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91 || corona de laurel

Helena Rivas Silva

La fuerte luz que entraba a través del ventanal hizo mella en mí. Cuando quise volver a la penumbra de la noche, entendí que ya no era posible. Algo perturbada por aquella luminosidad, apreté los ojos y me enredé aún más en las finas sábanas hasta dar media vuelta y esconderme de los molestos rayos de sol.

No obstante, tras unos segundos de silencio, el crujir de los muelles de la cama rompió la serenidad que existía en la habitación. El calor de su mano vino después, subiendo por mi cadera desnuda y acabando bajo mi pecho mientras enterraba el rostro en mi cabello revuelto.

Buongiorno ... —Me dio los buenos días.

Su voz, rasposa y grave, limó mi malhumor como quien lima asperezas y solo encuentra una superficie suave y tersa. Drenó mi mala uva en tan solo un instante. Un hito que nadie había conseguido jamás y que para él era algo habitual cada mañana que despertábamos juntos.

Buongiorno —musité, ladeando la cabeza para que él pudiera besar mi moflete.

—Había echado de menos despertarme y que siguieras en la cama ... —reconoció, ronco.

Sin prisas. Sin alarmas. Sin reuniones de emergencia. Sin horarios separados ni huidas a deshoras.

—Si madrugases un poquito más ... No lo echarías tanto de menos ... —alegué, entallándome los ojos.

Charles bufó, encantado con mi borde contestación.

—Ahí está tu crueldad matinal ...

Alejó su barba de mi mejilla y yo levanté parcialmente los párpados. También me giré hacia él, que ya había dejado espacio para mí mientras se apoyaba en la almohada con el brazo izquierdo flexionado.

—¿También la echabas de menos? —cuestioné, cargada de sarcasmo.

Mi cabeza se hundió en el almohadón y mi mirada dio con la suya. Parecía bastante despierto, por lo que deduje que llevaba más tiempo consciente, a la espera de que yo me revolviera en sueños.

Se agachó y me besó los labios con dulzura.

—Más que ninguna otra cosa ... —Aseguró, repartiendo delicados besos por mi boca.

—Embustero ... —Lo taché de mentiroso y me enganché a su nuca para que esos besos no fueran tan superficiales.

Después de un buen rato entre endebles chasquidos, Charles consiguió reprimirse y hacer algo que no fuera besarme descontroladamente. Analizó mi semblante. Lo inspeccionó con detenimiento y echó unos pocos mechones lejos de mi frente.

—¿Has dormido bien? —inquirió.

—Muy bien —Le confirmé, sintiéndome verdaderamente descansada—. ¿Y tú?

—Yo también ... —Asintió y concluyó su examen de mis facciones—. No tienes los ojos muy hinchados ... Menos mal —dijo, aliviado.

—Solo fueron un par de lágrimas ... —Enfatizó en ello porque, por su gesto, debió levantarse con esa preocupación revoloteando. En un intento por transmitirle mi paz, acaricié su mejilla—. Charles, la charla de anoche ...

—¿Te ayudó? —Arqueó las cejas.

—No te imaginas cuánto ... —Suspiré.

Se relajó, como si ya no hubiera ni un solo pensamiento que pudiera perturbar su sosiego.

—Otra victoria para Charles Leclerc ... —Bromeó con una bonita sonrisa que me atrajo como una polilla  a la luz. Mis labios recorrieron gran parte de su rostro—. Oh, seigneur ... Je suis au paradis ... —Gimió, exagerado.

Para él fue una simple broma, pero a mí me despertó una libido que debería andar profundamente dormida. Era raro que me notase así de excitada por la mañana. No era habitual. Charles tendía a levantarse mucho más activo que yo en ese sentido, pero no resultaba difícil, por no decir imposible, remolonear en la cama e intimar de buena mañana.

Tu crois? —le pregunté, deslizando mis dedos por su espalda.

Oui ... Définitivement ...

Cuanto más le tocaba, más me apetecía repetir lo de la noche anterior. Esa hambruna sexual tan poco usual en mí podía haberse disparado a raíz de estar de vacaciones. A lo mejor, mis niveles de estrés habían caído tanto en cuestión de días que debía suplirlos con otra clase de actividades. O también podía ser algo mil veces más lógico y evidente como que Charles me excitaba con una facilidad envidiable.

Et tu penses qu'on a le temps pour un petit coup? —dije, con cuidado de no trabarme al utilizar el francés tan temprano.

Su sonrisa creció hacia el lado derecho. El interés por mi interrogante le oscureció las pupilas a una velocidad inhumana.

Tu es excitée si tôt? —Ahondó en mi curiosa situación.

—Mm-hmm ... —Acompañé el murmullo de un asentimiento.

Él no se lo pensó dos veces e introdujo sus manos bajo la camiseta de Nirvana que me cubría el torso. No había nada más que eso y comprobarlo le iluminó el rostro con una lujuria cautivadora. Alcanzó el nacimiento de mis pechos y, por naturaleza, junté los muslos. El calor abrasador se acumulaba en varias partes de mi cuerpo y Charles lo sintió de un instante a otro.

Dans ce cas, il y a toujours du temps pour un rapide ... —Consintió antes de retirar la tela y entregarse a mis senos devotamente.

