✦ xv. song of the sea
La desesperación se reflejaba en cada aspecto de Chris: en sus ojos ansiosos, en sus pasos apresurados, en sus movimientos nerviosos. Entró en la farmacia más cercana, intentando pasar desapercibido entre los demás clientes. Fingió estar simplemente mirando los estantes de medicamentos, esperando pacientemente a que los otros clientes se alejaran de la caja registradora, o mejor aún, del establecimiento. No quería lastimar a nadie, esa no era su intención. Pero, si tenía que hacerlo para asegurarse de que Megan recibiera sus medicinas, no dudaría ni un segundo. La salud de su hermana está en juego, y eso era lo único que importaba en este instante. Con esa resolución en su corazón, Chris se preparó para hacer lo que fuera necesario.
Porque a medida que pasaba el tiempo, más y más personas comenzaban a acumularse en la farmacia. Entraban en grupos, charlaban entre ellas, llenando el espacio con un zumbido constante de conversación. La tensión en Chris iba en aumento, cada nuevo cliente que ingresaba añadía una capa más a su ansiedad. Fue cuando finalmente llegó a su límite. Aprovechó el momento en que la señora que estaba delante de él en la fila salió de la caja, dándole pase libre. Sin dudarlo, sacó su arma, dejándolo a la vista, causando que la mujer detrás del mostrador de vidrio temblara de miedo.
—Solo necesito toda su prednisona y juro que nadie saldrá lastimado, señorita. Pero necesito que usted coopere conmigo.—declaró Chris, su voz temblaba ligeramente, un indicio de la locura que se encontraba apoderando de él.
Sus manos temblaban al sostener el arma, y la mirada en sus fanales era salvaje, casi frenética. Su cara yacía enrojecido, las marcas de las lágrimas recientes aún visibles en sus mejillas. La desesperación por ayudar a su hermana había llevado a Chris a un punto de no retorno, y todos en la farmacia podían verlo. Pero todo cambió cuando una señora, intentando devolverle algo a la cajera, gritó aterrorizada. Ese grito resonó en la farmacia, captando la atención de todos los presentes. En un tiempo, la mayoría de los clientes salieron corriendo, espantados por la situación. Sus gritos y carreras llamaron la atención de las personas en la calle, incluyendo a un detective que casualmente estaba cerca, disfrutando de su café favorito y a pocos pasos de la estación de policía.
—¡Dije que coopere! ¡¿O acaso le resulta atractiva la idea de evaporarse en el puto acto?! ¡Necesito cada maldita dosis de prednisona que tenga! ¡¡Y la necesito ahora mismo, maldita sea!!—gritó Chris, apuntando con el arma a la cajera. Solamente que al ver que ella no se movía, la desesperación lo superó.
Con un grito de frustración, alzó el arma y disparó dos veces al techo. El sonido de los disparos resonó en la farmacia, aterrando a la cajera, y por último, logrando que se moviera rápidamente para cumplir con su demanda. Mientras tanto, el detective, que acababa de guardar su móvil, escuchó los disparos y contempló a la gente correr y gritar con horror. Por lo tanto, con un impulso de adrenalina, el detective dejó caer su café y se lanzó a la farmacia, sorteando a las personas que huían en dirección contraria.
Mientras corría, desenfundó su arma, preparándose para lo que pudiera encontrar. En ese lapso, dentro de la farmacia, Chris agarró con brusquedad la bolsa que la farmacéutica le ha entregado, llena de todas las dosis de prednisona que hay en la farmacia. No obstante, justo cuando se giró para salir del establecimiento, se encontró con un problema mucho mayor. Su piel palideció al instante al admirar al oficial de policía apuntándole con un arma.
En ese mismo momento, Chris supo que estaba en graves problemas.
—¡Baja el arma ahora!—orquestó el detective con una voz severa y autoritaria. Chris levantó ambas manos al cielo en respuesta, una sosteniendo el arma y la otra la bolsa de medicamentos.
—Es que tú...—intentó balbucear Chris, pero el detective no le dio oportunidad.
