Capítulo IX: La rubia
En el momento que crucé el umbral de la casa de mis tíos en Alemania, una sensación de desasosiego se apoderó de mí. Algo dentro de mí sabía que nada saldría bien. La escena que se desplegó ante mis ojos me heló el corazón: mis padres sentados en la salita, tomando el té con una tranquilidad que me pareció cruel.
Su mirada se posó en mí, y por un instante, vi una sombra de sorpresa en sus ojos. Pero rápidamente, la disimularon con una sonrisa forzada. Me dolía que no pudieran mostrar su verdadera preocupación por mi bienestar. Me dolía que no pudieran ver más allá de su propia indiferencia.
El resto de la tarde la pasé encerrada en la habitación de mi prima, esperando en vano que mis padres se dieran cuenta de mi sufrimiento. Esperando que se les accionara el interruptor de la preocupación, que se les ocurriera que su única hija estaba sufriendo. Pero la puerta que llevaba horas viendo con anhelo no la abrieron ellos.
Fueron mis tíos quienes finalmente la abrieron, sus rostros llenos de comprensión y empatía. No necesitaron preguntar cómo me sentía; lo sabían. Lo veían en mis ojos, en mi postura, en mi silencio. Sabían que jamás tendría la aprobación de las únicas personas a quien yo amaba.
Su silencio fue un abrazo, un gesto de solidaridad en medio de la indiferencia de mis padres. Me sentí comprendida, pero también me sentí rota. Rota por la falta de amor y comprensión de aquellos que deberían haberme brindado todo su apoyo.
En ese momento, supe que mi dolor no tenía fin. Que mi búsqueda de aprobación y amor sería una lucha constante. Pero también supe que no estaba sola. Mis tíos estaban allí, dispuestos a escucharme, a abrazarme, a amarme sin condiciones. Y eso, por lo menos, era un consuelo en medio de la oscuridad que me rodeaba.
Con miradas furtivas y alegría, mis tíos me llevaron abajo para cenar juntos. La tensión que había sentido anteriormente se disipó un poco al ver sus rostros sonrientes y llenos de preocupación por mí.
—Katia, ¿qué pasó? —preguntó mi tía—. Tu apariencia... parece que has pasado por un infierno.
Mi tío asintió, su mirada seria quiso saber. —Sí, hija, explícanos.
Respiré hondo y comencé a contar mi historia. Les conté sobre cómo mi carrera como modelo de élite se había venido abajo después de un incidente que me había dejado con una reputación arruinada.
—Dorian, mi mejor amigo, trató de ayudarme —dije—. Pero incluso él no pudo evitar que los directores me dejaran ir.
Mi tía frunció el ceño: —¿Y qué hay de Leila? —indago—. ¿La joven que te ayudó?
—Ella es increíble —exprese—. A pesar de apenas conocerla, me demostró que significa justicia y va de la mano con lealtad. Y lo mejor es que Dorian está enamorado de ella.
—Parece que tu amigo ha encontrado a alguien especial —Mi tío sonrió.
—Sí —respondí—. Y me alegra por él. Dorian es un gran tipo y se merece alguien como Leila. Ella es la única que puede hacer que él sea feliz.
—Y tú, Katia —Mi tía me tomó la mano—. ¿Qué hay de ti? ¿Estás bien?.
—Estoy tratando —suspiré—. Pero es difícil ver cómo todo lo que trabajé… Los esfuerzos que hize, solo para conseguir ver cómo se va por la borda.
—No te preocupes, hija —mi tío me abrazo—. Todo saldrá bien. Tú encontrarás tu camino y tu propósito. Y siempre tendrás a Dorian y a Leila para apoyarte.
Sonreí, sintiendo una sensación de gratitud hacia mis tíos y hacia Dorian y Leila, quienes me habían demostrado que la amistad y el amor verdadero existían.
Mirar a Leila era como contemplar un rayo de sol en una mañana de primavera. La alegría que emanaba de sus hermosos ojos verde olivo era contagiosa, y su energía llena de vida me hacía sentir viva. Su seguridad en sí misma era inspiradora, y lo rebelde de su actuar me hacía sonreír. Pero era su lado romántico lo que me fascinaba. La forma en que sonreía, como si el mundo entero fuera un lugar mágico y maravilloso. Esa sonrisa nunca parecía borrarse de su rostro, y me hacía sentir que todo iba a estar bien.
Ella era la definición de "felicidad con patas". Era como si hubiera nacido para iluminar el mundo con su presencia. Y por esa razón, la quería como mi amiga. Leila era lo que necesitaba en mi vida: una dosis de alegría, una pizca de rebeldía y un corazón lleno de amor. Me sentía atraída por su luz. Quería estar cerca de ella, quería aprender de ella, quería ser como ella. No solo porque era hermosa por fuera, sino porque su belleza interior era aún más radiante.
