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✦ xiv. i see the desperation in ur eyes, boy

Maratón 3/3

Desde aquel encuentro sorprendentemente incómodo con Minnie, me resultaba imposible mirarlo a los ojos. El pudor de haber sido vista desnuda por él era demasiado para soportar. En este momento, me hallaba acurrucada en mi cama, la cabeza apoyada en la almohada, mi cuerpo encogido en una posición casi fetal. Las lágrimas fluían silenciosamente por mis mejillas, cada una un testimonio de mi angustia por seguir encerrada en este lugar. El silencio de la habitación, de la cual jamás salí completamente, fue interrumpida abruptamente por el sonido de la puerta abriéndose. Me sobresalté, limpié rápidamente mis lágrimas y me senté en la cama, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Cuando vi quién era, una ola de alivio me inundó.

Era Megan, la única persona que siempre lograba ser amable conmigo, a pesar de toda esta horrible situación, que estaba segura de que ambas estábamos pasando. Su presencia en el cuarto pareció disipar un poco la tensión que me he estado consumiendo. Aunque la vergüenza y la incomodidad aún persistían, porque no me podía sacar esa imagen de la cabeza, su llegada me brindó un pequeño respiro, un plazo de calma en medio de la tormenta emocional que me encontraba viviendo.

Tan pronto como cruzó el umbral, Megan comenzó a hablar sin cesar, compartiendo anécdotas de su vida. Eso logró arrancarme una sonrisa, ya que al menos una de nosotras se mantenía libre de preocupaciones y era totalmente libre. Sin embargo, noté que su cabello le molestaba mientras hablaba, resbalando como cascadas algunos rizos en su cara. Instintivamente, extendí mi mano para tomar la tela que solía usar cuando mi flequillo me fastidiaba. Resultó ser una suerte tenerla siempre a mano, pensando que la necesitaría en algún momento. Pero en esta ocasión, era ella quien la requería.

—¿Qué estás...?

Le ofrecí el paño, interrumpiendo su pregunta.

—Úsalo, evitará que tu cabello te moleste...—extendí el paño a ella, esperando que lo tomara. Sin embargo, parecía sorprendida, casi sin palabras. Esa reacción me impulsó a levantarme de la cama.—¿Puedo?—pregunté, ofreciéndome a ayudarla. Megan asintió, aunque parecía algo desconcertada por mi gesto.—Siempre usaba esto cuando mi flequillo me molestaba, incluso podría decir que es mi pañuelo de la suerte.—comenté, dejando escapar una risa suave.

Así que con delicadeza, recogí su cabello en un rodete, asegurándolo con su propia melena, y pasé la tela por su cabeza, dejando las puntas debajo del rodete para atarlo. Cuando me alejé, su cabello rizado cayó libremente, pero ya no interfería con su rostro. Ahora, su melena ya no sería una distracción. Le ofrecí una sonrisa en señal de aprobación, indicándole que se veía maravillosa con su rostro completamente visible. Ella respondió con una media sonrisa y se dirigió hacia el único espejo en la habitación, ubicado en el baño. Cuando emergió, estaba radiante, desbordando una luz que nunca antes he visto en ella. Por primera vez, pude apreciar su brillo interior. Siempre me había preguntado por qué a menudo lucía tan demacrada, casi como si estuviera enferma. Empero, nunca me atreví a preguntarle al respecto.

Porque ahora, al verla tan llena de vida, me alegré de que, a pesar de todo, Megan pudiera encontrar momentos de alegría en su vida.

Cuando salí de mi departamento esa mañana, con rumbo a la universidad, mi atención fue capturada por un camión extrañamente llamativo estacionado justo enfrente del edificio. Era un vehículo de gran tamaño, con colores brillantes que contrastaban con el gris del asfalto y la sobriedad de la calle. Me hice el desentendido, pero la visión del camión me dejó una sensación de inquietud. No era común ver vehículos de ese estilo en esta zona, y su presencia parecía fuera de lugar. Por lo tanto, acordé ignorarlo, siguiendo el paso a la universidad. Me repetía a mí mismo que debía concentrarme en lo positivo, en seguir adelante pesar a los obstáculos que me regalaba la vida. Ansiaba que cesaran las molestias y los problemas, anhelaba poder retomar mi vida en paz, sin interrupciones ni distracciones que esos detectives me estuvieron dando todas estas semanas.