—¡¿No hablé claro?! ¡Deja el arma en el suelo inmediatamente! ¡Y arrodíllate ahora mismo!—exigió el detective, su rugido resonaba con una autoridad indiscutible, dejando en claro que no estaba dispuesto a negociar.
Chris, con una mezcla de miedo y resignación en sus ojos, dejó caer lentamente el arma al suelo, pero se negó a soltar la bolsa de medicamentos. Esa bolsa era su única esperanza para su hermana mayor y no la soltaría tan fácilmente. Cuando el detective se acercó a él, agarró al criminal por el cuello con una mano firme y lo empujó con fuerza contra el pavimento frío y duro de la farmacia.
Chris gruñó al impacto, empero, el detective no mostró ninguna señal de compasión. Deprisa, el detective apretó las manos de Chris detrás de su espalda y le colocó las esposas. El sonido metálico de las esposas cerrándose resonó en el silencio de la farmacia, un recordatorio sombrío de la gravedad de la situación. Ahora con Chris inmovilizado en el piso, el detective se inclinó sobre él, su semblante a pocos centímetros del de Chris. Sus luceros se hallaron y el detective susurró con una dureza que heló la sangre del criminal desesperado.
—Chris Bahng, siempre tan impulsivo e imprudente... No puedes esperar ni un segundo, ¿verdad?—su voz estaba llena de desdén y decepción, y las palabras se clavaron en el corazón de Chris como un cuchillo.—Vienes conmigo a la comisaría ¡y dame eso...!—exclamó el detective, arrebatando la bolsa de medicamentos de las manos de Chris, su berrido lleno de ira mientras empujaba a Chris y lo maniobraba con movimientos bruscos.—Tendré que llevarme esto, es evidencia.—mintió el detective, viendo a la mujer detrás de la caja.
Entonces, con la bolsa de medicamentos en una mano y a Chris esposado en la otra, el detective salió de la farmacia velozmente. Empujó a Chris con fuerza por las calles, ignorando las miradas curiosas de los transeúntes. Llegaron a su coche, y el detective abrió bruscamente la puerta trasera, empujando a Chris al interior antes de cerrar la puerta con un golpe seco. Una vez dentro de su auto, el detective pisó el acelerador y se dirigió hacia la comisaría, o al menos eso es lo que quería que las víctimas de Chris creyeran. Sin embargo, después de dar unas cuantas vueltas para despistar a cualquier seguidor, se desvió a una zona más apartada donde no serían vistos, lejos del alcance de las cámaras de seguridad de las calles tailandesas. En el silencio que se instaló en el coche, el detective vislumbró a Chris a través del espejo retrovisor. Su mirada era dura, llena de sofocación y frustración.
—¿Qué demonios, Bahng?—preguntó, su voz apenas un gruñido.
—No podía...—principió a decir Chris, su voz tiritaba y posteriormente se desvaneció en el aire. Se quedó en silencio, incapaz de encontrar las palabras para continuar, su garganta apretada por el impacto.
—¿No podías? ¿Es esto alguna maldita broma de mal gusto?—interrogó el detective, su tono de voz dejaba claro su incredulidad y su ira. El detective giró su cuerpo, torciendo su cuello para poder mirar a Chris. Está sentado en el asiento del piloto, y Chris estaba esposado en el asiento trasero.—Deberías agradecer que fui yo quien te atrapó y no...
—Pero no fue así.—cortó Chris, su voz era un rugido de fatiga y enfado.—La cagué, lo sé. Pero Meg...
El detective giró bruscamente, clavando una mirada furiosa en Chris. Estaba visiblemente enfadado con el joven, no únicamente por su comportamiento hacia él, sino por su actitud con todo el equipo.
—¿Pero qué demonios te pasa, Chris? ¿Crees que Megan no nos importa?—el rostro del detective se arrugó en una expresión de ira. Dejó escapar una risa nasal mientras negaba con la cabeza.—¿Sabes? No voy a darte ningún sermón, eso lo hará Minnie. Sal del maldito coche y lárgate.—rigió el detective, su aullido era un gruñido de pura frustración.