No nos entretuvimos demasiado. Un cuarto de hora más tarde, al revisar la hora, me puse en pie, pues habíamos acordado desayunar todos juntos a las nueve y media y ya eran casi las diez. Mientras me vestía con el bikini que llevé la noche anterior y buscaba como loca la parte de arriba del mismo, Charles me dijo que se recortaría un poco la barba y me animó a bajar primero. Por lo tanto, abandonando la idea de hallar aquella prenda, elegí un top distinto y añadí unos shorts de lino suave y una camiseta ancha para completar mi vestimenta.

Así pues, dejé el cuarto con el agua del grifo corriendo de fondo y bajé a buen ritmo la escalera de caracol. No quería ser la última en llegar al desayuna y por eso me di prisa en atravesar los umbrales, pero cuál fue mi sorpresa cuando solo encontré  una persona sentada en la mesa de la terraza.

Cassandra se servía un vaso de zumo naranja en el momento en que salí al jardín interior de la casa. No era muy grande. La mesa de madera ocupaba casi toda la parcela, aunque era generosa y permitía que más de diez personas tomaran asiento a su alrededor.

—Hola —La saludé—. ¿Llevas mucho rato aquí?

—Buenos días —dijo mientras me sentaba en la silla que había a su izquierda—. No. Diez minutos o así, pero me los he pasado admirando las vistas —me explicó y no pude culparla porque el mar era hipnótico a esas horas de la mañana. Un manto azulado que te quitaba el aliento—.  Iba a empezar a comer ahora.

—Entonces te acompaño —dije antes de coger un plato limpio.

Habíamos contratado un servicio que repartía el desayuno a más casas de la zona, pensando en que muchos turistas que no elegían los hoteles de la zona preferían tener únicamente algo que comer por las mañanas porque almorzaban y cenaban en restaurantes o casas de comidas varias. Cassie recibió a los repartidores y les abrió la puerta a las nueve y media en punto, así que el bizcocho y los termos de café estaban todavía tibios. Yo me decanté por un vaso de zumo frío y una buena porción de aquel bizcocho de chocolate. Cassandra también lo probó y reaccionó con mucho agrado al sabor. Andaba con la boca llena cuando alguien más se unió al desayuno.

—Buenos días, Cassandra.

Charles palpó su hombro a modo de saludo y después caminó hacia mí. Ella se giró y carraspeó para no atrangantarse.

—Ah, buenos días, Charles —contestó con la boca medio llena.

Él sacó la silla de mi izquierda de bajo la mesa. No se sentó sin depositar un beso cándido en mi pómulo. Le sonreí y tomé otro plato para Charles.

—¿No ha bajado nadie más? —preguntó, extrañado.

—Parece que se les han pegado las sábanas más que a nosotros —Subrayé acerca de la ausencia de nuestros amigos y le eché en el plato una rebanada de ese bizcocho porque esa clase de dulce que le pirraba—. Pruébalo. Está muy bueno —Le aseguré.

—Gracias —dijo, atrapando la jarra del agua—. O sea, que lo de madrugar en vacaciones no va a funcionar ... Lo prefiero así, la verdad —Terminó de echarse un vaso de agua fresca y maldijo entre dientes—. Mierda. El móvil —Se palpó los bolsillos de sus bermudas, confirmando que lo había olvidado en nuestro cuarto y se levantó nuevamente—. Voy a por él.

—Vale —repliqué yo.

Regresaba al interior de la viviendo y, de repente, recordó algo más importante. Se detuvo en seco, aunque no me di cuenta hasta que habló.

Ah, chérie?

—Mmm?

Mastiqué con rapidez un pedazo de aquel bizcocho y volví el rostro hacia atrás.

J'ai trouvé le haut de ton bikini —comentó Charles en francés.

Por no hacerle el feo, continué la conversación en el mismo idioma. Noté que su estrategia se basaba en charlar en una lengua que Cassie no comprendiese por privacidad. Si hubiera hablado de las bragas de mi bikini como si nada, el pobre no habría podido mirar a Cassandra a la cara, por la vergüenza que le causaba, durante el resto de las vacaciones.

Vraiment? Où il était? —cuestioné, agradecida.

Sous le lit. Je l'ai laissé dans le bain —me respondió y entró en la cocina—. ¡Vuelvo enseguida!

Merci! —le grité.

Él, cerca de las escaleras, vociferó:

De rien!

Regresé a mi plato, agarrando una rebanada de pan a la que pretendía aplicar una capa de mermelada de melocotón.

—¿Debajo de la cama? —se pronunció Cassandra en nuestra lengua natal—. Lo pasasteis bien anoche, ¿no?

Había una singular picardía en su voz que picoteó mis mejillas de tonalidades rojizas en cuestión de segundos.

—Desde cuándo sabes tú francés, ¿eh? —Le reclamé.

—Desde que lo aprendí para poder rechazar a todos los franceses petulantes que se me acercaran —Me puso al tanto de sus devaneos amorosos fallidos—. Pueden darme alergia, pero no soy ninguna maleducada —Prometió.

—Ojalá no fueras tan inteligente ... —Me quejé yo.

Ruborizada, unté mi tostada de mermelada y mordí una de sus esquinas. Ella se sirvió otro vaso de zumo, pero las dos sabíamos que esa charla no había acabado porque la curiosidad de mi amiga superaba lo normal y previsible.