No obstante, al cruzar las puertas del campus, sentí una sensación incómoda. Como si un par de ojos me miraran desde la distancia, pesados sobre mis hombros. Intenté ignorar la sensación, concentrándome en el camino hacia mis exhaustivas clases. En contra de la persistente sensación de ser observado, estaba seguro de que las miradas provenían de los estudiantes, profesores e incluso del personal de limpieza de la universidad. Las noticias sobre el secuestro de la princesa Mintara han inundado los medios de comunicación, y la escasa información proporcionada por la policía solo ha alimentado la especulación y la inquietud en el campus. Con toda la atmósfera cargada, me mantuve firme en mi camino al salón. Al llegar, ascendí por las escaleras hasta los asientos superiores del salón, un punto que siempre prefería por su tranquilidad y la perspectiva elevada que me ofrecía del aula. Mientras me acomodaba en mi asiento, una figura femenina se deslizó en un escalón más abajo, justo frente a mí. Aunque su rostro estaba parcialmente oculto por la luz tenue, reconocí al instante el perfume que flotaba en el aire. Era un aroma áspero, inconfundible, que llegué a asociar con una persona en particular. La presencia de esa fragancia en el aire, mezclada con el murmullo de las conversaciones y el zumbido de la expectación, creó una atmósfera que, pese a la tensión, me resultaba extrañamente familiar.

Aunque el perfume no era precisamente agradable, su presencia me proporcionaba una extraña sensación de constancia en medio del caos.

—¿Desde cuándo tienes Redacción Periodística Avanzada?—pregunté finalmente, dirigiéndome a la figura femenina frente a mí. Me refería a uno de los cursos más desafiantes del tercer año de la carrera de periodismo, un curso que sabía que ella no ha tomado antes.—Y aún más intrigante, ¿qué hace una estudiante de medicina en el campus de periodismo?—agregué, dejando que mi confusión se reflejara en mi voz, aunque no lo estaba para nada.

La chica giró para mirarme, y pude descifrar que se trataba de mi exnovia. Puedo notar una expresión de sorpresa que cruzó su rostro antes de ser reemplazada por una sonrisa ligeramente nerviosa.

—Siempre he tenido un interés oculto en el periodismo—admitió, jugando con un mechón de su cabello negro—. Y en cuanto a Redacción Periodística Avanzada, decidí tomarla como una asignatura opcional. Supuse que me ayudaría a mejorar mis habilidades de escritura y comunicación, incluso en medicina.

Una risa nasal se escapó de mis labios, incrédulo ante la audacia de su mentira. Era tan evidente que ni ella misma parecía convencerse de sus propias palabras. Y yo no pude evitar señalarlo en voz alta, claramente cansado de sus mentiras.

—Ni tú te lo crees, Jimin.—enuncié, mirándola con una sonrisa irónica. Su intento de engaño solo había servido para confirmar mis sospechas desde que la vi sentarse frente a mí.

—Pero, si debo ser sincera...—mencionó, haciendo una pausa mientras se mordía el labio inferior, un gesto que no pude evitar interpretar como una clara señal de mi acierto—, también esperaba que esta situación nos brindara la oportunidad de conversar más, Seungmin.

Esa inesperada confesión hizo que mi mano se relajara, deteniendo el ritmo constante con el que había estado anotando las palabras del profesor en mi cuaderno. Se suponía que mi atención debía estar centrada en la lección, en los conceptos y teorías que el profesor estaba explicando con tanto detalle. Pero la intrusión de su voz en mi espacio personal logró desviar mi concentración, creando un conflicto interno entre mi deber académico y la distracción que representaba su presencia. Pese a sus intentos por iniciar una conversación, yo no tenía ningún interés en entablar un diálogo con ella. Debido a que su presencia, aunque demasiado familiar, no era bienvenida en este mismo momento. Quería centrarme en mi trabajo, en mis estudios universitarios, sin las complicaciones que su presencia inevitablemente traería a mi vida, al igual que esos oficiales. 