Mis orificios se desviaron hacia la puerta de mi cuarto oscuro que tenía en mi hogar, interrumpiendo mi tarea de colgar las últimas fotografías que había tomado para un proyecto de la universidad. Dejé a un costado las fotos y me dirigí a la puerta principal de mi departamento. Antes de desplegar la puerta, eché un vistazo por la mirilla, obviamente, y contemplé a uno de los detectives parado en el pasillo. Fue cuando un sentimiento de pesar me invadió, pero sabía que no tenía otra alternativa. El ruido que hice al caminar por el corredor de mi casa fue suficiente para alertar a cualquiera de que me encontraba en casa.
Por lo que con un suspiro de resignación, abrí la puerta con pesadez.
—Detective Han, qué sorpresa.—saludé, dejando que el sarcasmo se filtrara en mis palabras. Él respondió con una media sonrisa tímida y una expresión de estoicismo, como si lo que estaba a punto de hacer fuera simplemente parte de su trabajo.
—Seungmin, lamento molestarte. Pero vine para confiscar todas las pertenencias de tu cuarto oscuro. Aquí está la orden.—dijo, extendiendo un documento hacia mí.
—¡¿Qué?!—berreé, mi voz se elevó en un tono de enfado evidente, entre que leía el documento.—¿Esto es una maldita broma? Ya hice de todo...
—¿Estás interfiriendo con el caso, Kim?—operó el Detective Seo, apareciendo detrás de Han con una expresión de enfado y cansancio en su rostro.—Deberías saber que eso es un delito grave, ¿verdad?
—Te dije que cuando llegues que aguardes abajo, Changbin...—murmuró el Detective Han a su compañero, su cara mostraba claras señales de que no quería iniciar otra discusión.
—De acuerdo, chicos—el Detective Seo ignoró a su colega y se volvió hacia el equipo que había traído consigo—. Procedan a confiscar todo lo que hay en el cuarto oscuro.
Lancé una mirada de desdén al Detective Seo, pero él simplemente pasó a mi lado con indiferencia. Con un movimiento brusco, empujó el papel, que ya tenía en mis manos por cierto, de la orden contra mi pecho. El golpe me tomó por sorpresa, y tuve que agarrar el documento con firmeza para evitar que cayera al suelo. El Detective Han, por otro lado, me lanzó una mirada de disculpa por el comportamiento de su compañero antes de entrar en mi departamento. Su expresión de pesar no hizo más que aumentar mi frustración.
Ya que la confusión y la ira se arremolinaban dentro de mí, creando una tormenta de emociones. No tenía idea de lo que estos detectives querían de mí ahora. Había cooperado, he hecho todo lo que me han pedido desde el primer día, y aún así, aquí están, invadiendo mi espacio personal y confiscando mis pertenencias. La incertidumbre estaba empezando a enloquecerme, y sentía que yacía al borde de un precipicio, a punto de caer en la locura.
Un ruido sordo proveniente de abajo me sobresaltó, acercándome cautelosamente a la puerta, presioné mi oído contra la madera en un intento de captar la discusión que se estaba produciendo. Mi corazón latía con fuerza, temiendo que la conversación tuviera que ver con mi secuestro. Entre el murmullo de voces masculinas, distinguí la voz de Megan. Las palabras que logré captar me helaron la sangre: ella está gritando que todo lo que estaba ocurriendo era su culpa y que deberían dejarla morir. Eso me asustó tanto que me alejé de la puerta, retrocediendo unos pasos. Me acerqué a la ventana con barrotes, observando cómo el cielo se nublaba cada vez más.
Me sentía perdida, sin saber qué pensar o qué hacer. Megan era mi mayor preocupación, la única persona que realmente me importaba en este lugar horrible. Ella era la única que demostraba sentir lo mismo por mí, y escucharla hablar de esa manera me llenó de un miedo paralizante. Quería salir corriendo de aquí, enfrentar a Megan y hacerle entender que no debía hablar de esa manera de su vida. Pero estaba atrapada, enjaulada en este lugar asqueroso. Las ganas de llorar me invadieron nuevamente, y tuve que luchar para contener las lágrimas.
