mañana...

— No, nos iremos con SungHoon caminando — le cortó HeeSeung a su padre, apretando su mandíbula.

BeomGyu decidió no discutir, porque el llanto del cachorro menor le estaba sacando un dolor de cabeza.

— Niños, ¿pueden ir a sus cuartos? — dijo TaeHyun, agotado, débil, casi suplicante.

HeeSeung asintió, tomándole la mano a su mellizo, que a su vez arrastró a JungWon lejos del comedor. El silencio volvió a instalarse allí.

— Los educaré mejor — murmuró TaeHyun en voz baja.

BeomGyu frotó su sien, tomando aire.

— No dormirás más con ellos, ¿entendido? — dijo BeomGyu.

— Sí, Alfa.

El título caló dentro del más alto, por un instante teniendo el impulso de girarse y gritarle, sin embargo, logró reaccionar a tiempo para no hacerlo. Tenía claro que, si lo hacía, probablemente todo iba a seguir empeorando. Ahora solo necesitaba ser paciente, tratar de mostrarse comprensible, pero también duro.

Horas más tarde, TaeHyun los fue a arropar. A pesar de sus temblores, se inclinó y le dio un beso a HeeSeung en la frente, cubriéndolo con las frazadas. Luego, se puso de puntillas para alcanzar bien la cama de SungHoon, que envolvía a JungWon en mantas y mantas.

— No quiero que duermas con él — susurró su cachorrito menor, otra vez con los ojos llorosos.

TaeHyun tampoco quería eso. TaeHyun quería abrazar a sus tres niños y huir lejos, con ellos, protegerlos para siempre.

En cambio, solo le pellizcó la nariz, dándole un beso pequeño en la nuca.

— Estaré bien — aseguró —, mamá siempre estará bien, JungWonnie.

Le dio un beso más a SungHoon, revolviéndole el cabello, antes de irse a la habitación matrimonial, donde BeomGyu ya estaba acostado, viendo la televisión. Antes, TaeHyun no solía tener vergüenza en cambiarse frente a BeomGyu para vestirse con el pijama. Hoy, agarró las prendas, sin mirarlo, yendo al baño.

Observó su reflejo unos instantes en el espejo, humedeciendo su rostro para alejar las nacientes lágrimas. TaeHyun estaba aterrado de que BeomGyu quisiera volver a acostarse con él ese día, porque tenía claro que, si eso ocurría, se hundiría un poco más en su mierda. Pero no haría nada más que abrirse de piernas para él.

TaeHyun estaba tan cansado de luchar, de responder, de ser el malo de esa asfixiante relación. Por un instante, deseó volver meses atrás, cuando la felicidad era superficial y frágil, pero podía vivir con eso. Podía convencerse de que esa felicidad era mejor que cualquier otra cosa. Esa felicidad era mejor que ese incesante y punzante dolor que estaba en su corazón, sintiéndose sangrar cada vez que BeomGyu le dirigía una mirada.

Los ojos de su esposo ya no eran como un bálsamo, sino todo lo contrario: eran cuchillas que se enterraban un poco más profundo cada día.

Salió del baño, caminó hacia la cama y se acostó, dándole la espalda, en el borde del colchón, lo más alejado posible.

Se vio, otra vez, acostado boca arriba, en ese mismo lugar, llorando con el brazo cubriendo sus ojos, mientras las embestidas eran más y más dolorosas. Tuvo que morder las sábanas para no romper en lágrimas.

En algún punto, BeomGyu apagó la televisión, la lamparita, y vino la oscuridad. Pero TaeHyun no cerró los ojos.

Para su propia fortuna, el Alfa no se acercó a él, incapaz de dormir con ese aroma triste y aterrado que emanaba TaeHyun. En ningún instante, desde que BeomGyu llegó, el olor cambió. Ni siquiera se transformó en ira, solo dolor y pena. El Omega nunca había apestado tanto, haciéndolo arrugar el ceño por el desagrado. Era casi como el aroma que emanaba JungWon los primeros días que JaeJoong lo marcó.

Miró la hora: la una de la mañana. BeomGyu decidió ir a buscar un vaso con agua a la cocina.

El pasillo estaba en silencio y al pasar por fuera del cuarto de los mellizos, escuchó sus respiraciones acompasadas en señal de que los niños dormían. En la cocina, los únicos ruidos que alteraban la calma eran el tic–toc del reloj colgado de la pared y el zumbido del refrigerador. Agarró un vaso, fue al lavamanos, y al inclinarse hacia el basurero, las vio.

Las flores que le llevó a TaeHyun, echadas al tacho de basura, rotas y con los pétalos caídos.

BeomGyu las contempló un helado instante.

Tic–toc.

Zzzzzzzzzzzzz.

Desvió la vista.

Cuando BeomGyu empezó a cortejarlo, se dedicó a regalarle rosas de varios colores, aunque muchas fueran falsas. Esta vez, se decidió por rosas blancas y azules. Las azules eran las que más le gustaban a TaeHyun, mientras que BeomGyu prefería las blancas. Ambos llegaron a la conclusión, un día, que combinaban muy bien juntas.

Tomó aire antes de volver al cuarto. TaeHyun seguía dándole la espalda, con los hombros tensos, en clara señal de que estaba despierto y alerta.

Alerta de su propio Alfa, por si volvía a hacerle algo.

Dejó el vaso sobre el velador, acostándose, mirando el techo unos segundos.

— ¿TaeHyun?

No hubo respuesta inmediata. BeomGyu sintió más tensión proveniente de TaeHyun. El olor a miedo y terror aumentó.

— TaeHyun, sé qué estás despierto.

El Omega siguió sin moverse, sin reaccionar.

— Sí — susurró el más bajo, su voz ronca y ahogada. — ¿Quieres tomarme? Puedes hacerlo. Estás en tu derecho.

BeomGyu no contestó, sin dejar de observar el techo.

Su Alfa trató de tirar del enlace con el Omega, pero no hubo respuesta alguna, porque su unión parecía haber desaparecido para siempre.

Toda esa tarde, BeomGyu trató de hacer sentir culpable al Omega de lo ocurrido, pero el Alfa tenía claro que eso no era así. El único culpable de lo que pasó era él, nadie más.

— TaeHyun — la respiración del más alto pareció cortarse un instante —, nunca vas a perdonármelo, ¿cierto?

La única respuesta fue el llanto desconsolador del Omega.

¡Gracias por leer! <3