✦ ix. confusion under the moon
Luego de que cerró la puerta, me quedé allí, inmóvil en el pavimento, el cuaderno aún en mis manos. Las páginas, llenas de imágenes de ballenas, parecían burlarse de mí, una cruel ironía en medio de mi situación. El silencio del cuarto era casi ensordecedor, interrumpido simplemente por el latido constante de mi corazón. Mis pensamientos están en un torbellino, una tormenta caótica de emociones y preguntas sin respuesta. A pesar de la situación en la que me encontraba, pese a la realidad de mi cautiverio, no podía evitar sentir una extraña conexión con él. ¿Sería porque compartió interés en saber más sobre las ballenas? ¿O era solo el resultado de estar atrapada con él durante tanto tiempo, forzada a interactuar y a conocerlo más allá de su papel como mi captor?
Sacudí la cabeza, tratando de deshacerme de esos pensamientos. Me recordé a mí misma que no importaba cuánto intentara humanizarlo en mi cabeza, no podía olvidar el hecho de que era él quien me arrancó de mi vida. Era él quien me mantenía aquí, lejos de mi familia, de mis amigos, de todo lo que conocía. Pese a mi cautiverio, no podía ignorar la amabilidad que él me mostraba. Sus ojos parecían brillar con un interés genuino cada vez que hablaba, sus preguntas eran consideradas y reflexivas, como si realmente valorara mi opinión.
Sin embargo, ¿por qué? ¿Era todo parte de un plan más grande, una estrategia para ganarse mi confianza y hacerme más manejable? ¿O hay algo más en él, algo que no podía ver o entender todavía? La tarde pasó en un abrir y cerrar de ojos, pero para mí, cada minuto parecía una eternidad. Me revolví en la cama, las sábanas enredadas alrededor de mis piernas mientras luchaba con estas preguntas. Cada vez que cerraba los párpados, veía su rostro, su sonrisa amable, sus ojos llenos de misterio. Cuando la noche cayó, la luna se movía lentamente a través del cielo, sus rayos plateados arrojaban sombras danzantes a través de la habitación. Intenté hallar respuestas en la tranquilidad de la noche, sencillamente que no importaba cuánto lo intentara, no podía encontrar ninguna. Cada vez que creía estar cerca de entender algo, se desvanecía como humo, dejándome de nuevo en la oscuridad.
El amanecer llegó demasiado pronto, y con él, la dura realidad de mi situación.
Me sentía más cansada que cuando me había acostado, mi mente era un carrusel interminable de dudas y miedos, mis pensamientos seguían dando vueltas, una y otra vez, en un ciclo interminable de incertidumbre. Empero, no podía negar una verdad incómoda: estaba atrapada aquí, con él. Y por ahora, no hay nada que pudiera hacer al respecto porque cada intento de escapar, cada plan que formaba, parecía inútil ante la enormidad de mi situación. Estoy a merced de este hombre, un hombre que, a pesar de su amabilidad, era mi captor. Un sujeto que, por alguna razón insondable, mostraba un interés palpable en mí, en mis palabras, en mis pensamientos.
Mientras luchaba por desentrañar el por qué de su interés, una pregunta persistente se anidaba en mi mente: ¿Qué me depararía el futuro en este lugar desconocido, con este enigmático individuo? El miedo se apoderó de mí otra vez, intensificándose en el preciso instante en que las puertas se abrieron una vez más. De todos modos, para mi alivio, el recién llegado no era mi secuestrador, sino la única mujer que he conocido en este ominoso edificio que parecía estar al borde de la ruina.
—Buenos días, Min...—dijo, su sonrisa se extendía de oreja a oreja mientras sostenía una bandeja de plata con el desayuno de hoy. Pero noté cómo la sonrisa se desvanecía lentamente de las comisuras de sus labios.—Lo siento, no fue apropiado de mi parte llamarte así.
—No, no te preocupes. De hecho, me agrada que me des un apodo. De alguna manera, eso me hace sentir... un poco menos prisionera.