—Nunca te había visto tan cómoda con alguien. Ni siquiera con nosotras —alegó.

—Porque no se puede estar a gusto con vosotras —contesté, muy seria.

—¡Helena!

Me reí sin timidez alguna.

—¡Cassandra! —protesté.

—Lo digo en serio —dijo ella con un convencimiento ingente—. Me alegro mucho por ti.

Y estaba siendo sincera. Conocía muy bien a Cassie y su felicidad era genuina. No había nadie más altruista que ella. La alegría de sus amigos era la suya y eso la convertía en un portento como pocos.

—Gracias —Le sonreí.

Se apoyó en la mesa, analizando mi semblante.

—No sé qué te hace Charles por las noches para que te levantes tan guapa. Tendré que preguntarle el secreto —Bromeó.

—Es sencillo —Me encogí de hombros—. Me hace feliz.

—Incluso te pones ñoña ... —Apuntó. Me carcajeé, ligeramente avergonzada porque era una realidad que mi lado más cariñoso, oculto durante años, había emergido a la superficie gracias a ese monegasco—. Es acojonante.

—Serás ... —Quise insultarla, pero Cassandra se tiró contra mí y me abrazó por el cuello con tanto ímpetu que una muerte por asfixia no parecía una idea muy descabellada—. ¡Cassie, no puedo respirar! —exclamé.

—No pensé que tú serías la primera en encontrar al amor de tu vida. Te lo mereces tanto que me dan ganas de llorar ... —Y ese comentario me aguó los ojos más rápido que la caída de un rayo—. ¿Y cuándo será la boda? —preguntó sin venir a cuento.

De milagro, conseguí que aflojara su férreo agarre a mi cuello y, así, respirar como era debido.

—No habrá ninguna boda ... —Aseveré, esquiva.

—¿No queréis casaros? —inquirió, bastante sorprendida.

Lo sucedido en Verona se arremolinó en mi mente como una tormenta floral. La esperanza, la resignación y el pavor a un futuro al que todavía no aspiraba por tener un presente entre manos mucho más complejo y retorcido me abrumaban y no quería que empañaran aquellas vacaciones. Por lo tanto, observé mi plato y los distintos dulces que lo completaban y esperé a que Cassie respetara mi espacio vital para explicarme.

—De momento no —le comuniqué lo que Charles y yo habíamos acordado—. Tenemos que hacerlo público y solo eso ya me da pánico ... —Mi mueca fue más elocuente que yo—. Lo que sí sé es que no es algo que nos preocupe ahora mismo. Estamos bien así.

Si Cassandra no fuera la chica más tolerante sobre la faz de la tierra, me habría interrogado acerca de los demonios que se pudieron atisbar en mi rictus. Sin embargo, aceptó que no me apetecía abrir una herida demasiado reciente y que tardaría en curar. Sabía que le podía contar todo lo que había pasado esos últimos meses, pero no era el lugar ni el momento y ella lo asimiló en silencio.

—Pues, si me enamorara tanto como tú, yo no esperaría ni un año para pasar por el altar —opinó, romántica a rabiar.

Me tranquilizó que no quisiera más detalles, aunque se los daría. Pronto. Cuando mi vida comenzara a tener mayor orden.

—Siempre has sido una cabeza loca —le dije, agrandando mi sonrisa.

—Soy una de las damas de honor, ¿verdad?

—¿Qué pregunta es esa? —Reí.

—Solo estoy asegurando el sitio que me corresponde —Se hizo la inocente.

—Sigue desayunando, vamos ...

Mordí la tostada y Cassie siguió con su fijación por mi idilio y esa boda que parecía ilusionarla más que a mí.

—¿Lo soy o no? —Lloriqueó.

—Claro que lo eres —Confirmé.

Estaba terminando de masticar ese bocado y, entonces, Charles regresó con su teléfono en la mano. Tomó asiento a mi lado y dejó el móvil sobre la mesa.

—Seré vuestra dama de honor, Charles —habló Cassie, profundamente emocionada.

Yo agité la cabeza suavemente y me di por vencida.

—¿Qué me he perdido? —preguntó él, desconcertado.

—Nada —Cogí mi vaso—. Cassie está fantaseando.

—¿Con nuestra boda? —Rio al ver el rostro de ilusión de mi amiga—. Me temo que todavía queda para eso.

—Eso decís ahora, pero yo no estoy tan segura —declaró ella.

A pesar de que Charles lo decía con convicción y que ese asunto estaba más que aclarado entre nosotros, debió hacerle gracia que Cassandra estuviera tan feliz por una ceremonia como esa.

—Necesitaré ayuda con el anillo —Expresó, divirtiéndose de lo lindo.

—¡Me apunto! —gritó Cassie, provocándome nuevas risas—. Oye, ¿y la gatita? —Rescató ese otro tema del tintero—. ¿Cómo es?

—Igual que ella —Expuso Charles.

—¿Me tomo eso como un cumplido? —dije a la defensiva.

Tanto Cassie como él se echaron a reír.

—Claro que sí, tesoro —Y me dio beso en la sien antes de atacar su plato.

Estábamos acabando de desayunar cuando la puerta principal se cerró de golpe y los tres buscamos al intruso. No podía ser ninguno de los chicos, que continuaban en sus habitaciones, así que nos giramos para identificar a la persona que entraba cargada con su maleta.

