𝟬𝟭. 🃏 El Próximo Gran Mago
Nueva York. Sólo he estado aquí unas pocas veces, en parte debido al frío que todavía hace en pleno marzo. Siete grados no es algo a lo que esté especialmente acostumbrada; viviendo en la calurosa ciudad de Los Ángeles, el tiempo en marzo suele estar a unos sólidos veinticuatro grados. Agradezco que sólo esté en Brooklyn un par de días más, ya que mañana por la noche tengo previsto dar un espectáculo, y al día siguiente vuelvo a mi cálido y soleado, Los Ángeles. No hay nada de cálido en sentarse en la cubierta superior de un ferry amarillo en medio del mar, con mi larga melena castaña oscura siendo azotada por el viento mientras barajo mi baraja especial para distraer mi mente de la fría brisa.
Esta baraja tan especial me la regaló mi madre antes de morir, hace muchos años. Es lo último que me queda de ella, mi amuleto de la suerte; no creo que pudiera tener éxito en un espectáculo sin ella. Recuerdo que me enseñaba sus mejores trucos de cartas con esta baraja; siempre adivinaba mi carta, siempre hacía aparecer los ases en la parte superior de los montones, y siempre se las arreglaba para sacar la reina de corazones de detrás de mi oreja. Cada vez, la pequeña yo de diez años se quedaba asombrada; quería ser como ella.
Se fue demasiado pronto. Yo me quedé sola demasiado pronto. Fui saltando de una casa de acogida a otra desde los doce años hasta que cumplí los dieciocho. Para entonces salí de allí y nunca miré atrás.
Cada noche, me instalaba en la esquina de una calle y hacía la magia que me enseñó mi madre para todos los demás. Siempre faltaba a clase y saqueaba a los rateros de la calle, robando sus carteras y sus relojes para comprar billetes de autobús y eventualmente billetes de avión para salir de cada estado. Nunca me quedo en uno, porque si me quedo me atrapan, y así ha sido durante poco más de diez años.
Me las arreglo para salir de mis pensamientos cuando una de mis cartas se me escapa de la mano.
—Mierda —musito, agachándome en mi asiento para recoger el as de tréboles del suelo. Mientras la vuelvo a meter en mi baraja, mis ojos se posan en un hombre de pelo castaño, que lleva una chaqueta de cuero negra; no puede ser mayor que yo.
Se dirige enérgicamente hacia el borde del barco, subiendo a una plataforma para que todos puedan verle con claridad. No puedo negar que era ciertamente atractivo.
—¡Damas y caballeros! Están ante el próximo gran mago, y le daré un billete de 100 dólares a quién me diga cómo se hace este truco —llama a su público. Al mencionar los cien dólares, un par de cabezas se giran intrigadas hacia él. Hago una pausa en el barajeo de mis cartas y ladeo la cabeza con curiosidad, interesada en ver lo que planeaba hacer.
El chico de la chaqueta de cuero saca una cucharilla de metal del bolsillo y la levanta en el aire.
—Es una cucharilla normal de la Cafetería Mel, de Brooklyn. Fíjense —dice, golpeando la cucharilla en la barandilla del barco para demostrar que, efectivamente, es normal. La curiosidad de todos los que están en el ferry empieza a ser mayor, y unos cuantos se levantan de sus asientos para ver más de cerca. Yo me quedo atrás, observando desde lejos—. Y ahora, por favor presten muchísima, muchísima atención. Porque voy a doblarla con mi mente.
Me doy cuenta de que definitivamente conozco el truco que está empezando a realizar. Aunque haciéndolo a mi manera suelo ganar un par de cientos de dólares al final de él.
Oigo a la multitud burlarse y murmurar en señal de negación mientras Chaqueta de Cuero —parece un nombre apropiado— levanta la mano para doblarla. Arruga las cejas mientras se concentra en la cuchara que tiene delante y baja lentamente la mano contraria para "doblar la cucharilla".
Cuando el público se da cuenta de que el tallo se dobla, su negación se convierte en jadeos de incredulidad. Sonrío a la multitud y cruzo los brazos sobre mi pecho mientras Chaqueta de Cuero sostiene la cucharilla, que ahora está doblada en un ángulo de noventa grados. Mientras el sonido de los aplausos llena el lugar, se la entrega a alguien del público.
—Gracias. Gracias. Vayan pasándola.
Los aplausos del público se detienen bruscamente cuando un hombre con pelo rizado y gafas se abre paso entre ellos, dirigiéndose a Chaqueta de Cuero.
—¿Qué es esto? —pregunta él, sacando una cucharilla completamente intacta del bolsillo trasero de Chaqueta de Cuero. Cuando el castaño se gira hacia él rápidamente, el hombre le agarra del brazo y saca el tallo de la cuchara de la manga de su chaqueta de cuero.
—¿Qué haces, tío? —pregunta rápidamente Chaqueta de Cuero, mientras el hombre levanta con aire de suficiencia la cucharilla y el tallo hacia el público.
—¡Fijaos, lleva una cucharilla rota y una en perfecto estado!
El público se queja, algunos negando con la cabeza, decepcionados. Chaqueta de cuero da unos pasos hacia adelante, pero es detenido por el hombre de pelo rizado.