Bromeé, elevando mis cejas. Observé cómo una sombra de incomodidad cruzó el rostro de la chica al escuchar mis palabras. Dejó la bandeja sobre la cama con un cuidado exquisito, como si temiera que el más mínimo ruido pudiera perturbar el delicado equilibrio de la situación, mientras tanto, yo me encontraba sentada en la cama, con las piernas cruzadas al estilo de los indios, esperándola pacientemente.
Mi postura, aunque casual, no podía ocultar la tensión que se apoderó de la habitación.
—Megan...
La palabra flotó en el aire, un susurro apenas audible. Levanté la vista, encontrándome con su mirada que está fija en el desayuno que ha traído.
—¿Qué?
—Mi nombre es Megan.—repitió, esta vez con más firmeza.
Pude percibir un cambio en su postura, una ligera rigidez en los hombros que no estaba ahí antes.
Hay una confianza inusual en su voz al revelar ese detalle personal, algo que parecía estar en directa contradicción con las reglas no escritas que su hermano estableció. Dejó muy en claro que la información sobre sus identidades debía mantenerse en secreto, temiendo que si lograba escapar, pudiera usarla para denunciarlos. Pero, ¿qué tan útil sería realmente conocer sus nombres en mi situación? ¿Sería suficiente para liberarme de este cautiverio? No lo creía así. No obstante, parecía que la idea de revelar su nombre es suficiente para hacerla sentir vulnerable. Casi de inmediato, pareció arrepentirse de su revelación.
Sus luceros oscuros se desviaron de los míos, buscando refugio en un rincón de la habitación, todavía hay un brillo cristalino en ellos, como si estuviera luchando para contener una marea de emociones que amenazaban con desbordarse. Era un gesto pequeño, apenas perceptible, pero revelador. Mostraba que, a pesar de su aparente confianza, aún había miedo e incertidumbre debajo de la superficie, así que no supe muy bien cómo debería de reaccionar ante la chica, por lo que lo único que se ocurrió decirle fue que era momento de desayunar juntas.
—¿En serio?
—Claro que sí. Me siento abandonada desayunando sola, Meg.
Cuando la llamé de tal modo pude observar una leve mueca de emoción en sus labios, mordiendo una de las medialunas que había en la bandeja de plata. Entre que yo tomaba entre mis manos una taza de café con leche, coloqué dos cucharadas de azúcar.
—¿Solían desayunar juntos en familia? Debe ser una experiencia maravillosa, ¿verdad?—levanté la mirada hacia la suya, notando cómo los ojos de Megan se iluminaban al imaginarse esa escena.
—Bueno...—vacilé un instante, tomando un sorbo de café para ganar tiempo. Cuando finalmente aparté la taza de mis labios, continué.—En realidad, las cenas eran la única comida que compartíamos en familia. Mis padres casi nunca estaban en casa durante el día. Normalmente, solía desayunar con mis amigos o con mi no...—me detuve en seco, dándome cuenta de lo que estaba a punto de revelarle a esta mujer.
La joven de cabello rizado y oscuro esbozó una sonrisa tenue, depositando delicadamente una porción de medialuna sobre unas servilletas de color blanco inmaculado. Quizás se percató de que era mejor mantener esa información en secreto. Lo último que quería era que mi novio fuera identificado por estas personas que me mantenían encerrada, no podía permitir que él corriera peligro por mi culpa. Lee Felix es un hombre de buen corazón que no merece verse envuelto en esta pesadilla.
Mientras pensaba en esto, una punzada de injusticia me atravesó.
Yo tampoco debería estar aquí. No he cometido ningún delito, no había hecho nada para merecer este cautiverio. Mi único «pecado» fue haber nacido bajo el apellido Yontararak, ser la descendiente de Chakrii y Jaidee. ¿Era eso suficiente para justificar mi situación actual? ¿Era suficiente para justificar el miedo constante, la incertidumbre, la sensación de estar atrapada? Entre que reflexionaba sobre estas preguntas, no pude evitar sentir una mezcla de ira y tristeza.