—¿¡Hay alguien en casa!? —Alzó la voz el chico.

Charles y yo nos percatamos enseguida de quién era. Cassie, que no conocía al piloto inglés, vio cómo Charles se levantaba y marchaba hacia la entrada para recibir a nuestro amigo.

—¡Lando! —clamó él, dicharachero—. Menos mal que no te has perdido.

—Pues poco ha faltado porque aquí todas las casas son iguales —Se dieron un corto abrazo y yo le comenté en un susurro a Cassandra de quién se trataba. Seguidamente, abandoné mi silla y entré a la cocina—. ¿Qué tal? —Nos vio justo después y, muy sonriente, se dirigió a mí—. ¡Hola, Lena!

Hicimos las presentaciones pertinentes entre Lando y Cassandra y, mientras hablábamos, Lily y Alex bajaron. Carlos, Joris y Julia no tardaron mucho en aparecer por la escalinata y, todos juntos ya, volvimos a la terraza para pasar el tiempo del desayuno, aunque nosotros tres ya hubiésemos comido. Algunos de los chicos salieron a correr, colmando así parte de su cupo diario de ejercicio, menor por ser un viaje de desconexión, por supuesto. En cuanto regresaron a la casa, nos preparamos para la jornada.

Ese segundo día lo pasamos en un yate reservado para todo el grupo durante dos días completos. Naturalmente, no pasaríamos cuarenta y ocho horas en la embarcación, pero ocupamos la mañana y casi toda la tarde en ella. Yo no era muy fan de nadar en mar abierto, donde no había fondo a la vista, así que no pasé demasiado tiempo en el agua, al contrario que los demás. A mediodía, comimos bajo la bóveda que cubría las mesas de proa. Hubo una brisa muy agradable, además de que comer en compañía hizo que fuera un almuerzo terriblemente ameno.

Sobre las tres y cuarto, con la mayoría de mis amigos charlando de asuntos varios, me retiré a unas tumbonas que había en la popa, al otro lado del barco. Cogí mi libro del bolso que había traído a alta mar y elegí una de las hamacas que, a esa hora, ya no recibían el sol de frente.

No habían pasado más de diez minutos cuando sentí una presencia a mi derecha. Me bajé las gafas de sol y confirmé que era él antes de que llegara a mí. Eché el cordón por la última página leída y oí su reclamo.

—Cariño —me exhortó.

Me estiré un poco, dejando el libro sobre mi pecho.

—¿Qué pasa?

Al mirarlo a través de mis lentes, pude apreciar mejor su torso, tonificado y bronceado. No se había quemado otra vez, pero la rojez que obtuvo tras la tarde del día anterior seguía ahí. A pesar de lo cual, estaba más guapo que nunca. Con el pelo revuelto por el viento y un semblante de insondable sosiego, daba la impresión de que no había preocupación que tuviera el poder de perturbarle.

Charles se palpó el vientre. Debía estar bastante satisfecho, puesto que había repetido plato del arroz con mariscos que pedimos por encargo a primera hora de la mañana.

—Tengo sueño ... —me dijo, entrecerrando los ojos.

Lanzó un adorable bostezo al aire y yo sonreí.

—¿Y mi campeón quiere tumbarse un rato después de comer? —Supuse sus intenciones.

Había otras cuatro tumbonas libres, pero ambos sabíamos que no quería ninguna que no fuera la mía, conmigo encima, a ser posible.

—Por favor —masculló, poniendo morros.

—Te gustan más las siestas que a mí, que soy española —Argumenté y apuré el espacio de la hamaca al máximo para que él también pudiera tumbarse—. Hay hueco para los dos —Di un par de palmadas en la zona acolchada.

Se acercó. Lucía adormilado. El efecto colateral de tener la barriga llena, imaginé.

Bien ... —masculló, echándose a mi lado.

Olvidé mi lectura en una mesa cercana y me encontré con un Charles cansado que se aferraba a mi complexión sin dudarlo. Agarrado a mí, descansó la cabeza en mi pecho, sobre mis clavículas, y emitió un suspiro de placer. Percibí la contracción de sus músculos, uno por uno, al igual que la temperatura de su cuerpo, pero eso último no me impidió desear tatuarme la calidez que me transmitía en aquel abrazo a medio hacer.

—Eres como un niño grande, ¿lo sabías? —Lo describí, escurriendo mis dedos entre sus hebras castañas y doradas.

No me importaba que los demás vinieran a esa parte del yate porque no teníamos que ocultar nada. Todos conocían nuestra relación y no verían raro que Charles se hubiera apropiado de mi tumbona ni que se hubiera abrazado a mí como un osito. Pensando en esa libertad y en lo grata que se sentía, escuché de su boca la misma conclusión a la que había llegado yo.

—Sí ... —Apoyó los labios contra mi piel—. Pero da igual porque es la mejor sensación del mundo ...

Con el atardecer de fondo, volvimos a puerto y, de allí, regresamos a nuestra hacienda para arreglarnos y salir a cenar. Aquella vez, escogimos un restaurante de comida tradicional griega en el que nos trataron a las mil maravillas. El local se encontraba en el puerto, junto a un mercado plagado de extranjeros y de vecinos que vendían joyas varias y productos artesanales por esas fechas.