Leila era un regalo, un regalo que la vida me había dado en un momento en que más lo necesitaba. Y yo estaba determinada a valorarla, a apreciarla y a amarla como la amiga que era. Porque con Leila, era Leila y todo parecía posible.
Llegamos al edificio donde comeríamos con la suegra, un lugar elegante y sofisticado. En el lobby, una señora de mediana edad nos saludó con una sonrisa cálida.
Subimos al piso correspondiente, y al llegar a las dos puertas que conducían a la agencia de modelaje Gama'S, los gritos de la señora se escucharon por todo el corredor.
Amber, la madre de Dorian, estaba de pie detrás de su escritorio, su rostro enrojecido por la ira. Al notar mi presencia, borró su sonrisa y me observó fríamente.
—¡LÁRGATE!.
Su grito hizo que toda mi piel se erizará. Me sentí como si hubiera sido golpeada. ¿Por qué me hablaba de esa manera?
—Katia —escuché mi nombre detrás de mí y giré.
—Hola —Dorian se acercó a mí con una sonrisa cálida—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu viaje? ¿Cuándo llegaste?
Me sentí aliviada por su presencia tanto que me acerque a abrazarlo.
—Niña, suéltalo y lárgate de una vez.
Repitió Amber, su voz llena de veneno. No lograba entender por qué esa actitud hacia mí.
—Te calmas, mamá —advierte Dorian, soltando me y acercándose a su madre.
—Lo haré hasta que ella, —me señaló, Amber estaba indignada, su rostro enrojecido por la ira, —se vaya de aquí. ¿Cómo se atreve a venir?.
—Mamá, por favor —dijo Dorian, intentando calmarla.
—Ella no es bienvenida aquí —dijo, su voz llena de desprecio—. Nunca lo será.
Me sentí herida, pero intenté mantener la calma. ¿Qué había hecho para merecer ese trato?
—Señora, no comprendo su hostilidad conmigo —dije, intentando mantener la calma—. ¿Me podría dar una explicación?
Pero Amber no parecía dispuesta a escuchar, negando una y otra vez.
—Madre, ¿Qué te pasa? —intervino Dorian, su voz firme pero preocupada—. No hay forma de tratar así a una amiga mía.
Amber se volvió hacia él, su rostro enrojecido por la ira: —Ella no es tu amiga, reacciona, tonto. Esta mujer vino a interponerse entre tú y Leila y arruinar tu boda.
Me sentí impactada por sus palabras. <<¿De dónde sacaba esas ideas?>>.
—¿Qué estás diciendo, madre? —preguntó Dorian, lleno de incredulidad—. Eso no tiene sentido.
—Sí, sí que tiene sentido. —Pero Amber no se detuvo, su voz cada vez más alta—. Ella siempre ha estado celosa de Leila, siempre ha querido separarlos.
Justo ahí me quedé paralizada, me sentí herida por sus acusaciones. ¿Cómo podía pensar eso de mí?. Observé a Dorian, y su mandíbula casi estaba en el suelo. Estaba claro que no sabía qué hacer. Y de pronto, se escuchó una risa escandalosa. Leila, que había estado callada hasta ese momento, trató de cubrirse la boca con la mano.
—Lo siento —dijo, intentando contener la risa—. Pero esto es demasiado.
—¿Te parece gracioso? —Amber se volvió hacia ella, su rostro enrojecido por la ira y su voz llena de indignación—. ¿Te parece gracioso que esta mujer trate de arruinar tu boda?
—No, no es gracioso —Leila se calmó un poco, pero aún tenía una sonrisa en su rostro —. Pero sí es ridículo. Katia no ha hecho nada para interferir en nuestra relación.
Me sentí herida por sus palabras, pero intenté mantener la calma. Sabía que no podía dejar que Amber me afectara.
—Coffi, hermosa —dijo Dorian, acercándose a Leila para besar su cabeza con tanta ternura.
Leila sonrió y se acercó a él, disfrutando del gesto cariñoso.
—¡Ay, Dios! —exclamó Leila, limpiándose las lágrimas de la risa—. Que dramatismo... Y tu cara, amor, la hubieras visto —dijo, aún riendo—. Por un momento creí que me haría pipi.
Se agarró el estómago, intentando contener la risa. Dorian se rió también, abrazándola.
—Apuesto a que con este espectáculo ya tuviste tu gran dosis de diversión —dijo Amber, con los brazos cruzados, su expresión aún seria, —¿Espero que tengas seleccionados los vestidos? —preguntó, intentando cambiar de tema.
Leila se puso nerviosa, como si hubiera olvidado completamente la discusión anterior.
—Eh... No —dijo, mirando a Dorian y luego a Amber.
Es como si hace un momento no estuviera al borde de la locura. Dorian se rió, yo rei por lo bajo, se veía tan adorable con esa expresión.
—Tranquila, ya lo haremos —pronuncio—. Chicos, nos vamos. ¿Aquí no habrá comida? —preguntó, mirando a su alrededor.