Ira por la injusticia de mi situación y tristeza por todo lo que había perdido: mi libertad, mi vida normal, y, lo más doloroso de todo, la posibilidad de un futuro con el amor de mi vida. En este preciso instante, mi mente se llena de pensamientos sobre cómo estará Felix lidiando con mi desaparición, lo último que desearía es que se sienta culpable, atormentado por ser la última persona que me vio con vida. Esos pensamientos me llevan inevitablemente a mi hermana Nicha. Su bienestar me preocupa aún más. No quiero ni imaginar el impacto que mi desaparición puede tener en ella. Y lo que es peor, no puedo soportar la idea de que mis padres puedan culparla por mi secuestro. La sola idea de que pueda cargar con esa culpa me desgarra el corazón.
Toda mi vida, Nicha ha sido mi roca, mi faro en medio de la tormenta, siempre estuvo a mi lado, en los buenos y malos momentos. No merece llevar el peso de mi desaparición, no merece sufrir más de lo que ya debe estar sufriendo. Mientras estos pensamientos me inundan, no puedo evitar sentir una mezcla de impotencia y desesperación, quisiera poder comunicarme con ellos, decirles que estoy viva, que no es culpa de nadie lo que me ha sucedido. Sin embargo, por ahora, todo lo que puedo hacer es esperar y rezar para que, de alguna manera, puedan seguir adelante sin mí.
—Ellos ya saben, Min...—confesó Megan, su voz apenas un murmullo en la habitación.
—¿A qué te refieres?
Pregunté, frunciendo el ceño ante su repentina confesión. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Algo en su tono me decía que lo que está a punto de revelar no era algo que quisiera escuchar.
—Ellos saben todo de ti, al menos él.—continuó Megan, evitando mi mirada. Había una tensión en su reconfortable voz, un temor apenas disimulado que me hizo temer lo peor.
—¿Qué estás intentando decirme, Meg...?—mi voz se quebró al final, la ansiedad creciendo dentro de mí. La implicación de sus palabras comenzaba a hundirse. Si ellos sabían todo sobre mí, eso significaba que también sabían sobre Felix, mis amigos, y eso podía ponerlos en un gran peligro.
—Creí que lo ibas a descifrar fácilmente. Lo que intento decirte es que él sabe todo sobre ti. Sobre tu vida, tus gustos, tus seres queridos...—Megan se interrumpió, su mirada se desvió a sus manos entrelazadas en su regazo.
Parecía estar luchando con sus propias emociones, su rostro una máscara de conflictos por no saber de qué lado estar ahora mismo.
Sentí un nudo en el estómago. Mis peores temores se estaban materializando. Si él sabía sobre mi familia, sobre Felix, entonces, no solo yo estaba en peligro. Ellos también lo estaban. Pasé saliva con dificultad, intentando tranquilizarme porque no quería que me dé un ataque en estos instantes, era mejor sacar toda la información que se me sea necesaria.
—¿Pero cómo...?—empecé a preguntar, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.
¿Cómo podrían saber tanto sobre mí? ¿Han estado vigilándome? ¿Por cuánto tiempo? Megan se encogió de hombros, una expresión de impotencia en su rostro. Puedo darme cuenta de que ella no quería ser parte de todo esto.
—No lo sé, Min. Solo sé que él tiene sus formas y siempre parece estar un paso adelante.
Las palabras de Megan resonaron en mi cabeza, cada una como un golpe en el estómago.
No solo estoy atrapada aquí, sino que también estaba completamente expuesta y lo que era peor, las personas que me importaban también podrían estar en peligro. Solamente que por ahora, no había nada que pudiera hacer al respecto, porque me encontraba igual que expuesta que ellos, sin ninguna arma dentro de esta construcción, y... Ahora es cuando pienso en ganarme la confianza de Megan, de la rulienta chica de aura rebosante de alegría, aunque se veía más muerta que viva, pero no podía hacerle eso.
Es por esto que me eché para atrás.
—¿Será que puedes...?
—Maldición, tengo que irme.—su voz interrumpe mis palabras, y unos ruidos en el pasillo fuera de la habitación se hacen notar.