Ya en la sobremesa, Lando nos relataba cómo fueron sus últimas vacaciones en las Maldivas. Todos nos reíamos con sus anécdotas, aunque notaba a Carlos más callado de lo habitual y me propuse hablar con él más tarde. No sabía si la preocupación que surcaba que su rostro venía de su vida amorosa, pero no necesitaba confirmarlo para ser consciente de que desahogarse podía venirle bien.

Sin embargo, Charles, que hasta ese momento había estado jugando con los dedos de mi mano derecha bajo la mesa, se reclinó en mi dirección y me sugirió un plan diferente.

—¿Quieres dar un paseo?

Ojeé sus encantadoras pupilas y acepté al instante.

—Claro —le susurré.

Nos disculpas con el resto alegando que queríamos echar un vistazo al mercado que rodeaba la plaza. Cassie y Lily dijeron que también saldrían en un rato porque les picaba la curiosidad acerca de lo que podrían descubrir en las tiendas, pero tardarían un buen rato en buscarnos. Eran demasiado consideradas y nos dejarían tener ese paseo en soledad.

Así pues, cogí mi bolso y lideré el camino hacia la entrada del restaurante. El recepcionista nos despidió y la calurosa brisa veraniega perfiló mis facciones. No hacía mucho bochorno. La temperatura daba una tregua a esas horas de la noche y era todavía más apreciable en la cantidad de gente que se reunía en la replaceta del pueblo.

Charles salió tras de mí mientras se acomodaba algo en el bolsillo de los pantalones, la cartera, posiblemente. Avanzó unos metros por la calle y yo lo llamé.

—Charles.

Se giró al tiempo que arreglaba el cuello de su camisa blanca.

Yo alargué mi brazo. La palma de mi mano abierta.

Aquel gesto habló por mí, del mismo modo que su sonrisa expresó todo lo que sus palabras jamás habrían podido decir.

Él no me tomó de la mano tan pronto como pisó la calle porque, de cara al público, no éramos más que ingeniera y piloto, así que, ver que yo estaba conforme con tener esa muestra de cariño en un lugar como aquel, abarrotado de gente, desconocidos que podrían reconocernos y comenzar unos rumores de lo más ciertos, le hizo inmensamente dichoso.

Alegremente, recogió mi mano en la suya y entrelazó nuestros dedos, arrastrándome a su lado. Yo reí, pues no cabía en mí de gozo, y me aferré con fuerza a su mano, áspera y tibia.

Hacerle feliz se convertiría en mi actividad favorita a ese ritmo.

Sin apenas distancia entre nosotros, comenzamos el descenso por la cuesta que desembocaba en la plaza del mercado.

El zoco estaba de bote en bote. Los tenderos se organizaban en círculo alrededor de una replaceta en la que habían organizado un baile tradicional que desconocía. Después de mirarlo por unos segundos, hallé ciertas similitudes con la jota andaluza. De cría, visitaba un salón de baile con mi abuelo. A él le encantaba pasar horas viendo a las parejas bailar esas interesantes piezas musicales. Como era natural, solo eran parecidos livianos, aunque lo suficientemente llamativos como para que me dejara llevar por Charles en ese paseo, absorta en los animados saltos de unos cuantos niños que imitaban el baile de sus mayores.

—Esta clase de mercados me recuerdan a España —le comenté a Charles—. Hay en casi todas las ciudades cada semana. Sobre todo en pueblos pequeños.

En Mancha Real, el pueblo de mi abuela, se hacían esa clase de despliegues todos los sábados por la mañana. Aquel mercadillo guardaba recuerdos de mi infancia, comprando almendras en uno de sus puestos u observando los tenderos que traían joyería de otras partes de España o incluso de otros países.

Por lo poco que había podido ver en aquellas tiendas, no parecía un simple mercado de pueblo. Había buena calidad en sus productos y mucha más variedad de la podría aspirar cualquier mercadillo semanal que hubiera conocido en mi país natal.

—Yo no estoy tan acostumbrado —respondió Charles, que contemplaba el vaivén de personas—. Cosas de ser de una ciudad tan elitista, supongo.

—Probablemente —Reconocí, ya que Mónaco no debía disfrutar de ferias tan anodinas a primera vista por ser residencia de miles de adinerados magnates. Un puesto de juguetes de madera llamó mi atención—. Mira, incluso hay ...

—¿Charles Leclerc?

Me paralicé.

Fue algo instintivo e involuntario.

Admito que tuve miedo. No lo pude controlar. Simplemente nació en mí un cúmulo de pánico indeseado.

Por suerte, Charles manejó la situación de una forma magnífica, pues soltó mi mano con un movimiento sutil, prácticamente imperceptible al ojo humano, y se dio media vuelta para enfrentar al hombre que le había reconocido entre la multitud.

—Ese soy yo —dijo él.

Parpadeé, obligándome a volver a la realidad, por difícil que se tornara. No podía desconectar ni fingir que no estaba caminando de la mano del piloto monegasco. No podía porque no quería negar nuestra relación, fuera cual fuera el precio a pagar.

—Jamás pensé que te encontraría aquí —alegó el afortunado de la noche.

—El mundo es muy pequeño —Afirmó Charles de buen talante.

No era capaz de ponerle mala cara a ningún fan. No iba con él ni con su manera de actuar y eso le honraba. Estaba segura de que el miedo también se acumulaba en sus adentros. Por lo tanto, me negué a dejarlo solo y me giré, imitándolo.