Media hora después, fue cuando escuché pasos fuera de la puerta. Giré la cabeza y vi a la misma persona de siempre cruzando la puerta, a Minnie. Empero, había algo diferente en él esta vez. Tenía una herida cerca de los labios y un rosario colgaba de su cuello a la vista. Nunca lo vi con un rosario antes, y me sorprendió pensar que pudiera ser religioso. Parecía irónico, dada mi situación actual.
—¿Estás bien?—le pregunté, llevando una mano a mis labios para indicar que me refería a la herida en su propia cara.—Se ve doloroso.
Él asintió levemente en respuesta a mi pregunta, sus dedos rozaron su labio herido, mientras que esbozaba una sonrisa torcida. Cerró la puerta detrás de él con un suave clic, sin embargo, no antes de que yo pudiera echar un vistazo rápido al pasillo. Noté apiladas de manera desordenada, varias cajas marrones que parecían contener objetos personales de todas las personas que estaban dentro de este malévolo plan de haberme secuestrado.
—No, solo me arde un poco. Pero pasará.—declaró, su tono de voz era tranquila, casi distante. Su mirada no se encontraron con los míos, en lugar de eso, se desviaron por la habitación, como si estuviera buscando algo o alguien.—Mintara, necesito que me hagas un gran favor.—dijo finalmente, su rugido se suavizó, pero hay una seriedad en sus palabras que me hizo prestar atención.
Asentí sin protestar, porque en las circunstancias actuales, estaba claro que haría cualquier cosa que el secuestrador me pidiera. Fue entonces cuando Minnie me miró directamente a los orificios oculares, y por primera vez desde que sucedió aquello cuando él me bañó, pude sostenerle la mirada. Pero un cosquilleo en el estómago me invadió cuando él hizo eso, y me sentí incómoda conmigo misma.
—Solo dime qué es.
—Tendrás que llevar las vendas y las esposas una vez más—aclaró Minnie, sacando esos objetos de sus bolsillos—. Pero te prometo que cuando lleguemos al nuevo lugar, te soltaré.
Tragué saliva con dificultad, recordando los horribles primeros días en los que no podía ver a nadie ni moverme. No quería volver a esa situación, la idea me repugnaba tanto que me eché hacia atrás, hasta que mi espalda chocó contra la ventana con barrotes. Mi mirada debía reflejar mi pánico, porque Minnie lo notó y se acercó lentamente a mí.
—No quiero, por favor. Juro que cooperaré en todo lo que quieran, pero no quiero estar atada ni vendada ni un día más...—mis labios temblaron, el miedo se apoderó de mí al recordarlo—No quiero que Chris...
Él se acercó completamente a mí cuando traté de recordarle aquel momento, tanto que apenas noté la escasa distancia entre nosotros.
—Chris no te pondrá una mano encima nunca más, te lo prometo, Mintara.—aseguró rápidamente, sus ojos clavados en los míos.
La proximidad entre nosotros se volvía cada vez más estrecha, y sentí cómo un rubor se apoderaba de mis mejillas. Bajé la mirada, incapaz de sostener su intensa mirada por más tiempo. Asentí con la cabeza, un gesto silencioso que le indicaba que era hora de proceder, antes de que pudiera arrepentirme. Me giré sobre mis talones, presentándole mi espalda, preparándome para revivir esos malos recuerdos de los primeros días en que ellos me secuestraron.
Él se movió con una gracia cautelosa, sus manos sosteniendo la venda con una delicadeza que parecía fuera de lugar en nuestra situación. Se acercó a mí, su presencia llenando el espacio a mi alrededor. Pude sentir su aliento en mi cuello, enviando un escalofrío por mi espalda. Así que con cuidado, levantó la venda hasta mi frente, sus dedos rozando suavemente mi piel en el proceso. La tela suave de la venda rozó mis párpados cerrados, oscureciendo mi mundo una vez más, «Lo odiaba». Sus manos se movían con una precisión metódica, asegurando la venda en su sitio con un nudo seguro pero no demasiado apretado en la parte posterior de mi cabeza.