Sin embargo, su reacción me desconcierta. Se levanta de la cama con una velocidad que rivalizaría con la del mismísimo Flash.
—¿Por qué? Pensé que podrías quedarte... ¿Acaso no te permiten acercarte a mí, Megan?
—No es eso...—respondió, su voz apenas un susurro. Había un temor palpable en sus ojos, una tensión que no he notado antes.—Min, es solamente que... si él me encuentra aquí, podría haber problemas con Chris. No quiero que él esté en problemas... Sé que él es...
Sus palabras colgaron en el aire, cargadas de implicaciones no dichas, no necesitaba que ella explicara más. Comprendí lo que está diciendo, puede que Chris no me agrade en lo absoluto, pero eso no quita que sea el hermano menor de una hermana mayor más que aterrorizada por los regaños de sus padres. Nunca lo entendí, pero lo vi en mi hermana mayor, siempre culpable de mis problemas. Por demás de que si la encontraban en mi habitación, si se descubría que habíamos estado hablando sobre mi familia, Felix o amigos, ambas podríamos meternos en problemas. Y dado mi cautiverio, era seguro asumir que esos problemas no serían insignificantes... o es lo que pasaba por mi cabeza.
—Entiendo.—contesté finalmente, asintiendo con la cabeza. No quería poner a Megan en peligro.
No quería que nadie más sufriera por mi causa.
Megan me lanzó una última mirada, llena de una mezcla de alivio y preocupación, antes de desaparecer por la puerta de la habitación. Me quedé allí, sentada en la cama, con el eco de sus palabras resonando en mi cabeza, ellos sabían todo sobre mí y ahora, más que nunca, necesitaba encontrar una manera de escapar.
La sorpresa se apoderó de Chris Bahng cuando el golpe lo desequilibró, enviándolo tambaleándose hacia atrás en su silla de madera lleno de moho, demostrando de que en cualquier minuto se rompería en pedazos y no por el golpe que recibió de su amigo y compañero de éste secuestro con fines malévolos. Su mejilla palpitaba de dolor, un dolor que se extendía hasta su ego. Parpadeó, aturdido, mientras que intentaba procesar lo que acababa de suceder, cuando finalmente levantó la vista, se encontró con la mirada furiosa y desafiante de su colega. Nunca lo ha visto con esa expresión en su faz, simplemente cuando uno de sus amigos cometían los mismos errores de siempre, empero, no él, jamás Chris.
—¿Por qué diablos me pegaste?—logró balbucear, su voz sonaba más débil de lo que le hubiera gustado. Llevó una mano a su mejilla adolorida, sintiendo el calor que emanaba de la piel enrojecida.
La respuesta fue tan fría y cortante como el viento invernal.
—Eres un desgraciado, Chris. Más te vale que cuides tu espalda porque si me entero de que alguien más sabe sobre nuestro plan...
El corazón de Chris saltó en su pecho. La amenaza, aunque no completada, resonaba en el aire entre ellos, tan palpable como una presencia física.
—No sé de qué...
—La visitó, ¿sabías? Solo espero que no le haya dicho nada más.—interrumpió su compañero, su voz era un susurro cargado de advertencia.
El estómago de Chris se contrajo. ¿Había visitado a la princesa Mintara Yontararak? ¿Qué le ha dicho? ¿Sabía ella algo sobre el plan? No... no podría. Él no le dijo nada. ¿O sí?
—No... no le dije nada, te lo juro. Y si Megan lo supiera jamás sería capaz de decirle algo tampoco.—se apresuró a decir, su voz temblaba con la ansiedad que comenzaba a apoderarse de él.
—Más te vale, Chris.—fue la respuesta fría y dura.—Porque si descubro que le has contado algo, o al revés, te aseguro que te arrepentirás.