El hombre que le había llamado debía tener unos treinta años y reparó en mí desde el primer momento. Ya tenía los orbes posados en mi figura cuando lo encaré y, por su cristalina mirada, entendí que me puso nombre y apellido con una velocidad parecida a la que recurrió al distinguir a Charles.

—¿Puedo pedirte una foto o estás ...? —preguntó, comedido ante mi inesperada presencia.

—Una, dos y tres, tranquilo —Le aclaró Charles mientras la sonrisa luchaba por afianzarse a sus labios.

Yo traté de sonreír al desconocido, aunque él estaba tan emocionado por conocer en carne y hueso a un piloto de la talla de Ferrari que concluyó o postergó su análisis a mi nervioso semblante.

—Muchas gracias —Buscó el móvil en sus pantalones con la desesperación de alguien que no quiere perderse el cometa más brillante del universo—. Eres el mejor y ...

De repente, sentí algo encima de mi rodilla. No dramaticé en exceso, así que la niña rubia que me contemplaba con unos ojos azules abiertos de par en par, más o menos a la altura de mi cintura, y que se había atrevido a tocar mi piel desnuda, justo por debajo de la costura de mis pantalones cortos, no se espantó gracias a una reacción inadecuada. Al contrario, me examinó más a fondo cuando nuestras pupilas se cruzaron y una conexión repentina se creó entre ambas.

Por el acento británico del hombre que charlar con Charles y su parecido con la niña, decidí hablar en inglés.

—Hola —le dije.

—Hola —respondió, tímida.

Sus coletas medio deshechas me causaron una ternura superior a la inquietud de aquel encuentro. Endulzando la voz, intenté entablar una conversación con ella a pesar de que era demasiado pequeña.

—¿Tú también ves carreras de Fórmula 1? —Me arriesgué a preguntar.

Podría no tener ninguna relación con aquel desconocido, pero algo me decía que eran familia y que esa niña no tenía ninguna mala intención, sino curiosidad a raudales.

—Sí —Asintió—. Papá las pone en la tele —me contó en un inglés bastante limpio.

Mi sonrisa ya no era forzada. Sonreía de pura dulzura y yo no era así con los niños. Siempre tenía pavor a que me rechazaran por no ser la chica más amable. No obstante, ella me miraba como si no quisiera dejar de hacerlo. Incluso había un halo de ilusión en sus ojitos azules.

—¿Y te gustan? —Agitó la cabeza en un nuevo asentimiento. Mis comisuras se volvieron tirantes de tanto sonreír—. Me alegro. Yo también las veía cuando era pequeña como tú.

—¿Con tu papá? —interrogó.

Los recuerdos me golpearon, corrigiendo esa inocente suposición.

—No. Con mi tío —Esclarecí—. ¿Tú tienes tíos? —Me desvié adrede.

—Sí. Dos.

Me enseñó sus dedos índice y corazón.

—Entonces también tendrás primitos —Me aventuré a adivinar.

—No tengo —negó ella—, pero mamá tiene un bebé en la barriga.

Después de esa charla con Charles sobre la maternidad y sobre formar nuestra propia familia, las palabras de aquella niña revolvieron más cosas dentro de mí de las que podía enumerar.

—Eso significa que tendrás un hermanito o una hermanita pronto. Enhorabuena —La felicité y ella, sin llegar a sonreír abiertamente, pareció emocionarse de todo corazón—. ¿Cómo te llamas?

—Alice —me confesó.

—Tienes un nombre muy bonito, Alice —la halagué.

Se llevó los dedos a la boca, ocultando ligeramente una sonrisa vergonzosa.

—Perdona —dijo alguien.

Levanté la cabeza, descubriendo que Charles y ese hombre me observaban fijamente. Primero lo miré a él, que esbozaba media sonrisa, y seguí con el padre de aquella niña. Se había acercado más y me llamaba a mí.

—¿Sí? ¿Queréis que os haga la foto? —Me ofrecí para ese cometido.

—No, no —Me sonrió el desconocido—. ¿Podrías hacerte una foto con ella? Le encanta verte en televisión —comentó.

Boquiabierta, no fui capaz de creérmelo.

—¿En serio? —De refilón, distinguí como Charles se mordía el labio inferior y bajaba la barbilla, esforzándose por guardar la compostura. A continuación, me centré en Alice. Ella no me perdía de vista—. ¿Me conoces? —Volvió a asentir—. ¿Pero cuántos años tienes?

—Cuatro —contestó.

No sabía muy bien qué hacer o qué decir porque nunca me había ocurrido algo así. Mi inexperiencia debió notarse, a lo que me sonrojé aún más.

—Vaya ... —farfullé.

El tipo la tomó de los hombros, admirándola con la devoción usual en un padre que ama a su hija.

—Alice siempre dice que la chica del muro de Ferrari es increíble, ¿verdad? —La animó a hablar por sí misma.

—Sí. Eres muy guay —Aseguró.

—Bueno, yo ... —Escasa de oxígeno, necesité hacer una breve parada para respirar antes de darle las gracias—. Muchas gracias.

Entonces, Charles rodeó al padre y a la hija, aproximándose por el flanco derecho para terminar agachándose. Al quedar a la altura de Alice, ella le mostró sus bonitos ojos y se mantuvo atenta al famoso piloto.