Pese a la venda, podía sentir la cercanía de Minnie. Su proximidad era casi abrumadora, llenando mis sentidos. Podía oler su colonia, un aroma amaderado que ahora asociaba con él. Podía sentir el calor de su anatomía a través de mi ropa, una presencia constante a mi espalda. Aunque no podía verlo, sabía que estaba allí, y esa certeza me llenaba de una extraña mezcla de miedo y seguridad. Minnie continuó con su tarea, sus manos ahora se movían hacia mis muñecas. Tomó una soga, su textura áspera contrastaba con la suavidad de sus manos. Con movimientos firmes pero cuidadosos, comenzó a atar la soga alrededor de mis muñecas. Podía sentir la presión de la soga contra mi piel, apretada, solo que no dolorosa.
Una vez que mis muñecas estaban seguras con la soga, Minnie sacó un par de esposas de su bolsillo, o es lo que pensé. El sonido metálico de las esposas al abrirse resonó en la habitación silenciosa. Con un movimiento fluido, aseguró una de las esposas en mi muñeca derecha, antes de pasar la otra alrededor de la soga que ya ataba mis muñecas juntas. El tacto frío del metal contra mi piel me hizo estremecer, no obstante, no dije nada. Podía sentir la cercanía de Minnie, su presencia era una constante, mientras que realizaba su acción de atarme.
Sentí cómo Minnie se movía detrás de mí, su cuerpo rodeándome en un abrazo protector. Sus manos se posaron en los extremos de mis brazos temblorosos, su tacto era una mezcla de firmeza y suavidad que me tranquilizaba. Luego, inclinó su cabeza y acercó sus labios a mi oreja izquierda. Su aliento cálido contra mi piel me hizo estremecer, enviando una oleada de escalofríos por toda mi fisionomía.
—Ahora te sacaré de aquí...—susurró, su tono era un murmullo suave pero decidido en mi oído. Sus palabras resonaron en mi cabeza mientras me guiaba a la salida de la habitación, su presencia a mi lado se convirtió en un faro de seguridad, un ancla en medio de la tormenta de incertidumbre y miedo que me rodeaba.
Minnie la guió con paciencia y cuidado, su voz suave y constante indicándole cuándo girar, cuándo bajar las escaleras. Ese tono calmado, tan característico de él, era un bálsamo para su nerviosismo, evitando que cayera en el pánico. Este traslado repentino de ubicación era necesario, todo debido a la imprudencia de su amigo Chris Bahng. Una sensación extraña se arrastraba por la piel del cabeza del grupo, una inquietud que no podía ignorar y que había precipitado este cambio de construcción. Mientras que continuaba dirigiendo a Mintara, sus ojos también se movían hacia su equipo. Les lanzaba miradas firmes, gestos silenciosos que indicaban en dónde colocar ciertos objetos o un gesto de silencio para que no distrajeran a Mintara.
No quería que nada perturbara su concentración, sabía que mantenerla calmada era esencial en este momento de tensión.
—De acuerdo, Mintara... Ahora saldremos al exterior y tendrás que subir a la camioneta, ¿de acuerdo?—indicó, deslizando la puerta del vehículo abierto. Extendió una mano para ayudar a Mintara a subir a los asientos traseros.—Pero necesito que te recuestes. Voy a cubrirte con una manta, ¿está bien? Necesito que pases desapercibida.—añadió, su voz era un murmullo tranquilizador en medio de la tensión. Sus palabras eran claras y directas, diseñadas para mantener a Mintara centrada y calmada durante el traslado.
Ella asintió en respuesta a sus palabras, pero Minnie notó que no podía dejar de temblar. Cuando uno de sus hombres dejó caer algo con un ruido estridente, la princesa se sobresaltó. Sin embargo, Minnie colocó su mano sobre sus piernas, que estaban más cerca de él debido a su posición recostada, y comenzó a acariciarla suavemente, tratando de tranquilizarla.
—¡¿Qué fue eso?!—preguntó Mintara, su voz temblaba de miedo.
—Tranquila, solo fue uno de mis hombres—Minnie la tranquilizó, lanzando una mirada de advertencia al culpable—que dejó caer algo. Estás a salvo, no dejaré que nada te suceda. ¿Recuerdas?—recordó su promesa, su rugido era un murmullo suave y calmante en medio del caos. Su mano seguía acariciando su pierna, un gesto tranquilizador que parecía transmitir su promesa de protección.—¿Qué hacen las ballenas cuando están enamoradas, Mintara?