Con esas palabras finales, él se dio la vuelta y salió del intento de sala de estar, dejando a Chris Bahng solo con sus pensamientos y miedos. Ahora, quedaba esperar y ver si había dicho la verdad, ya que si no, las consecuencias podrían ser devastadoras. Desde ese suceso no dejaba a su hermana mayor vagar por los corredores del establecimiento en donde tenían secuestrada a la princesa, para cuidar de sus propias vidas antes de que terminen en las calles o sin ningún tipo de recaudo para los medicamentos que Megan necesitaba para su salud.
Sin embargo, aquel día había una ausencia palpable en el aire, su hermana mayor desapareció, por lo que él, con una paciencia calculada, se apoyó contra una pared cuya pintura, una vez brillante, ahora se desprendía en pedazos, revelando el hormigón desnudo debajo. Creó un estruendo deliberado, un ruido lo suficientemente fuerte como para atraer la atención de Megan, minutos después, la puerta del cuarto se abrió y su hermana emergió, su rostro era un lienzo de miedo y confusión. Sus ojos, amplios y alerta, escudriñaban cada rincón del corredor, cada sombra que podría ocultar un peligro.
Antes de que pudiera reaccionar, Chris la atrapó por el brazo y la guió suavemente a la pared, colocándola a su lado. La miró con una expresión compleja, una mezcla de emociones que era difícil de descifrar, había enfado allí, sí, pero también una profunda tristeza, un miedo palpable y una vergüenza que parecía arraigada en lo más profundo de su ser. Hay tantas cosas que quería decir, tantas emociones que necesitaba expresar, pero las palabras parecían atrapadas en su garganta. Así que se quedó allí, apoyado contra la pared junto a su hermana, mientras que un silencio cargado se extendía entre ellos.
—¿Tú quieres que nos maten o qué?—antes de que ella pudiera responder.—¿No te das cuenta de lo peligroso que es lo que estás haciendo?—preguntó, su mirada se clavó en la de ella, buscando algún indicio de comprensión.—Estás jugando con fuego, Megan. ¿Me puedes decir qué hacías en su... habitación? ¿Eh?—indagó, verificando que nadie se encuentre por el pasillo en estos momentos.
Ella se removió en su lugar, sin poder mirar a su hermano a los ojos.
—Me aburría en mi cuarto y quería... verla. Nada más.
—¿Por qué? Si Min...
—Chris.—advirtió su hermana de inmediato.
—Demonios... Parece que la única persona que está arruinando algo aquí soy yo. ¿Cierto?—lanzó una risa nasal, cruzado de brazos descubiertos y con una mirada en el pavimento de madera. Su hermana dio un movimiento, enredando sus brazos en la cintura de Chris.—No lo vuelvas a hacer.
—No te alteres tanto, hermanito.—respondió Megan, su tono era ligero, pero sus ojos reflejaban una seriedad contrastante.—No todos los días te comportas de manera tan irracional, y te prometo que dejaré de interferir en lo que planean hacer con... Min.
Al escuchar el nombre, Chris rio con incredulidad, alejándose un poco del cuerpo de su hermana mayor Megan. Su mirada la recorrió de arriba abajo, sus orificios oculares brillaban con una mezcla de diversión y sarcasmo.
—¿Min?—repitió, enfatizando cada sílaba del apodo con una sonrisa burlona.—¿Ya son mejores amigas? Vaya, que apodo más original.
Se burló de su hermana, abrazándola de nuevo, mientras que ella golpeó de su espalda con mucha fuerza, para que comprenda que no era un chiste para Megan. Únicamente que logró que su hermano se ria con mucha más razón.
Se deslizó silenciosamente por la habitación, su presencia tan discreta que Mintara no notó su llegada. Ella estaba absorta, su atención completamente cautivada por el espectáculo que se desplegaba ante sus ojos. La luna llena, en su majestuosidad celestial, dominaba el cielo nocturno, derramando su luz plateada sobre el mundo.