—Creo que eres la primera persona que le pide una foto, Alice. Y Lena se pone tímida las primeras veces —le explicó como si se tratara de un gran secreto a voces. Obtuvo la adorable sonrisa de la niña y, al instante, enfocó su mirada en mi apabullado rostro—. ¿Ves cómo está toda roja?

—Oye ... —dije yo, consciente de que solo intentaba suavizar el ambiente para mí.

Su afable hoyuelo me saludó.

—Pero es súper guapa —opinó Alice.

Y, así, mis mejillas se incendiaron por completo.

—Sí —Garantizó él, escrutándome con todo lujo de detalles—. Incluso sonrojada es preciosa.

No le supuso ningún problema proclamar aquello en voz alta y mis rubores se incrementaron al ver las sonrisas que acompañaban tanto a padre como a hija. Fue un verdadero milagro que aquel hombre se las arreglara para romper el momento.

—¿Te hago esa foto, cariño? —le preguntó a la niña.

—Sí. Y otra contigo —Le pidió a Charles—. Por favor —Añadió al final.

Él sonrió ampliamente.

—Claro, pero las damas primero —razonó.

Por último, le regaló un guiño tras el que se retiró para que yo tomara su lugar junto a Alice.

Mientras nos tomaba aquella fotografía, incluso mientras el treintañero capturaba las sonrisas de Charles y su hija, agradecí profundamente que nos hubiésemos topado con personas tan transparentes y cargadas de buenas intenciones. Aquel señor solo quería unas fotos con una celebridad que, casualmente, había escogido el mismo sitio para veranear que su familia. Nada más. Fue una interacción tranquila, en absoluto problemática. Y, en secreto, respiré con la certeza de que todo iría bien.

No habría portadas de revista a la mañana siguiente ni rumores sobre nosotros. Únicamente un bonito recuerdo de verano.

Con las fotos ya en el carrete de su teléfono, el desconocido cogió a Alice de la mano, no sin antes permitir que le dijera una última cosa a su hija.

—Si venís a algún Gran Premio, espero que te acerques a saludarme —Extendí mi brazo para consagrar aquel fortuito encuentro—. ¿Prometido?

Alice apretó mi mano y me ofreció una bonita sonrisa.

—Prometido.

Recuperé mi mano, pero no dudé en dirigirme a su padre y expresarle lo que rondaba mi cabeza desde que Alice reclamó mi atención.

—Es una ricura —Él me sonrió, agradecido—. Felicidades.

—Lo es —Acarició el cabello de la pequeña y ella miró hacia arriba, encantada con la carantoña de su progenitor—. No os entretenemos más. Ha sido un placer conoceros, chicos —Comenzaron a caminar hacia el otro lado de la plaza—. Muchas gracias y suerte en las próximas carreras —Nos deseó.

—¡Suerte! —dijo Alice.

Su manita se zarandeó en el aire.

—Adiós, Alice —me despedí.

—¡Adiós! —gritó.

Ellos desaparecieron entre las personas que colmaban la replaceta de ruidos y risas, como si nunca hubieran estado ahí.

Charles sostuvo la mano que Alice había estrechado segundos atrás.

—Que sepas que te envidio.

Busqué la respuesta en sus ojos, que me sonreían con un resplandor especialmente sereno.

El cálido bronceado, el contraste de su piel con la blancura de la camisa, la sonrisa que se había tatuado en sus labios y el amor que había escrito en sus orbes.

Un sueño.

Charles parecía salido de un sueño aquella noche.

—¿Por qué? —inquirí.

—Porque tu primera fan es una monada —clarificó, señalando lo evidente.

Ahogué una risotada.

—Se queja el que tiene a medio mundo vitoreando su apellido allá donde va —Reseñé, todavía ruborizada—. ¿Seguimos?

Tiré de su mano y retomamos ese paseo con los dedos más enredados que cuando lo empezamos.






Charles Leclerc

Continuamos paseando por los puestos, deteniéndonos en la gran mayoría de ellos. A mitad de la caminata, dejé de prestar tanta atención a lo que Helena decía porque me pareció ver a alguien con una cámara profesional. No era nada extraño, pues estábamos en una zona turística y muchas de las personas que habían elegido ese destino de vacaciones debían haber traído sus mejores cámaras para inmortalizar un viaje inolvidable, pero algo me mosqueó de aquello, sobre todo tras ese encontronazo con un fan, que me recordó lo vulnerables que éramos en aquellos momentos, y comencé a mirar a nuestras espaldas de manera más recurrente.

Tanto fue así que ni siquiera me percaté de que Helena se había detenido en un puesto de joyas artesanales ni que había soltado mi mano para evaluar la bisutería expuesta. Solo regresé a la realidad después de escuchar mi nombre en su voz.

—Charles —me llamó y, al girarme, sus ojos se me antojaron más azabaches que de costumbre—, ¿qué te pasa? —Frunció ligeramente el ceño.

No quería alarmarla por una tontería que mi imaginación había inventado, así que esbocé una sonrisa y me hice el despistado.

—Nada —declaré mientras me volvía hacia la joyería como si realmente estuviera interesado en lo que ofrecía aquella señora mayor—. Estaba distraído. ¿Te gusta algo? —Dudé.

—¿Me das la mano derecha? —Me pidió de pronto.