No quería tener ninguna conversación con ella, ni ahora ni en el futuro. Su insistencia solo servía para reforzar mi resolución de mantenerme distante.

—¿Conversar más...?—repetí en un bisbiseo, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado en un gesto de incredulidad. Lentamente, desvié mi mirada de la pared para encontrarme con sus ojos, permitiendo que la sorpresa se reflejara en mi expresión.—Jimin, permíteme ser claro. De todas las personas en este campus, tú eres la última con quien quiero tener una conversación. No sé qué te hizo pensar que podríamos tener algo de que hablar, pero te equivocas. Así que te agradecería que me dejaras concentrarme en mi clase.

No quería ser tan severo con ella.

Después de todo, Yoo Jimin había sido una parte importante de mi vida, especialmente en el aspecto romántico. Pero tras su traición, lo último que quería era tener que interactuar con ella. Después de pronunciar esas palabras, vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, listas para derramarse. Empero, su orgullo prevaleció. Recogió sus cosas en un abrir y cerrar de ojos y se marchó del salón. Los demás estudiantes apenas la notaron, todos estaban absortos en la lección, a diferencia de ella. Y yo, aunque un poco afectado por su intromisión, volví a centrarme en la clase, decidido a dejar el pasado donde pertenece. Luego de lo que parecieron ser cinco interminables horas en el aula, decidí que era hora de un respiro.

Mis pasos me llevaron a la cafetería del campus, un bullicioso epicentro de estudiantes y profesores buscando una pausa en su día. Necesitaba algo de comer antes de que mi estómago decidiera hacer una protesta audible. Escogí una mesa al aire libre, disfrutando del sol cálido y del bullicio suave que me rodeaba. Yacía a punto de hincarle el diente a mi Khao Khai Chiao, un plato tailandés que se había convertido en mi favorito dentro de la cafetería, cuando una sombra cayó sobre mi mesa.Levanté la vista, mi boca abierta en medio de un bocado, para hallarme una vez más con una figura familiar. Un rubio de mirada severa se sentó frente a mí, su expresión claramente indicaba que no estaba de humor para bromas. Mi tenedor quedó suspendido en el aire mientras lo observaba, mi sorpresa evidente.

«¿Acaso hoy era el día en que todos decidían interrumpirme? ¿No podía disfrutar de mi comida en paz?» Fue lo primero que pensé, dejando mi tener sobre el plato de mi comida. Hice un esfuerzo para fingir entusiasmo al observar a Lee Felix sentado en la misma mesa que yo, sus faroles clavados en mí sin desviarse. Podía sentir las miradas curiosas de los demás estudiantes sobre nosotros, y eso únicamente añadía a la lista de cosas que estaba empezando a odiar de este maldito día.

—¿Vas a quedarte mirándome toda la tarde?—cuestioné, tratando de mantener mi tono ligero a pesar de la incomodidad que sentía.

—Jimin te ama y tú...—comenzó Felix, su disgusto evidente mientras me miraba de arriba abajo. No pude evitar soltar una risa nasal, desviando la mirada hacia un lado. Porque me di cuenta de que no podré comer en paz—. Eres como una autopsia mal hecha.

Al terminar su comentario, Felix me miró con una expresión de disgusto que solo logró encender mi propio resentimiento. No entendía por qué se sentía con el derecho de entrometerse en mis asuntos. Sí, era el mejor amigo de mi exnovia, sin embargo, eso no le daba carta blanca para interrumpir mi comida y alterar mi estado de ánimo. Respiré hondo, moviendo mi cuello de un lado a otro en un intento de aliviar la tensión que se ha acumulado. Por demás de que decidí responder con una referencia a mi propia especialidad, igual que lo hizo él.