La habitación está bañada en un resplandor etéreo, transformando lo ordinario en algo mágico. Mintara, inmóvil frente a la ventana, parecía una estatua hecha de luz lunar, sus luceros reflejaban el brillo de la luna, su cara iluminado por el resplandor suave y plateado. Tan absorta está en la contemplación de la luna llena que no se percató de la figura que avanzaba lentamente hacia ella, la presencia silenciosa se movía con una gracia cautelosa, como si temiera romper el encanto de la escena. Empero, la aparición repentina del hombre sobresaltó a Mintara, provocando que su mirada se fijara de inmediato en él. Su presencia era como un imán, atrayendo su atención de manera ineludible. Pero, al darse cuenta de su intensa mirada, ella desvió rápidamente los ojos a la ventana, apenas podía ver a través de ella, ya que unas rejas de hierro se interponían entre Mintara y el mundo exterior.
Estas rejas eran un recordatorio constante de su cautiverio, una barrera fría y dura que la mantenía alejada de la libertad. No están allí solamente para evitar su escape, sino también para prevenir cualquier error que pudiera poner en peligro a todos ellos. El silencio se extendió en el cuarto, simplemente roto por el suave murmullo del viento nocturno. Mintara se quedó allí, con los ojos fijos en las rejas de la ventana, mientras que la figura del sujeto permanecía en la penumbra, observándola en silencio. Él permaneció en silencio, observándola, entre que ella observaba por la ventana. Aun cuando hay gran distancia entre ellos, podía sentir la tensión que emanaba de ella, una mezcla de frustración y resignación. Sabía que anhelaba la libertad, que deseaba más que nada escapar de las rejas que la mantenían cautiva. Finalmente, rompió el silencio.
—Te entiendo.
Las palabras de él colgaban en el aire, una afirmación que parecía tan absurda como dolorosa. Mintara se giró lentamente para enfrentarlo, su rostro era un enigma de emociones reprimidas. La ira burbujeaba justo debajo de la superficie, pero se mordió la lengua, consciente de que cualquier palabra mal colocada podría ponerla en peligro.
—¿Entiendes...?—repitió, su voz apenas un susurro, cargada de incredulidad y desafío.
Él asintió, su rostro era serio, sus ojos llenos de una determinación inquebrantable.
—Entiendo lo que sientes.—afirmó, su voz era suave pero firme.—Y haré todo lo que esté a mi alcance para sacarte de aquí.—las palabras parecían flotar en el aire entre ellos, una promesa que parecía tan frágil como la luz de la luna que se filtraba por la ventana.—Pero para eso, tus padres deben entregar La Rosa del Norte.—añadió.
Su voz se había vuelto más suave, casi un susurro. Mintara sintió un escalofrío recorriendo su espalda.
«La Rosa del Norte...» Pensó con gracia, porque eso significaba que nunca saldría de aquí. Aunque sus padres fueran capaces de entregar la apreciada joya, ella sabía que nunca lo harían, no a costa de su libertad. Así que se quedó allí, mirándolo, mientras que la realidad de su situación se asentaba en ella. Estaba atrapada, y no hay salida a la vista. No obstante, el muchacho sabía muy bien que eso era cierto, que si era por los padres de la princesa ella jamás volvería a ver a sus seres queridos, pero tendría que hacerles entender a esos viejos ricachones que él no era ningún estúpido sin cerebro.
Él sabía mucho más.
Rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos, decidió revelar algo personal, algo que podría ayudar a construir una conexión, por muy pequeña que fuera.
—Mis amigos me dicen Minnie.—notificó, su voz era suave, casi nostálgica.
La revelación pareció sorprenderla, sus fanales se abrieron un poco más, y él pudo ver una chispa de curiosidad en ellos.
«Minnie». Un apodo que parecía demasiado suave, demasiado inocente para un hombre en su posición, pero era suyo, un recordatorio de días más simples, de risas compartidas y camaradería. Mintara lo miró, su expresión era indescifrable. ¿Qué pensaría de él ahora? ¿Vería más allá del secuestrador, del hombre que la mantenía cautiva, y vería al hombre detrás del apodo? Por un breve momento, el silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez, no era una barrera, sino un puente, un primer paso a la comprensión mutua. Solo el tiempo diría si este pequeño acto de apertura marcaría una diferencia, no obstante, por ahora, era un comienzo.
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