—¿Para qué la ...?

Se la estaba acercando cuando ella agarró mi muñeca y, ágilmente, colocó un anillo de color plata en mi dedo anular. Lo miré, estupefacto, porque había soñado más de una vez con una escena como esa; Helena poniéndome un anillo, en un altar.

Con sumo cuidado, lo acomodó y revisó que encajase a la perfección.

Tenía bastantes anillos en mi colección personal de joyas, sin contar con las campañas que había hecho para ciertas marcas, y sabía que aquel ejemplar era de buena calidad por cómo se ajustaba a mi dedo. Ella también debió darse cuenta de que no era una baratija ni un timo. De ahí su acertada elección.

—Te queda bien. Tampoco hay que ajustarlo —Repasó la pieza con las yemas de sus dedos—. Es un juego de anillos. Este sería el mío —Me enseñó el anillo que adornaba su anular junto a la sortija de su abuela—. Hay más, pero estos son hojas de laurel —Helena levantó la cabeza y sus pupilas me penetraron como flechas—, y no hay nada que le siente mejor a un campeón que una corona de laurel —Acabó con una escueta sonrisa.

Entonces comprendí cuál era el curioso grabado que rodeaba el anillo y su significado, en la boca de Helena, supo mil veces mejor que una pieza de oro macizo.

Una sonrisa bobalicona se apoderó de mis comisuras.

—¿Estás segura? —cuestioné su adorable interpretación, alimentando el rubor en sus mejillas—. Porque teniéndote a ti ...

—Lo digo en serio, Charles ... —Su risa denotaba una vergüenza que la hacía aún más tierna a mis ojos. Estaba preciosa. Siempre lo estaba, pero esa noche lo iluminaba todo a diez kilómetros a la redonda. Volvió a fijar la mirada en el anillo que me había puesto y se esforzó por evaluarlo—. ¿Te gusta en plata?

—Mucho —Afirmé.

Pero no miraba el anillo, sino a ella.

—Pueden funcionar mientras no haya compromiso ni boda —alegó, reconociendo la razón que la había llevado a escoger aquel par de anillos—. Algo que sea solamente nuestro. Sin rendir cuentas a nadie.

Lo hacía por mí, porque quería que hubiera algo físico que demostrara nuestra relación aunque no tuviésemos un comunicado en la prensa o una fotografía en nuestras redes sociales. Era un consuelo que ese anillo estuviera en mi dedo anular y no sabía cómo agradecérselo.

—Sí, pueden funcionar —dije—. Son preciosos.

—Pues es el primer regalo que te hago —Estableció con ilusión y se giró hacia la mujer que llevaba el tenderete—. ¿Me cobra? —le preguntó mientras sacaba su teléfono móvil del bolso para pagar.

Resoplé. No me sorprendía que lo hiciera, aunque sí que me hacía sentir inmensamente boyante ser víctima de una de sus encerronas.

—Eres una ...

En el tiempo en que la mujer buscaba el datáfono, Helena me enfrentó con la diversión por bandera.

—¿Soy? —Me incitó a continuar.

—Una novia fantástica y jodidamente detallista —La colmé de flores y regué sus labios con un solitario beso—. Gracias, chérie.

—No hay de qué —Me sonrió de vuelta.

Después, pagó con la tarjeta que llevaba integrada en su móvil. Vi la cifra escrita en la pantalla y ahí entendí que la calidad de esas joyas no era ninguna broma. Sin embargo, no rechisté sobre el precio y acaté su capricho de regalármelo porque sabía cuánta emoción le provocaba.

—No me lo quitaré nunca —Juré, dándole vueltas al anillo.

—Eso no es cierto —Rio ella.

—¿Cuándo te he mentido? —exclamé, herido.

—No podrás llevarlo cuando te subas al SF-22. No está permitido —explicó con fundamento.

—Entonces será el primero que le pida a Andrea —Me comprometí.

—Más te vale —Secundó Helena, recogiendo la cajita vacía que le tendía la dueña del puesto.








🏎️🏎️🏎️

CHARLES LECLERC HA GANADO SU PREMIO DE CASA POR PRIMERA VEZ 🥹🥹🥹❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽༼༎ຶ༎ຶ༽

Llevo todo el día lagrimeando después de la carrera y creo que no voy a parar ni siquiera en los próximos días 🤧

Y AHORA LAS FOTOS PERTINENTES DE UN DÍA QUE RECORDAREMOS PARA SIEMPRE ❤️🏎

FORZA FERRARI SEMPREEEE ❤️❤️❤️❤️

Es la última temporada de Charles y Carlos como compañeros de equipo, pero ya van dos dobletes y dos victorias y estoy deseando ver que les deparará el resto del año porque Ferrari va por muy buen camino y, aunque suene a sueño, TODAVÍA SE PUEDE LUCHAR POR EL MUNDIAL 🥳🥳🥳

Btw, estos son los anillos que elije Helena y, sinceramente, no creo que hubiera habido un mejor día para subir el capítulo en que ella sella su compromiso con Charles mediante un par de anillos de hojas de laurel porque él es un ganador (y ella también ❤️‍🩹) y hoy se lo ha desmotrado al mundo entero (ಥ﹏ಥ)

Nos leemos pronto 😊

Os quiere, GotMe ❤️❤️❤️

26/05/2024

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