—¡Puedo hacer más trucos! —alega, aunque el agarre del hombre en el brazo de Chaqueta de Cuero se aprieta ligeramente, para que no escape.
—O puedes darme mis 100 pavos.
Chaqueta de Cuero baja el brazo lentamente y mira a la multitud.
—¡Dijiste que lo harías! —grita otro hombre del público.
Su rostro decae y suspira, llevándose la mano al bolsillo trasero para sacar la cartera.
Solo que no lo hace.
Quizás es porque tengo buen ojo para este tipo de cosas, o porque así es como ejecuto particularmente este truco, pero mis cejas se alzan cuando veo que los dedos de Chaqueta de Cuero sacan astutamente una cartera negra del bolsillo trasero del hombre. Viendo que nadie lo ha atacado todavía, es seguro decir que nadie más se ha dado cuenta. Especialmente cuando hace parecer que es su propia cartera, sacando un billete de cien dólares de la cartera del hombre y entregándoselo.
—Bonita cartera —comenta el hombre.
—Muy buena vista, señor —remarca Chaqueta de Cuero, y yo tengo que reprimir una carcajada. Guardando la cartera en el bolsillo de su chaqueta, se da la vuelta sin decir nada más a su público y se dirige a la escalera de la cubierta lo más rápido posible, antes de que el hombre se dé cuenta de que su cartera había desaparecido. Por suerte para él, el ferry parece estar atracando.
Te conseguiré algo de tiempo, Chaqueta de Cuero.
Me meto la baraja en el bolsillo del suéter negro corto, salgo rápidamente de mi asiento y me dirijo al hombre, justo cuando se mete los cien dólares en la chaqueta. Sus ojos se cruzan con los míos y me mira de arriba abajo. Llevo mi mano a su brazo y trazo ligeramente mis dedos en su bíceps.
—Eso ha sido muy inteligente —murmuro seductoramente, acercando mi cuerpo al suyo y deslizando mis dedos por su brazo—. La forma en la que ha revelado su truco.
El hombre sonríe y se muerde el labio, sus ojos centrándose en mi cuerpo, más precisamente en mi escote, mientras mis dedos se dirigen a su muñeca.
—¿De verdad? —me pregunta, cambiando su mirada de mis pechos a mi cara durante una fracción de segundo. Aprovecho la distracción para quitarle el reloj, aparentemente caro, y deslizarlo de su muñeca al bolsillo de mi chaqueta. La persistente sonrisa en la cara del hombre es suficiente para decirme que no se ha dado cuenta de nada.
—Sí. ¿Y sabe? yo también tengo algunos trucos propios —murmuro una vez más, moviendo las pestañas de forma seductora—. ¿Quiere ayudarme a revelarlos?
El hombre se lame los labios, asintiendo casi con demasiado entusiasmo. Típico. Saco rápidamente un bolígrafo del mismo bolsillo en el que está su reloj y garabateo un número falso en su mano, sonriéndole encantadoramente.
—Llámeme. Estoy libre esta noche, después de las diez.
Sin esperar una respuesta, me doy la vuelta, balanceando mis caderas mientras camino por la cubierta del ferry. Al llegar a la escalerilla, empiezo a moverme más deprisa y bajo corriendo, casi tropezando al chocar con un turista con la capucha de su sudadera azul marina puesta, ocultando su cara.
—¡Lo siento! —grito al turista sin dejar de esprintar.
El ferry carga otro grupo de pasajeros, a punto de partir una vez más, y mi corazón empieza a acelerarse mientras se aleja unos centímetros del muelle de carga.
Doy un salto y aterrizo con seguridad en el muelle mientras el ferry amarillo se adentra de nuevo en el agua. Reduzco la velocidad a una caminata rápida y trato de actuar de forma casual y no como si fuera una especie de ladrona. El hombre sólo tarda un minuto en darse cuenta de que le falta el reloj.
—¡Parad a esa chica! ¡L-La castaña del suéter negro... se lleva mi reloj! ¡Y-Y mi cartera!
La gente del muelle me mira pero no hace nada, apenas reconociendo las palabras que ha dicho el hombre del ferry. Intento disimular mi sonrisa mientras salgo de entre la multitud de gente, ilesa, desconocida, ocultando un nuevo, flamante y lujoso reloj.
Aᥴᥱ́rqᥙᥱᥒsᥱ, mᥲ́s.
Ahorᥲ ᥴoᥒoᥴᥱᥒ ᥒᥙᥱstro sᥱᥴrᥱto.
Podrίᥲmos ᥱstᥲr ᥱᥒ ᥴᥙᥲᥣqᥙιᥱr ρᥲrtᥱ, obsᥱrvᥲ́ᥒdoᥣos.
Bᥙsᥴᥲmos ᥲ ᥲᥣgᥙιᥱᥒ qᥙᥱ ᥒos ᥲყᥙdᥱ ᥱᥒ ᥒᥙᥱstro sιgᥙιᥱᥒtᥱ trᥙᥴo.
Cᥙᥲᥒdo ᥴᥙᥱᥒtᥱ trᥱs, ᥲbrᥲ ᥣos ojos, ყ dίgᥲmᥱ ᥣo qᥙᥱ vᥱ.
Uᥒo, dos, trᥱs.
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