—Sí, hay comida —respondió Amber, aún con una expresión seria—. Pero espero que puedas concentrarte en la tarea que tienes por delante.
—Lo haré —Leila asintió—. Lo siento, Amber. No quería causar problemas.
Leila me sonrió y se acercó: —Lo siento por todo esto —dijo—. Espero que puedas perdonarnos.
—No hay nada que perdonar —sonrei
—. Solo quiero que seas feliz.
—Gracias, Katia —Leila me abrazó—. Significa mucho para mí.
Me levanté y Dorian tomó mi mano, junto con la de Leila, su novia. Juntos, nos alejamos de la oficina de Amber, dejando atrás el estrés y la tensión. La suegra gritona ya era un recuerdo lejano. Poco rato después, estábamos afuera, esperando el auto de Dorian. La brisa fresca y el sol cálido en nuestra piel nos hacían sentir vivos.
Media hora después, entramos a un pequeño restaurante. Era sencillo, pero muy elegante. Un equilibrio perfecto entre la sobriedad y la sofisticación. Nuestro compañero ya había reservado antes, y una chica amable nos guió hasta la mesa. Me senté, observando cómo Dorian ayudaba a Leila a sentarse, con una delicadeza y caballerosidad que me hizo sonreír.
<<Siempre he dicho que un hombre caballeroso es lo más importante>> pensé para mí misma, <<Y Dorian es todo ello>>. Observé cómo esa linda pareja se miraba con tanto amor, sus ojos brillando de felicidad. Me sentí un poco melancólica, pero también llena de esperanza.
—Algún día yo tendré al mío —pronuncie, sonriendo para mí misma—. Alguien que me mire con ese mismo amor y dedicación.
Leila me sonrió, y yo le devolví la sonrisa. Dorian nos miró a ambas, y su rostro se iluminó con felicidad.
—Estoy rodeado de las mujeres más hermosas del mundo —mencionó riendo—. ¿Qué más podría pedir?
—Nada, mi amor —Leila se rió y le dio un beso en la mejilla—. Solo nuestra felicidad.
Y en ese momento, supe que todo iba a estar bien. La vida tenía sus altibajos, pero con amigos como Dorian y Leila, y con la esperanza de encontrar mi propio amor, todo parecía posible.
Ya estando en el auto Leila dijo después de un momento de silencio: —Tu madre está loca —mencionó, sacudiendo la cabeza.
—Ni lo digas —murmuró Dorian, quizás era mi imaginación pero Pero su voz sonó con vergüenza.
—Tus cosas ya están en el departamento, —mientras tanto, Leila revisaba su teléfono.
—. Te quedarás conmigo.
—No tienes que molestarte, puedo pagar un hotel al menos hasta que encuentre trabajo… —comencé a decir.
—Katia, no es ninguna molestia —interrumpió Leila—. Al contrario, me harías compañía. Y respecto al trabajo, no creo que mi suegra nos ayude.
—Déjame eso a mí, Coffi —Dorian le sonrió coqueto—. Mi madre está un poco alterada. Se le pasará. Katia, perdón por todo. Mi madre no tenía que tratarte de esa manera. Ella está molesta desde el artículo de la revista... —aseguró.
Leila lo miró con una mirada fulminante: —¿De qué están hablando?.
—Recuerdas que en primavera salió un artículo sobre rumores de mi relación con Katia —explicó Dorian—. Ese mismo día, mi madre viajó a Miami y les declaró la guerra a quien esparció el rumor. Los guardias de la editorial sacaron a mamá de las instalaciones con fuerza bruta, pero, como sabes, no se quedó con los brazos cruzados. Fue a la competencia y les dio de qué hablar por mucho tiempo. Al final, la misma revista declaró que lo que habían dicho era mentira. ¿Dónde estabas que no te enteraste? —preguntó Dorian, curioso.
—La verdad, ni me acuerdo —se encogió de hombros. —¿Te quedas un rato? —propuso Leila.
No me di cuenta de que el auto se había estacionado frente a un edificio de seis plantas. La fachada ligera con enormes ventanales y los balcones llenos de plantas daban un toque silvestre y moderno.
—No, Coffi. Steven me está esperando. Tenemos trabajo que hacer. No te lo dije, pero solo estaré pocos días aquí...
—Ya —lo corto —. No necesito más explicaciones. Solo mantén alejado a ese joven de mí y de los planes de mi boda, por favor.
Su voz era suplicante, pero su rostro mostraba otra cosa. Tomó sus cosas y comenzó a bajar del auto.
—Dorian, gracias por todo —dije, bajándome del auto para alcanzar a Leila, que había salido sin despedirse.
Parecía molesta. Creo que Steven no le caía bien. Con solo mencionar su nombre, su humor había cambiado drásticamente.
Me puse en modo detective, intentando descubrir qué había detrás de la reacción de Leila. ¿Qué secreto escondía Steven? ¿Y qué relación tenía con Leila? Estaba decidida a descubrirlo.
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