—Felix, en periodismo hay algo que se llama ética profesional. Significa que no te metes en asuntos que no te conciernen. Tal vez deberías considerar aplicar eso en tu vida personal también.—le dije, mirándolo directamente a los ojos.—Porque a mí no me ves yendo por ahí contándole a todo el mundo que te cogías a la princesa, ¿verdad?—contesté, disfrutando del asombro que se dibujó en su faz. Claramente, no esperaba que yo supiera ese secreto. Ante su silencio, rematé con una última observación, una que esperaba que lo dejara sin palabras.—Sí, sé más de lo que crees. Así que te sugiero que la próxima vez que decidas meter tus narices en mis asuntos, primero te asegures de que tus propios secretos estén bien guardados.

Con esas palabras finales, me levanté de la mesa, agarrando mi comida. Necesitaba encontrar un lugar donde pudiera comer en paz, lejos de las interrupciones y los dramas innecesarios. El cuarto oscuro del club de fotografía me vino a la mente. Era un lugar tranquilo, un refugio donde podía relajarme y concentrarme en mi trabajo sin ser molestado. Con esa idea en mente, me alejé de la cafetería, dejando atrás la mirada atónita de Lee Felix. Yacía muy decidido a disfrutar del resto de mi comida en soledad, en un sitio en donde los secretos y los rencores del pasado no pudieran alcanzarme.

Había salido del cuarto con una sonrisa forzada, sus luceros brillando con una emoción mal disimulada. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se percató de la presencia de su hermano menor, apoyado contra la pared del pasillo, observándola con una media sonrisa en su blanco rostro.A pesar de su juventud, él era lo suficientemente astuto para darse cuenta de que su hermana se encontraba a punto de meterse en un gran lío. Y, como siempre, él sería el que tendría que lidiar con las consecuencias. Porque sabía que a Megan nunca se le reprendía por sus errores. Siempre era él quien tenía que limpiar el desorden que ella dejaba a su paso. Pese a las circunstancias, Chris no podía evitar sentir un cierto alivio al ver a su hermana tan animada, incluso cuando su salud se deterioraba día tras día.

Pero hay una preocupación creciente en su mente, una que no podía ignorar por más que lo intentara.Megan había estado frecuentando a la princesa con demasiada regularidad, algo que no podía pasar desapercibido por mucho tiempo. Y Chris sabía que esto podría traer problemas, especialmente con Minnie. Él ya se encontraba nervioso debido a la reticencia de los monarcas a entregar «La Rosa del Norte», y la cercanía de Megan con la princesa simplemente agregaba leña al fuego.Sabiendo que no podía quedarse de brazos cruzados mientras su hermana se adentraba en un territorio peligroso, así que el hermano menor decidió que era hora de hablar con ella, una vez más.

Sencillamente esperaba que esta vez Megan realmente escuchara y comprendiera la gravedad de la situación. Aún con sus repetidas conversaciones, la respuesta de la mayor siempre había sido la misma: asentía y decía que entendía, pero luego continuaba con sus acciones como si nada hubiera cambiado. Era frustrante, por decir lo menos, ver a su hermana repetir los mismos errores una y otra vez. No obstante, Chris no podía rendirse. Tenía que seguir intentándolo, por el bien de Megan y por la paz de la familia que se formó con ellos. Solo esperaba que esta vez, sus palabras en verdad tuvieran algún efecto. Cuando Megan levantó la vista, se encontró con la mirada seria de Chris. Su ceño fruncido cambió en un instante, adoptando una expresión de autoridad. Aunque le dolía tener que ser severo con su hermana, especialmente cuando está enferma, sabía que era necesario para que comprendiera la gravedad de la situación.Megan, con su cabello rizado aplastado por una bandana roja, se acercó a él con pasos lentos. Chris podía ver en su expresión que yacía buscando una excusa, tratando de hallar las palabras adecuadas para explicar sus acciones.

Empero, Chris estaba decidido a no dejar que sus excusas le impidieran transmitir la seriedad de la situación.

—Ya hemos hablado...

—Lo sé, lo sé...

—De esto, Megan.—Chris dijo por encima de su hermana, con sus brazos cruzados.

Sus voces se entrelazaron, cada uno intentando hacerse escuchar por encima del otro. Ambos estaban convencidos de que sus puntos de vista eran válidos y necesarios. La frustración se palpaba en el aire, una tensión palpable que solamente se intensificaba a medida que la conversación continuaba. 