—¿Qué...?—respondió confundida ante esa pregunta inesperada.
—Solamente quiero saber, aún me intriga ese dato.—Minnie contestó, su tono revelando una curiosidad genuina. Dirigió una mirada rápida a sus hombres, instándolos a apresurarse para poder irse rápidamente de allí.
—Cuando las balle-llenas están enamoradas..., realizan un canto especial y-y complejo para comunicarse entre ellas. También se acercan y nadan juntas en parejas, demostrando su afecto y compañía.—aclaró su garganta, queriendo ocultar su temor.
—Es fascinante cómo los animales expresan su amor de diferentes maneras, ¿verdad?—Minnie esperaba que esta breve conversación pudiera distraer a Mintara del miedo que la rodeaba, al menos por un momento. Quería mantenerla enfocada en algo positivo mientras se preparaban para partir y dejar atrás aquella construcción.—Ahora voy a cerrar la puerta, Mintara. Pero resuélveme una duda—se acercó a la puerta de la camioneta y la cerró con cuidado, asegurándose de que estuviera bien sellada. Luego, volvió su atención a ella, entre que subía de copiloto—. ¿Alguna vez te has enamorado tanto como para poder sentir lo que las jorobadas sienten?
Mintara estaba completamente segura de su respuesta, convencida de que Felix era el amor que la hacía sentir de la misma manera que las ballenas. No obstante, cuando pronunció sus palabras, su confianza se vio eclipsada por la duda y la inseguridad.
—S-sí. Estoy segura de que quizás sienta lo mismo por mi novio, Felix es... ese sentimiento.—respondió, su voz temblorosa y vacilante. Minnie frunció el ceño, notando la falta de seguridad en las palabras de Mintara. La miró fijamente, buscando una respuesta más clara.
—¿En serio? Porque no pareces tan segura.—comentó, su tono revelando una mezcla de sorpresa y sarcasmo. En ese preciso momento, la puerta del lado del conductor se abrió de golpe, revelando la imponente figura de uno de los hombres más grandes que Minnie tenía en su equipo. Una mirada de complicidad pasó entre Minnie y el hombre, quien le dio una señal clara de que era hora de marcharse.
—Claro que lo estoy. Felix es... una gran persona. Él... en verdad me ama—respondió rápidamente, tratando de disipar cualquier duda que Minnie pudiera tener. No se asustó cuando el motor del auto se encendió y comenzaron a moverse lentamente—. Felix es como una fuerte y poderosa, pero también gentil y amorosa ballena jorobada. Su presencia llena mi vida de alegría y serenidad, al igual que el canto de las ballenas en el océano...
—¿Pero...?
Él comenzó a hablar, dándose cuenta de que tal vez había algo más detrás de toda la bondad de Lee Felix. Sin embargo, la princesa Mintara decidió fingir que no escuchó esa pregunta, manteniéndose en silencio durante unos segundos antes de hablar nuevamente.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo, Minnie?—cuestionó con una pizca de curiosidad en su tono de voz. Esta pregunta intrigó incluso al piloto, quien lanzó una mirada a su compañero, quien evitó el contacto visual desde que escuchó la pregunta.
—Ya te dije que no soy un monstruo. Entiendo que esta situación parezca terrible, pero hay algo mucho más profundo en todo esto. Hay algo más importante que cualquier otra cosa. El hecho de haberte secuestrado no significa que sea un monstruo. Hay circunstancias y motivos que quizás no puedas comprender completamente en este momento, pero te aseguro que hay más en juego aquí.—declaró seriamente, pero con su característico tono de voz que transmitía calma y evitaba asustar a Mintara.
El viaje hacia su nuevo hogar comenzó sin contratiempos, empero, horas más tarde se encontraron con una larga fila de tráfico. Era evidente que los policías están llevando a cabo una verificación exhaustiva de todos los vehículos que intentaban abandonar el centro. Minnie intercambió una mirada significativa con el piloto, ambos comprendiendo las circunstancias y la necesidad de actuar con cautela.
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