—De verdad lo siento, Chris. Pero... es que...—Megan comenzó, su voz se desvaneció hasta quedar en silencio. Se encogió de hombros con indiferencia, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para explicar su comportamiento a su hermano. Parecía que, por primera vez, estaba realmente luchando para justificar sus acciones.

Pero antes de que Chris pudiera responder, algo cambió en Megan. De repente, se dobló sobre sí misma, tosiendo violentamente. Él observó con horror cómo su hermana tosía sangre, coágulos oscuros manchando la palma de su mano.Megan levantó la vista hacia él, sus fanales llenos de miedo y preocupación. En ese momento, Chris comprendió una verdad que Megan ha estado ocultándole.Sin perder un segundo, el menor se apresuró a ayudar a su hermana, cuyo cuerpo parecía debilitarse con cada tos.

—¡Meg! ¿Qué sucedió? ¿No has tomado tus medicamentos? Te lo he dicho más de una vez, tienes que hacerlo o los síntomas volverán.—notificó Chris, su voz llena de preocupación y miedo. A pesar de las dificultades que enfrentaban, Megan seguía siendo su hermana, y haría todo lo posible para ayudarla.

—Es qu-ue...

—¿Es que qué?—interrogó Chris, frunciendo el ceño en preocupación.

La mayor, Megan, dejó de toser por un breve momento, lanzándole una mirada llena de remordimiento a su hermano menor, mientras que limpiaba la sangre de su mano con la manga de su remera blanca.

—No... hay más.—declaró Megan, las lágrimas comenzando a deslizarse por sus mejillas debido al esfuerzo de la tos.

—¿Qué has dicho?

—No hay más medicamentos, se agotaron...—confesó Megan, su tono de voz apenas un susurro. La gravedad de sus palabras colgaba en el aire entre ellos, una verdad dura y cruel que ninguno de los dos podía ignorar.

La escena que siguió fue frenética. Chris se precipitó escaleras abajo, rebuscando en la caja donde siempre guardaban los medicamentos de Megan. La urgencia de sus movimientos captó la atención de los demás, que comenzaron a salir de sus guaridas intentando entender qué está sucediendo, ante todo el escándalo. Aunque los intentos de algunos por detener a Chris, su miedo era tan palpable en su mirada que nadie se atrevió a interponerse en su camino.

—¿Hace cuánto se agotaron exactamente, Megan?—preguntó Chris, su voz temblaba de terror. Pero Megan bajó la mirada, evitando su mirada.—¡¿Hace cuánto, Megan?!—insistió Chris, su tono de voz resonando en el silencio que se había apoderado de la sala.

Porque la gravedad de la situación era innegable, y todos esperaban con el aliento contenido la respuesta de Megan. Sin embargo, cuando Megan finalmente confesó que los medicamentos se habían agotado hace tres días, el miedo se reflejó en la mirada de todos los presentes. La ira comenzó a nublar la vista de Chris, que se dirigió a su habitación, cogió su chaqueta y lo necesario, y salió de la casa. Uno de los chicos salió corriendo tras él, atormentado por la reciente revelación, pero lo suficientemente lúcido para darse cuenta de que Chris sería capaz de cualquier cosa por su hermana, especialmente cuando vio que ha guardado su arma.

—¡Hyung, espera!—gritó, corriendo para alcanzarlo y que no cometiera un gravísimo error.—¡¿Cuál es tu idea?! Detente, Chris.

—No... me... molestes.—respondió sin detenerse, su voz era un gruñido de frustración.—No estoy de humor para esto, Yang.

—Minnie vendrá en cualq...—el pelinegro intentó razonar con él, su voz temblaba de miedo.

Chris se detuvo en seco, girándose para enfrentar al menor con una mirada de pura determinación.

—Si quiere echarme o matarme, que lo haga, no me interesa. Mi hermana es lo más importante ahora. ¡Y tú lo sabes!

—¡Hyung!—gritó el menor, pero Chris ya se había alejado, su figura desapareciendo en la distancia.

Debido a que su hermana era su prioridad, y nada ni nadie se interpondría en su camino.

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